28 abr 2010

Personajes 4

El colocado



El pobre en su simpleza había llegado a estar seguro de estar seguro en el bienestar de su burbuja. Al principio empezó a abrirse camino con los dientes sin saber muy bien ni donde estaba, pero según fue creciendo se dio cuenta de que había caído donde había que caer. Vamos, que su progenitor le había colocado en to’el meollo que se dice. Una vez instalado en aquel mundo propicio él sólo tenía que dedicarse a crecer, para lo cual tenía todo a pedir de boca. Así que hizo lo que se esperaba que hiciera, devorar como una tuneladora todo lo que se le ponía por delante y engordar lo más rápidamente posible, y cuanto más devoraba más crecía y más sitio se iba haciendo en su seguridad. Intuía que cuando su crecimiento tocara techo tendría que enfrentarse a algún tipo de metamorfosis, no le iba a durar eternamente aquella dulce etapa rutinaria, pero eso no implicaba nada malo sino todo lo contrario y, mientras tanto, el mundo era un paraíso y estaba allí para eso, para que se lo comiera a su antojo, para envolverle tiernamente, para darle todo lo que necesitaba, para servirle de matriz donde gestar su sueño, para él. Y él sólo se lo tenía que comer. To pa’mi, to pa’mi, se decía glotón, creyéndose el Dios de un infinito inagotable, mientras metabolizaba el entorno con voracidad cada vez más difícil de saciar. Cuanto más crecía más seguro se sentía de poder comerse lo que le hiciera falta. Entonces puede que llegara a pensar, quizás siquiera por un rato, como quién no quiere la cosa, por qué no, en el ser de su existencia. A lo mejor llegó a darse cuenta de que aunque dejara de sentir el apetito ansioso que sentía por devorar todo su espacio sin parar tendría que seguir devorándolo sólo para poder hacerse plaza para seguir creciendo. Porque no podía dejar de crecer y si dejaba de hacerse sitio perecería ahogado por la propia estructura de su mundo. Pero eso no iba a ser nunca un problema porque estaba muy bien dotado para abrirse camino en un medio que parecía haber sido creado para alimentarle a él y de pronto llegó la crisis estructural tan inesperada como irreparable. De repente, como llegan estas cosas. Alguien empezó a escamochar con fuerza la inflorescencia en la que se arropaba causando un montón de vuelcos y de ruidosos cracks desgajadores de las hojas exteriores de su medioambiente, pero él no llegó a creer que eso le afectara recerrado como estaba en el corazón profundo de la compacta seguridad de su seguro cosmos hasta que sintió el shiiiip frío atravesando de por medio su organismo y un craackhhhggg horroroso desgarró el universo dejando su agujero abierto de par en par a una luz tan cegadora que no podía ser otra cosa que mortal y su cuerpo cortado en dos mitades, separadas para siempre la punta del culo de la de la boca, con cuatro pares de piececillos moviéndose convulsos todavía en cada una de ellas pero ya sin ninguna posible continuidad en el rollo vital que habían construido juntas hasta un momento antes. Por primera vez en su vida dejó de roer. Sin poder detener el movimiento mecánico de sus mandibulitas miraba con sus ojillos al ser monstruoso que tenía el capítulo de su vida destrozado en una de sus manos y un objeto afilado y reluciente en otra. Ajustaba su mirada en él desde su enormidad y, aunque él no estaba programado para poder constatar ese detalle, el monstruo contraía el gesto observante con un mohín como de asco sorprendido. Y sí, miraba las insignificantes medias larva retorciéndose en el corazón de la alcachofa que acababa de tajar con el asco desdeñoso de una repugnancia más convencional que realmente asquerosa, y me dio el punto de saberme señor de la vida y de la muerte, sobre todo de la muerte, y aprovechando la visión de la atroz agonía que había creado con mis manos, me puse a dilucidar cómo, en esta curiosa vida, se pasa en un plis plas de estar como dios en el mundo de uno a ser un puto gusano rebanado sin remedio en dos mitades por el cuchillo de un elemento hijo de puta que ni siquiera se puede comprender.

