4 sept 2012

Rollos matutinos 71

Jeremiada olímpica

Pues yo he logrado, casi sin proponérmelo, no enterarme esta vez para nada de ese evento fragorosos. Tan mundializado, tan compravendido, tan de forma subcutánea administrado. Tan de competitividad espectacular y especulante. Tan de esplendor de esplendores humanistas dorando en brillantes purpurinas de los dioses antiguos del Olimpo la clásica manzana pocha del capitalismo de siempre. Con un palito para que la asgas mientras te la tragas. Es posiblemente el fasto más global de los fastos más globales. Que a mí me la trae, por definición, tan floja. Si he acabado ahora aquí hablando de ello ha sido en parte por Millás, que con ese articulillo suyo tan bueno sobre el Del Bosque y el Florentino que he leído esta mañana, me ha llevado, al hablar en la mesa sobre él mientras comía, a la cosa mas iva del deporte y entonces…
De pronto he caído en que no había visto esta vez de las olimpiadas ni siquiera algo de la ceremonia esa de las inauguraciones que siempre se hacen por todo lo alto y con mucho pim pam pum y coro al himno de la alegría más pura y luminosa que pueda tener la Humanidad hecha quintaesencia gloriosa de la vida cuasi celestial, unida por supuesto de forma irremediable a la cosa de la Banka que todo lo promueve y acapara y que es sin duda lo que está detrás de la tramoya haciendo que nadie pueda quedar fuera del foco del spot del que se nutre. Esta vez, todo lo que me ha llegado de ese caro griterío ha sido el eco de que estuvo en la coreografía que montaron los ingleses en plan fundamental el fundamento de la Campiña Inglesa y de los Beatles, y nada más en absoluto. Ni ningún otro detalle, ni imágenes, ni ningún tipo de información de ningún tipo más, ha entrado en mi cerebro sobre el tema esta vez. Y me he acordado de que hace cuatro años, cuando las chinas, si que vi esa ceremonia de apertura con horror, mientras todos los abundios del planeta la veían con asombro, como simplones a los que se les cautiva, nunca mejor dicho, con una caña de carabaña y cuatro sombras chinas. Yo lo vi con horror. Pocas cosas me han llegado a espeluznar más en esta vida que aquellas demostraciones excesivas de terrorífico sudor colectivista recapitalizado. Florituras de rebaño de elementos adiestrados por milenios en cumplir con sus papeles de hormiguitas. De orden hecho cosa social incuestionable por encima del cual sólo el dinero. Recuerdo que me dije que era preferible para mí que si un hijo mío tuviera que sufrir abusos de menores, los sufriera mil veces en las manos de ese tipo tan denigrado y perseguido por la ley, que tiene que ver con lo sexual, antes que en las de la selección de un comité olímpico como aquél, y por ende de cualquiera de ese tipo, que son un engranaje terrible que rueda y muele en base a todo lo protervo con máscara enlucida en lo más noble. Y me pareció que esa visión, y esta manera de decirlo, era precisa y suficiente para ilustrar lo que sobre el rollo de las altas competiciones deportivas veía mi menda. Y luego, como siempre, se me pasó el arroz de la ocurrencia y pasó el tiempo que siempre se me pasa como agua entre las manos y me encontré que esa apreciación ya no tenía sentido de ser apreciada con actualidad, lejos del contexto de la noticia que un par de meses después ya no solo era vieja, sino inexistente. Por eso ahora he visto mientras comía que pasados ya otros cuatro años, era otra vez el olímpico momento de ser rescatada y escrita aquella imagen tan explicativa que me sugirió la ceremonia de apertura de aquellas olimpiadas orientales, junto con lo que me hubieran podido sugerir ahora estas que se estaban celebrando en plena crisis de la occidentalidad (¿o se han acabado ya? ¿O no se han acabado todavía? ¿O se acaban de aquí a nada?, ya te digo que lo más importante que me han trasmitido estas esta vez, y que es lo más importante que sobre ellas tengo ahora que decirte, es lo que me congratula el logro de que no haya llegado a mi cerebro, sin casi proponérmelo, de la magnitud con que se trata este evento planetario del márquetin global, casi nada).
