17 jun 2009

Rollos matutinos 22


Chorra.

Yo es que alucino de colores. A veces veo lo que veo y me lo creo porque sé yo ya muy bien de qué va la Piara esta, pero alucino y flipo como si estuviera metido en un mal ácido. Ayer fue una noticia lo que me hizo alucinar: los vecinos de los catorce municipios de un valle que tiene una nuclear clavada en medio mitá desde hace cuarenta años están dispuestos a defender con uñas y dientes que siga en su valle funcionando aunque se caiga de vieja. Imagino que habrá los que querrán que se quite. Y adivino que no tendrán fácil hacer público su punto de vista en la vida cotidiana de una masa enardecida por seguir en su trabajo. Supongo que perderían estrepitosamente en una votación democrática. “Los que no soportaban tener al lado eso ya se habrán ido hace mucho tiempo”, dice Domingo y debe de tener toda la razón. Yo es lo que habría hecho. Los que se quedaron se han ido acostumbrando y montando al carro de mamar de esa teta extrañamente dulce aunque en potencia genialmente ponzoñosa. Y los destetes, aunque sean de tetas cutres, siempre son traumáticos para los abundios, esta especie de seres atraídos sin remedio por la costumbre y la monotonía del bienestar mediocre lo mismo que las polillas por la llama de las velas. Me han hecho recordar otro caso parecido. Fue allá por los ochenta cuando la reestructuración de la minería. Miles de mineros luchando como lobos por tener que seguir bajando a la mina. Su trabajo ya no servía para nada. Era antieconómico. Por fin se planteaba dejar de sacrificar vidas humanas, por el falso mito del bien social, al horror de ese trabajo. Pero de pronto los encadenados a él se revelaban exigiendo el despropósito de que se les subvencionara todo lo que hiciera falta el tirarse media vida metidos a cien metros bajo tierra respirando carbón como cabrones ¿Cómo se llama la silimatosis esa que pillan los mineros? Es bastante común y mortal en forma horrorosa. Les daba igual, ellos no podían pensar en vivir sin su mina y echaban mano de ese rollo del pan de mis hijos, a los cuales, de algún modo vinculaban a la mina, del mismo modo que estos que quieren seguir con la central vinculan a los suyos (y en este caso incluso a ti y a mí) por to’l morro a la cosa radioactiva.
-Cariño, ¿has ido ya a que te hagan la ecografía para estar seguros de que no estás preñada de un parto de tres cabezas?
Pregunta el marido mientras mira la tele panorámica en el salón del duplex acosado al que tiene derecho la familia por su trabajo potencialmente peligroso.
-Oh, sí cielo. Todo va como con el primero. No hay nada por lo que debamos preocuparnos. Cada vez está más demostrado que si salió así de simplón no es por un problema radioactivo sino genético de herencia.
Ah..., sí... !qué agradable cuadro! La felicidad común. Ved ahí como es verdad lo que dijo el gran filósofo: La felicidad, hoy día, consiste en ser tonto y tener trabajo.
De todas formas, algo hay diferente entre lo de la mina y esto. No se puede negar a poco que se piense. Aquello como que es más duro y más cochino de por sí y para los propios, y de un espanto menos repentino para los ajenos. Esto, como que debe ser todo muy limpio y muchísimo más fino para los que lo trabajan, y el horror que pueda conllevarles, con ser más catastrófico, es una cuestión de chorra, al fin y al cabo. Claro que el desastre sería muchísimo peor que en el caso del carbón, y mucho más extenso, pero eso, si no me importa lo que me pase a mí, fíjate tú lo que me puede importar que sea mal de muchos, si no es que venga a ser encima un tonto consuelo.
Así pues parece todo el asunto nuclear algo de entrada muchísimo más limpio cuyos inconvenientes se dirimen, tras desdramatizarlos con los protocolos de un reglamento de seguridad, en una cuestión de chorra. De dar por hecho que se va a tener la chorra suficiente. De tener lo suficientemente gordas las pelotas de la chorra como para jugársela a no tener la chorra suficiente. De hacer el chorra porque me sale de la chorra jugando con chorradas peligrosas, tratando al que no le parezca bien como si fuera un chorra. Porque sí. Porque es pa mí y pa mi chorra. Porque me da lo mismo la mierda que deje tras de mi y porque puedo. Porque, al final la legalidad de poder ponernos a todos en manos de un golpe de chorra depende de cómo sea de gorda la chorra que lo haga. Pero... si el tamaño no importaba. Ah... ¿no? No, no. Bueno estás tú si todavía eres de los que te crees eso de que el tamaño no importa. El tamaño es definitivo sobre todo en lo referente a la legitimidad de las chorradas peligrosas. Puedes cometer una insignificante y verte toda una vida en prisión por haberte atrevido a atentar contra la Salud Pública o andar, sin embargo, toda una vida con una gordísima entre manos poniendo en peligro a toda forma de Vida conocida por los siglos de los siglos y verte no sólo protegido, sino que incentivado a seguir con tu penetración en el Mercado, untado con los fluidos que engrasan los asuntos declarados de gran Interés Público y para el Bien Común que todo lo lubrican y hacen que entre por los estrechos ojos de las leyes, con toda suavidad, las bestialidades más ásperas y gruesas.
¿Ves? En este caso han traspasado hasta el interés de los que se lo curran, que deberían ser los más afectados por la inseguridad que manejan cada día cara a cara.
-Hombre, lo más seguro es que eso de esos de querer que siga abierta y todo eso lo que encubra es una forma de sacar algo más de lo que les vayan a dar, más dineros, mejores indemnizaciones, apoyos, prebendas, más duración para los paros, guitas, urdores..., una forma de hacer que suelte la gallina más huevos dorados por el culo... Argo pa tratar de no tener que vorvé a trabahá... Tú ya sabes.
-Ojalá. ¡Ojalá que fuera cierto esto que dices! Eso sería para mí algo maravilloso que me haría volver a creer. Pero algo me dice que no tienes razón en tu esperanza. De ser así sería... Demasiado bonito. Aunque yo quisiera creerte. Quisiera creerte. Igual que quisiera (como dijo el poeta) tener sed cuando paso al lado de una fuente fresca y cantarina. Mira que te digo: enséñame a uno sólo, no a cien ni a diez, sino a uno sólo de esos que me dices que lo que busca es un buen cacho del pastel, y perdonaré a todos los demás del horrible deseo que me viene a la cabeza de que los fría a todos el hongo que convierta en desierto de sal a todo el valle. Pancartas incluidas. Sólo con uno me conformo. Pero ten cuidado que te puede pasar como al del relato bíblico. Y que no sólo no encuentres a ninguno sino que acabe resultando que acaben logrando que les pongan otra nueva o, en su defecto, que acepten los millones que les dieran por hacerse poner un cementerio nuclear. Y consigas entonces hacerme redoblar en mi condena. Que no quiero, no quiero, no quiero, tener esas malas ideas. Qué son malas pa’l Karma. Pero es que a veces veo cosas que me hacen alucinar. Como si estuviera metido de pronto en un mal ácido.