la foto es de la exposición Macro-Micro, casaciencias.org

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6 abr 2010

Rollos matutinos 36

Documentos arqueoblógicos sobre Pedericto XVI




Pedericto XVI, nombre con el que se conoce al pontífice de una de las sectas más pudiente en los tiempos del Barroco Digital de la Primera Planetarización, o Edad del Puntocom, marca, definitivamente, la decadencia social de esta hermandad extraña, de misoginia patológica y morbosa adoradora de ídolos abiertamente sadomasoquistas, que, sin embargo, había logrado prolongar su influencia sobre la cultura humana durante un par de milenios. Todos los estudiosos coinciden en señalar la connivencia de Pedericto XVI con el facto pederástico, que, aunque inherente y de siempre conocido y asociado a su organización por el subconsciente colectivo (datos documentales hablan ya de estos escándalos en el s.IV), afloró a la luz pública durante su reinado haciéndose innegable de forma alarmante y general, como la causa del principio del fin de cierto tipo de poder ritual que aún mantenían sobre la sociedad civil. Pero algunos especialistas en la mitología supersticiosa de principios del S.XXI mantienen que, Pedericto, no fue en realidad el nombre que este personaje adoptó originalmente en el momento de ser elegido para el cargo por su logia, sino que le debió de ser impuesto por un tipo de guasa general y espontánea y que tendría raíz etimológica con pederasta y adicto. De todas formas son estas teorías peregrinas, ya que no existe indicio alguno de cuál podría ser ese otro nombre supuestamente primigenio. Por el contrario todos reconocen como el documento histórico más antiguo sobre Pedericto el encontrado por el arqueoblólogo Rebus Kando N’larré, entre los restos virtuales de la era del blogspotismo, atribuido al excelso Elbarrancario, dónde ya se cita a esta figura sólo con ese nombre. Se trata de un texto por desgracia no integro, pero sí en admirable estado de conservación del código binario, que se titula:


La santa falsederastia.

Ay señor, otro post de curerías. Mira que no quería andar yo posteando más a costa de la perversión religiosa que, aunque es un tema inagotable, imprescindible para la salud pública, y que enseguida me enciende, había decidido darle la callada como mejor desprecio. Pero es que las denuncias de pederastia son tantas y tan fuertes que parecen blancos culitos inocentes explotando como palomitas de maíz en las negras congregaciones del santo jollín, por todas partes del planeta donde hayan tenido poder sobre los niños. Y la desvergüenza de la jerarquía vaticana de contestar encima con que son sólo malas “murmuraciones de las opiniones dominantes”, “ataques”, “confabulaciones como las del tiempo del antisemitismo”, “habladurías”, es tan

... (trozo de código imposible de leer)