De pronto oigo a un abundio medio, que no es lo mismo que un medio abundio, pero que también, que me recrimina el orgullo que pongo a mi desinterés por este tipo de fastos como algo así como que de antiguo, de no estar en el momento, de estar anclado en un tipo de ideas ya muy superadas, de estar pillado para siempre en un cierto estilo demodé. De andar siempre buscando las tres patas al banco en vez de dedicarme a disfrutar la vida sin comerme el coco. Porque ahora en eso de tragarse religiosamente el maíz que los medias les embuten en los buches son punteras incluso las porteras, que aunque quedan pocas, quedan, y además riman de puta madre con la clase de su nombre aquí en el sentido y en el ritmo de la composición que ahora compongo y por eso las traigo y pego como imagen conceptual, y representativa, de ese plantel tan abundante que recrimina mi gozo por sorprenderme fuera de la religión de estas celebraciones tan consensuadas por la audiencia general. Pero también siento cómo me miran raro una amplia gama de la gama intelectiva de la intelectec, sobre todo de la más joven, por cierto hoy día más titulada que instruida y más aleccionada que opinante, por no decir que prácticamente todos ellos, tanto los en paro con problemas de proyecto, como los de proyectos con futuros sobre el paro. Porque entre esos, entre esa mara de alevines y alevones que traga con todo lo que tengan que tragar con tal de no enfrentarse de cara a sus frustraciones, especialmente, causa furor el comosedebe estar al tanto de todo macroevento que les echen, y en especial de los de corte deportivamente institucionalizados, y mejor cuanto más bestseler sean en su aspecto aborregante, y disfrutar de la aglutinación en el berreo colectivo, incluso mejor si con cierto toque de aroma patriótico, al tiempo que se adora al ideal de los atletas del mismo modo que se admira a los famosos medallas de oro de lo hortera, como modo de cumplir con el comosedeba, con lo que les echen a tragar, y como forma de llenar con el gusto por la mística del márquetin gregario el vacío existencial que sufren sus criterios personales, tan grandísimo que mirar sólo por un momento en él produciría el vértigo fatal que catalizaría la cuajada irreversible de una muerte interior tan cierta como sin importancia.
Así, no es que no esté bien visto entre la masa el que no te interesen las competiciones y fastos gigantescos, plantados en planteles de fuertes intereses comerciales, que son éxito de audiencia antes de nacer, es que el reacio a comulgar tragándose esos sapos sin mascarlos por lo menos con algún tipo de crítica o mosqueo es un tipo de cuadro execrable de un tipo de jeremías esnobista aburrido y fastidioso que ya no se puede llevar ni en el perfil del mango de un paraguas. Y eso de la masa hoy no es como antes, que se refería de forma despectiva a una amorfa mayoría que balaba unida aparte de no se sabía exactamente qué otra cosa pero que era una minoría por contraposición, tal vez aunque al fin igual de gilipollas más selecta, por tratar de adjetivar la diferencia de algún modo, que estaba en cualquier caso, aunque en realidad no pudieran ser como es normal sino lo mismo, jugando por lo menos a estar fuera de ella como pose. Hoy la masa es el trademarquin que engloba por fin cualquier manifestación de la existencia. Y hay otros mundos, pero están todos en ella y cotizan en el tópic de valores de su trending al segundo, como pasa con las pelas y la vida en los íbex de las bolsas. No importa que tu disidencia sea todo lo criminal que quiera, pero si no puede gustar a algún valor borrego andas listo, eres más que un maldito, un pesao que ya está con lo de siempre. Pero, ¡si a mí sí que me interesa todo ese chou de llamaradas llamativas deslumbrantes que nos administran por todos los medios desde las alturas!, digo siempre cuando me encuentro solo ante la corriente que arrasa con la contundencia de su masividad cualquier andarrío suelto que se ponga por delante. Y la verdad es que mucho. Pero no en cuanto a la insulsa fiebre festiva colectiva que inoculan. A esa calentura soy inmune, y nada puedo hacer por contagiarme. Sin embargo me interesan y mucho sobre todo en su sentido más genérico y profundo. Me recrea meditar sobre todas esas drogas que se toman y se meten por venas por bocas y por culos todos esos cuerpos que se nos publicitan con el aro angelical de la olímpica pureza, ahora en la Olimpiada, por ejemplo. Sometidas encima al control de calidad de unas pruebas antidoping que son el record olímpico de la hipocresía y del retorcimiento de la falsedad, cada año también, como las otras marcas, superadas en el listón del avance tecnológico. El fondo de ese afán que llaman deportivo es enfermizo. Encierra una tortura grave de la naturalidad con que intentan vendernos ese encanto. Todo eso por qué, ¿en aras de qué dios insaciable se ejerce ese terrible paroxismo? ¿Por la sagrada Superación de los límites humanos? ¿Por el culto a la Competitividad incuestionable? ¿Por revalorizar el Espectáculo de