14 feb 2011

Rollos matutinos 47


A usté ricamente

Austeridad. Es la pólitica palabra que toca soltar ahora en el ágora. En realidad es la misma vaina que aquella del ave implume de aquél bípedo clásico soltando su discurso pedante con el manto de la toga replegado sobre el brazo. Tanto el ágora como la palabra. Poco ha cambiado la esencia de la escena y los actores y el discurso, y desde luego debía de tener razón aquél con aquello de lo de la gallina implume por el cacareo que montan. Austeteteteridáaaa austeteteteridáaaa austeteteteridáaaa... Parece que acaben de poner un huevo sus señorías por ahí en algún nido de paja. El huevo ese que sea en verdad el primigenio del que después salga la gallina ideal dejando para siempre resuelto el insoluble misterio del principio del ciclo reiniciándolo de nuevo. Pero qué va. No hay huevo que valga. No son sino eso. Cacareo de cascarones. Huecos cacareos de yermas gallinas desplumadas, vestidas con corbatas tan caras e inútiles como auto obligatorias, con morro en vez de pico y con las uñas planas de habérselas pillado tantas veces con la tapa de la caja. Bueno, ahora que pienso en las corbatas... una cosa si ha cambiado. Que ahora hay políticas (mejor dicho, y con perdón, hay que evitar anfibologías, políticos hembras, porque políticas de verdad de verdad, ni las tienen los unos ni las otras). Pero eso, como es natural, no ha traído al gallinero si no es más de la misma gallinaza. Austeridad austeridad, proclaman cluecos. Ellos. Y ellas. Austeridad, decía ayer uno del Barranco que era lo que hacía falta y lo que iban a poner los suyos (es de los de los cerdos a los que ahora les toca gruñir por hambre de poder), en cuanto que ganaran, para remediar la crisis en la que estamos metidos por culpa de los otros. Ya está bien de derrochar. Austeridad, abanderaba. En una conversación de esas en las que te ves pillado en una reunión y maldita sea la gracia. Y yo busco mientras oigo su discurso cacaroso qué decirle. Cómo le explico yo las cosas, a él y de paso al Universo, de forma que no quepa ya más seguir artimañando espesuras de vanos argumentos para perder además del tiempo y la vergüenza la Verdad. La iglesia. Sí, mira. Por algo está ahí clavada en medio mitad de la mierdecilla de medina que es el pueblo iluminada con potentes focos en la noche como si la Alhambra fuera y no tuviera coste humano ni ecológico el desperdicio de la electricidad. La miro y pienso en la manía iglesizadora de cuando se construyó y compruebo otra vez la analogía de aquella burbuja de cambio de mezquitas por iglesias que tuvo por aquí el siglo XVI con el hacer y rehacer plazas y aceras del per de ahora, y al tiempo que alucino recreando los perfiles del personal técnico implicado en llevar a cabo la cosa pública de entonces y de hoy, cada uno con su forma especial de zorrería para ver como llevarse al plato el trozo de pastel que le pueda sacar con su currículo al sistema del momento, me digo que qué mejor modelo para conceptuar el Despilfarro que ese. La iglesia. No como institución amante de los niños y esas cosas que ha sido a lo largo de los siglos. No. Yo soy inescandalizable, y esas disipaciones no vienen al caso en estas cuentas. La iglesia como edificio. Como proyecto urbano con el cual. Y, en concreto, el dispendio al cielo que supone su iluminación monumental. Por si fuera poco la exageración del alumbrado de las calles. Porque ya no se trata de alumbrarnos para ver, sino de hacer la guerra a la Noche para acabar con ella por completo. Cualquier puto villorrio reluce prepotente a kilómetros. No queda ya sitio en el campo desde el que no se vea en el cielo nocturno resplandor artificial. Si alguien nos está mirando desde fuera debe de ser impresionante ver la prepotencia con la que tiramos el Planeta por la ventana los terrestres. Sí, qué mejor que la luz doméstica de este ejemplo cotidiano, la iluminación culturalistica de las vulgares iglesias pueblerinas, en regiones como esta en la que no hace tanto no sólo no la había ni en las casas sino que usábase quitarse el hambre con sopapos, para iluminar el rumbo global que tras haberse dedicado a atar con longanizas a los perros cuaja en la Crisis.
Aquí la pusieron los de los cerdos que ahora les toca estar hartos, contrarios a los de los ansiosos de poder del que ahora me venía gruñiendo con la mierda austera pinchada en el palo electoral como bandera de no sé qué argumentos torticeros. Pero en muchos otros sitios han sido los suyos los que gozando de la autoridad de poner se las han puesto. Porque este tipo de gastos a todos conforma en parecer más ricos. Fue unánime el orgasmo emocional de las comadres, llamándose las unas a las otras con fervor desde las terrazas al momento del ocaso el primer día en que se alumbró, ¡Maríaaaaaa!, ¡Maríaaaaa!, ¡mira que boníca ehtá la iglezia!, Azómate veráh, mira, qu’ehtá iluminá ¡t’oa enteríca! ¡Huy! ¡Hu! ¡Ah! ¡Oh!
Por tanto sé que no es éste argumento que vaya a valer para nada con mi interlocutor para interlocutar sobre cómo aplicar austeridades. A pesar de ser la mejor ilustración del mal de fondo del Mar por el que va la Nave. Pero ni este ni ninguno en favor de ningún orden que ordene el gasto de verdad. Porque en realidad nada tiene que ver con lo austero el sentir que él trata de agitarnos. Ni está basada la crítica de su razón en promover mejoras de ningún tipo de servicio, sino sólo en llevarle a usté ricamente a su talego. Y, como en cuanto a poder entre la Piara, la austeridad concreta no sólo no da sino que quita, no hay que ser tonto para saber que nada más lejos de esta banda neoaustera que andar quitando precisamente los gastos tontos que puedan ser golosina de la masa. No obstante se lo suelto, porque es ilustrativo y porque la reacción de su personaje puede servirnos para iluminar la base de la pirámide brutal de desatinos que forma el edificio de la Administración: Y entonces, vosotros, ¿vais a desalumbrar la iglesia y a reducir por fin a la mitad las farolas de las calles?, habría que bajar también la intensidad pasada cierta hora, que ya está bien de andar jodiendo al Planeta con consumos sin razón quitándonos encima la simple felicidad que da la contemplación de las estrellas. Él me mira unos segundos con el gesto torcido y congelao como diciendo, y este puto colgao, que lo que es es además de soplapollas un blasfemo, a qué viene ahora con esto, y enseguida espurrunea no sé cuántas argumentaciones exaltando la irrenunciable tradicionalidad del hecho religioso y el respeto debido a la mayoría de la gente respetable, que son los que trabajan, proclamando qué nunca será poca la luz que se invierta en hacerles la noche menos negra a los que tan putas l’han pasao en toa’su puta vida aunque no salgan jamás de sus casas después de que oscurezca, que la verdadera gente del campo no tiene ninguna necesidad de andar mirando a las estrellas como tontos y que también tienen derecho a las comodidades los que sólo penurrias han tenido, y que hay que ver que siempre tengan que andar los de mi condición jodiendo la marrana en contra del progreso y del desarrollo como si les molestara.
O sea, que, ciertamente, además de para dejar claro que, aunque hace falta ser tonto, sin dilapidación no hay sensación de bienestar que valga, y que no debe de haber muchos como yo, tan tonto como para ser feliz mirando a las estrellas, usar los reflectores de la iglesia de la aldea para contrastar la sombra que proyecta sobre el futuro de la Especie la ininterrupción del crecimiento, me ha servido para dejar a usté ricamente claro que aquí dejar de gastar en tonterías de unos y de otros no lo va a dejar de hacer nadie ni nadie quiere que se deje de gastar precisamente en esa chuminada que le pone, pero que sin embargo, y pese a que hasta que no llegue la hecatombe económica total el gasto tonto va a seguir para el general contento de los pringaos que encima lo pagan y trabajan creyéndose así más felices y realizados, a usté ricamente, y a él y a ti y a ellos y a vosotros y a todo el que no ande listo de escaparse como pueda, sí nos va a tocar jodernos en lo que más nos debería doler, que es trabajar más pero por menos que ayer, y menos pero por más que mañana, para eso.
Lo que por un lado parece irremediable y por otro no está del todo mal para ver si espabilamos.

