18 jun 2016

Rollos matutinos 96

Escena vital
Estoy escribiendo en el ordenador enfrente del balcón y en el jazmín juguetean dos estorninos que están de ligoteo. Me levanto y hago clac clac en el cristal al lado de uno de ellos porque pienso que son muy grandes y pueden acabar rompiendo algunos de los brotes tiernos que le están saliendo ahora. Se van. Pero vuelven. Me vuelvo a levantar y vuelvo a echarles de la misma manera. Pero veo que uno de ellos se queda en la casa de enfrente emitiendo unos graznidos terribles y haciendo unas alharacas que me intrigan. Abro el balcón porque pienso que así tomarán conciencia de que el jazmín no es un lugar tan tranquilo como parece y dejarán de venir a retozar en él, y entonces veo abajo al otro agonizando en la boca de una de las gatas y comprendo el chillerío del compadre, que se está quedando viudo. Es ese momento de la tarde en el que la noche ya se acerca y que de un momento a otro el ruidoso jolgoroteo de los pájaros se calla de repente cuando aún queda luz pero ya le queda nada a la tarde para empezar a ser noche. Y esta vez me parece que ese silencio repentino cotidiano de ese instante tiene algo así como de duelo. Y, de todas formas, me digo que he sido testigo directo de una escena sencilla que muestra lo más terrible de la vida, como casi siempre, doloroso para unos y un verdadero regocijo para otros. Es conveniente tener claro, si se quiere apreciar de verdad en lo que consiste la existencia, que este tipo de cosas no para de pasar continuamente, y en todo lugar, y en todo momento, a todas horas. Porque en realidad, no es que este tipo de momentos sea frecuente en la Vida, es que la Vida no puede existir si no es a base de eso.

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