cara a la taquilla? ¿Porque los juegos, como el Sistema mismo, si se para el reloj del crecimiento pierden todo su sentido en un segundo? Me divierte pajearme las neuronas con todas estas cosas. Hacerlo sin rigor y sin finalidad, mirando al pairo, del tirón, a lo que vea, como jugando a jugar a ver qué veo sin mirar. ¿No es interesante, ni socialmente significativo, el que miles de indignados clamen al corte de cabezas porque políticos de alto nivel de su país cobren cien mil euros anuales, por haberse ganado el partido de unas elecciones, y después ese mismo individuo salte y se enardezca como un verdadero gilipollas enarbolando los colores de la patria costrosa que hace posible el acto de ese robo que le indigna, babeando por unos mendas que se acaban de llevar trescientosmil euros cada uno, por haber ganado el partido de una copa, tan contento de ser el pasto que hace posible el triunfo de esa pasta? Señores… Déjenme a mí disfrutar en vez de esa coreografía de regateos y carreras luminosas, que tanto ha conseguido enardecer a todos, del espectáculo oculto de toda esa mara sumergida que trabaja para hacer realidad toda esa magia, si bien alucinante, al cabo tan fatua como cualquier juego de manos. Que eso si que es un monstruo gigantesco de un esfuerzo atroz y silencioso digno de ser mirado en toda su grandeza. Es difícil mostrarlo con un nombre. Es esa voráquina multidisciplinar que forman desde esos millones de chinos currando como tales sin parar en fábricas de concentración para elaborar desde la más absurda de las merchandising a las cosas tan de base como los propios uniformes que lucen los atletas, hasta el ejercito ingente de elementos que va desde el marasmo de peones constructores de las obras gigantescas que albergan los eventos hasta el de obreros barrenderos y limpia váteres y gradas de todos los colores que hace falta después para el mantenimiento, pasando por todo el montón de técnicos eléctricos, de sonido o de organización y de mantenimiento, y comentaristas y cronometradores, y expertos en comunicación y en aéreas nutricionales y de seguridad o doctos en entrenar los doping de las drogas para que no den positivo en ningún caso cosas que puedan afear lo que ha de ser divino en su belleza. Todo ese derroche de energía visto de unidad en unidad en cada detalle de las grandezas y miserias de cada uno de los elementos que lo forman. Ese magma bullente y gigantesco no se puede describir. Sólo puedo llamar tu atención sobre él para que trates de verlo como yo lo estoy mirando. Esa es la competición espectacular que a mí más me interesa en este tipo de quehaceres. No sé a quién correspondería subir al podium de esta competición, ni a qué dios habría que ofrendarla, ni que himno habría que tocarle al que fuera ganador del rollo de esos juegos, ni si a alguien habría que descalificar por violación de no sé que reglamento que, cósmicamente hablando, no se tuviera jamás que violar y que sin embargo, como es lógico, sistemáticamente se viola. Ahora se me viene a la cabeza el sueño de uno de esos cientos de miles de cerdos que han sido comidos olímpicamente durante las celebraciones. Porque también hay que mirar siquiera por un rato al alma de todos esos seres que han servido de alimento con sus carnes al esplendor mundial de la olímpica quincena. He tenido un sueño, le he oído decir al cerdo de mi sueño a otro cerdo colega de jaula en la granja de exterminio donde tiene lugar el trascurso de su vida, he visto como al final de toda esta vida de prisión en la tortura para engorde acelerado que sufrimos, mis carnes queridas van a servir de alimento a un atleta que va a superar el record de salto con pértiga y a un gordo empresario de Brasil, que por no sé que extraña coincidencia va a comer un par de veces en el mismo comedor que los atletas, así que, aunque sólo sea en esencia, además de volar por las alturas del aire y de la gloria en un cuerpo grácil, voy a formar parte de otro muy rico, que aunque no en el sentido que ahora tengo de jugoso, si va a resultar en ser mucho más cerdo que yo. El que no se contenta es porque no quiere, le contestó el cerdo compañero de jaula. Y siguió comiendo, como se esperaba de él, igual que el otro, pero sin buscarle lado bueno a su asquerosa vida. Queda por discernir, a qué coño exactamente viene aquí este cuento de guarros, y si alguno de ellos dos, en cualquier caso, fue realmente más feliz que el otro y, en caso de que fuera el cuento así, si fue el más feliz el que buscaba la positividad en el karma o el que aceptaba el karma sin positividad.

