29 jun 2016

Personajes 15

La memez
Algo sobre lo que me ha inducido mientras desayunaba la niñez de El Bosque Habitado. No es nuevo. El rechazo que me causa la puericia de ese programa de radio. Desde las primeras veces que lo oí pensé, pues mejor que se pierdan todos los bosques del planeta por todas las causas execrables que pueda producir la parte más retrógrada de la Humanidad que tener que escuchar una sola vez esta memez para intentar remediarlo. Pero hoy ha sido especial. Lo que me ha sugerido el tono empalagoso de esas voces melifluas y ñoñas, que en vez de estar hablando de problemas medioambientales serios parece que están acunando a niños tontos con cuentos de hadas en los que a pesar de haber madrastras malas todo es un mundo donde acaba radiando la energía positiva del amor más infantil, que en definitiva es lo que forma el Ser de una supuesta Naturaleza que ellos parecen ver y que de ser, sería no solo insoportable sino que letal para la vida misma. De pronto, mientras me comía la tostada con la mantequilla que le han quitado a las vacas esclavas de lecheras industriales y la miel que tenían en sus panales las abejas que la habían almacenado para el consumo de su comunidad, he dejado de oír exactamente la tontuna en concreto de la que la locutora estaba hablando por teléfono con otro menda que también debe vivir de la teta administrativa de la conservación de la naturaleza, y me he puesto a oírla en otra cantinela que podría ser también el objeto de otra conversación similar en el mismo programa cualquier otro día en que la cosa versara sobre la explotación sostenible y razonable de la ganadería frente a la barbaridad industrial que vivimos ahora en ese campo. Quizás haya sido porque enfrente de mí tenía la paletilla de un guarro pata negra que antes de verse con su pata disecada ahí encima de la balda de mi cocina fue feliz comiendo bellotas libremente en una dehesa de por ahí de alguna parte de la serranía cacereña. Y mientras la oía, a la locutora, en ese supuesto programa que sería muy plausible en la onda de su estilo, explayándose sobre la posibilidad tan amorosa que supondría que dejara de haber explotaciones terribles de crías de cerdo como esas que existen por millones a lo largo del planeta en las que los pobres guarros no salen jamás de los jamases de sus jaulas pestilentes y pequeñas y donde, las guarras de crías paren en estrechísimos lugares donde ni siquiera se pueden rebullir ni levantar para que sus tetas queden expuestas todo el tiempo obligatoriamente a las crías, que tampoco van a ver nunca la luz del sol ni a sentir el roce del viento ni la caricia de la lluvia en toda su vida como ella, y que ese tipo de relación con esos animales pasara a ser, pues eso, amorosa, como tendría que ser todo en esta vida, como sería todo si no fuera porque el Hombre ha pervertido esa amorosidad, que fluye siempre naturalmente de la Naturaleza, por razones de avaricia inducida, en absoluto por razones que estén relacionadas con la esencia profunda de los hombres como especie, sino por razones económicas mezquinas de las que sólo son culpables un grupo de malos que es a los que tenemos que hacer ver entre todos los buenos, lo malos que son para que dejen de serlo y así se vengan con nosotros a vivir la bondad de la inocencia del paraíso terrenal en el que nunca deberíamos haber dejado de vivir todos los seres. Y yo he seguido, mientras seguía comiéndome con fruición esa tostada con esa miel y mantequilla que le han quitado ese ejercito de proletarios mal pagados de varios oficios a esos animales explotados por ellos para mí, imaginándome ese cuento del guarro feliz que, en concreto, sí es el del guarro que ha dado su pata delantera para que se la embalsamen para mi consumo. Y he visto, desde un punto de vista globalmente cósmico, la verdadera cualidad de la felicidad de la guarra madre, que le da la teta a sus guarrillos contenta de criarlos para que vivan felices su vida en la feliz naturaleza que gira con el planeta en el Sistema Solar alrededor de no sé cuantos puntos galácticos y universales para que, llegados a una edad, no demasiado talluda para que no lleguen a dar jamones correosos, les llegue la hora del sacrificio de dar sus tiernas carnes a una especie superior que, a lo mejor, resulta que tiene especial enchufe con el Creador del Sistema, o en cualquier caso, conforma no sé qué clase de clase superior en una escala del Conocimiento de graduación imparcial dudosa. Y os juro que no le he visto al cuento ninguna gracia dulce, ni graciosa, como para que se pueda hablar de ello así, con esa memez insoportable. Y siempre me ha parecido que ese tono insulso en lo dulzón, en esa forma de apreciar la que en definitiva es la esencia de la escala de poder en la posición evolutiva, no sólo me parece insoportable, sino que me parece una pecaminosa falta de respeto. No sólo con todo lo que mantienen con su necesario dolor nuestra existencia, sino con lo que de verdad supone la cadena funcional de la Naturaleza.
Pero además, descubro en mis lucubraciones que, en el caso concreto del guarro propietario de la pata que ha pasado a ser mi jamón, esa supuesta escena feliz de la madre no podría ser tampoco ni temporalmente cierta porque parece que entre los cerdos pata negra, las madres que tienen pedigrí son todavía más explotadas si cabe que las otras. Obligándolas a parir hasta el horror más terrible que se pueda imaginar. Lo vi el otro día en uno de esos reportajes. Luego no podría ser tampoco cierta esa escena bucólica guarril de dar teta amorosa en el caso del cerdo de la pata de mi jamón. Y vuelvo a imaginar ese programa imaginario en que se hablara de esa supuesta diferencia entre la cría animal industrial industrial y otra con uso de la dehesa en parte del tiempo de las vidas de los cerdos, y oigo la voz de la mema locutora diciendo, bueno, pero por lo menos no es tan terrible como lo de las granjas, ¿verdad?... Y yo me veo ahí preguntándole hasta qué punto de permisividad del horror ella estaría dispuesta a tolerar si fuera el Cesar de toda esta movida, o el guarro de la pata.
Porque la Memez, con frecuencia, además de mema es hipócrita hasta no poder serlo más.
Señora del bosque habitado, claro que lo que estamos haciendo con el medio en que vivimos es una locura irresponsable, pero, ya es usted mayorcita, casi seguro que desde hace ya demasiado tiempo. Y tiene que saber que el Bosque, como hábitat, o la Selva, si quieres ir a un bosque aún más de verdad, es un lugar siniestro como la propia vida, en el cual, para que ésta se mantenga, hace falta que no paren de ocurrir entrelazados y a todas las escalas los peores horrores y los mejores goces que se pueda imaginar. Pero que a mí, sin embargo, pese a verlo tal cual es, me encanta.
Creo que si acaso, en la tremenda matanchina que supone el Bosque, sólo se podría librar de culpabilidad a los saprofitos.

Y cuando te oigo eso de “¡Arriba las ramas” como forma de saludo que mete a los árboles como si fueran gilipollas, no puedo dejar de pensar que por culpa de la Memez te estás perdiendo vivir la impresionante realidad del Bosque y, casi seguro, la de la propia Vida.
Y puede que no seas tan mema como pareces, y todo sea sólo una cuestión de timbre de un tono. Pero entonces te tengo que decir que hay tonos que no le hacen ningún bien a según qué ciertos temas.

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