1 ago 2016

Rollos matutinos 101

Confluencias
Este está siendo un año de percepciones cosmológicas. Llevo meses siguiéndoles el rastro a Marte y a Saturno, en su juego alrededor de Antares en Escorpio. Cada noche me tumbo en el colchón de la terraza y me dedico un rato a seguir su paso por el cielo de la noche. A mi vista, los dos planetas y la estrella conforman con la especial intensidad de su brillo los tres vértices de un triángulo que resalta entre todas las estrellas de su zona. Sus ángulos van cambiando con el tiempo. Hacen falta semanas para poder apreciarlo a simple vista, pero lo cierto es que esa relación está cambiando a cada instante. También cambia a cada instante la posición celeste del conjunto que forman en su baile con Escorpio, que va acercándose cada día un poco más a su ocaso. Y nosotros también, cambiamos a cada instante de todo. Cada uno de los electrones de cada uno de los átomos de cada bicho viviente de aquí abajo está cambiando de posición en sus giros nucleares sin parar. Y así también las fichas del parchís que juegan mis vecinas ahí abajo a pocos metros del colchón desde el que yo contemplo el trascurso de los astros. Cada noche se reúnen y se tiran hasta las tantas jugando al parchís. Mis vecinas. Poniéndole sonido de liza femenina y cubilete a mis contemplaciones. Otro rumor, también ciertamente un poco molesto a la mística del trance de mi contemplación astral, me llega desde la terraza de otro vecino de al lado, y también es repetitivo como el del parchís de las vecinas de abajo y consiste en el parloteo ininteligible y característico de un locutor de radio de esos que no paran de hablar por que en su monótono contar de lo que cuente sin parar consiste la totalidad de su programa y la asiduidad de sus oyentes solitarios, emitido por un transistor de esos pequeños de elementalidad antigua y sonido de baja calidad. No sé por qué me resulta tan desagradable el soniquete, a pesar de ser tan tenue. Seguramente, por que me recuerda a un cuñado mío cuando mi adolescencia, que oía siempre ese mismo tipo de programas, con ese mismo tipo de aparato, que llevaba con él siempre encendido a todas partes, y ese mismo volumen, y ese mismo tipo de postura física e ideológica con la que mi vecino escucha el suyo ahora. Tal vez sea el ver que ese tipo de ideología radio auditiva perdure tan exactamente igual a lo largo de los tiempos lo que me irrita del soniquete del transistor que me obliga a escuchar mi vecino ahora que contemplo las estrellas tumbado en el colchón de mi terraza. ¿Cuántas veces habrán completado Marte, Antares y Saturno el ciclo del ciclo de su baile sin que la emisión y recepción de esos soniquetes radiofónicos hayan cambiado de forma, no sé ya si de mensaje pero de modulación, todavía? No sé si es buena conclusión el decir que por más que no paremos de movernos en todas las órbitas posibles, siempre estamos determinados a estar dentro de los parámetros de unas órbitas marcadas por el trazo gravitacional de la costumbre que sólo pueden romperse con la liberación de enormes cantidades de energías para pasar a definir otras de inmediato. Pero la idea me da por una parte algo así como alegría de haber descubierto una especie de ventana interesante de comparación entre el macro y el micro, y por otra un tremendo hastío directamente emparentado con el más puro aburrimiento, de cuyo sopor me evado centrándome en percibir la enormidad del espacio del Espacio, y la interminable sucesión de enigmas y misterios que esconde en cada uno de sus rincones tanto hacia lo infinitamente grande como a lo infinitamente pequeño. Y así me quedo ya sin pensar contemplando cómo se mueven los planetas y las constelaciones, en la parte de lo grande, y como ese mismo tipo de movimientos generan, en la escala atómica de lo pequeño, la atención de mi vecino hacia lo que le cuenta la voz metalizada de su radiotransistor y la alegría, o el temor, de comerse unas a otras las fichas en la lucha del parchís que enfrenta a mis vecinas. La cosa en su conjunto puede ser interpretada como una maravilla grandiosa o como una insignificante puta mierda. Eso sólo puede decidirlo cada observador. También puedes ponerle a la escala si quieres todos los grados mediocres intermedios, si así te place más. O hacer como yo en aquel momento, dedicarme a disfrutarlo sin la menor intención de valorarlo en ningún tipo de su cósmica mesura. Tenía un ejemplo de lo que construyen la maquinaria del giro de los átomos de un sector sensible de mi entorno, provocando entre otras cosas el juego circular del movimiento de las fichas de un parchís sobre un tablero. Quedaba por lucubrar qué tipo de parchís estarían realizando en su nivel el juego del movimiento universal del que eran parte Marte y Saturno, y la constelación de escorpio. Y a ese dilucide me puse más o menos de forma relajada hasta que llegaron los mosquitos.

