21 mar 2010

Rollos matutinos 35

La cuadratura ibérica del ruedo

Oh Cosmos, cuánta sandez en los debates y cuanto debate gilipollas tendremos que aguantar. Ahora el de si se tiene que prohibir la artística tortura de los toros. Pero cómo va a ser eso posible en una sociedad como la nuestra. Sería caer en el absurdo de la sinrazón más grande. Estamos desarrollados sobre la explotación total de cualquier otro género de vida. Sea animal o vegetal. Con qué criterio se iban a prohibir los toros y no las granjas de exterminio y los terroríficos laboratorios de la ciencia y de la medicina o de la industria de cosméticos ¿Cuántos prohibicionistas de los toros se relamen con tostaditas de paté de fua de oca obligada a comer maíz por el tubo de un embudo? Pero es que aunque se prohibiera también el embudo de la oca. Si al final nos comemos su hígado querido en un paté... Y el mismo horror encierra, creo yo, el trocear vivo un vegetal para juntarle con sal y con vinagre en ensalada. Ya, pero que lo veas así o no depende sólo de si te ha tocado ser lechuga en esta vida ¿Y la guerra química que tenemos declarada en contra de las moscas? No, seamos consecuentes por favor, prohibir, por crueldad, sólo los toros sería una hipocresía muy grandísima. Tienen toda la razón los que señalan que la misma crueldad se encierra en salivar de gusto viendo a la ostra retorcerse corroída por el chorro de limón. Tampoco me sirve lo de que en un caso se haga la tortura por razones de comer y en la otra por el mero gusto de gozar con ella, porque no sólo de pan vive el hombre. Y aunque sería un argumento, flojo, desde el punto de vista de reducir la brutalidad vital en el quehacer humano, si te toca ser la víctima, ese matiz en las razones de tu inmolación, solo valdría para tocarte encima los cojones.
No. Ni sirven, a la razón, los argumentos anticrueldad a favor de los prohibicionistas, ni tampoco a favor de los taurinos los de que el toro no sufre porque, fisiológicamente, está preparado para aguantar a base de endorfinas la tortura acojonante que le hacemos, cosa que, para mi asombro, he tenido que leer en boca de ilustres doctores en fisiología animal, parida seriamente en altos parlamentos, y que para el único razonamiento que vale es para demostrar la enorme cantidad de majaderos que se alimenta en la especie humana a base de carne y de lechugas.
Aparte dejo el comentar siquiera la utilización que de lo de los toros están haciendo los políticos, en especial los nacionalistas de uno y otro pelo, que sabido es que no tienen ni vergüenza ni decoro en dar espectáculos impúdicos con tal de enardecer a un tipo de masa que son tan repugnantes, razonablemente hablando, como ellos.
Luego están los que salen de pronto con que eso de los toros es Cultura. De estos los hay de todos los colores. Hace unos días lo defendía ardorosa en su columna de El País una escritora moderna y muy de izquierdas. Desde luego. Pero, qué coño está queriendo decir con eso (coño es sin duda la palabra señera y cultural más clara y general de nuestra lengua). Vamos a ver, Cultura, aunque en decadencia, es por ejemplo, sin ningún lugar a dudas, lo taurino en la españas. En eso estoy totalmente de acuerdo. Con toda la complejidad que la influencia de la figura, y el léxico, del toro del toreo y del torero tiene en nuestro heraldo imaginario y subconsciente colectivo. Incluida, como no, además de la multitud de modismos tauromáquicos de la lengua hispana, que con profusión citaba la escritora, y de un montón de poses ideales ante el hecho de la vida, la indiscutible conexión del arquetipo del torero, ibérico, machorro, valiente y varonil donde los haya, que enseña como enseña echada por delante, al mundo y sus peligros, envuelta en seda, y oro y plata, bien remeneá con aire lascivo, y prepotente paso cadencial, su bien repretada taleguilla: ¡Ehe, toro!, venacá’pacá que te voy a dar yo marcha de la buena, con el de ese tipo de macho que ahora se intenta erradicar del ruedo de la vida, con leyes de dudosa equidad en la justicia basada en una discriminación que dicen positiva. Y se me antoja cachondo a mí ahora presentir el enredo cultural de cómo por encima de la ley estará seguramente la realidad, siempre irremediable, de que todo es mucho más complejo de lo que se quisiera, y veo aidos militantes de uno y otro sexo a los que se les seguirá estremeciendo el género, a pesar de toda la campaña y en forma por lo tanto inconfesable, con la figuración de este modelo masculino, diestro en el arte de matar con violenta hombría, y sin embargo, existirán también, ardientes defensores, y defensoras, de la cultura machista más tradicional, a los que les espante de verdad el figurín de la estética torera, del chorvo chulo ese que busca dominar con el trasteo cubriendo en la trampa del trapo el rígido temple de su estoque.
