2 ago 2014

Personajes 14


Pulgarcitas en la playa de hoy en día.

El otro día en la playa tuve al lado a un par de propias muy propias de lo que corre entre el elenco humano actual. Te las traigo: Treintañeras del tercer año de la era mariana, quinto de la crisis. De ese tipo que se dice del montón. Una no abre el pico, la otra no para de cotorrear. Las dos están en biquini sobre sus toallas al lado del rebalaje, que es como llaman aquí a la frontera movediza del agua con la arena, hoy por cierto muy tranquila.

-...pues a mí me gusta mucho. Yo ya me he visto las tres temporadas. Me las bajé todas y la semana pasada me vi la segunda y en esta, ayer, me acabé de verme la tercera y ahora ya estoy con lo que va saliendo. O sea que ya me he puesto al día.
Oí que decía la que hablaba hablando seguramente sobre una serie.
-Y está muy bien, pero que a veces tienen unos fallos... Porque en el último capítulo de la segunda temporada, ¿te acuerdas que ella se va con ese tan guapo que llega no se sabe de donde...?, sí ese que tenía el pelo rubio largo, que ella corta la cabeza al otro para irse con él, al otro con el que estaba de protagonista un montón de capítulos, que le corta la cabeza, que no sé yo para que hacen eso en la serie, aunque claro, eso es que se conoce que ese actor se quería ir por algo o lo que fuera y..., porque en las series cuando un actor se va hacen eso, lo matan y ya está, y por eso sería por lo que hicieron todo ese lío de cortarle la cabeza al que había sido un protagonista, pero que yo no sé por qué, porque el otro estaba también muy bien, como el que matan, pero es que resulta que..., ese era el último capítulo, ¿no?, y acaba yéndose con él y todo eso, con el rubio ese de pelo largo, bueno, pues, ¡cómo es que luego en el primer capítulo de la siguiente temporada van y cambian al protagonista otra vez por este nuevo de ahora que tiene pelo corto y es moreno! ¡Y es el mismo! es el mismo protagonista, o sea que es el mismo personaje, pero que cambian al actor que hace de él y...

Y yo tendido al sol, me pasaba un poco como a la otra tía, que no podía, aunque hubiera querido, dejar de oír a la que no paraba de cascar, y a ratos me decía que vaya murga me había caído encima y a ratos me daba rabia no poder memorizarme todo el espich con todos los detalles de modismos y entonaciones porque era algo desde luego genial como emblema representativo de un cierto tipo social de toda una generación. La que ahora empieza a subir al escenario.

Después se puso a hablar de sus clases, que yo no sé si eran de inglés sólo o el inglés era parte de un paquete formativo, pero que sobre el inglés era de lo que más hablaba o lo que a mí se me quedó más gravado. De todos modos lo sorprendente, y significativo, del carácter estudioso de la menda es que oyéndola hablar sobre sus estudios no pudiera llegar a saberse por más que lo traté de deducir, si se trataba de un triste graduado escolar o de un curso de titulación media. Y hasta me dio un poco de susto el que lo mismo se estuviera tratando de un curso post grado universitario. Por fin se puso a hablar de algún tipo de examen que debía de haber hecho hacía poco, y relató con pelos y señales como lo había hecho, pero no pude pillar si había sido de inglés o de qué. Pero en cualquier caso, lo que mejor le había salido había sido la redacción. Eso sí. Porque a ella, las redacciones, como mejor le salen es cuando se pone a hacerlas sin pararse a pensar ni a corregir. Y como no tuvo tiempo para ponerse a corregir ni a pensar, pues por eso precisamente le había salido muy bien y...
Siguió contando y recontó no sé cuantos detalles más que yo seguí oyendo con la cabeza a la sombra de la sombrilla y el cuerpo al sol tumbado boca arriba.
Después el parloteo empezó a versar sobre lo que parecía era un trabajo. Su trabajo. Sí, debía ser de su trabajo de lo que estaba hablando ahora porque se refería a un personaje, masculino, que parecía apreciarla, o a ella le parecía que la apreciaba, o la ponía contenta que la apreciara, o estaba loca por que la llegara a apreciar y entonces flipaba ya con el aprecio, y que le había dicho el otro día, decía a la otra, que había visto que ella se estaba tomando el puesto muy en serio y que se estaba formando y todo eso y que si sacaba el curso y tenía buena puntuación que él no tenía inconveniente en proponerla para... porque había varias plazas que iban a salir que eran para gente como ella, parecía que le había dicho, por lo que yo pude entender, el que yo pensé que era algún tipo de jefecillo de base de esos que siempre andan por ahí en ese tipo de trabajos en manga de camisa luciendo sonrisas y corbata controlando al personal. Y aunque no había llegado a captar datos concretos del entorno en que ejercía me lo vi en medio de... porque ¿de qué estaría esta trabajando exactamente?, a que estaba de cajera...
-Y es que yo, no es por nada, pero en el poco tiempo que llevo en el puesto me he hecho muy bien con todo y todos me lo dicen.
Oí que decía más o menos en ese tono de orgullo de listillo servil con que llevan toda la vida diciendo ese tipo de cosas la gente de ese tipo.
Empecé a reafirmarme en que era en un supermercado en donde trabajaba y antes de que me diera tiempo a decidir que en efecto debía ser así, así me lo dijo ella a través del espich interminable que le estaba echando a la amiga de oídos receptores y garganta muda.
-Es que es una empresa muy importante. Tú ya lo sabes. Y muy seria. Que estamos hablando del Lidel, no de una empresa cualquiera de esas de mala muerte por ahí,
Dijo con el eco reverente con el que la gente de ese tipo suele venerar la mano que le da de comer también desde los tiempos primigenios.
-que esta es una empresa alemana y se nota que es alemana. Se nota en todo. En la relación con el personal que trabaja, en la seriedad con que estudian los problemas, en como se preocupan por mejorar el servicio, en la organización tan buena que tienen... En todo. Es una empresa muy seria. Y tiene un futuro muy seguro y muy prometedor en el sector.
Vino a decir más o menos en un torrente de elogios y lisonjas que me hicieron pensar en lo cierto que es el tópico de la admiración del español por lo alemán.
-Y la verdad es que estamos todos muy contentos porque funcionamos muy bien en equipo y además oye, es que ganamos un sueldo que está muy bien. Porque la verdad es que pagan muy bien. Yo, lo único que quiero es que me den mas horas de trabajo de las que tengo ahora, que yo pueda trabajar las horas que hagan falta para que me den un sueldo bien, y que no tenga que estar con eso de que si me renuevan o no el contrato, que yo creo que me lo van a renovar. Bueno eso espero. pero que yo creo que sí porque el otro día me dijeron
Y yo ahí perdí un instante de conexión auditiva no sé si porque las escasas olas del mar hicieron algo más de ruido o porque sencillamente me distraje del muermo de esa vida con la que el destino me había juntado en una playa un día de verano. Me pregunto si a la otra también le pasaría que perdería el hilo de aquello sin que se le notara, porque de todos modos, mantuviera o no la atención al cien por cien, habla poco, y lo poco que habla debe de ser tan insustancial y parco que no llego yo a integrarlo en lo que capto.
-pero que yo... así mismo te lo digo, vamos, si me dan toda la jornada que quiero, o sea que yo pueda trabajar más de lo que me dan ahora, y me suben como suben cuando te hacen el contrato nuevo, a mí no me importa trabajar ahí para siempre. claro. Es que tú fíjate que, trabajando esas horas más, es que estamos hablando de mildoscientos euros, que es que es un sueldo para toda la vida. Es un sueldo para toda la vida, vamos.