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26 jul 2016

Rollos matutinos 100

Exceso de cultos
A ver. Cando tuve el flash lo vi muy claro, pero es difícil traerlo aquí a explicar. Cuando ocurre la idea siempre es por ahí y es como un fogonazo hipervisual que yo disfruto enteramente como un rico documento que todo lo recoge pero que luego traerlo aquí no es nada fácil. Y claro, aquí es donde estás tú y lo que no consiga traer aquí para ti es como si nunca hubiera existido. Y por lo tanto, para mí tampoco. Así que, a ver: La cosa empezó con un cruce de flases conceptuales. Sí. De pronto, pensando abstraído en el mundo del Coletas y su banda de ólogos de nueva generación se me iluminó el de una gordita estudiante universitaria de Biología que me encontré un día hace ya años en una entrevista de la tele metida en una barca en el Estrecho llena a rebosar de más biólogos. Creo que ya te lo conté entonces. Pero te lo vuelvo a contar a ver si logro enganchar la idea que persigo para traerme de ella aunque sea un cacho de su cuerpo, como intentaban hacer ellos con un arpón con las ballenas. Sí, porque a lo que estaban los de la barca de biólogos en el Estrecho en aquél reportaje de la tele era a la caza de poder arponear alguna ballena que encontraran. Y el flash que recuerdo es el de la gordita, excitadísima dentro de su chaleco salvavidas, henchida de sapiente frenesí, explicando al borde de un orgasmo vital a la periodista que le hacía micrófono en mano la pregunta, que su trabajo era muy importante, que se trataba de investigar las consecuencias de la contaminación y de los cambios del medioambiente en la vida de las ballenas. Porque había que intentar hacer algo porque la situación era muy grave. Y era a lo que estaban allí, expuestos a todo en medio del océano. Lo que a ella le estaba poniendo en el paroxismo de la felicidad del logro, tanto de su carrera como de su realización personal. Pero para alcanzar la satisfacción de todo eso tenían, primero que encontrar alguna a tiro y luego conseguir clavarles un arpón que les dispararían con una especie de cañón propulsador que ya tenían preparado apuntando por la borda, para después traerse a la barca de tirón prendida a la punta de su ingenio un cacho de ella, que sería la muestra que formaría el cuerpo de un montón de razones de estudio y de consecución de posibilidades de subvenciones, trabajos, y posibles éxitos científicos de aplicación incuantificable. Preguntada que fue por la reportera sobre si eso que decía no supondría cuando menos un dolor para la ballena, viendo la magnitud del pincho de la punta del arpón, contesto enseguida que no, que para nada, que sólo se les quitaba un poco de grasa y que las ballenas de eso tienen demasiado y son muy grandes. O algo así, contestó enseguida, fuera por completo de que tal posible inconveniente fuera razón que pudiera aunque fuese eventualmente suponerle a ella bajar del globo de científica en ciernes, defensora de todo lo bueno además, en el que en ese momento empezaba por fin a cabalgar, después de tan largos años de estudios, dispuesta a seguir montando esa montura ya toda su vida, cada vez más alto y más deprisa, hasta alcanzar las cotas más sublimes de la realización que corresponde soñar a los científicos aunque haya que pasar por encima de algún que otro pellizco a alguna que otra ballena. Recuerdo que a través de ella vi claramente en el instante el peligro ecológico total que significaba que una parte masiva de la ya crítica sobrepoblación humana del planeta se estuviera dedicando a doctorarse en todo tipo de ese tipo de cosas haciendo que, por sobrepoblación de doctorados, que necesitarían ejercer sus requetestudiados títulos, los animales necesarios a someter a sus trasteos pronto alcanzarán un número crítico y pronto ya no quedarán especímenes ninguno de los que aún están sin anillar sin estarlo con cuatro o cinco anillos de cuatro o cinco estudiosos diferentes. Y aún entonces, todavía, sobrarán millones de anilladores, en paro, protestando imparables, deseosos de seguir anillando porque si no a ver qué.
Sé que en aquel momento también me enseño el flash de la película que vi que lo mismo pasaba con la mayoría de las otras ologías y uras y inas que estaban masivamente produciendo por un tubo chorros incuantificables de titulados, licenciados y doctores sin parar. La conexión más inmediata fue, claro, la referente a la de los de la arquitectura, que si todos los arquitectos que pronto iba a haber en el mundo tenían que construir aunque sólo fuera un par de casas harían falta no se yo cuantos planetas de solares. Pero eso pasaba igual con todas las disciplinas del saber homologable. Y si el fenómeno encerraba un peligro global claro, en las que tenían un aire así como que romántico de defensa medioambiental tipo heidiano, como era el caso de la bióloga de la barca del estrecho..., qué no sería con las que llevaban en sí mismas, de por sí, y en su propio fundamento caracteres más bien relacionados con lo maquiavélico. Y, entonces...
Oye, y entonces no sé qué más sabría yo haber dicho, pero ahora mismo es verdad que no sé yo ya cómo explicarte qué era exactamente lo que me conectó en la cabeza este flash de la gordita en la barca llena de biólogos en el estrecho tras una ballena por ahí que arponear en pro de solucionar su peligro de extinción con lo de lo de la politología de redentor de Pablo Iglesias. Pero sé que en aquel nexo de figuraciones que sufrí se me mostraron claves importantísimas sobre la película que viene y en la que él es ya sin duda un actor no tanto de talento como de renombre. Claves tan claras vi, que puede que tuvieran hasta algo de spoilers. Y creo que quizás... Pero, mira, a lo mejor, lo mejor es que, en vez de escornarme en intentar contarte más, te deje aquí a ti solito que intentes ver si logras que a ti también te salte en la cabeza la chispa de magín que arranca el flash de las visiones, por si resulta que lo consigues y la tuya también te dice algo interesante. Ya que entonces, tendría algún tipo de razón el haberte contado todo esto.