¿Con qué tipo de capote de nobleza se intenta recubrir el hecho de matar toros diciendo que es Cultura? También es Cultura el cultivo de patatas o el uso de herbicidas peligrosos, la semana santa, y los clubs de putas de las carreteras. Cultura es, entre los curas, meter mano a los niños, juntarse la familia en Navidad, matar a pedradas a la que no se ponga el velo. La ablación es sin duda una Cultura en una parte enorme del Planeta, que también tendrá sus modismos en las lenguas que desde hace tantos siglos la practican. Lo es también tirar la cabra desde lo alto de la iglesia (esta función es igual que la taurina, y las florituras rococós- por cierto en algo al fin mariquitusas- de los unos, y los modos más terroneros de los otros, son estilos diferentes de un mismo tipo exacto de liturgia). Y romperse los incisivos con un buen par de piedras para parecer más guapos, es por supuesto Cultura, en no sé que regiones de las áfricas. Aquí tiene eso su paralelismo con andar metiéndose las tías siliconas en las tetas, o hacerse los tíos caras perrerías para alargarse el sable y ganar capacidad de ahondar en la metida. Cultura es sin duda andar siempre de guerras, aunque ahora se quiera imponer el cultivo de hacerlas solamente humanitarias.
Cultura viene a ser también sinónimo de subsecretaría, por eso lo de bien, y lo de interés, cultural, que quieren poner a la corrida. Pero en esta significación el debate sólo puede tener sentido para los que viven de ella. Ya que los contribuyentes son tan mansos que nunca se van a mosquear por lo que puedan hacer con el dinero que les quitan.
También se quiere decir a veces con Cultura, sabiondez, que se es muy leido y escribido, pero en un sentido amplio de materias, y eso no parece que guarde mucha relación directa con los cosos .
Y en un sentido más grandilocuente, sí, Cultura es la pintura rupestre, la capilla sixtina, nina hagen y la música de cámara, el quijote, las moradas, mein kampf o el ¿qué hacer?, la ópera, van gogh, la venus de mileto..., el Arte, con mayúscula, tomado como esencia sublimada del alma superior del Hombre, ¡tachán tachán!, se quiere expresar a veces con el término Cultura. Y es por supuestísimo, culta creación artística, en este sentido tan enaltecido de la dúctil palabreja, meter la cagada del artista en una lata de conserva. Y si es a esta trascendencia del concepto a lo que se están refiriendo los taurinos cuando arropan con Cultura la pura desnudez de su gusto por la sangre de los toros, sepan que los que lo disfrutan con andar cortando clítoris, también hacen lo propio. Vamos a ver si estamos a lo que estamos y nos ponemos a ver las cosas con la propiedad debida.
Al fin señores, el único argumento lícito en este debate truculento es el de que te ponga o no te ponga un cosquilleo el morbo de ver al toro hecho un cristo y las taleguillas del macho matador restregándose en la sangre ritual del lomo de la bestia atormentada. En las ingles o en cualquier otro repliegue sensible del espíritu. A partir de ahí lo suyo es decir en su defensa, si señor, me pone cosa mala y, como puedo, y no hay ley que pueda oponer a mi gusto, con consecuencia, esta sociedad zoocida, uso y abuso de la vida de los toros como me dé la gana, y cósmicamente hablando ya responderé si alguien me llega a pedir cuentas algún día a ese nivel. Porque puede ocurrir, de hecho habrá ocurrido, créeme, cualquier cosa que imagines existe en la realidad, que llegue un torero un día a vivir tremendo reconcomio de conciencia, de repente, a lo mejor en la cumbre de la fama, porque sienta de pronto que, en vez de matador, que suena a gloria y a riqueza, lo que ha sido es un simple mata toros que ha hecho de atormentar con saña bichos nobles y bravos la seña de su arte y la razón vocacional de su existencia. Y llore amargamente su destino en una soledad irremediable que le acabe llevando a la locura, quizás por el temor a tener que pagar su abuso en Karma, quizás sencillamente, sin miedo ninguno de castigo, por un dolor profundamente serio en la conciencia. (Mira que buen argumento para un corto).
En cuanto a los de en contra, cada uno verá qué es lo que le sale de dentro argumentar si se le antoja, pero que no lo haga, por favor, con insulseces. A mí, por mi parte, no sólo no me excita la erótica taurina sino que hasta que me repele. Como español ya madurete, reconozco que algo debo de tener de torero por ahí. Pero me flipa (en el sentido de quedar estupefacto por el asombro) que esos actos puedan ser Arte para algunos. Nunca he disfrutado con la visión sangrienta y siempre me dan yuyu los fenómenos de exaltaciones colectivas. En cualquier caso, ya puestos a gozar con lo tremendo sería mejor, más justo, y de verdad más excitante, si fuera verdad que la Fiesta consistiera en un hombre contra un toro. Espectáculo total. Entran dos y sale uno. Vale el estoque, pero nada de picadores ni burladeros ni cuadrillas ni de auxiliar al torero cuando fuera él al que le tocara morir a corná limpia. Pero también me echa pa’trás este mundillo por lo que tiene de cañí y gloriaespañia, simplemente. Y ese tufillo que exhala a humo ceremonial de altar de secta rancia, de iniciados, de entendidos religiosos, recerrados en el ombligo de sus normas, llenos de pelusas de purismos y de arcaicas terminologías. Algo tiene la tauromaquia en su iconografía que me recuerda a la pasión de la de los católicos, que también, por cierto, me produce el mismo efecto repulsivo.