Concluyó feliz de estar a punto de alcanzar satisfacción tan grande y a mí se me puso el vello de punta de oír en vivo y en directo semejante caso de adaptación gozosa a un medio rastrero al punto que analizaba la anécdota como un claro ejemplo de a lo que está yendo esta sociedad colectivamente, de cabeza.
-lo otro es mucho mejor claro... Lo otro es que es el sueño de mi vida. Eso que te he contado de que hay unos puestos que van a salir... pero que esos ya son de nivel medio de organización, que entonces con unas cosa y otras estaríamos ya hablando de dos mil euros al mes. Ya te digo, el sueño de mi vida. Y yo trataré por todos los medios que se me haga realidad. Pero que si no me sale eso, vamos, yo de cajera como ahora la mujer más feliz del mundo, te lo digo de verdad.
Y tan de verdad que lo decía. Tan de verdad que no le pudo quedar duda de ello, ni a mí asombrada conciencia ni al mar tranquilo que se abría azul y grandioso en frente, ni al potente Sol achicharrante que caía desde el Universo sobre la escena en la que se proclamaba. Era una verdad tan detonante que no dejaba en pie ninguna posibilidad al sueño vano de que pudiera existir fuerza mayor que ella en la Naturaleza. Ay, dioses, qué ideales tan sublimes sueña con alcanzar esta generación. Me dije generalizando un poco, abrumado por lo obvio y dudando de que el filósofo francés ese que ha inventado lo de Generación Pulgarcita, por lo de andar todo el tiempo escribiendo con los pulgares en los móviles, haya captado la triste realidad de su actitud vital en toda su crudeza. Aunque, por otra parte, la mezquindad es lo que más invariablemente se viene transmitiendo en el relevo generacional, y en realidad estas dos, aunque estaban dentro del conjunto, para ser plenas representantes pulgarcitas eran ya un poco reviejas.

-Porque eso puede llegar a ser como lo que ha pillado Sonia, ¿tú conoces a Sonia no? La novia de Pepevalero. Esa. Pues esa es en Ikea donde está. En medioambiente. En el departamento de medioambiente, para todo eso de almacenaje, deshechos, reciclaje... Ya sabes. Pues esa es bióloga, y está... loca de contenta. Sí, en Ikea, en cada centro, tienen a un responsable de medioambiente, licenciado, en biología o lo que sea en que estén preparados, pero tienen un responsable de medioambiente por cada centro. Hombre no te voy yo a decir que en Lidel vayan a tener uno por cada tienda, porque esto es mucho más pequeño, pero que algo en ese sentido tienen que crear ya lo verás. Y con que tuvieran uno por provincia, o por departamento regional ya habría... en Andalucía por lo menos dos puestos, y claro, está también que ella es bióloga y mi especialidad no es esa. Pero que lo mío también tiene que ver mucho con medioambiente. Si lo piensas bien... y en cuanto a títulos yo estoy tan preparada como

Y así siguió y siguió poniéndole detalles a lo que era la versión actualizada del cuento de la lechera al ordeñador de títulos, porque hoy día no hay mucha vida vaquera en este reino, pero sí un montón de humildes titulados buscando entre la paja de sus sueños alcanzar la caja que pueda contener la teta que aún siendo enjuta y algo amarga les de alguna leche como para poder conformarse a la idea de un cierto grado medio de felicidad. Cuando acabó con el repaso a todas las posibilidades que tenía de que aparecieran nuevos puestos que ella coparía de forma natural, siguió ya más tranquila detallando lo bien que encajaba ella en el equipo.

-No es por nada, que está feo que sea yo quien lo diga, pero que es que yo estoy mucho más preparada que ninguno de mis compañeros. Y no es que yo diga que ellos no trabajan o que no cumplen, pero es que yo con lo poco que llevo en el puesto ya doy muchas más pulsaciones que el que más da de los que llevan ahí un montón de tiempo. Y eso se tiene que notar.
Porque era como le dijo el otro día ese que parecía antes que tanto la apreciaba, o otro por el que ser apreciada por él era tan interesante como serlo por el otro, es que tú, te pongamos donde te pongamos rindes bien, y eso es lo más importante que buscamos en el nuevo personal para la Empresa. Y es que de verdad ella estaba muy contenta y estar contenta con lo que haces es lo mejor que puedes hacer para hacer las cosas bien. Y es que además había muy buen ambiente, dijo, porque todos se ayudaban en lo que podían para que el trabajo saliera para adelante y todo marchara bien. Y eso era también muy importante porque lo que la empresa buscaba era potenciar las cualidades de trabajar en equipo. Y cada uno tiene su responsabilidad, unos más y otros menos, según su cargo, claro, pero que luego todos eran compañeros y eso era lo más bonito. Dijo, como ejemplo de esa sintonía, que los jefes les solían llamar a cada uno por su apellido pero que aunque entre ellos también se llamaban por el apellido a veces, casi siempre se llamaban por el nombre, pero que en cualquier caso era siempre en un tono más de amigos que de lo estrictamente propio de compañeros de trabajo.

-A mi ahora me están empezando a llamar Badi, como me llamo Badillo de apellido pues me llaman Badi... y últimamente me dicen Superbadi. Empezó Javi, el chico ese que conociste el otro día, me lo dijo un día y ahora ya me lo están diciendo todos.

Y yo vi a la Superbadi superbadillando en su trabajo loca por resaltar en el entorno en que desarrollaba su carrera al tiempo que veía a las dos levantarse y acercarse al agua recolocándose la parte del culo de las braguitas de sus biquinis a las nalgas con cortos tironcitos de índice y pulgar sin parar de cotorrear en ese tipo de conversación gestual en el que lo principal es trasmitirse la una a la otra el total consenso con lo que se dice y con lo que se diga. Llegado que hubieron a que la superficie de las aguas tranquilas les llegó más o menos a una cuarta del coño quedaron al punto en ese punto sin parar ni el cotorreo ni las gesticulaciones consensuales mutuas, varadas en el tiempo y en cualquiera intención de avanzar a más profundidades. Por cierto que el biquini de la parlanchina era verde y el de la otra amarillo. Más detalles de sus físicos no te doy porque este tipo de especímenes se puede encontrar en cualquier molde y así te dejo libre para que tu imaginación te concrete la imagen que tu veas.

Yo por mi parte ahora, con ellas dos ahí en el centro del encuadre de esta escena playera que aunque tarde en terminar nunca va a acabar en zambullida, te propongo ir cerrando en redondo lentamente el campo de visión del objetivo hasta que al fin el negro engulla todo.