Y si no, pues qué se le va a hacer.

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29 jun 2016

Rollos matutinos 99

Batacasso
Cuelgo aquí como resumen de todo lo que pienso del resultado electoral lo que les mandé a mis colegas el lunes 27, la mayoría de ellos muy podemófilos:

Solos no se pudo conseguir del todo. Unidos, efectivamente, se ha podido. Rajoy es ya un hecho incontestable desde ningún tipo de razón. Los dioses sabrán por cuanto tiempo más. Todo un logro conseguido no sin duro esfuerzo. Estaba cantado, desde la acampada de la memez en el 15-M. Os lo cuento para que os hagáis ideas de mi calvario, yo que lo tengo claro desde aquel mismo instante fundacional. Lo sabéis, porque no he parado de avisarlo.
Ahora ya no hay remedio. Yo por mi parte, hacía ya más de dos meses que no miro ningún telediario y paso sólo por encima de los titulares periodísticos y sólo busco aquellos comentarios que hablen de la aburrida retórica política por encima de la aburrida retórica política, que nunca puede ser, por definición, más que una retórica aburrida, por mucho que se haga en plan griterío como en los chous basura de ahora. Claro que me va a quedar el terrible empacho de tener que aguantar el empalago horrendo de un Rajoy reconstituido después de haber estado casi muerto. Por supuesto también, que todas esas mangonerías de gobierno que arrastra con él, incluido lo del ministro del interior, que creo que es lo peor de todas esas prácticas, han quedado bastante solucionadas, también para un futuro próximo y hasta que lejano. Como muestra de lo que nos ha caído encima, valga la foto, de El País Digital, que en eso de las fotos no tiene competencia. (Lo más grotesco de la escena, incluido lo del incalificable beso, es la Santamaría en sí).
Como siempre he dicho siempre que os he mandado avisos telegráficos como este del pasmo que veo venir, os quiero acabar con un, ojalá que me equivoque. Ojalá que sea por completo mi equivocación. Ojalá oh dioses, me evitéis por lo menos el tener que tragarme la papila pegajosa de un Rajoy vanidoso y requetepuesto.
Pero visto lo visto...

Cuentan que debajo del balcón del beso el personal pepero gritaba enardecido: ¡Sí se puede, sí se puede, sí se puede! Lo que recrea la imagen perfecta de la situación.

Post scriptum:
Tengo que alegar que, encima, febrilmente consciente de a lo que nos iba a llevar lo de repetir las elecciones, me tocó ser presidente de la mesa electoral. Batalla que me sorprendió en una situación personal bastante terrible y que casi acaba conmigo ayer. Así que, si ya de por sí era grande el repulús visceral, rayano ya no sólo en lo absolutamente subjetivo sino que en lo enfermizo, que me causa el personaje del Iglesias, figuraos lo que llegó a ser mi fobia en las circunstancias que os describo. Quince horas y medias duró el terrible proceso de mi deber ciudadano. Por suerte, al final, con todos sus detalles de congoja (algunos, cómicamente perduran hasta ahora), hasta puedo decir que la experiencia tuvo su punto. Todo sea por mirar el lado positivo de las cosas. O el gracioso, o el yo que sé cuál. Ése que más nos vale aprender a buscar de aquí en adelante.

Un abrazo.