no necesitábamos en este país nuestro ninguna denuncia periodística para saber lo de que los curas suelen tender a meter mano a los niños. Tampoco que se les ha estado metiendo hostias y levantando en vilo de los pelillos malos de la nuca y de las patillas y otros miles de formas rebuscadas de causar daño humillante con evidente gozo, cuasi sexual sino enteramente y por completo, por parte de cochinos religiosos. Cualquiera que sea ya madurete lo sabe por poco contacto que haya tenido con ellos de pequeño. Yo tengo que recordar, aquí ahora y sobre esto, al Padre Cachimba, el muy hijo de puta, que se ponía, con religiosa asiduidad, en la estrecha puerta que comunicaba la empinada escalera que subía de la calle con el pasillo de entrada de la academia particular donde yo estudié primaria, por la que teníamos que pasar todos los críos, de uno en uno, a la vuelta del recreo, con la gruesa cachimba, que le dio nombre eterno, agarrada por el extremo de la boquilla, con la punta del índice y pulgar, para dar mayor efecto al cazoletazo fuerte y seco con que trataba de picar cada cocorota, retándose goloso a que no se le escapara una sin pegar. Pocas veces lograba uno burlar el cachimbazo y juro que vi casos en los que el chichón llegó a pintar en sangre. Recuerdo una vez uno que se mareó. Por supuesto lo vivíamos como un juego natural, del que disfrutábamos incluso en algún modo masoca, y al que tenía él todo el derecho, de parte de una sociedad, basada en el nacional catolicismo, que hubiera metido en un correccional a cualquiera de nosotros que se hubiera atrevido a ir al director a denunciar algo que, entonces, no se podía ni soñar que iba a acabar siendo llamado “malos tratos”. Omito describir los profusos bofetones a que nos sometía luego durante las absurdas clases de su religión, y la cantidad de casos que, como este, a pesar de no haber ido nunca a ninguna escuela religiosa, tuve que vivir, a lo largo de mi educación, con otros padres de diferentes nombres y sotanas, sin embargo, todas igualitas de brillantes en el negro untuoso de sus telas, a la del Cachimba, supongo que por la crasa pátina de mierda que había ido percudiéndolas en toda una existencia de sucia aureola procaz y sin lavar. Tampoco creo yo que nos haga falta a los de mi generación que nos vengan a contar ahora con pruebas y señales lo que todos sabíamos del gusto de estos padres de almas por las carnes infantiles. Formaba desde siempre parte del saber popular, que también sabía muy bien que de eso no se hablaba ni por imaginación. Por mi parte tengo que declarar que soy de los que menos habrá sufrido de estos tragos, pero que sí me tocó más de una vez el padre carmelita José Ignacio como confesor, a pesar de que ninguno de los de mi colegio queríamos ir a confesar con él por saber lo que pasaba. Parece que lo esté viendo, tan largo, tan hirsuto, metido en su hábito marrón de tela basta. Le quedaba un poco corto y eso resaltaba la enormidad de los pies que asomaban por debajo, desnudos en sus sandaliones, de dedacos repugnantes y peludos. Parecía un espantapájaros, larguirucho, gordinflácido y disforme, y le gustaban los niños más que a un tonto un lapicero. Ocurría que éramos llevados obligatoriamente, del colegio a la iglesia de su convento, y allí nos ponían en fila de a uno a esperar turno de los dos o tres confesionarios. Si te tocaba con él, ya era sabido: “¿Has cometido actos impuros?”, preguntaba el menda en cuanto empezaba a confesar, soterrado en la sudada sombra de su cubículo viciado, con esa característica vibración que pone el morbo en la voz. Si decías solo se empeñaba en saber con todos sus detalles los pensamientos que te habían acompañado, pero lo que más le ponía era cuando uno confesaba haber hecho las guarrerías con otros. "¿Cuántos erais?” “¿Dónde?” “¿Cómo?” “Cuantas veces” “¿Había niñas o sólo niños?” “¿Hubo tocamientos mutuooos?" Y los tocamientos eran los de él, que se convertía en un pulpo. Primero, con la puntita de sus dedos, juntaba bien las moradas cortinillas del quiosquillo para envolver las espaldas del confesante y dar católica cobertura a la acción de sus tentáculos. En seguida se daba al sobeteo baboso, palpante, de experta meticulosidad, exhaustivo, un poco ansioso pero tranquilo, glotón, pecaminoso, cerúleo, con esa murcielaguez mística, húmida y fría, tan propia al morbo de los sacerdocios. Al tiempo, iba absorbiendo su presa al interior de su oscuro habitáculo por medio de una fagocitación de la que estaba divinamente dotado, mientras musitaba letanías con los labios pegados al oído de la victima. Eso era lo peor, porque le olía el aliento a perro muerto. Era terrible, de verdad, su boca era la de una alcantarilla podrida. Todo el colectivo infantil masculino lo sabíamos, nos lo comentábamos, y huíamos de él como de una peste que era. Pero el menda era profesional en esas lides y se las ingeniaba muy bien para obligarnos a caer en las redes de su confesión. Y, el cabrón, siempre, ponía el doble de penitencia si el acto se había cometido en compañía, no sé si porque creía que el pecado era doblemente malo o porque le ponía también a uno la que le tocaba a él. Exactamente, como están haciendo ahora las jerarquías vaticanas ante la ola ineludible de casos escabrosos que salen deslumbrantes a luz: ¿que se denuncian cientos de casos con pelos y señales repugnantes?, el que esté libre de culpa que tire la primera piedra, dijo Pedericto el otro día; ¿que se demuestra que los denunciados eran simplemente trasladados en secreto a otras diócesis más escondidas donde seguían dándole a su vicio, todavía más tranquilos, hasta morir de viejos?, es que hay que atacar el pecado y no al pecador, vuelve a aclarar; ¿que no ha salido uno todavía del asombro que lee que su