Leer más

8 jul 2014

Rollos matutinos 88

Instantes en transcursos

En realidad los instantes son como fotos de corrientes temporales que transcurren por los sitios. Congelan mientras duran algo que enseguida ya no está. Y por eso la verdad que representan deja de existir en cuanto pasan aunque a veces dejen sombras de su paso impresas en el soporte inestable del recuerdo. Tal vez también en algún tipo de archivo que tenga el espacio-tiempo por ahí. Algo así puede que sea. Este percepción del fluido temporal la acabo de sentir al contemplar la foto que hace poco hice del Estrecho desde un mirador de la carretera que une Tarifa y Algeciras. La he puesto en el escritorio del ordenador y ahora a cada instante estoy allí otra vez mirando aquel momento congelado entonces desde cada aquí en cada ahora que cierro un programa y aparece el escritorio con la foto. Pero ahora esa visión es en realidad sólo un trampantojo, una combinación de tonos y colores que no tienen otra verdad que una armonización determinada de impulsos electrónicos sobre un tipo de plasma específicamente creados por la inteligencia de mi ordenador para crear en mí las ilusiones visuales que con él me procuro. Pero tampoco es seguro que el paisaje que fotografié ese día no fuera al fin, más allá de una serie de elementos biológicos y minerales reflejando cada uno una onda diferente de la luz como nos dice la Ciencia, otra clase de escenario virtual que me ofreciera algún tipo de Matrix donde vivo sin que yo me haya percatado del todo todavía. En cualquier caso, cada vez que veo la fotografía ahora en mi desktop esa combinación de colorines me vuelve a inducir el sentimiento placentero de abarcar con la vista el enorme panorama del punto geográfico estratégico que es donde la hice. El Estrecho de Gibraltar. Una vista magnífica sobre su punto más angosto y desde arriba. Desde donde esta el objetivo de mí cámara, hasta el lejano mar bajan laderas de un verde rabioso de praderas y de bosques libres de pueblos y de casas, y al otro lado de él se levanta la costa Africana con el monte Musa al frente que, como es la hora del atardecer, resplandece rocoso brillando gris rosáceo con los rayos de luz dándole de lado mientras el Sol se va buscando el ocaso por el Este. Un paisaje grandioso, no sólo por la vista panorámica que el sitio ofrece en sí sino por el carácter específico que tiene en la cartografía planetaria, que le hace a uno imaginarse en él ubicado sobre el Globo Terráqueo como si fuera un gigantesco mapa mundi dando vueltas. La estrecha vecindad de dos continentes totalmente separados forma la puerta de entrada al entrañable mar Mediterráneo y su salida a la abierta inmensidad del Océano. Confluencias de ecosistemas y culturas. Lugar expuesto al viento de uno y otro lado. ¿Qué seres abisales estarán usando ahora su pasillo? Quizás esté pasando algún cetáceo. Tal vez también un submarino. Por la superficie navegan tres barcos que han quedado apresados en la foto. Los tres van hacia el Atlántico. Dos son cargueros de grandes dimensiones y el otro un ferry de los que van probablemente a Tánger. Qué impresionante lista de mercancías la que cruza y entra y sale por aquí. En el fondo estas aguas deben de ser la hostia de ruidosas. Sus habitantes si pudieran, seguramente se quejarían del continuo botellón que tienen que aguantar. Aunque algunos deben de aprovecharse de los desperdicios que el tráfico genera y se dirán que más cornadas da el hambre, como esos de ese pobre pueblo de La Mancha, de cuyo nombre prefiero no acordarme, que están locos de contentos porque les van a poner en el baldío donde existen un cementerio nuclear. En cualquier caso... Recuerdo que recordé, en el momento que saqué la foto del Estrecho, los diferentes yoes de las veces que había estado yo allí plantado en aquel pintoresco mirador. Por lo menos tres o cuatro a lo largo de mi vida. Y creo recordar que recuerdo que convine y que convengo en que en todas esas veces las disímiles personas que fui contemplaron cada una en su momento diferente la vista majestuosa con distintas formas de mirar y aunque siempre tuvieron ese mismo asombro cartográfico que antes te contaba, nunca fue el mismo estrecho lo que vieron. Tampoco es igual lo que me dice la foto en cada uno de los ahoras en que me sale ahora en la pantalla. Ni ha sido igual en los diferentes textos que me he construido en la cabeza pensando en escribir, todos diferentes a este que se va a quedar por fin congelado en una serie de caracteres que aunque ya no se moverán de su diseño tampoco van a generar los mismos sentimientos cada vez que se los lea. Porque en realidad pasa eso, que los instantes son como fotos de los sitios y no pueden ser sino distintos cada vez que se capturan con la acción de algún mecanismo de memoria. Dónde estarán por cierto aquellos yoes míos tan dispares que un día pasaron por allí. Es como pensar en dónde estarán los barcos que pasaban en el instante en que saqué la foto y que ahora aparecen con su trayectoria congelada para siempre cada vez que me encuentro con el fondo de escritorio en la pantalla. Qué filigranas habrán dibujado sus singladuras por el Globo desde entonces. Cómo habrá trascurrido en sus trascursos el trascurso vital de sus marinos y de sus pasajeros. ¿Es cada uno de esos personajes sólo una particular novela creada por el antojo del devenir universal? ¿Quieren decir algo en alguna partitura los renglones que escriben con sus desplazamientos? Qué magníficos relatos podemos recrearnos a partir de esos personajes que en realidad no conocemos, pero qué magnificas lecturas se dará el lector que pueda contemplar sus peripecias como una sucesión de caracteres que pasan a ser inamovibles según se escriben en el papel del Tiempo que transcurre. Sin duda los habrá de todo tipo. Los relatos. Los debe haber de un atractivo irresistible y muchos serán de un aburrido insoportable. En el caso del ferry el diagrama que dibuja es muy repetitivo, siempre el mismo trayecto corto de una a otra orilla cargado de almas y de enseres que son alternativamente absorbidos en un lado y eyectados en el otro. Es también un juego entretenido jugar a imaginarse con detalles cómo se desenvuelve cada una de esas historias según se van diseminando por todo el territorio tras salir del barco como de una jeringuilla. Por un momento veo también los miles de viajeros que tienen que hacérselo en pateras. Cuántas interpretaciones diferentes de un mismo drama transeúnte. En realidad, cósmicamente hablando, con ninguna diferencia de fondo de guión con el que representan los actores sedentarios en su rutinario ir del wc a la cocina, ¡pero que diferencia de color tiene el olor aventurero! Sin embargo, también debe tener ese gusto insoportablemente simple de sopor estacionario el que hace todos los días no sé las veces el tránsito Tánger-Algeciras. Y también tendrá algo de esa monotonía el que haga el trayecto Estambul-Ciudad del Cabo si es igual de repetitivo. No sé. En el brocal del mirador había en el momento de la foto un perro tipo chucho tumbado contemplando el horizonte con actitud tranquila y admirable que hacía pensar en que tal vez él también tenía ante la vista, como yo, sentires filosóficos profundos a pesar de verla día a día. Porque debía ser el perro de la venta que está en el mirador, que es en verdad un pequeño bar de carretera con una tienda de esos objetos souvenires que, aparte de cuando son un cenicero, pocas veces sirven para nada. Pienso ahora en que la mayoría los harán ahora los chinos, y me paro a pensar al mismo tiempo en esos chinos que los hacen y esos venteros que los venden, dos polos distantes en todos los sentidos de un mismo negocio. Seres anclados al lado de grandes movimientos. Después seguimos nuestra ruta hacia Algeciras y un poco más adelante recuerdo que paramos no recuerdo para qué, en lo que era un pequeño cruce que debía ir hacia un pequeño pueblo que debía de estar en la ladera mirando al mar un poco más abajo, porque en el cruce había una especie de kiosko cuadrangular de antigua factura de obra con tres aberturas al público y un lado que servía de pared estantería, que era al mismo tiempo lugar de venta de chuches y revistas y mini bar de los viejos del supuesto pueblo que estuviera ahí al lado, que se estaban tomando sus botellines sentados alrededor de la única mesa que había para ello. También vendían, en el quiosco, plantas de tomates y pimientos de una bandeja semillero que tenían encima de la cámara frigorífica donde enfriaban las cervezas. Y su vista me hizo ver más en concreto cómo se unían la pretérita vida campesina colgada en el tiempo que no pasa al lado de una carretera que era una vía de varios carriles que no paran de pasar, con el inminente núcleo industrial del puerto de Algeciras a pocos kilómetros, y el extraño micropunto de alta especulación globalizada que es la colonia de Gibraltar que se veía allá, al otro lado de la bahía, enfrente del kiosko. Sólo si alguna vez has atravesado este trozo de autovías que entra cruza y sale de Algeciras puedes comprender el sentimiento que se tiene de vivir en un corto espacio todas las contaminaciones y desastres paisajísticos que puede haber en este mundo. Después la cosa estresante va aflojando para atravesar una zona comercial de hipermercados que es idéntica a la de cualquier otra ciudad y enseguida, pum, otra vez el campo. Las dehesas. La carreterilla que recorre por entre un verdor vallado y que luego va ascendiendo al monte en cuya cumbre está el castillo fortaleza de Castellar, en el interior del cual es donde está el pueblecillo donde estábamos pasando unos días de lujo en una casita apartamento cuando hice la foto de aquel atardecer tan cartográfico que ahora tengo colgado de fondo de pantalla. 

y... (¿qué más era lo que quería yo llegar a decir cuando empecé con esto? Ah, sí. Era eso de que los instantes son en realidad como fotos de las corrientes de tiempo que trascurren por los sitios. Que congelan mientras duran algo que enseguida ya no está. Pero entonces, ¿para qué tanto escribir si eso ya lo había dicho en el principio?)... Ejem, bueno... ahora es el momento de acabar. Después apareceré otra vez mirándome en la foto del fondo de escritorio y veré sin duda otras cosas que querré comunicar. Pero entonces estaré frente a otro estrecho y habrá pasado ya el momento de esta foto.

