18 jun 2010

Rollos matutinos 39

Coño


¡Coño!, es: coño. No puede ser otra. La palabra preferida del español más castellano. Hoy, que juegan las instituciones de la lengua a elegir cuál es con pompa publicitaria y presupuesto cultural y ni siquiera la mencionan, más que nunca. Señores: coño. No hay otra que más esté en todas las bocas de la lengua patria ni que encierre más amplio abanico de significaciones ni que nos salga de dentro con más ganas. Coño para bien, coño para mal; coño porque sí, coño por algo; coño por nada, coño porque me sale‘el coño. Coño para cargarse de razón, coñó para recalcar que sí, para subrayar que no, para mostrar asombro, alegría, rechazo, sorpresa, indignación, extrañeza, para subrayar el gozo de lograr un logro o descargar la rabia de haberse equivocado. Para hacer imperativa la respuesta en las interrogativas: dónde has estado, dónde andas, qué te crees, qué piensas o te pensabas, qué dices, qué haces, quién es, o eres sois o son, son más urgentes si se les pone en medio un coño. Qué coños pasa. Qué coños miras. Dónde coño, cuándo coño, cómo coño, por qué coño, en qué coño, hasta el coño estoy de recatos falsos y de tabús idiotas que por corromperlo todo quieren atar también hasta las lenguas. Qué prueba tan grande del tonto infantilismo que lastra todo orden social la de que en todos los idiomas pese un secreto tabú al tratar este término peludo y primordial en sus diccionarios. Que si malsonante, que si vulgar, que si grosero, anteponen al artículo cuando no lo omiten sin ningún reparo a la emasculación lingüística que supone hacerlo. Que si no se han encontrado sinónimos para coño, me acaban de decir en Wordreference.com, la prestigiosa web global de sinonimias. Pues coño: chocho, vulva, vagina, conejo, potorro, chumino, chirri, chichi, papo, almeja, concha, papaya, felpudo, raja, verija, higo, pepe, mejillón, chirla, champa, parrús... por poner los primeros que se me han venido a la cabeza y tener en cuenta médicos y panhispanías. El más serio tratado sobre la imbecilidad letal en la que se sustenta nuestra Civilización podría escribirse con solo analizar el convencionalismo absurdo de estas prohibiciones. O de hechos tragicómicos y reveladores a que dan lugar, que uno no sabe si son para reír o para llorar, como el de que el cuadro de Courber, titulado con sabia intención El origen del mundo, que ilustra aquí el Coño mío este, haya estado cien años, hasta el 1995, vendiéndose de mano en mano caramente, eso sí, claro, haciéndose además con un fino secreto revalorizante, sin ser expuesto al público. Qué pena de saber del Homo Sapiens. Qué pena de lingüistas del academicismo hispano que, buscando hoy el ombligo de nuestro universo oral, no muestren, al menos una vez al mundo, nuestro coño.

Porque no hay otra más patria que coño, ¡Coño!. Coño. Lo decimos todos sin ningún género de duda. Él y ella lo tienen en la boca por igual. El rey lo suelta a veces con espontaneidad medida y con el tono natural que tan bien domina para afirmar su campechanería ante la Historia, tres veces se lo tengo oído yo, que sólo lo he visto por la tele, y corre y habita con toda su prosodia en el mismo alma de la Academia de la Lengua. Dios sabe que, coño, lo profiere hasta el más casto de los obispos españoles muchas más veces de lo que su dios quisiera. Pocos niños habrá que no lo hayan oído de pequeños en bocas de sus santas madres. En todo caso, ¡jesús que coño!, tenía costumbre de decir la mía para espantar incordios que la ponían nerviosa. Del coño sale hacer o no las cosas. El coño es también forma de puntuar eso que ha sido por una muy bien o muy mal hecho: qué coño tienes. Ole tu coño. Marca también de forma definitiva la femenina resolución en, por mi santo coño. Pa mi coño moreno, zanja y licita la posible duda moral ante una apropiación gozosa.