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Personajes 15

La memez
Algo sobre lo que me ha inducido mientras desayunaba la niñez de El Bosque Habitado. No es nuevo. El rechazo que me causa la puericia de ese programa de radio. Desde las primeras veces que lo oí pensé, pues mejor que se pierdan todos los bosques del planeta por todas las causas execrables que pueda producir la parte más retrógrada de la Humanidad que tener que escuchar una sola vez esta memez para intentar remediarlo. Pero hoy ha sido especial. Lo que me ha sugerido el tono empalagoso de esas voces melifluas y ñoñas, que en vez de estar hablando de problemas medioambientales serios parece que están acunando a niños tontos con cuentos de hadas en los que a pesar de haber madrastras malas todo es un mundo donde acaba radiando la energía positiva del amor más infantil, que en definitiva es lo que forma el Ser de una supuesta Naturaleza que ellos parecen ver y que de ser, sería no solo insoportable sino que letal para la vida misma. De pronto, mientras me comía la tostada con la mantequilla que le han quitado a las vacas esclavas de lecheras industriales y la miel que tenían en sus panales las abejas que la habían almacenado para el consumo de su comunidad, he dejado de oír exactamente la tontuna en concreto de la que la locutora estaba hablando por teléfono con otro menda que también debe vivir de la teta administrativa de la conservación de la naturaleza, y me he puesto a oírla en otra cantinela que podría ser también el objeto de otra conversación similar en el mismo programa cualquier otro día en que la cosa versara sobre la explotación sostenible y razonable de la ganadería frente a la barbaridad industrial que vivimos ahora en ese campo. Quizás haya sido porque enfrente de mí tenía la paletilla de un guarro pata negra que antes de verse con su pata disecada ahí encima de la balda de mi cocina fue feliz comiendo bellotas libremente en una dehesa de por ahí de alguna parte de la serranía cacereña. Y mientras la oía, a la locutora, en ese supuesto programa que sería muy plausible en la onda de su estilo, explayándose sobre la posibilidad tan amorosa que supondría que dejara de haber explotaciones terribles de crías de cerdo como esas que existen por millones a lo largo del planeta en las que los pobres guarros no salen jamás de los jamases de sus jaulas pestilentes y pequeñas y donde, las guarras de crías paren en estrechísimos lugares donde ni siquiera se pueden rebullir ni levantar para que sus tetas queden expuestas todo el tiempo obligatoriamente a las crías, que tampoco van a ver nunca la luz del sol ni a sentir el roce del viento ni la caricia de la lluvia en toda su vida como ella, y que ese tipo de relación con esos animales pasara a ser, pues eso, amorosa, como tendría que ser todo en esta vida, como sería todo si no fuera porque el Hombre ha pervertido esa amorosidad, que fluye siempre naturalmente de la Naturaleza, por razones de avaricia inducida, en absoluto por razones que estén relacionadas con la esencia profunda de los hombres como especie, sino por razones económicas mezquinas de las que sólo son culpables un grupo de malos que es a los que tenemos que hacer ver entre todos los buenos, lo malos que son para que dejen de serlo y así se vengan con nosotros a vivir la bondad de la inocencia del paraíso terrenal en el que nunca deberíamos haber dejado de vivir todos los seres. Y yo he seguido, mientras seguía comiéndome con fruición esa tostada con esa miel y mantequilla que le han quitado ese ejercito de proletarios mal pagados de varios oficios a esos animales explotados por ellos para mí, imaginándome ese cuento del guarro feliz que, en concreto, sí es el del guarro que ha dado su pata delantera para que se la embalsamen para mi consumo. Y he visto, desde un punto de vista globalmente cósmico, la verdadera cualidad de la felicidad de la guarra madre, que le da la teta a sus guarrillos contenta de criarlos para que vivan felices su vida en la feliz naturaleza que gira con el planeta en el Sistema Solar alrededor de no sé cuantos puntos galácticos y universales para que, llegados a una edad, no demasiado talluda para que no lleguen a dar jamones correosos, les llegue la hora del sacrificio de dar sus tiernas carnes a una especie superior que, a lo mejor, resulta que tiene especial enchufe con el Creador del Sistema, o en cualquier caso, conforma no sé qué clase de clase superior en una escala del Conocimiento de graduación imparcial dudosa. Y os juro que no le he visto al cuento ninguna gracia dulce, ni graciosa, como para que se pueda hablar de ello así, con esa memez insoportable. Y siempre me ha parecido que ese tono insulso en lo dulzón, en esa forma de apreciar la que en definitiva es la esencia de la escala de poder en la posición evolutiva, no sólo me parece insoportable, sino que me parece una pecaminosa falta de respeto. No sólo con todo lo que mantienen con su necesario dolor nuestra existencia, sino con lo que de verdad supone la cadena funcional de la Naturaleza.
Pero además, descubro en mis lucubraciones que, en el caso concreto del guarro propietario de la pata que ha pasado a ser mi jamón, esa supuesta escena feliz de la madre no podría ser tampoco ni temporalmente cierta porque parece que entre los cerdos pata negra, las madres que tienen pedigrí son todavía más explotadas si cabe que las otras. Obligándolas a parir hasta el horror más terrible que se pueda imaginar. Lo vi el otro día en uno de esos reportajes. Luego no podría ser tampoco cierta esa escena bucólica guarril de dar teta amorosa en el caso del cerdo de la pata de mi jamón. Y vuelvo a imaginar ese programa imaginario en que se hablara de esa supuesta diferencia entre la cría animal industrial industrial y otra con uso de la dehesa en parte del tiempo de las vidas de los cerdos, y oigo la voz de la mema locutora diciendo, bueno, pero por lo menos no es tan terrible como lo de las granjas, ¿verdad?... Y yo me veo ahí preguntándole hasta qué punto de permisividad del horror ella estaría dispuesta a tolerar si fuera el Cesar de toda esta movida, o el guarro de la pata.
Porque la Memez, con frecuencia, además de mema es hipócrita hasta no poder serlo más.
Señora del bosque habitado, claro que lo que estamos haciendo con el medio en que vivimos es una locura irresponsable, pero, ya es usted mayorcita, casi seguro que desde hace ya demasiado tiempo. Y tiene que saber que el Bosque, como hábitat, o la Selva, si quieres ir a un bosque aún más de verdad, es un lugar siniestro como la propia vida, en el cual, para que ésta se mantenga, hace falta que no paren de ocurrir entrelazados y a todas las escalas los peores horrores y los mejores goces que se pueda imaginar. Pero que a mí, sin embargo, pese a verlo tal cual es, me encanta.
Creo que si acaso, en la tremenda matanchina que supone el Bosque, sólo se podría librar de culpabilidad a los saprofitos.