Leer más

20 may 2014

Rollos matutinos 87

  Punto de fuga

Me encuentro en El País con una columna de Manuel Vicent titulada, El vacío, y al leerla me invade una enorme excitación. Al principio porque me parece que hablaba de esa misma zona oscura y pantanosa donde se relaciona el arte y el poder, que tanto me fascina. Pero luego me doy cuenta de que no, de que mientras yo no puedo dejar de ver en esa relación el aspecto siniestro, él se está refiriendo, creo, al sentido más loable del arte como tabla de salvación o escape del horror específico que suele tener la vida por causa del poder. Creo. Tampoco estoy seguro porque en realidad lo que pasa es que el texto de Vicent es tan bueno que abre, tal vez sin haberlo pretendido, una especie de caja de Pandora que sugiere de golpe al leerlo en un estallido de colores todos los múltiples reflejos que tiene esa compleja concordancia que hace del poder un arte y del arte un poder. En cualquier caso, una vez releído, compruebo que no estaba él refiriéndose a ese aspecto feo del arte que yo no puedo dejar de ver saliendo de entre las piedras de sus obras, sino más bien a todo lo contrario, al pretendidamente puro, que tendría carácter redentor incluso después de haberse revolcado íntimamente con la mierda. “La corrupción de los faraones nos regaló las Pirámides”. Dice, al principio de su texto seguidos de otros ejemplos de grandes construcciones de otras épocas. Y aunque entiendo y comparto la emoción por lo que dice no puedo dejar de ver esa parte oscura que tiene también el arte en las sombras del poder. Pero De todas formas... ¿Qué monstruos terribles son los que yo veo bullir en ese lodazal que comunica la esfera creativa y el poder del jerifalte? ¿Y cuando fue la primera vez que caí en la cuenta del lado siniestro que tiene el arte de los grandes monumentos? Debió de ser cuando leí aquél poema de Bretch. Tebas las de las siete puertas quién la construyo, en los libros figuran los nombres de los reyes, ¿arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra? Creo que fue ahí que empecé a ver el terrible dolor que hay detrás de esas grandes obras de la arquitectura que nos venden en los breviarios del arte oficialista como algo sublime que une la materialidad del hombre con no sé qué espiritualidad de estrellas. Pero en el poema de Bretch, Tebas es una ciudad, y aunque el poema plasma genialmente el abuso que Bretch nos quiere descubrir, al fin una ciudad es algo con una utilidad primaria que, con todos sus casos de redistribución injusta, al menos es necesario construir para una cierta mejora de la comodidad colectiva. Y yo, con lo que más flipo es con esas obras gigantescas en las que, además, en absoluto haría puta falta invertir toda esa sangre y sudor en construirlas para nada. Sí. Me refiero a las grandes construcciones, religiosas, funerarias, conmemorativas, ornamentales, e incluso defensivas... Todas esas grandiosidades más o menos conservadas que en los últimos tiempos están llenas de millones de abundios medioilustrados que las visitan ávidos de sentirse como no sé qué más qué, al tiempo que se creen como santificados por haber podido llegar a ir a contemplarlas durante el instante necesario para hacerles unas fotos y oír la cantinela explicativa del guía de turno que ha dispuesto para ellos la industria del turismo previo pago en la contratación del paquete, y decirse mientras las contemplan, ah, que grandiosa es el alma humana a la que pertenecemos. Y sin embargo, pocos son los que perciben el terrible dolor que emana de sus piedras. ¿Qué modelo podría poner para precisar mejor lo que estoy tratando de mostrar? Ahora de pronto no sé. La más brutal de todas esas obras sería sin duda así de pronto, desde luego, las Pirámides de Egipto. Pero es que sobre esas construcciones pesa un velo de misterio tal que... yo no sé si son creíbles las explicaciones que da la egiptología sobre cómo y cuándo y para qué fueron construidas. A mí cada vez me parece más inverosímil esa versión de millones de esclavos arrastrando con los dientes por las rampas de arena ciclópeos bloques de piedra que previamente habrían sacado, y tallado con las uñas, con un grado de perfección de ángulos y aristas y pulido acojonante, de canteras al quinto pino del sitio de construcción, para construirle una tumba a su faraón. No sé, algo hay en esas teorías que no me acaban de encajar en la lógica científica. Tal vez sea verdad que esos vestigios nos deberían hacer replantearnos las bases de las suposiciones sobre las que hemos basado la Historia. Sin embargo, si es que fuera así su génesis, como dice la egiptología, lo de las Pirámides sería precisamente la obra que mejor ejemplificaría la idea siniestra que no puedo dejar de ver en las grandes obras de la arquitectura. Así que, fuera o no fuese así como dicen que fue, válgame esa imagen horrorosa que evoca la versión oficial de la construcción de las Pirámides para hacer un símil general de esa argamasa de tortura que estoy tratando conjurar en estas grandes creaciones del arte de las grandes construcciones colectivas que, encima, no tienen ningún interés para la colectividad. A ver si me entendéis. O a ver si yo me explico. Cuánto sudor, sangre y muerte durante generaciones enteras a lo largo de los siglos. Todo ese enorme esfuerzo necesario para poder crear la estructura precisa para ejercer los latigazos y presiones coactivas para hacer tragar con el sufrimiento de los trabajos más horribles a la masa necesaria para conseguir la realización de esos gigantescos antojos personales en nombre de los dioses y los césares de turno. Algunos expertos dicen que no en todos los casos se hacían esas cosas mediante esclavos, que había mucha veces que los abundios consideraban un honor dar su vida en la consecución de esas súper construcciones y lo hacían hasta que alegremente. Puede ser. A mí en el fondo, para lo que trato de decir ahora, me da igual que la coacción se consiga a fuerza de tralla pura y dura o a través del poder de seducción o de embaucar con la magia de esotéricos embustes, o con el pobre anzuelo de un pequeño salariete para poder tirar, como en la edad moderna. Me da igual incluso que se llegara a hacer en ocasiones en plan delirio alucinante de gloriosa unión mística sadomasoca. Todo ese esfuerzo y dolor, para construir el sueño grandioso de los que tienen el poder de forzar su construcción... en nombre de no sé qué grandor o grandeza que sólo me parece erotizante si me pongo en el sitio de los que les toca promover, o si acaso dirigir la promoción... por mucho arte que tenga la obra... Cuánto dolor y qué magnifico derroche de energía. No sé, pensando en qué ejemplos poner aquí para ilustrar la desazón que me produce la contemplación de estos monumentos de pronto he encontrado uno que viene que ni al pelo. Porque además de reunir todos los aspectos siniestros inimaginables que este tipo de acciones tienen en su construcción y ser su factura de un mal gusto tan insuperable como gigantesco, la historia de su facto es todavía actual: El Valle de los Caídos. ¿Ves? ¿A que ahí si que está claro que lo que habría que hacer con ese monumento al horror es dinamitarlo y borrar de la memoria para siempre las huellas de ese sádico abuso de poder? Aunque la verdad es que aún en un caso tan claro como este hay quienes lejos de querer dinamitarlo se inflaman de orgullos humanos trascendentes cuando ven desde lejos la siniestra sombra de su cruz cayéndoles sobre el valle en la cabeza e irían a otra guerra si fuera necesario si alguien se pusiera a demolerlo. Y también hay los que aún diciendo que la obra les parece un horror intolerable se avienen a decir que ya que existe tirarla es una locura y lo que habría que hacer es darle una mano de brochazos significativos al emblema para cambiar un poco el color de su significación y hacerlo así más engullible a las actuales gargantas democráticas, siempre tan proclives a hacerse las estrechas a la hora de tragar todo lo que haga falta. No sé. Aunque a mi se me revuelven las tripas cuando pienso en esa construcción no es mi intención ahora condenar atrocidades de las dictaduras sino jugar a analizar algo que está más allá pero muy dentro de su esencia. Y si me interesa aquí ahora la enormidad de esta basílica espantosa no es tanto por lo que tiene en sí de símbolo aberrante como por aprovechar la capacidad que aún tiene de hacer surgir sentimientos encontrados a su vista, para trasladarla a otras creaciones que por estar más lejanas en el tiempo ya han perdido esa capacidad de levantar ampollas que sin duda tendrían en el suyo y ahora sólo se las contempla como obras que están por encima de cualquier concepto criminal, y sólo son representativas de esa parte de nuestro quehacer que llamamos arte y que nos gusta emparentar con lo divino, existan o no existan las divinidades. ¿No podría ser que por ejemplo, el emperador Quim Shi Huang, ese que se hizo enterrar con miles y miles de figuras de guerreros a tamaño natural hechos de arcilla, muchos con armas y montados a caballos, fuera un grandísimo hideputa cien mil veces más grandísimo que Franco? ¿Cuantos pobres seres humanos tuvieron que pasar la mayor parte de su vida construyendo los sueños de ese megalómano enfermizo? ¿Y cuántos fueron los que sirvieron como agentes del aparato represivo de poder ejecutivo? porque esos delirios personales sólo pueden construirse usando de cohortes represivas de férreas y masivas estructuras. Se me ocurre pensar en uno de esos artista de la terracota que, después de poner todo su genio en la creación de esas figuras tuviera que sufrir verlas luego enterradas para siempre, al servicio y al disfrute sólo de aquél déspota cadáver. Claro que habría muchos de esos artistas que estarían orgullosos de emplear su vida para tan alto fin y andarían por ahí muy estirados con la barbilla alta y el culo prieto, en ocasiones jodiendo a subalternos como forma de sentirse ungidos por el privilegio y desahogar posibles amarguras que se hubieran tenido que tragar. Y habría los que proclamaran que estaban muy contentos con haber sido elegidos para esa santa empresa y luego se cagaran entre dientes día a día en la putísima madre que parió al emperador y a toda su tropa de cabrones. Y los felices felices felices por haber alcanzado ese destino porque no podrían soñar con un sino mejor que dar la vida a los deseos de su amo. Y los que ni siquiera tendrían luces para hacerse otro planteamiento que hacer lo que les había tocado en esta vida sin comerse mucho el coco por naturaleza y gracias a que al poder pillar cacho del imperial proyecto podían medrar al menos más o menos, que de esos siempre los ha habido y los habrá y seguramente siempre serán la mayoría. Sí, de todo habría entre los artesanos de distintos estamentos y habría miles de posibles personajes para protagonizar otras tantas novelas históricas best seller, pero, ¿y los cientos de miles de pringados que hicieron falta para que los artistas hicieran de su arte una realidad? La verdadera mano de obra. Los saca barros, los transportistas, los corta leñas, los cava hoyos, los sube pesos... todos esos que sin la penosidad de los cuales se va a la mierda la materialización de la magia creativa, cuyos sudores amargos es lo que yo no puedo dejar de ver rezumando por los poros de esas arqueologías de las que pretenden que sólo nos hablen de la cualidad divina que tenía la creación de esos humanos creadores distinguidos por el toque de las artes que mandaron construirlas, que no sólo les haría trascendentes a no sé qué cualidad espirituosa a ellos por haberlas ideado y promovido sino a cualquier abundio que comulgue hoy y en el futuro con su contemplación en la debida compostura. ¿Se hacen también merecedores de esa aura meliflua y sacrosanta esos pringados? En absoluto, antes bien esos son en la historia como una masa impersonal y amalgamada que no se considera casi nunca, apartada de las mieles del acto creativo por completo, y nadie piensa en ellos y todo el mundo lo que quiere ser es uno de los otros, más o menos importante en la cadena de mando pero, por los dioses, de los otros, jamás tener que ser uno de ellos. Y sin embargo, no cabe la duda, seguirán naciendo mil destinos de estos desgraciados por uno que se libre más o menos de pringar casi siempre a costa suya. Así son las cosas. Y hay quién dice que, no sólo no puede ser de otra forma sino que tiene que ser así por fuerza. Que la especie no podría medrar de otra manera. Que pensar en otro modo puede llegar a ser incluso subversivo. O hasta que terrorista. Y por si acaso lo obvio no es suficiente para mantener a algunos dentro de la raya, hay montada toda una estructura disuasoria secular que se va adaptando maravillosamente al paso de los siglos para cortarles los vuelos a los que se dejen llenar la cabeza de pájaros.