Postdespués:
Pos después, ya acabado el post de antes, resulta que no he podido escaparme sin ver la de clausura.
Sí, estaba mirando las estrellas del pozo sin fondo del cielo de la noche, en la terraza, tumbado bocabajo a él encima del colchón, cuando llegaron a mi oreja desde la tele acordes creo que del Wish you were here de Pink Floyd. Y me dije, la ceremonia de clausura. Y me bajé a verla y me vi todo lo que quedaba.
Creo que si algún resumen tuviera que hacer de ella es que ha sido un cántico triunfal a ese espacio generacional que es el mío y que es el de los que ahora mueven la pala de la pela de este barco sin timón en el que no va a callar la banda aunque se hunda. Hay que ver qué cosas veo mientras veo en la superescena ininterrumpida del estadio no sé que viejos que dicen ser los Who’s, y el Fredy Mercury comprimido en holograma extemporeo y tridimensional de un muerto siempre joven y atractivo de sexo eternamente incendiario y revoltoso … Qué de claves para la comprensión de los intríngulis sociales y de sus devenires surgen contraponiendo aquellos jóvenes contestatarios con estos viejos aún sin contestar. Esas generaciones de este Occidente que no están libres de la culpa de las guerras pero que es como si no la hubiera habido en realidad durante setenta años ni nunca más la haya. Jugando a darse el gusto de ver puesta, desde el poder de su tercera edad, aquella simbología que tratara el Poder como locura, de banda sonora de la locura de su sueño despertado en el Poder.
Y pos claro que me he quedado mirando todo ese estallido de color y pirotecnia tan grandísima de medios y espectáculo. No soy ciego ni tonto. Ni es mi caso crítico el de ningún tipo activista resentido ni antinada. Y siempre me ha encantado el artificio de los fuegos. Pero cuántas conclusiones. Todas con algo de sardónico en el regusto final. A lo largo de esa contemplación. ¿Celebrarán dentro de cincuenta años un acto de clausura de este tipo de juegos con una celebración así por parte de unos viejos que ahora son los jóvenes estos que están como perdidos y no contestan nada? ¿O se habrá roto ya entonces para siempre la trayectoria de la historia que ahora han vendido todavía como inquebrantable y entonces no podamos hacernos ni una idea de lo que será lo que sea? Contrapongo lo que debieron ser aquellas olimpiadas de la Atenas de Pericles, sólo visibles desde dentro del estadio, con luz de antorchas en las noches, y estas de apoteosis tan electrónica y global, con ese despliegue de escena cuasi cósmica, y me digo que el Futuro ya está aquí, y que vaya mierda que ha resultado ser el Futuro. Después me entretengo pensando en cómo aquellos atletas ganadores clásicos serían seducidos y manoseados por los ricos del entonces que sintieran el gusto de darse ese placer con el interés que cada uno tuviera, y los de ahora, igualmente convertidos en la picota de todo tipo de interés manejado por sus managers. Y alucino. Con lo que el mundo es desde que el mundo ha sido. Todo el toma y daca entre la parte negra y la parte blanca de todo ese torrente que junta en el mismo albañal los dineros y las genialidades.