Y cuando te oigo eso de “¡Arriba las ramas” como forma de saludo que mete a los árboles como si fueran gilipollas, no puedo dejar de pensar que por culpa de la Memez te estás perdiendo vivir la impresionante realidad del Bosque y, casi seguro, la de la propia Vida.
Y puede que no seas tan mema como pareces, y todo sea sólo una cuestión de timbre de un tono. Pero entonces te tengo que decir que hay tonos que no le hacen ningún bien a según qué ciertos temas.

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Rollos matutinos 98

Captura de un instante
Un momento de felicidad que disfruto con consciencia plena: Es de noche y estamos preparando la cena. ¡Voy a hacer un Wok de verduras con carne picada! En el equipo suena una selección de música que Domingo tiene en un pendrive. En concreto en este momento en que capto en la consciencia la felicidad de ese momento, es una canción de Amy Winehouse. Y mientras pico la verdura para saltearla, disfrutando en ir pensando en cómo y de qué manera voy haciendo para que me salga lo rico que me va a salir, me asalta la clarividencia de estar viviendo una felicidad total. Total. No cabe duda. Incontestable. Ni siquiera tengo que pensarla, para sentir ese gozo tan intenso como básico que el paso de mi tiempo por ella me procura. Sólo dejarme ir viviéndola en esa perfecta armonía que todo lo llena. No necesito nada. Y nada me sobra. Y tengo la seguridad de que el sólo momento ese que está trascurriendo, dure lo que dure, tiene todo lo que hace falta para hacer suficiente el significado de toda una vida. Y centrarme en el consumo del trascurso del tiempo en el que se va perdiendo el instante tranquilamente para siempre sin parar es lo que aumenta el gozo del disfrute de esa felicidad. Me veo de todas formas y en todas las posiciones. Desde completamente dentro de mí cuerpo y del momento que se fuga mansamente, a algo parado fuera de todo por completo como si fuera algún tipo de soporte en el que recoger grabado lo que se está yendo hacia el pasado sin cesar de acontecer. Lola duerme sobre su manta en el suelo de la entrada de la casa. Domingo está mejor ya de su gripe sentado a mi lado en la cocina mirando como preparo las verduras, seguro de que el día peor ya ha pasado y con ganas de comerse lo que se prepara. La Luna está llena a un cuarto de su paso por el cielo y Júpiter, en todo lo alto, relumbra tanto junto con tres o cuatro estrellas que ni la claridad de su luz puede apagar su brillo. Sietemilmillones de humanitos viajan conmigo en el mismo Globo cada uno caramboleando con su bola en este viaje siderotemporal. Y todos juntos no somos más que una partícula atómica de algo de lo que no tenemos ni puta idea de lo que puede ser, pero que los que se comen matemáticamente el coco dicen que se expande a una velocidad vertiginosa.
Sin embargo, el ritmo del transcurso de paso del tiempo de mi momento feliz preparando el wok de verduras era tan placentero que parecía cualquier cosa menos estar inmerso en un proceso material vertiginoso. Y sin embargo, cósmicamente hablando, debe de ser así, qué duda cabe. Acabo de volver a subir a la terraza y ahora ya, la Luna está en su cenit, Júpiter sigue brillando igual pero ahora a un cuarto de su ocaso y, el que llega rojizo a la mitad de su zénit es Marte. Todo lo cual viene a decirme que es justo la confluencia astral precisa para que me vaya a la cama.