Y ahora aparece en el texto de mi testo la Casualidad. Que según muchos no existe y que a mí me ha sorprendido cuando, ayer, no sabía cómo seguir poniendo aquí caracteres alfabéticos porque había perdido el hilo y no estaba ni seguro de que hubiera merecido la pena decir lo dicho y de pronto me puse a ver un episodio de Cosmos, del National Geografic Chanel, y me encuentro que tratan sobre el tremendo hideputa que fue efectivamente el tal Quim Shi Huang, el de los muñequitos que yo había puesto de ejemplo del horror que no puedo dejar de ver en las obras de ese arte que está unido al poder del poderoso, que según ellos habría sido no sólo responsable de una época de represión espeluznante sino además del atraso de las ciencias universales por haber quemado libros a montones y perseguido y matado a científicos punteras de su época. Mira tú me dije, que ya lo había olido yo. Y es que efectivamente este tipo de obras faraónicas son casi siempre, vamos a dejar el casi por si acaso, promociones de hijos de la gran puta de muchísimo cuidado. Que era lo que yo quería decir al Universo así tan importante como para que gastara parte de mi tiempo aquí en el ordenador dale que dale a las teclitas. Y no por buscar justicialismo y soluciones que lo más seguro es que no haya, sino por simples ganas de mostrar a quien lo mire el tremendo despropósito que cunde en las estructuras de la Civilización, enredado con otras malas trepadoras en sus pilares más sagrados y hasta con la complacencia y la fea colaboración de las bellas artes con las terribles armas. Otro gallo cantaría si esa simbiosis dejara de existir.
Sin embargo entiendo cuando dice Manuel Vicent: “Como un áspid desprendido del seno de los dioses el arte se ha ido deslizando por todas las ruinas, sin excluir la ruina humana, hasta redimir la sangre que ha generado la historia”. Y comparto con él la emoción con la vista de ese áspid (por cierto qué curiosa elección de la palabra), pero no puedo dejar de ver el veneno tan fino que destila en sus colmillos. Y me pregunto, sin ningún ánimo de reivindicación inútil, si no sería ya hora de dejar de hacer, cósmicamente hablando, el gilipollas malafollá los unos con los otros y dedicar los esfuerzos de la especie a algo un poco más dentro de algún tipo de razón. Aunque seguramente eso será como pedir peras al olmo. Más adelante, Manuel centra ese poder purificador del arte refiriéndolo al artista individual con ejemplos así como que “El fanatismo de la Inquisición fue redimido por la locura de El Quijote y la duda de Hamlet”. Y yo también me exalto con él subiendo al olimpo luminoso de los grandes creadores enfrentados a lo largo de la Historia no solo a los ridículos pastores criminales sino a todo el borregueo del rebaño, pero no puedo dejar de ver al mismo tiempo cómo en la mayoría de los casos tampoco estos estaban tan limpios de cooperación con los sistemas que les tocara torear. Como es natural por otra parte.
Por fin acaba Manuel con una apuesta optimista de futuro, “La corrupción y la basura moral que hoy nos asfixia tiene un punto de fuga”. Dice. “El arte es una escapatoria”... “Sálvese quién pueda”. Concluye por fin. Y esa conclusión me parece perfecta para zanjar este tipo de disquisición. Yo personalmente he procurado salvarme escapando todo lo que he podido de pringar, si me apuráis, y por si acaso, hasta que de la propia creación. Principalmente, ese ha sido mi arte. Sin embargo, no siempre estoy seguro de haber alcanzado la satisfacción.