hermano, también alto prelado, le tiraba sillas a los niños de la escolanía que dirigía, llamada Los Pájaros de la catedral por cierto, y de los que también, algún que otro pajarito había denunciado haber sido cogido al vuelo por el miembro frío de algún vicario verde de alma sucia que habría sido encubierto, sino por él por el propio Pedericto?, sigue uno leyendo y lee que el propio Pedericto XVI admite, como suficiente explicación, haber dado alguna que otra bofetada en ese coro incluso él, pero, eso sí, habiéndose arrepentido siempre nada más darlas. ¿Que la iglesia de eeuu ha pagado ya 1.300 millones en indemnizaciones y en Irlanda ¡el gobierno! pacta con las órdenes religiosas la creación de un fondo de 2.100 milloncetes para lubrificar el rechino del abuso de 35.000 niños en treinta años de educaciones religiosas, fundamentales, devotas y fervientes...?, da lo mismo, como tampoco importa la paradoja de que todo este dinero provenga (no parece que la iglesia tenga otras fuentes ni fines económicos) de la caridad y la limosna, o de la parte del impuesto sobre la renta, que los corderos fieles dan para hacer buenas acciones. La proliferación de estas denuncias, dijo el otro día un alto prefecto vaticano, "no preocupa excesivamente" a la Iglesia, "porque nosotros estamos asentados sobre la cruz de Jesucristo, que siempre es salvación y victoria”. Y si llega el caso se dice abiertamente: "Nos atacan para que no se hable de Dios; peor es el aborto", que viene a ser argumentar, como decía un periodista de El País, aquello de, ¡y tú más!, de las rabietas de niño redicho en los patio de recreo donde por cierto ocurrían
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Mientras tanto, seguid dejando que los niños se acerquen a mí. Se podría resumir. Porque ese vicio es tan intrínseco a
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no van a dejar de hacerlo por mucho castigo que les pongan y muchos perdones públicos que pidan si es que llegan a ped
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los detalles de los actos denunciados son más lúbricos y sórdidos que cualquier relato porno de los duros. Se ve que son abusos de tarados recocidos por el vicio soterrado de una culpa milenaria
... (trozo de código imposible de leer)
o el obispo de Tenerife, que no se ha podido contener de romper una lanza a favor del pederasta: "Puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas, te provocan. Esto de la sexualidad es algo más complejo de lo que parece". Ha dicho.
Y el sinvergüenza degenerao tiene razón, eso de la pederastia es más complejo que los cuatro prejuicios con los que se la limita. Y claro que en eso habrá casos horrorosos y otros que serán incluso naturales. Pero no en el seno de una banda insana de por sí, que se caracteriza por imponer, mediante la violencia siempre que ha podido, la prohibición enfermiza sobre el uso del sexo. Porque el mismo cura que mete mano al monaguillo luego predica que no hay que tocársela ni para mear. Y con la misma mano que pajea las colitas bendice después la redondez de sus hostias y señala acusador al que folla alegremente. Es lo de a dios rogando y con el mazo dando, y predicar no es dar trigo y haz lo que diga y no lo que me veas hacer. Para mi no es la pederastia, en sí, lo más imperdonable de este grupo de poder, sino la falsedad en que se asienta todo lo que hace desde su creación. Y, ni me ha sorprendido el pastel de abusos que se está descubriendo bajo sus altares, ni el que los cometieran por cientos hasta con sordomudos y otros centros de acogida y orfandades, sino el que hayan aparecido países donde sus contra naturas han sido tan escandalosas que han dejado a las hispanas deslucidas. Eso, mira tú, si que es verdad que yo no me lo esperaba. Aunque tal vez el silencio sepulcral que guardan nuestras curias, tan dadas a rajar del bien y el mal en plan pontificial, sea por saber que lo de esos no es nada para con lo que quiera dios que no llegue a saltar nunca.
Tampoco me asombra que el fundador de los Legionarios de Cristo ese tuviera varios hijos y abusara incluso de ellos, haciendo, como dios manda, a pelo y pluma. Con la natural tolerancia que su iglesia ha tenido siempre para con estas cosas. Pero en este caso me deja perplejo pensar, qué hace ahora una secta fundamentalista como esa cuando descubre eso de su santificable fundador ¿Quita los retratos de todos los despachos y oratorios, elige otra figura que aún no esté manchada y tira pa’delante con el rollo? ¿Imita el ejemplo de su líder y se recicla en putiferio declarado con misas orgiásticas colgadas en youtube y cuota en el mercado pederasta de la Red? No, lo más normal, ya lo veréis, es que corran cuanto antes el tupido velo de que al fin todos semos humanos y sigan
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y aquí paz y después gloria.

Ay Pedericto, Pedericto que te han visto. Con razón te gustan tanto a ti los zapatitos rojos y los sombreritos esos tan cucos que te pones para santificar las fiestas. Y esas puntillitas de primores recargados con los que rematas las mangas y los bordes de tus caros faldumentos de alta costura clerical. El escape del aire viciado del subsuelo te ha dejado el culo al aire ¿No será la culpa de ese pecadillo eso tan feo que se mueve en el fondo de tus ojos? ¿Tienes la línea de los labios fría por algún beso de pecado? Da igual. Tú no te preocupes, que, ni has sido el primero en esto por los siglos de los siglos de la lista, sólo de tú nombre van ya dieciséis, ni, aunque tu reinado marque un mojón de decadencia, vas a ser el último en dirigir el cristo que os tenéis montao.

La imagen es de Banksy, el más famoso grafitero de la época de elbarrancario.

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