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18 jun 2016

Rollos matutinos 97

 Abstracción
Dicen hoy en una de esas noticias sobre curiosidades de la ciencia o de la vida, de la que tanto creemos conocer, que en algunas granjas de gallinas hacen pasar cada día por delante de sus jaulas una plantilla con la figura recortada de un gallo de perfil con una buena cresta. Para inducirles la producción de huevos. Le cuento a un amigo mientras paseamos a nuestros respectivos perros por el campo. Es que la gallina es uno de los animales más tontos que existe, me contesta mi amigo, seguro de la veracidad de algo tan conocido por todo el mundo como es la total simpleza que las caracteriza. Y entonces, madre mía, pienso y veo con tanta claridad que soy hasta incapaz de compartirlo con mi amigo, qué es lo que somos nosotros los humanos, con nuestra prepotente sabiduriísima, que creemos hecha a semejanza de los dioses, enganchados masivamente a esos juegos de sombra que son la pornografía a la que tantos, alrededor de todo el planeta, a toda hora y en cada momento, están enganchaditos mirando sus pantallas. Después medito un poco más en el silencio que la profundidad de esta visión comparativa me ha abierto por un instante en mi pasar por el Espacio-Tiempo, y voy viendo claramente cómo no solo son pornógrafas, las crestas de los gallos que reconfortan o exasperan al género Humano. A ese mismo tipo de impulso pertenecen las banderas, las estampas religiosas, las fotos de los líderes, y en general todo el gusto cultural por cualquier tipo de imágenes. Ese juego de colores impresos que es la base y el soporte primordial de todas las actividades de nuestras culturas, incluida la mahometana, que tanta rabia las tiene que las prohíbe tajantemente desde el principio fundamental de sus más rígidos preceptos, sin que hayan conseguido dejar de pirrarse por ellas. ¡Somos en verdad gallináceos implumes de uña plana! Y en nuestro caso no sólo libinideamos cosa mala bajo el efecto de ciertos estereotipos de cartón que nos pasen por delante, sino que por algunos de esos símbolos somos capaces de ponernos a matar. Por un momento siento una vergüenza cósmica terrible que sólo se me aplaca cuando pienso que tal vez no haya en todo el Universo ningún tipo de sensor consciente capaz de valorar este tipo de cosas, y entonces da lo mismo. Luego, ahora mientras escribo, me digo que en realidad ese mismo mecanismo intelectual que origina la ovulación de la gallina ante la sombra de una cresta recortada, es el que forma toda nuestra lucubrería. Y esto que hago ahora de darle aquí a la tecla no es más que intentar excitar algún tipo de sitio de mi coco con una especie de cresta de gallo que yo mismo me bordo con un montón de signos, esta vez todos en blanco y negro y uno detrás de otro. Y entonces comprendo que, para que mejor cuadren las cosas del intento de saber, lo que habría que decir es que en realidad esa ovulación que experimenta la gallina ante cierta figura geométrica es, lejos de una muestra de idiocia animal, toda una abstracción fruto de eso que convenimos en llamar inteligencia.
Entre otras cosas, porque esa es la única manera de quedarnos fuera del ridículo de estar en el grupo de los tontos.

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Rollos matutinos 96

Escena vital
Estoy escribiendo en el ordenador enfrente del balcón y en el jazmín juguetean dos estorninos que están de ligoteo. Me levanto y hago clac clac en el cristal al lado de uno de ellos porque pienso que son muy grandes y pueden acabar rompiendo algunos de los brotes tiernos que le están saliendo ahora. Se van. Pero vuelven. Me vuelvo a levantar y vuelvo a echarles de la misma manera. Pero veo que uno de ellos se queda en la casa de enfrente emitiendo unos graznidos terribles y haciendo unas alharacas que me intrigan. Abro el balcón porque pienso que así tomarán conciencia de que el jazmín no es un lugar tan tranquilo como parece y dejarán de venir a retozar en él, y entonces veo abajo al otro agonizando en la boca de una de las gatas y comprendo el chillerío del compadre, que se está quedando viudo. Es ese momento de la tarde en el que la noche ya se acerca y que de un momento a otro el ruidoso jolgoroteo de los pájaros se calla de repente cuando aún queda luz pero ya le queda nada a la tarde para empezar a ser noche. Y esta vez me parece que ese silencio repentino cotidiano de ese instante tiene algo así como de duelo. Y, de todas formas, me digo que he sido testigo directo de una escena sencilla que muestra lo más terrible de la vida, como casi siempre, doloroso para unos y un verdadero regocijo para otros. Es conveniente tener claro, si se quiere apreciar de verdad en lo que consiste la existencia, que este tipo de cosas no para de pasar continuamente, y en todo lugar, y en todo momento, a todas horas. Porque en realidad, no es que este tipo de momentos sea frecuente en la Vida, es que la Vida no puede existir si no es a base de eso.