Leer más

7 abr 2014

Rollos matutinos 86

Adolfo Barajas
Amos, amos, amos. Hay que ver. El otro día, en cuanto que oí en el telediario, mientras hacía mis cada vez más escasos ejercicios de gimnasia, que el Suárez no se había muerto todavía pero que era ya cosa de cómo mucho cuarenta y ocho horas me dije, madre mía, anda que el plastoncio mediático que vamos a tener que soportar. Y en ese momento se me figuró toda una serie de escenas y proclamas y posturas y sermones todas ellas a cada cual más estomagante. No me equivoqué en ninguna, había visto en un instante cuales iban a ser los aires y las poses de políticos y expróceres y gacetilleros de todos los colores con tal exactitud que, de no ser por lo previsibles que eran hubiera creído que tenía dotes de adivino. Todo el coro de mediáticos y hombres de pro convinieron y reconvinieron en volver a convenir en el hombre tan cabal que había sido el muerto, tanto que en realidad lo que había sido era el Cabalísimo. Y todos decían lo mismo como si lo hubieran aprendido de algún guión divinamente verdadero o impuesto de verdad por un poder divino inexcusable. A los más jóvenes se les veía cantar la cantinela aprovechando para hacer ver lo bien que se habían aprendido la lección de sus mayores, sobre todo ahora que está tan mal la cosa del trabajo y hay que apostar a prosperar, y a los mayores se les notaba aprovechando la ocasión de hacer insigne al cabal muerto para irse cabalizando ellos el epitafio propio que, aunque confían que todavía tarde mucho en llegar, ellos ya no paran cabalmente de labrarse. De los consagrados por la oficialidad sólo he visto disentir de la coral a Juan José Millás. Que con su columna, titulada Ha muerto un papa, me hizo sentir que yo no estaba solo, que no es que yo estuviera estomagado, que es que la cosa era estomagante, y el que no se estuviera estomagando era porque tenía tremendas tragaderas o más de una razón para tragar. “No parecía que se había muerto un político, sino el Papa de una religión verdadera, De hecho se le ha enterrado en una catedral, llevándose consigo, además de los ramos de flores, un aeropuerto, decenas de calles y avenidas, jardines, parques, monumentos, colegios, qué sé yo”. Decía Millás. Y yo pensé en el oscuro mecanismo que engendra y gesta los partos de estos protocolos. Si a su mujer la enterraron ya en la catedral era porque estaba decidido hacía mucho tiempo como iba a ser exactamente la Historia que se iba a promulgar en cuanto que él muriera. Y por unos días me ha obsesionado analizar como funciona el entresijo de ese mecanismo que marca las pautas de la ideología general. Las mafias familiares de poder que lo forman a lo largo de los tiempos. Cuál es el unto que lo engrasa y cohesiona. Cómo consiguen recepción a sus ramificaciones en todas las esferas. Es muy interesante ver como se realiza en la máquina los relevos generacionales. La versatilidad con que se adapta la estructura del mostrenco al cambio inevitable de las modas resguardando la esencia de lo tradicional. De qué manera asombrosa consigue siempre embobar al conjunto de los simples. El secreto de su fórmula está en no dejar ver el artificio y hacer creer que lejos de ser fruto de una industria todo mana del deseo natural de la inmensa mayoría que sin embargo no tiene opinión propia. Es un fenómeno complejo y al final son pocos los elementos que quedan sin comprometer. Muchos son los que se venden por un plato de lentejas ahora a menudo virtuales. Supongo que yo lo veo tan claro porque soy un completo marginal, pero para los que están dentro de la bola, aunque sólo sea en calidad de grandísimos pringados, debe de ser difícil darse cuenta de nada. En fin, todo esto, qué más da. Es sólo que es esto en realidad lo que más me ha ocupado el coco durante la larga consagración de esta necrolatría de estado que acaban de celebrarnos. Siempre ocurre en estos casos que hay detalles que aunque eran también totalmente previsibles uno no tiene la mente retorcida que hace falta tener para llegar a imaginarlos. Y eso me ha pasado con lo de cambiarle el nombre al aeropuerto. Yo sólo de pensar decirle un día a un taxista, lléveme al Adolfo Suárez me dan como que cien patadas en los güevos. Con lo chachi y lo castizo que le queda al aeródromo su nombre natural. Supongo que será una de esas cosas que a nivel popular nunca se consiguen. Aunque vete tú a saber, las sociedades van cada vez más hacia un tipo de rebaño de borregos que gustan de balar al unísono enseguida en cuanto les dan el do del balido oficial que les enseñan. Habrá que ver de todas formas que pasa con este. Porque mira que está unido el nombre de Barajas con Madrid. En cualquier caso, alguien en un twits proponía que ahora su hijo se pasara a llamar Adolfo Barajas. Y me pareció una resunta tan genial del papelón y una pedrada tan certeramente tirada al punto donde queda todo dicho que decidí usarla como título del post.

Encima, claro, como no podía ser de otra manera, en el funeral tuvo que dar la nota nacional catolicista ese espantajo clerical que tan bien representa a la carcunda típica española. El cual, dándose ínfulas de embajador de Dios en el Estado y armado con sus faldumentos de oropeles su báculo y su mitra agitó antiguos sonajeros de terror para hacernos ver que él todavía tiene en su mano la potestad divina de todos los diablos. Y eso ha tenido su gracia. Porque hay que ver la cara que se les ha quedado a algunos de la zona progresista que tan aplicadamente habían entonado las notas de la cabalización cuando se han dado cuenta de que les habían hecho una vez más tragarse el sapo.
La Santa Ceremonia estuvo también marcada por la presencia del Obiang, uno de los dictadores más rico y terrible del planeta, que apareció por allí envuelto en toda su negrura como único asistente en calidad de jefe de estado extranjero, y la Casa Real tuvo que hacer verdaderos malabares para que, además de ocultar el hueco vergonzoso que dejaba la princesa imputada en el cuadro doloroso familiar que había que componer, conseguir que no quedara ninguna imagen del momento oficial del saludo al dictador, que se dio como no podía ser de otra manera aunque dentro del más completo secretismo, promulgando la total ausencia de las televisiones y prensa tanto nacionales como extranjeras en el acto del saludo de las delegaciones, momento en el que sólo los fotógrafos del Gobierno y de la Casa Real pudieron hacer fotos para que se vieran las luces de los flases en la escena, porque no se van a publicar en ningún sitio jamás. Una imagen muy representativa de nuestra trasparencia y desde luego muy en consonancia con las prácticas de los tiempos en que regía el muerto que ahora se estaba cabalizando en olor de democracia.
Pero además, nada más acabar de enterrar al cabal muerto va una rancia periodista, cuasi cronista de la realeza e intimísima del cabalizado, y saca un libro de novecientas páginas diciendo que el fake que había hecho Évole era cierto y que La Operación Armada había sido verdaderamente programada por el Rey para darse importancia con la jugarreta, pero que luego lloró cuando el 23F porque creyó que había perdido la recién estrenada corona para siempre, y que a ella se lo había contado todo todo, precisamente, el cabal muerto que acababan de enterrar con el que ella había sido poco menos que uña y carne del mismo cuerpo de una misma ideología y de la misma religión. El escándalo ha sido terrible. De infundio criminal lo ha calificado el hijo. De credibilidad cero, el coro general de cabalizadores. La Casa Real, de pura ficción difícil de creer. Pero ninguno ha iniciado ningún tipo de demanda, aunque el hijo clama democráticamente porque la autoridad secuestre el libro.
Así que al final el chou de canonización como padre de la democracia del modernizador franquista, ha cantado por todas las costuras la enorme cantidad de franquismo reciclado que forma todavía nuestras instituciones. Y esto explica todo por completo.
Y no se ve que vaya a cambiar la cosa, sino antes bien todo lo contrario.
¡Puaggg!
Nota: La imagen está cogida de una web y es de Igor Morski.

