13 feb 2008

Rollos matutinos 4

Lo


El problema está en el sujeto del lo. Son las tres de la mañana y haciéndome una infusión de tila y azahar para ver si conseguía acabar con mi desvelo, al tiempo del ¡TLÍN! que hace el microondas cuando acaba su trabajo ha sonado un ¡clof!, este más sordo y hueco que el ¡TLÍN! de rigor, que suele pasar a veces y consiste en que se te queda el vaso medio vacío de agua de sopetón. Todavía no he llegado a formular las reglas de funcionamiento del ¡clof!, porque no pasa siempre y unas veces el agua entra en ebullición sin ¡clof!ear y otras ¡clof!ea sin haber llegado a entrar en ebullición. Pero cada vez me pone negro y me hace rememorar cierto temor que esa extraña tecnología de calentamiento me hizo sospechar desde su aparición. Así que mientras infusiono las yerbas en la mitad del agua mi mente vuela juguetona por ahí buscando conclusiones.
-Vete tú a saber qué clase de perjuicios puede acabar trayéndonos estos micro¡TLÍN!nes. Sí, no sería la primera vez que un en principio avance tecnológico trajera arrastras consigo el desastre silencioso y definitivo. Leí una vez que era posible que el fin del Imperio Romano hubiera sido por la manía que tuvieron al final de forrar las ánforas del vino con plomo, que hacía que los líquidos se conservaran mejor y todo fuera más chachi, pero que dejó a la prole de la clase rica, que era la que bebía más y podía costearse las ánforas de nueva tecnología, con una degeneración cerebral y física espantosa e incurable. Que puso el imperio en bandeja en manos de los bárbaros. Y habrá muchos más ejemplos históricos. Y en el último cincuenteño ha habido una barbaridad de innovaciones estremecedoras. El microondas, por ejemplo. O sea que...
-¡Qué horror! ¿Tú crees?, hombre, yo no creo, ahora antes de sacar algo al público lo estudian mucho.

¡Ahhh!, me digo un rato después mientras me tomo la tisana medio fría (porque otra cosa extraña de los ¡clof!es es que con él de pronto se queda la temperatura hirviente del líquido notablemente reducida), ¡ahí está el quid!, en el sujeto del lo.

Y así son ya las cuatro y aquí me tienes, Genomo, intentando todavía definir(elsujetodel)lo. El objeto está claro, es esa infinidad de aparatos y químicas y técnicas potencialmente peligrosas que crecen en número a cada momento paridos por la industria de la investigación. Pero el sujeto del lo estudian... Ese ente investigador multicefálico, quiénes lo forman. Quién les paga. Quién les dice con qué balanza tienen que pesar riesgos y ventajas. Cuál es su razón última de ser. El Mercaraiso. Por supuesto.
Qué el señor nos pille confesaos.

Leer más