Pospost:
Del mismo modo flipo con las capaduras de mascotas. Son masivas. Quirúrgicas ¿Cuántas se harán en el mundo en una hora? Infligidas por dueños amorosos, más de uno ferviente activista antitaurino, eso sí, con la mejor anestesia clínica para el animal, y el más tranquilizador convencimiento de que la última mutilación que quisieran para ellos, se la van a hacer ellos al otro con todo el mimo del mundo y por su bien. A veces pienso también en ese veterinario que un día echa cuentas con horror de cuanto bicho tierno lleva mutilado en una vida dedicada a la atención de los animalitos. Y la verdad no sé qué es lo que me da más frío, si este o el torero.

Nota:
Toda esta disquisición sobre la tauromaquia está hecha desde las grandes plazas y las figuras más o menos grandes del toreo, pero existe un submundo de fracaso, seguramente mucho más numérico en todos los aspectos que el glorioso, que es el del toreo de mala muerte, el de los que van de troupe por las fiestas de los pueblos de tercera, con plazas desmontables y trajes de luces recosidos y toros resabiados, que ese ambiente si que es verdad que huele a cutre, y une sin adornos lo burdo y lo salvaje a lo patético. Qué de cuadros se me ocurren de sórdida comedia. De una de estas corridas supe un día que, tras pinchar no se cuantas veces al toro, todos los maestros ambulantes del cartel, sin conseguir matarlo, tuvo que entrar la Guardia Civil a rematar a tiros la faena.

Declaración final:
Los animales son biomáquinas autorreplicantes iguales a las nuestras, con la mismas bases de diseño funcional, andando en el mismo de dónde y hacia qué, quién sabe si menos perdidos que nosotros, y yo, en las diferentes relaciones que tengo con los que me cruzo en esta vida busco reconocerles como tales. Con algunos he llegado a creerme unido con un cariño cómplice más interesante que lo que me inspira la mayoría de mis semejantes. A otros me los como, o les fumigo para que no me molesten con sus revoloteos. Y, la verdad, cada vez soy más consciente del ser que estoy matando cuando destruyo el perfecto mecanismo de una mosca, de la tierna coincidencia existencial que comparto con mi gata, o de la triste expresión, como que de reproche, que tiene la caballa que destripo. Luego está que la vida no es otra cosa que eso. Y para acabar de dibujar mi rollo con los animales, yo también quiero quedarme ahora, como tan bien ha dicho Savater en su Rebelión en la granja, en El País (juro que cuando lo leí ya tenía yo acabado esto), con la imagen de Nietzsche “abrazado llorando al cuello del viejo caballo fustigado por su cochero. ¿Síntoma de locura o comprensión abismal de la irreductible desdicha de existir?”, acababa diciendo él. Pues eso.