Leer más

4 abr 2014

Rollos matutinos 85

Similitudes

Cómo describirlo. El cuadro que sugiere y encabeza este testo mío de ahora. Si sigue ahí arriba lo puedes ver, claro, pero siempre intento describir las imágenes de mis post con palabras en los textos por si acaso quedan en algún momento separados de ellas en alguna parte del camino hacia su fin. Pero esta vez es muy difícil. Prácticamente imposible. Hacer sentir lo que hace ver la foto. Se trata de dos monillos recién nacidos, tomados en fotografía por la cara en primer plano. Están juntitos mirando con indefenso asombro infantil la vida a la que acaban de llegar y tienen los mismos pelos malos con los que nacen todos los niños. Ellos sin embargo parecen más despiertos que los bebes humanos de su edad, pero ambos se chupan el dedito exactamente igual como las crías humanas. Qué tremenda similitud. Tan profunda que advertirla da enseguida como un poco de miedo. Y esa percepción, que es lo que surge nada más ver la imagen, es lo que es imposible hacer surgir aquí ahora con palabras. En cualquier caso, ahí están, los dos monillos, chupándose el dedito y mirando fijamente a la cámara. Y es asombrosa, la diferencia de personalidad que se advierte ya en la expresión de sus miradas tan distintas. De todas formas su vista hubiera pasado enseguida de mi mente una vez llamada la atención sobre su analogía con los de nuestra especie porque no es ni con mucho la primera vez que lo constato. Eso suele pasar casi siempre que se ve un mono, y más cuanto más recién nacido sea. Pero es que estos dos son únicos en el Tiempo y también en el Espacio. Son los primeros monos trasgénicos creados con la tecnología CRISPR/Cas9, para hacerlos más parecidos genéticamente a los humanos y poderlos así usar mientras vivan para estudiar nuestras enfermedades degenerativas. Así que la tremenda esclavitud que se cierne sobre ellos no es sólo sobre ellos que se cierne, sino sobre toda su maldita descendencia mientras dure y sin escapatoria. Nacen para la Ciencia. Y cabe imaginar pocos horrores de magnitud mayor en este Sitio incomprensible en el que estamos todos y al que llamamos Vida. Pero no, no estoy diciendo esto en absoluto intentando atraerte a una valoración moral dentro de no sé qué rollo macareno llamado Bien o Mal. No. No es un sí o un no ni ningún tipo de posicionamiento lo que estoy buscando de ti contándote ahora esto. En absoluto. Por favor, no empañes el cristalino horror del universo menguélico que estoy tratando de mostrarte con raciocinios bagatelas que al fin solo procuran hacerles las cosas duras soportables a las morales falsas, porque a las criaturas que vamos a meter en el infierno del Ser que estoy viendo en el mundo de esta imagen no se les puede vejar encima con la hipocresía de ningún tipo de juicio de valores. Qué más les puede dar a ellos que tengan que sufrir el suplicio de sus vidas con o sin algún tipo de razón. Los falsos polos del juego de la Ética, e incluso de la Estética, no sólo me dan ahora exactamente igual, sino que son un cuento que no se puede usar al tratar esto. Nada más lejos de mí ahora que buscar la moralina. Yo ante este drama no quiero que me digas ni que si ni que no. Yo sólo quiero que veas el escalofrío interminable del horror que es la realidad que hemos diseñado para ellos, pobres programas cognitivos partes del mismo Universo que nosotros, y que es al fin uno más de tantos. Horrores. Porque el infierno al que vamos a traer a estos monitos y que ahora trato vanamente que sientas en toda su viveza no es más que uno más de los tantos que urde la tramazón de la existencia al existir. Aunque este en concreto además conlleva todas las perfecciones de lo científicamente elaborado. No. Yo, contándote este horror, no quiero que me digas ni que sí ni que no sino que si quieres que te cuenten estos monos por un rato el cuento de la cancaramusa pavorosa que nunca se acaba y que siempre anda por ahí enredada en el transcurso de la expansión de la Materia por el Tiempo. ¿Que no? ¿Que no quieres que te cuenten amarguras? Pero si yo no quiero contarte amarguras ni que me digas ni que sí ni que no, sino que si quieres que nos cuente ese infierno de existencia el cuento atroz de la cancaramusa pavorosa que nunca se acaba y que siempre trae enredado por ahí el trascurso de la expansión de la materia como elemento atómico esencial de las cosas más bellas y más dulces… Porque es así siempre mires donde mires. Por lo menos en este nuestro Planeta. Vamos a dejar fuera en principio al resto del universo inobservable aunque sólo sea por desconocimiento real y por si acaso, y para que no venga nadie a decirme que soy un puto amargado pesimista.
No sé. Pero mira. Quizás sea buena idea, para emplazarte a que sientas tú también la parte del horror de su cuento que puede estar tocándote a ti del mismo modo en el tuyo sin que te estés dando ni cuenta (al fin y al cabo somos parte exactamente de la misma química orgánica biológica y del mismo tipo de ecuación espacio tiempo), que pienses un momento a estos monos de mayores entregados a la mística de alguna devoción en que proclamen, para amortiguar con cataplasmas de fe el dolor de los dolores de su sino, cosas como por ejemplo: El Señor es mi pastor, hizo en mí maravillas y nada me falta, en verdes praderas me hace descansar, a las jaulas tranquilas me conduce...
Cuántos flases de repente ¿verdad? Y ninguno tranquilizador, aunque quizás sí reveladores.
Y es que, si es que no somos sencillamente unos creadores de horror más en el caos de una cadena casual de casualidades que se expanden con el Tiempo en un mar caótico de plasma cargado de alegrías y dolores sino el vértice de no sé qué tipo de progreso, aleatorio o programado, a una escala de la organización de la Materia en algún modo superior, ¿deberían estar orgullosos estos monitos de colaborar con su suplicio a esa especie de escala evolutiva o simplemente lo suyo es que se caguen en su dios en cualquier caso por haberles preparado ese universo precisamente para ellos? ¿Habrá algún tipo de vara universal que mida este tipo de valores? Pero, ¿y si resulta que en realidad en esto también todo vuelve a ser curvo, como parece que demuestra la Física puntera, y es la de estos monos una experiencia del Ser que los científicos dioses que los han creado tendrán que vivir luego en la rueda del Karma de algún tipo de Sansara que nos esta englobando a Todos en algún experimento metafísico que les es grato, o productivo, a los supremos creadores Padres del Invento General? Y en este caso, ¿deberíamos entregarnos a los manejos de sus laboratorios diciendo aquello de hágase en mí según Tú voluntad, o haríamos mejor, como en el caso de los monos, mirando a ver de soltarle un mordisco al hideputa cuando venga con la aguja a ponernos la ponzoña a ver si por lo menos logramos sazonar lo amargo de la vida que nos da con el logro de habernos llevado entre los dientes media mano de una tarascada?.
De todas formas, qué graves relaciones. Las que engendre este horror de mundo en el roce diario de la cotidianidad. De todo se dará. Me estoy acordando ahora del escalofriante amor de aquella mujer veterinaria que tranquilizaba con caricias, justo antes de inyectarles el líquido letal, a los perros escuálidos que mataba cada día en aquella perrera sudafricana terrorífica de Desgracia, la novela de Coetzee, para que  murieran en la ausencia de temor y hubieran conocido por lo menos un momento de cariño. Qué frío tan profundo tiene que dar recibir ese tipo de caricias.
Después me he acordado de un día con una amiga inglesa con la que otra amiga y yo aprendíamos inglés y que era el verdadero ejemplo con patas de ese tipo de pose ecuánime continua tan inglesa y estirada. No sé por qué habíamos acabado hablando del uso de animales en la investigación y ella se mostraba horrorizada horrorizada de ella pero quizás también totalmente partidaria al mismo tiempo por el lado necesario y benéfico que se desprendía de su práctica. Y creo que fue contemplar ese perfecto uso del doble rasero para quedar bien en las dos caras de una implacable moneda lo que me llevó a decir, haciendo gala de mi morboso gusto por afilar verdades en el borde de las cosas aunque sólo sea por jugar, que de la misma manera, quizás, también podríamos estar hablando en igual tono acerca de la experimentación que se lleva a cabo con niños de las masas negroides de esas ciudades basureros gigantescas perdidas entre la mierda de las áfricas. Lo que claro, de inmediato, causó una especie de expectativa alarmante ante la posible trampa de incorrección política gravísima que podría estar encerrando por ahí en el lugar al que pretendía llevar yo el debate con ese extraño giro de mi argumentación. Cómo va a ser igual, los unos son humanos y los otros animales. Sí, ya, pero… esa justificación que es para nosotros, como humanos, indiscutible, lógicamente meridiana, cómoda, suficiente, y enormemente provechosa, no tiene en realidad, cósmicamente hablando, más carga objetiva de razón que la que da la contraposición prepotente de dos conjuntos anteriormente prejuzgados por una escala de derechos partidaria y partidista que también se puede hacer siempre que se quiera variando la definición de los conjuntos que se contraponen en provecho de un nuevo interés del derecho de las partes en realidad con la misma calidad de lógica y razón. Es decir, que de igual modo que se zanja la cosa del derecho a hacer lo que se venga en gana con ese ellos que nunca vamos a ser nosotros diciendo, los unos son humanos y los otros animales, se puede zanjar diciendo, con solo correr un grado más allá el fiel de ese tipo de balanzas, los unos son miembros de una sociedad mucho más desarrollada en no sé qué escala de civilización y los otros medio monos. O pobres diablos que en realidad, de otro modo, pocas posibilidades tienen de llegar a ser algo para la humanidad que no sea un lastre. Que es exactamente lo que vienen a decir los que hacen ese tipo de experimentos científicos con ellos, cuando no consiguen ocultar las acciones de sus prácticas, que es lo que se procura y lo que al fin prefiere que se haga esa inmensa mayoría que forma el pelotón de los consumidores de avances que se consigan a su costa. Ojos que no ven corazón que no siente. Que es lo que realmente pasa. Porque al final, en el protocolo de nuestra praxis farmacéutica, señores, después de la fase de experimentación con animales, hay que pasar, obligatoriamente, a la experimentación en las personas y ahí…
Ahí hay y habrá de todo. Ya hubo un Mengele famoso, apoyado por el orden de su sociedad totalitaria, y muy trabajador por cierto, que consiguió enormes logros para la medicina a base de gitanos y judíos. Y acabo de encontrarme, qué casualidad, ayer, leyendo Los ensayos de Montaigne, bajo el epígrafe, Malos medios empleados para un buen fin, que, según Agripa, ya en tiempos antiguos, se entregaban los reos condenados a muerte a los médicos para que los desgarraran vivos y observaran al natural nuestros órganos interiores y establecieran así más certeza en su arte. Así que… mejor dejo a tu imaginación lo que esté pasando hoy día en este tipo de quehaceres punteras en la generación de percepciones de progreso y de enormes beneficios, siempre fluctuando entre las fangosas espirales que van de lo legal a lo ilegal y del estudio publicado a bombo y platillo a las practicas realizadas en el más total de los secretos. Si quieres te cuento un par de cuentos de esta cancaramusa particularmente espantosa que he oído por ahí... Ah que ya me has dicho que no, que no quieres que te cuenten amarguras. ¡Pero si yo ya te he dicho que no quiero que me digas ni que si ni que no ni que si quieres o no quieres que te cuenten amarguras, yo lo que quería es que te contaran estos monos siquiera algo del terror de la cancaramusa horrorosa que les toca vivir por más que digan que no, que no que no que no que no, que no, que por favor, que paren ya, que no quieren que les sigan contando el terrorífico cuento de esa cancaramusa para cuyo horror interminable han sido sin embargo especialmente creados y cuyo tormento tendrán que vivir sin interrupción hasta que mueran.