¡Cómeme el coño!, le soltó una vez María Jimenez por la tele con soltura a un periodista que la estaba jodiendo en la calle con preguntas, haciendo gala de su insigne hispanidad y de su buena boca, marcándose un recorte de desprecio envolviéndose en esa frase por bandera y siguiendo de seguida su camino arrastrando de una punta el capote de lo dicho sin mirar atrás, retorciendo el orgulloso hocico, y con desdén torero. Porque coño, como enseña nacional, es más brillante y verdadera, más común, más uniforme, profundamente oracional, y desde luego, con mucho más fervor enarbolada día a día, que ese trapo bicolor que, encima, lejos de unificarnos en ningún sentido noble, para unos es santo hasta el delirio y para otros no podrá dejar nunca de estar lleno de mierdas.
Y es que, otras habrá que le acompañen en los altares de las expresiones patrias, pero la palabra nacional es, coño.


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15 jun 2010

Rollos matutinos 38

Ten fe y te salvarás



Este es el papelito de 10,50 x 9,54 centímetros que me puso delante un negro en Lavapiés el otro día a las diez de la mañana. Todavía en su mano me llamó la atención el que el prospecto fuera igual en todo a otro que también repartía un negro, también muy parecido, en una estación céntrica del metro de Lisboa, en portugués, lógicamente, y unos años atrás. Lo cogí y ciertamente, hasta es posible que también se llamara Bea el profesor de el de aquél, pero eso da lo mismo. Su mensaje me hizo clik y seguí mi rumbo hacia el Reina Sofía, donde iba a ver una exposición de Martín Ramírez, diciéndome que este iba a ser el post que escribiría sobre este viaje de final de primavera del 10 al pueblo planetario de La Mancha, que es Madrí, y me lo guardé para escanearlo luego mientras iba llenando para mi esa consulta de personajes en mi imaginación.
También en Lisboa pensé que iba a escribir algo sobre lo que me sugería el papelito del negro. Ese mundo que crea las esperanzas que necesita en cuanto que se lo proponen y que el empresario del prospecto maneja como mercado en el que mueve su negocio y que hacía surgir en mi cabeza coloridos personajes de olor a especias y miserias, triste y cotidiano, que yo quería traer al papel arrastrando los espesos dramas vulgares y corrientes que cargaban con ellos como fardos trágicos de los que no podían librarse. Pero ahora de pronto, mientras vuelvo a seguir mi camino al Reina Sofía, me acuerdo que me dije que mejor que traer aquí los elementos que a mí se me pasaran por el coco era mejor traerte a ti el papelito reclamo para ver cada uno lo que vemos al mirar en ese mundo que reúne lo ingenuo con lo útil, la esperanza con el miedo y la fe con el frío pragmatismo de los que saben bien que viven de ello, al fin seguramente sin mucha brillantez la mayoría, todo bajo una pátina apagada, sórdida de dolido sudor mate cotidiano y duro. Un mundo cutre, este, se me antoja de principio por definición. Pero también tendrá sus glorias y sus alegrías, que hay que tener en cuenta si queremos imaginar un cuadro verdadero. Veo a estos saprofitos de la pena ajena desde el principio de sus profesiones. Cuando deciden empezar a hacerse con el rollo y principian a medrar con la experiencia en su carrera. Los hay de muchos tipos y niveles. Al final todos son herederos de las artes cavernarias de aquél hechicero primitivo que fue el primero en echar geta a la cosa. Luego es como en la Medicina, unos se colegian con los títulos de las multinacionales poderosas que administran excluyentes el negocio de los grandes dioses de la espiritualidad y otros van más o menos de por libre rebañando lo que pueden entre los desengañados de la oficialidad divina. En todos los tipos unos llegan a popes y otros se quedan en clerizánganos cualquiera. Nada diferencia en el fondo la materia del Profesor Bea de la de cualquier otro obispón, rabino mulá dalai santero o sicólogo moderno de terapia de autoayuda. Todos forman parte de la misma rama. Son el mismo oficio. Y excepto raros casos, que haberlos los habrá, encierran la misma triquiñuela para buscarse las putas habichuelas. La consulta la veo en algo cochanbrosa, posiblemente en una dependencia de algún piso interior, de pronto colorida por ropajes africanos, de pronto con africanos vestidos a lo occidental con trajes cenicientos, a lo mejor gastados por el uso, o sacados de entre el revoltijo de ropa usada de algún puesto del Rastro. De pronto se me antoja ver un negro imponente y bien vestido con ese toque hortera que sólo ellos tienen y que sólo a ellos les favorece encima. Él sabrá que asunto es el que le lleva allí. En todos los casos llama la atención lo especial de los zapatos. También tiene que haber entre la clientela autóctonos adictos a las magias, atraídos por la autenticidad que suponen al hechizo de las tribus. Cuánta gente vivirá de la industria de este profesor. Empezando por los repartidores de la publicidad y siguiendo por los que limpien el garito. Los acólitos que ayuden en las ceremonias, las tiendas que provean de los objetos mágicos, los dueños de los pisos o locales que tengan alquilados, e incluso la parte que les toque a la empresa de la luz y de la telefonía. últimamente se habla mucho de los duces de la prostitución que usan de estos maleficios para forzar a sus putas a currar. De pronto hago comparación de este colectivo con el de El Vaticano y saco interesantes conclusiones de lo importante que es para la economía lo que se podría llamar cuantificarse. En ambos casos tienen esos mundos estrechas conexiones con las mafias. En ambos casos el dinero vil es la verdadera aparición que materializan con sus ritos. El billete es el único elemento que conjuran sus liturgias. Los veo aparecer arrugados, sacados de bolsillos con dificultad, contados al contado con manos pesarosas de perderlos quizás con poca garantía de sus resultados, ante los ojos contabilizadores del santón, o de su secretario, y desaparecer después entre sus manos llevados a una caja con presteza, o abstractos en cifras que ponen cantidad al cuánto en la información preliminar del precio. Tanto por ponerte duro el rabo, tanto por conseguirte el éxito rotundo, tanto por curarte de esa enfermedad o por tal filtro de amor; o tanto cacho del presupuesto del Estado, esta vez en plan seguridad social, por ser la asociación vidente que más creyentes hemos sido capaces de atontar con nuestra divina magia a tu servicio. Con estos, después ya no hace falta que pagues cada vez que te asistan con su cristo. A veces se usa un sistema de indirecta recogida. Una bandeja, cestilla o receptáculo, encima del buró, o incluso una simple mesilla a la salida, puesta ahí pero alejada del puro ara de la magia, sirve para que se deposite de forma voluntaria el obligado óbolo. Método que, además de ser más elegante y lo mismo de seguro, sirve para burlar la culpa de intrusión y otros delitos. Con todo, muchos habrá en los que se obren los impagables milagros que han ido a buscar. Si no no seguirían en pie estos negocios. Otros también acaban saliendo en los medios por haber acudido a la justicia a protestar por haber sido engañados como tontos. No se sabe si en ese caso la responabilidad subsidiaria del santón podría recaer en las fuerzas a las que representa. De pronto veo el reguero de bichitos miserables que rondan atraídos en torno del papel que acabo de guardarme en el bolsillo, lo mismo que hormigas afanándose alrededor de un trozo de materia muerta, en el hormiguero de esta urbe que bulle hiperactiva sobre una bola girando a toda leche por el Cosmos, este estrecho piso de camas calientes que llamamos Tierra, y por un momento me siento como un ser superior que se divierte en la contemplación lejana de este drama ridículo. Pero sé que bastaría que me tocase la fatalidad para verme de golpe entre el sector aciago de los que necesitan el posible profesor que, con la ciencia más cercana a su credulidad, sea capaz de hacerles creer que tiene, bien mirado por muy poco, la sencilla solución de su problema.