Gracias a Forges, por ser.

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16 mar 2010

Rollos matutinos 34

Si se trata del Fin, el cómo poco importa.

Cuarenta y no sé cuántos van. Muertos. En un momento. Un nubarrón que viene del océano y anega la isla. De tirón. Por la noche. De pronto llega una riada de agua tierra y piedras y listo. Cuarenta y no se cuántas biomáquinas sensoras, programadas cada una para creerse, además de absurdamente eternas, el centro más importante del Universo que intentan registrar, convertidas en mierda, en cadáveres que de inmediato empiezan el proceso de descomposición. Arrasadas por la fuerza de la corriente como cuando vemos hormigas ahogándose en un reguerillo por el campo. Qué brutal demostración de que somos el mismo tipo de objeto, sujetos a la misma lista de amenazas y, seguramente, animados con y para los mismos objetivos de la Naturaleza. Para los que sobrevivieron, los barrizales, las irreparables pérdidas, los duelos. La certeza de que la normalidad puede quebrarse como se rompe un vaso al caerse de las manos. Para los cuarenta y no sé cuántos muertos sólo el silencio del Fin, repentino. Decisivo. Más que en nada, en la muerte, no importa el medio sino el fin. Quién sabe qué cuidados tendría cada uno con la conservación de su existencia. Quizás uno sufriera obsesionado con no comer eso que tanto le gustaba por lo del peligro del colesterol. Otra podría estar preocupada porque su hijo adolescente se había ido de marcha, y es el único de la familia que ha sobrevivido al estar fuera de casa. A otro me lo quiero imaginar limpiando unas sardinas, ahogadas en el aire, para hacérselas asadas cuando le pescó la parca ahogándolo en el agua. Lo más posible es que ninguno sospechara poco antes la inminencia de su término. Como tampoco lo sospecharían los dos ingleses muertos, días después, hace un par de días, a mil y pico kilómetros de distancia del que se preparaba la sardina pero por causa del mismo macrofenómeno atmosférico, al hundirse, por las lluvias excesivas, la techumbre del típico cortijo perdido en la Andalucía profunda donde habían venido a parar, propiedad de otro inglés al que estaban visitando, mientras tomaban té y veían la tele, que a lo mejor hasta emitía las tristes noticias de la reciente tragedia de Madeiras y los cuarenta y tantos muertos en el momento del plomf. El anfitrión, sin embargo, quedó, al parecer, aunque estupefacto, sin casa, y sin amigos y sin televisión, prácticamente ileso, para siempre.
No sé porque habrán sido estos cuarenta y no sé cuántos muertos los que me movieron a darle vueltas a nuestra insignificancia ante el desastre natural y no, por ejemplo, lo de Haití que había sido un poco antes y a una escala mayor, o cuando otros cataclismos anteriores, definitivos para el inconsciente colectivo, como el del Tsunami del terremoto marino de Sumatra, que además de anegar a cientos de miles en un rato fue el que nos grabado a todos en los sesos el término tsunami para siempre, palabra ignota hasta el entonces que, en cualquier caso, designaba algo que era como que nunca había existido antes en la realidad. Ha debido de ser cosa de los antojos que rigen las diarreas literarias. De todos, fue con estos con los que me entró el retortijón de las ideas. Y luego, nada más empezar a soltar haces de letras en el retrete de mi ordenador, de pronto, un estreñimiento verbal me cortó la deposición y, mientras apretaba las entendederas para evacuar lo imaginado a mediosalir, se ha pasado el tiempo y han ido ocurriendo más fatalidades, noticiadas por los medios, la doméstica de lo de los ingleses, amplificada por la cercanía local, y luego lo de Chile, que ha sido primero un seco remeneo y luego otro tsunaminazo. Pero esté, a pesar de haber inundado quinientos kilómetros de costa, con minúscula, muy poco retransmitido, porque la alarma social está ya acostumbrada al concepto y las olas y los medios informativos, tan sensibles a aprovechar lo sorpresivo, no encuentran ya en este fenómeno mortal el mismo gancho de audiencia que una vez tuviera. En cualquier caso, mira por donde, otra vez aparece el agua primigenia, tempestiva, reduciéndonos a escala de hormiguitas, llevándose a su paso todo, incluso pescando, otra vez, a otro que estaba preparándose los peces que estaba tan contento de haber pescado él, desde su barca, un poquito antes.