Leer más

14 ene 2014

Rollos matutinos 84

El descreído eterno

Al parecer hay que vivir el hoy. Porque es lo único que de verdad existe, ya que el ayer es el humo de algo que se fue y el mañana una quimera que en realidad no será nunca. Entonces lo único que es en realidad es hoy y por eso es lo único que se puede vivir. El hoy, además, no tiene vuelta de hoja, como es es, así que no queda otra que vivirlo como sea o parar el tren y bajarse de este mundo. Ahora bien, cualquier hoy al ser vivido se escapa en realidad en infinitos instantes de presente que van siendo precedidos de instantes ya pasados prepuestos a instantes de futuro que dicen que serán pero que, como pasa con el instante que media entre los dos, en realidad sólo pasan a ser en el instante que ya fueron. Por lo que no queda otra certeza que la de que realmente el presente, al menos a efectos de poder hacer algo con él, en realidad no existe o al menos es inaprensible. Sólo definiendo el punto temporal que forman el ahora y el aquí como un paréntesis de tiempo que englobe muchos aquís y ahoras podemos tener la ilusión de que podemos hacer algo con él en nuestro trascurso presencial. Y tampoco es el hoy lo mismo aquí que allá. Los puntos de los diferentes hois que marcan las variables aquí y allá al coordenarse en un ahora son también muy relativos. Porque pueden definir desde un concepto mínimo, tan idealista como el imaginario punto matemático ideal ese que dicen que no tiene dimensión y que sería la intersección entre dos líneas de puntos sin dimensiones, que sería en el plano de la vida el referido a la personalidad de cada individuo, hasta un sector más vasto que abarque, por ejemplo, al colectivo entero de un país o a toda la vida de un planeta. Depende a que escala fijes la amplitud del punto con que formes las líneas que van a definir el cruce espaciotemporal que te diseñes obtendrás un punto de hoy en el aquí y ahora que afecte a un colectivo más o menos grande. Así que pueden lucubrarse muchos de esos puntos y en muchas magnitudes diferentes, y no podemos saber qué son exactamente ni siquiera referidos al propio que le toque a cada uno, pero todos tendrán en común el ser un relámpago único y al parecer irrepetible en la gráfica que va dejando la Existencia tras de sí. Y entonces, yo ahora, tomo el momento de corte en el aquí de este mundo situado en un reino periférico de un mundo rico que zozobra en el hoy de una crisis global. O mejor aún, para lo que quiero retratar puedo mover el objetivo de las coordenadas buscando un punto de mira más amplio en el tiempo y entonces vamos a decir que el aquí del hoy que me interesa precisar puede incluir también el tiempo de bonanza de ese mismo espacio del reino periférico de ese mundo rico que ya pasó porque ahora mismo está entrando cada vez más de cabeza en una crisis, pues para lo que quiero referirme no importa ir un poco para atrás en este tiempo nuestro de ahora, sino que es más bien de aquí para adelante donde es posible que vengan a surgir cambios que acaben con las condiciones actuales que precisamente quiero retratar. Porque sobre lo que quiero llamar la atención hoy de este aquí de ahora es la efectiva muerte presente de los dioses. Quiero alertaros de que los dioses, entendidos como toda clase de idea superior que impone el camino de sus explicaciones, y la idea de cosa superior improfanable como anteojeras que impiden la visión de otras visones, hace medio siglo que están efectivamente muertos en esté hoy que vivimos aquí ahora. Y ojalá no resuciten en el sitio de ningún otro mañana. Y eso es lo que quiero señalar porque no siempre es así en los aquís y ahoras de la Historia sino antes bien todo lo contrario esto de aquí ahora es toda una rareza. Así pues, ¡aprovechad, oh visionarios puros, para mirar las cosas como son libres de velos y de engaños, ahora que no hay dios ni reyes ni mesías que nos velen con sus rollos el placentero ejercicio de la libre intuición!, porque sólo en momentos como este, carentes de las nieblas en las que instituyen su orden los altares cetros coronas y poderes es posible ver más allá de las historias en la Historia. Si bien, si no sois tontos, ya sabéis que lo que alcancéis a ver de la Realidad en cualquier caso en realidad solo es así de real como creéis en la materia gris de vuestros cocos. Porque la verdad es que fuera de ahí realmente es imposible saber nada. No obstante… en cualquier caso, daos prisa en disfrutar del panorama de este particular paisaje libre de ideologías, porque como esto de la crisis de verdad llegue a ser estructural vais a flipar con la fuerza que van a renacer bosques de ellas, tan espesos que no van a dejar ver razón alguna fuera del influjo de sus troncos crecientes y sus ramas vigorosas. Entonces habrán vuelto los buenos tiempos para los partidarios de las fes. Y los descreídos tendremos que comprobar en silencio cómo las mayorías vuelven, una vez más, a la algarabía de comulgar con ruedas de molinos porque esta vez si que si que de verdad otra vez son verdaderas. Hasta que el Tiempo vuelva a pasar por un ahora que demuestre que aquello tan cierto no es que no fuera verdad ni mentira, sino que era como siempre todo lo contrario, y alguien escriba tal vez en algún sitio sobre aprovechar la ocasión de mirar, fuera del encanto de las ilusiones, si es que de verdad hay de verdad por ahí algo que merezca la pena de ser visto. Pero yo ahora creo que lo que de verdad tengo que hacer es acabar con este texto porque es ya sin duda el tiempo y porque, cósmicamente hablando, maldito el valor que tendrá esta manía de andar mirando nada. No se si jamás, pero sin duda sí ahora. 


El cuadro es de Kandinsky, pero no su título si es que lo tiene. 

Leer más