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12 jun 2016

Rollos matutinos 95

Lo realmente importante

Estamos en la campaña electoral del 26-J. Entrevista televisiva del periodista puntero del momento a Iglesias y Rivera, líderes de los dos partidos emergentes que vienen a acabar con todo lo viejo pero cada uno contrario por completo al otro en su manera. Así que por lo tanto, tremenda audiencia asegurada porque la cosa tiene el morbo de que los dos nuevos políticos quieren vender su imagen de que el sí que pero el otro para nada. Y se van a dar caña. Y entonces, a la mitad del rollo, justo en el momento de más crescendo en el debate, llega el momento del minuto de publicidad vip que lo abre una anuncio del I-Phone, que trata de una niña que ha hecho con el último modelo un vídeo en primer plano del cuchillo de mamá cortando a rodajas sobre la tabla de cocina una cebolla de las rojas. Racarracarracarraca, caen magistralmente tomadas en todo su color abatidas por la hoja del cuchillo en la pantalla del dispositivo. Se asombra el padre, ¡Pero, ¿has hecho esto tú sola?!, la familia, los amigos… y en cada grupo de asombro se mete por instantes el racarracarracarraca del color que cae hecho rodajas en la pantallita del aparatito hasta que va entrando en certámenes, al principio de la Red, luego otros cada vez más importantes y racarracarracarraca en poco más de veinte segundos llega a ganar un premio que hace recordar la entrega de los Oscar. Y el premio es para... ¡Cebollas, de la niña...!, aplausos aplausos aplausos mientras aparecen por ahí esta vez en una pantallaca gigantesca detrás de la niña las imágenes de las coloridas rodajas de cebollas. Y ese es el momento en el que aparece en pantalla, silenciosa y sugerente, con estilo, la elegante marca del instrumento con el que se ha obrado el prodigio. El anuncio es de una calidad que asusta. En todo. En imagen, en montaje, en idea, en que se va viendo según lo ves el chorro de adolescentes y menos adolescentes que van cayendo por millares en el profundo pozo de la necesidad imperiosa de tener ese dispositivo con el que ellos que son tan listos que sólo necesitan eso para triunfar en el mundo del arte visual que se les antojara podrían, por fin, llegar a ser estrellas hasta de la cinematografía. Y yo me quedo en ese punto ahí viendo la ventana tan brutal que me está abriendo el anuncio al quid estructural de la realidad de la sociedad de ahora. La íntima conexión inseparable entre cualquier tipo de praxis social, cultural o socio política y el mundo del consumo y la ganancia. Y como esa conexión, que está ocurriendo, sin duda en la zona de lo primordial, define en el fondo de los fondos la cualidad del debate político, chísmoso o cultural, de la sociedad presente, en el que está inserto el anuncio como brillante en su montura. Porque, no cabe duda de que sin la necesidad de aumentar las venta de los productos de consumo no habría ese tipo de debate. Pero, sin ese tipo de debate, ¿seguiría habiendo ese tipo de consumo?
Y entonces me di cuenta de que había pillado la cola de lo verdaderamente formal del reportaje que había montado el Évole. Y que lo otro, la aburrida opereta de guiñoles que estaban enarbolando, aguerridos, uno enfrente de otro, un par de jóvenes memidiotas sobre no sé que tropel de cosas de siempre, medio envueltas en soflamas del cambio y de lo nuevo, durante hacía ya casi una hora, no era más que la escena necesaria donde representar lo que en verdad importa.
Y, mientras los candidatos seguían en su empeño de hacernos ver lo que les importaba arreglar el mundo, el anuncio, por supuesto, nada más ser lanzado desde su plataforma ya se había hecho viral.
El que compartía los otros treinta segundos vips era de un coche.