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7 jun 2010

Rollos matutinos 37

Remachado de flash cañí en el caló de la ruta





A la España de Charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María, que es la esencia jonda que en lo jondo encarna, reivindica, proclama, publicita, exalta vende y comunica al turista en su coche de alquiler el flash del Toro emblema de nuestros horizontes, le he sacado con el zum fortuito de la foto el cerdo sonriente que tiene bajo el cuerno. Un cerdito que, antes que oreja, es más bien golondrino de sobaco oscuro con jeta y morro de porcino afable. Ibérico de hecho, pero sin duda recebado. Se ríe viendo pasar las nubes por el cielo de la Historia, no sé si inteligente, mente, o de forma completa mente hueca. Siempre con alma casquivana y con la mala leche fina que nos caracteriza. Ahora mismo no sé si renegar de su pose estrafalaria o loar el escapismo de su filosofía. Así que dejo que se fugue, ahí, enmarcado a lo lejos en el retrovisor, reflejo de atrás en adelante, perdiéndose en la ruta ya pasada a toda leche, el perfil prepotente de cartón gigante que no es ya anuncio de hoy, de ayer ni de mañana, sino espirituosa enseña de la cepa hispana. Hoy por cierto, ya dentro de las modas alcoholfree y sujeto a normas de seguridad vial y de todo género de igualdadanías.

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