Por fin me quedo un rato pensando sí plantear a mi interlocutor aquí, aunque sólo sea por ver si es capaz, aunque sea un poco, de pensar que si ha pensado al menos una vez, para ver en toda su mandanga el tema que debate, en la tremenda paradoja que encierra en sí el propio Sistema que habitamos que hace que, si al final se hiciera, o se hiciese, cierto, el milagro del ahorro de no gastar ni hacer más que lo que en verdad fuera o fuese necesario que se hiciera y esto, en lugar de chapucearlo, hacerlo bien hecho y de una vez por todas como es verdad que hace falta que se haga, el paro aumentaría de inmediato en estricta relación proporcional al monto de ahorro conseguido, dejando patente el absurdo de que el no tener que hacer todo ese trabajo innecesario que se hace poniendo los recurso al borde del colapso traería de momento susto y desgracia como para parar el carro. Porque la armonía del Orden Social Establecido, además de ser obra de locos, es como el equilibrio en una bicicleta, que no se puede mantener si no es yendo p’alante sin parar. Y si te paras y no pones el pie te pegas el guarrazo. Y como lo de poner aquí pie que cambie el rollo éste le dejo otra vez a usté ricamente claro que no lo va a poner ni dios porque ni dios está dispuesto a quitarlo del pedal y echarlo a tierra, pues, dado que enfrente desde luego se acaba el camino en el abismo, a lo mejor tiene razón el corral de próceres bípedos que en el agora del ágora a usté ricamente cacarean, porque resulta que en la escena dada sólo queda eso por hacer, cacarear cacareando, como el gallo de Morón, sin haber puesto el huevo, cada vez con menos plumas y con las neuronas propias de su austérica mente.


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