Algunos flases sustanciosos:
Uno muy bueno, por lo macabro, es el del detalle de parar en seco, de repente y por un instante, el ritmo apoteósico del espectáculo final, para centrarse en poner solemnemente el Himno Griego, mientras suben a toda pompa la bandera de la Grecia actual, como si tuviera algo que ver esta con aquella con cuyo misticismo tratan de hacernos sentir reasociados, y sin que importe en absoluto cómo lo están pasando los griegos de ahora por culpa de esa misma maquinaria que les usa en forma tan particular y descarada para sacrosantar con aromas de oráculos antiguos la celebración divina de su actual mercado de valores corrompidos.

El de los vencedores mordiendo picaruelos, para los fotógrafos, los falsos medallones que acaban de ganar. Que me parece un guiño muy significativo y por eso lo he puesto como imagen. Por un lado porque algo se me antoja cuando menos de curioso, en lo que se puede concluir comparando aquellas coronas de olivo y estos oros, para más detalle falsos. Porque ese gesto de morder probando la autenticidad, desde siempre asociado a lo más vil del alma más mercante, además de decir mucho de lo que es en realidad hoy eso que llaman espíritu olímpico, y escala de valores de la sociedad, es encima un riesgo que puede dañar el trofeo para siempre, porque estas medallas son tan de mentirijilla como aquellas monedas de chocolate que comprábamos en los kioscos cuando niños, y aunque pesan más de 400g (el burro grande ande o no ande), solo tienen 6 de oro. Finísima capa que mejor no andar poniendo a prueba por si acaso. Y, ¿no es, llevar al podium ese aire infantiloide que se pone en el mohín ante la foto, consagrar en los altares de lo excelso el síndrome de Peter Pan al que son tan dados los actuales alevines y alevones de este mundo despiadado y rico con problemas de futuro?

Por fin vino lo del barrendero barriendo el escenario a son de sambas nuevas y entonces supe que las próximas iban a ser en Río y que Brasil explota algo parecido al sueño americano pero en tropical.
Y caí en la cuenta de qué era lo que hacía el rico brasileño en el comedor de los atletas del sueño de mi guarro.

Notas.
Merchandising. Se refiere a todo ese conjunto de sacadineros que son los suvenires y regalos y adornitos conmemorativos, que van desde los calzoncillos con la banderita o log de turno a todo ese montón de objetos sin sentido, prácticamente todos iguales de horrorosos que suelen adquirirse en plan recuerdo. Suelen ser especialmente feos los que representan eso que llaman, la mascota. No sería mala idea, para la salud social, poner una multa al que comprare, o vendiere, uno de esas cosas, en nombre del decoro, en vez de hacerlo a quién ejerza o use de la prostitución.

En definitiva:
Sí, claro, algo de magnífico hay en todo este tinglao competitivo. No se me escapa. Eso de tratar de alcanzar un ideal. Pero yo prefiero ver el brillo que tenga esa grandeza, en vez de en el tarariro tararará del espectáculo oficial, asociándola a la historia de esa atleta negra que ha muerto ahogada, frente a las costas del mundo de estas celebraciones, mientras trataba de entrar en una patera al juego de la competición que no le dejaba otra. Sí, sé que al final puede que sea la misma vaina. Pero mil veces más esplendor en los ovarios y cojones de uno de estos negros, que en cienmil opositores a carreras funcionarias y de esbirros, que no hacen otra cosa que correr tras de la oposición que les coloque en puesto fijo, en la seguridad que creen que da el ir en el barco del que no saca jamás el pie del plato, desde que tienen uso de razón.
Permitidme que me ría sin embargo, de que resulte al fin que, como ahora, también zozobren y se hundan las balsas de currículos en que estos se creían tan estables. Al fin y al cabo, en esta Vida, como en el Mar, por definición, las previsiones nunca pueden ser seguras. Y tal vez radique ahí lo único verdaderamente interesante de toda la Película.


Y resumiendo:
Que en todo este despliegue de teatralidad tan finamente coregrafiado, veo algo así como una Especie más perdida en el Espacio-Tiempo que un burro en un garaje, dando armoniosas coces de ballet en una pretendida escena sideral.

Y paro y cuelgo, que ya se me ha vuelto a pasar el tempo del momento del evento y la noticia y estamos ya de lleno en la próxima olimpiada. El retraso ha sido ocasionado por causas dentro de lo trágico, que al cabo también es algo griego de nominación, pero eso ni justifica mi tardanza ni viene al caso. Y para el caso, en cualquier caso, ya está bien de jeremiar.

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