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1 jun 2016

Rollos matutinos 94

La circundivinación
Todo es mortal. Incluido el Universo. Así que también Dios. Aunque Dios pudiera ser que habite, si es que existe, en un universo distinto al de nosotros, donde tal vez no sea ni dios, sino un algo todavía más mierda que yo en este. A pesar de que pudiera ciertamente ser que fuera incluso nuestro creador y de que comparados nuestros tiempos de existencias, el suyo resultara venir siendo toda una completa eternidad. Hasta podría ser que tuviera allí ese pobre diablo, bajo nuestro punto de vista aquí tan infinitamente poderoso, tremendos comecocos sobre un Dios al que, según le cuentan sus rancios sacerdotes, tendría que temer como una insignificante creación suya que sería. Y también podría ser que fuera, según las leyes físicas que vienen a decir que todo es curvo, que Él también sepa que en su universo muere todo dios pero que tenga sus dudas de que su Dios pueda vivir en otro Universo diferente al suyo, y que, al igual que yo, no sea para nada consciente de que puede haber un mundo del que Él, resulta que de todas a todas es el Dios omnipotente.

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3 ene 2016

Rollos matutinos 93

Principio armónico

Así que, levantado que me hube el primer día del año, libre de resacas como todos los años desde hace mucho tiempo, y viendo que estaba haciendo una mañana como que de verano, me hice unos bocatas y me cogí el coche y me bajé a la playa a ver si de verdad estaba la cosa como para darme un baño. Por el camino de más de diez kilómetros de curvas que tengo de bajada desde las alturas frente al mar, en la radio pusieron en directo el concierto de año nuevo que tradicionalmente hacen en no sé que auditorio pero desde Viena. Y, a medio camino interpretaron El Danubio azul y no te digo nada lo que fue ir bailando con las curvas en mi viejo cochecito sobre aquél idílico paisaje al compás de ese vals tan magistralmente interpretado, que era como ir planeando sobre una alfombra mágica a través de un aire cálido y luminoso en un encuadre lleno de colores pastel de todos los aromas. Sí, dicho así suena como una cursilada, pero durante la audición de la ejecución de la obra me dije, joder, de verdad que es una pena no estar en una ciudad interesante y grande y no tener roce y vecindad con la gente creativa o al menos poder llegar a ser espectador de actuaciones como esta que está ocurriendo en este momento en Viena, pero qué gozada es de todos modos tener el privilegio que estoy teniendo en este momento, gracias a la causalidad, y a la tecnología, de darme este gustazo que me estoy dando yo ahora aquí, viéndome, solateras, en este sitio tan espectacularmente abierto al cielo, bajando a darme un baño en la playa el día uno de enero acoplándome a las curvas de la carretera al son de este ilustre vals tan magistralmente interpretado de música de fondo de la escena, como bailaba el trasbordador espacial aquel con la estación espacial aquella de la inmortal película del Kubric. !Pero con tanta luz y colorido! Mira mi cochecito y yo, sobre un cuerpo celeste redondo y azulado que gira como loco alrededor de un Sol que está en sus coordenadas invernales pero que es como si estuviera radiando la templanza de una luminosa primavera tan armoniosamente placentera como El Danubio Azul. Veo por un momento mi situación en ese universo de existencias que forma el conjunto de la masa biológica en la que algún tipo de causalidad me ha puesto a viajar a través del Tiempo por el Cosmos y me digo que desde luego, no sé dentro de un momento lo que pasará, porque tales son las leyes de la incertidumbre, pero ahora, coño, soy un puto privilegiado de la leche. Y el hacerme sabedor con la razón de estar disfrutando un privilegio me hace sentir aún más feliz de lo que lo estaba siendo por el hecho de estar gozando simplemente de la armonía del momento. 
          
Que tales son las cosas de la payasez humana.

Luego se acabó la música y yo seguí conduciendo en la nube de gloria a la que me había trasportado, hasta llegar a uno de los pueblos de la costa, y me di unos frescos chapuzones en el agua limpia y turquesa de una playa sin gente. Para celebrar la entrada del año con unas abluciones que, no sé si se podrían calificar de santas, pero sí, seguro, de más placenteras que la hostia.
¡Feliz año nuevo a todo el mundo empezando por mí! Me dije mientras me secaba bajo el sol luminoso con una toalla con aroma a limpio. Que todos los ratos difíciles que me depare el futuro sean como este. Propuse a mi destino, complacido, acordándome de Venus, que, según dicen, cada vez que se metía en el Mediterráneo recuperaba hasta la virginidad.
Bueno, yo no me atrevería a pedir tanto, sobre todo porque lo mismo interpretan los dioses  la petición hasta su último extremo, y la malicia adquirida con el paso del tiempo no me haría gracia a mí perderla, para nada. Pero una mejora general del chasis... ¿Valdrá de algo lo de invocar a Mefistófeles?... Vamos a dejarlo, que a lo mejor, si el año sigue así como ha empezado, puede que con las aguas de abril y el sol de mayo... me pase lo que al olmo de Machado.
De entrada parece menos tétrico, y, en cualquier caso, sería desde luego una transación mucho más propia de lo hispano.

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