Amplificado así el área catastrófica y considerando el número de víctimas mortales en cientos de miles de millares, veo que habrá habido de todo. Ricos, pobres, listos, tontos, recién nacidos que sólo hubieran sacado la cabeza, prontos a expirar el último suspiro... Se me ocurre alguno que sufría porque sólo le quedaban cuatro meses por no sé qué tipo de cáncer terminal que le habían diagnosticado. Muchos estarían durmiendo a pierna suelta cuando el agua mortal les arrastró la cama, o se les vino el mundo encima en forma de cascotes. Gran parte estaba al parecer de vacaciones, tumbados al sol en la arena de las playas a las que habían ido a disfrutar del efecto relajante de las olas. Más de uno, sin duda, estaría dándole vueltas a cómo prosperar en sus especulaciones a costa de los otros con empresas y finanzas ¿No iba a haber por ahí algún gilipollas que estuviera escribiendo para dejar a la posteridad el arte de su elucubración? ¿Cuál sería su última ocurrencia? Se estaría haciendo de todo. Follando, comiendo, cagando, dándole a todo tipo de masturbación, preocupándose por esto y por lo otro, llorando, riendo, matando, sudando en una infinidad de afanes o perdiendo el tiempo de manera vil. Sufriendo, gozando, o ni fu ni fa. Viviendo. A lo mejor no faltó el que se estaba suicidando en el preciso instante. A este cojo y lo saco quitándose la cuerda del cuello con el susto y saliendo disparado lejos del desastre para vivir después una vida entera, por qué no, de éxito ejemplar y de felicidad envidiable. Desde luego, cuántas esperanzas rotas. Cuántos dolores rematados de una vez. Cuántas agonías abiertas de repente. Cuánto cuento de la lechera a tomar por culo en un momento. Cuánta empresa desbaratada y cuánto negocio abierto, para tantos. Porque, como decía mi madre, en esta vida unos tienen que morir para que vivan otros. Era su forma cruda y llana de enunciar eso tan trascendental del yin y el Yan. Destrucción y creación siempre van juntos, y desde luego ese aspecto comercial no lo desaprovecha nunca, en el Mercado, el sector que trafica con la muerte.
Es impresionante la tragedia masiva. Impone más que la individual y aislada. Pero eso sólo vale para el espectador. Para el que palma da lo mismo. Tal vez, el que ponía más arriba escribiendo cuando llegaba la ola criminal escribía:
Jayyan, el que cosía la jaima de los saberes,
ha caído en la noche y se ha quemado.
Las tijeras de la Parca han cortado su aliento
y un chamarilero lo ha vendido de balde.
Porque igual de trágico es sucumbir solo porque te caiga una maceta en la cabeza, o por cualquier mal funcionamiento orgánico, que con doscientos mil porque ha habido un terremoto, y, el mismo casual absurdo y sin sentido tiene pagar para ir de turismo exótico a Tailandia a morir por desastre natural que hacerlo, por ejemplo, en el reseco Afganistán del opio, por el impacto de una mina, soldado a sueldo de una guerra humanitaria de la Democracia. En cualquier caso, después, sigue la vida, y se siguen sacando sardinas a ahogarlas en el aire. Y se siguen ahogando aquí y allá algunos nadadores. Y vuelven las lecheras a llevar en la cabeza el sueño progresivo de su cántaro de leche, y le siguen atizando macetas en los cocos a los elementos que les cae la china, mientras van de copas, o de compras, o de paseo. O de entierro. O no. O no le parte a uno un rayo por más que viva de desatar tormentas. Porque en Esto en lo que estamos todos todo es, al parecer, pura cuestión de mera suerte, aunque al final del cuento, de espichar, por lo que se ve, ni dios se escapa.

Gracias, a Salvador por la imagen y a Omar por la última de sus rubaiyyat.


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