Gracias por la foto a
http://thefreeforo.mforos.com/802194/4671754-videos-regulares-wru-entertainment/ aparecida en un post en el que ofrecen un par de videos, más locos que buenos, titulados, Nucleares sí.

Leer más

6 jun 2009

Rollos matutinos 21




El in de Berlín.

El in de Berlín era ese soniquetillo que se me quedaba siempre vibrando en las orejas cada vez que se me venia Berlín a la cabeza. Innnn… Un anzuelillo sonoro que se quedaba ahí brillando, enganchándome de los pliegues del deseo para traerme aquí. Después, muy pronto, de que vine por fin, se convirtió en el título ideal para ese texto genial que escribiría y que como siempre nunca escribí sino en mi mente, eso sí sin parar y con una brillantez que ya quisieras leer si me fuera posible enseñártelo. El in de Berlín.
Hoy, al final de esta corta visita turística que le estoy haciendo, ha pasado a ser el catalizador de este pequeño post y un intento de meter corriendo ciudad tan grande en un sitio tan pequeño. Apretujarlo todo dentro del equipaje para llevármelo conmigo. El in de Berlín es pues ahora algo así como el conjunto de todos los sonidos que habitan sus estrasses. Es el continuo rumor del viento meneando las frondas de los árboles. Es el susurro metálico del rodar de los trenes del S-bahn y el tranvía que resuena en todas partes. Es el ligero priuisssssss… de las ruedas de las bicicletas corriendo silenciosas en todas direcciones. Son los dulces trinos de los mirlos y los ruiseñores, y el brusco graznido de los cuervos. La pesada hondura de las campanas protestantes. Y las urgentes sirenas meteprisas de los feuerwehr mezcladas con el ruido del tráfico, tan vulgar por otra parte como el de otra ciudad cualquiera. Pero es también el dulce aroma omnipresente de los tilos. Y el graso de los döners y las bratwurst de los imbiss. Y el sabor del Este y de la Guerra ahora hecho paquetes de turismo, que venden el desastre de su desfigurada cara como otro objeto de consumo. Es la chispeante mezcla de colores de estilos y de lenguas en cualquier vagón del U-bahn. Los espacios enormes y vacíos y las amplias calles llenas de terrazas donde trincar cervezas gigantescas y gustar los sabores de gran parte del mundo. Es el olor húmedo a verde en primavera. Es el zorro que me encontré la otra noche en medio del Fahrradweg. Es la colorida oferta de marcas de birras y de vinos, y de todo eso que hacerte falta pueda en medio de la noche o a cualquier hora del día, de los späterverkauft siempre a mano y eternamente abiertos. Es el que sean muchas más las nueces que los ruidos. Es las pintas tan diversas y dispares del gentío que corre por sus calles cada uno a su bola. Es lo que da el haber sido el buche de todas las digestiones del loco siglo XX. Es el espíritu alemán mezclado con todo lo del mundo. Son los amigos. Es Berlín. ¿Ves? ¡Ese es el in de Berlín que te estaba yo contando que se queda ahí resonando! Innn...
Quisiera meter todo a puñados en la bolsa y llevármelo conmigo para siempre. Incluyendo el TeleSparge. No importa el sobre peso que tuviera que pagar. Pero no podría evitar que lo así trasportado se arrugara. Y entonces decido dejar todo en su sitio sin traerlo arrancado aquí al papel. Si quieres verlo ven. Pero te advierto que te pueden ocurrir dos cosas: que, como no está esto dentro de lo común, a lo mejor no le encuentras la gracia, o que te encuentres de repente enamorado y ya no puedas desprenderte nunca de este sitio.
Ah Berlín. Ese es mi caso. Ich liebe dich. Tu ya hace tiempo que lo sabes. Pero no le vayas a contar nada a Madrid, que ya te he dicho que es mi pueblo y no hace falta que lo sepa. Una vez más me lo he pasao de puta madre entre tus calles. Qué más puedo decirte. Y ahora corto el rollo y me voy a aprovechar el poco tiempo que nos queda de estar juntos, a deslizarme en bici de Prenzlauer hasta Kreuzberg para dejarme acariciar por el suave pasar de tu paisaje mientras pedaleo tranquilamente sobre mi bicicleta, y me voy preparando para decirte Tchüss.

Leer más