24 dic 2009

Rollos matutinos 29


En el candelabro.


La otra noche, al dormirme, justo cuando ya tenía planchada la oreja y daba ese respirón profundo con el que me entrego a Morfeo para que haga conmigo lo que quiera, vino a envolverme una percepción extrañamente deliciosa, que me acordó conmigo mismo más de lo que ya normalmente lo estoy. Fue como una visión líquida que penetraba enteramente los secretos de los fastos de este Mundo al que venimos y en el que estamos hasta que la parca nos saca de la escena. Era una sensación dulcísima y tan sencillamente cargada de armonía que me arrebujé satisfecho de tenerla y me deje llevar al sueño deleitándome en la recreación de las claves y secretos que me trasmitía. Venía a cuento de que esa noche le acababan de romper la cara, de un catedralazo, con una réplica de la de Milán, souvenir de los más vendidos, unos decían que en plomo y otros que en alabastro, que alguien le había tirado con mucha mala leche, a un alto mandatario, más que cómico ridículo, pero que tiene mucha proyección global y es propietario de medios importantes. Mientras se daba un baño de masas le había ocurrido algo así como al que está en la ducha cantando tan contento y de pronto se resbala y se rompe la jeta y se queda consternado, turulato, hecho polvo y con la pastilla de jabón en la mano sin saber ni por dónde le ha venido. Exactamente esa consternación penosa y de dolor fue el cuadro que había ofrecido en primer plano a todos los rincones del planeta en un instante. Que mira que había tenido mala leche el objetivo del cámara, que en el fondo estaría pagado hasta por él. Un cuadro que no podía ser que dignificara, o dignificase, a ningún tipo de personalidad pública el tenerlo. Menos a un político, famoso por evadirse de la acción de la justicia y mundialmente conocido por ser, como el solito, chulo macarrón y prepotente. Una lástima de imágenes, que no se iban a dejar de emitir y reemitir y volver a rerrerreemitirse días y días que a él se le iban a hacer sin duda eternos. Porque había sido una rotura de hocico planetaria en todos sus sentidos. Y ni todo su dinero ni todo su poder podía evitarlo. ¿Cuanto tiempo tendría que pasar antes de que se olvidaran por completo? Nunca. Él estaría ya muriéndose de viejo, descreído del vano placer que le diera la erótica del Poder en su momento y todavía habría, dios sabe donde, quien podría decir de pronto, oye, ¿te acuerdas del hostión que le metieron?, en to’la boca, ¡yo tengo un vídeo que grabó mi abuelo de la internet de entonces!, lo que pasa es que sólo se puede leer con un sistema que se llamaba Windows. Estaba claro, lo más doloroso de ese trago no era el terrible dolor de tener rotos los morros, sino lo otro, la universalidad del auditorio y la lógica falta de piedad del coro. Eso era lo que de verdad debía de escocer. Y el ver los entresijos de esos escozores, y la cachonda versatilidad de puta que tiene la Fortuna, era lo que me venía a mostrar esa percepción en tres d que me envolvía induciéndome esa armonía templada que daba gloria tener camino de los sueños. No por revancha política ni nada parecido, por que se joda por cabrón, se lo tenía merecido, anda y que le den o cosas del estilo, no. De verdad que no. Para nada eso. De verdad. Todo lo contrario. Si hubiera tenido que poner un nombre a lo que el personaje me hacía sentir realmente por él en el fondo habría sido pena. Pero una pena en algo parecida a como cuando ves esas hambres y esas guerras en la tele y uno se arrellana en su sillón hartico de comer y calentito y se dice sin decirse, madre mía, que agustico estoy yo aquí. Y eso no significa maldad ninguna hacia los pobrecitos sino todo lo contrario. Pues eso. Que de pronto veía en mi cabeza todo el follón de reacciones que el catedralazo había desencadenado en un instante con todas sus ramificaciones y detalles a la vez, formando parte de la Bola General de la Existencia: el subidón de los periodistas ante la carnaza de la noticia fresca, la excitación de la ciudadanía con el sorprendente flas de la magnífica boca ensangrentada de pronto en medio del hastío cotidiano del telediario, todos los líderes públicos del Globo, sin excepción de rango ni de ideologías, pensando con horror al enterarse, lo primero, que a cualquiera del gremio le podía llegar a pasar eso, antes de ponerse a hacer, como con todo, política del hecho, el médico famoso y de alto estandin que le ha tocado de pronto dar los puntos, satisfecho de pensar que de estudiante nunca hubiera pensado estar ahí; lo que le habría sugerido de verdad la noticia del jetazo a su exmujer, a las velinas, a los allegados del travesti ese que había aparecido el otro día asesinado por saber lo que sabía, al papa, al padrino, a todos los de su calaña, a los que están hasta los güevos de él, a ese que se parece al jorobado de Notre Dame y que es medio subnormal y barre las calles de un pueblo napolitano que se llama Montichone de la Franchesquina. Y los millones de millones de opiniones personales brotando y rebotando con toda su pureza de forma involuntaria ante la información antes de ser filtradas por el comosedebe, que tenían que ser el eco diabólico que le estuviera silbando imparable en los oídos. Y el Sol que alumbra la Esfera que sostiene su drama personal entre otros cinco mil millones y pico más de ellos. Y el del otro, que como cara y cruz corría correlativo con el suyo pero dentro del mundillo policial y la justicia de guardia: el drama del autor de la mano arrojadora del arma arrojadiza, y la instrucción de su caso. Y el perrengazo, tan grandísimo, que tenía que estar pasando el protagonista, con esa jugada tan jodida del Destino encima, rodeado de personal médico y de los del Gabinete de Crisis de su partido, que le mantienen día a día en el poder, haciendo filigranas para conseguir que el líder se siga creyendo poderoso mientras que le remiendan, al tiempo que yo estaba como dios, los dos bajo la misma Luna, en el mismo Tiempo, y dentro de la misma Representación de la misma Obra del Gran Teatro del Mundo; yo durmiéndome feliz con mi almohada como toda posesión, él con todo su dinero enfrentado a la amargura de la reconstrucción facial, él como siempre montado en la burra de la jet y la alta esfera que corta el bacalao (pero ahora atrapado en un lujo clínico y amargo de olor a asepsia y chuta de anestesia con desinfectante), y yo en el hoyico de mi cama en el Barranco, descatalogado por completo de las pompas de este mundo pero con el Poder de poder dormir a gusto a pierna suelta sin más pena ni gloria que tirarme peos arropado. Mira tú. Y ahí íbamos, cada uno en el papel que le tocaba, sin duda los dos, cósmicamente hablando, igualmente importantes, viajando juntos a toda hostia a través de la noche en dirección al día en el mismo Carrusel. Con idéntico Porqué y escribiendo la misma Historia. Seguramente también con la misma semejanza en el Destino. Y entonces comprendí de golpe la lástima tediosa que me daba su karma, su absurdo despotismo, su ridícula imagen prepotente de gallito dominante corto de talla sin remedio, sus grotescos implantes capilares repeinados, su histeria por vencer al Tiempo y a quién sabe qué más tipo de taras psicológicas con cotas de Poder en plan bruto y hortera, las orgías romanas de sátiros verdes que auspiciaba, ese absurdo empeño de pagar con dinero e influencias polvos con los que dejar patente el esperpento sexual que ya es y será más cada día... De sopetón vi todas las miserias y malaventuras que guarda la trastienda de la preeminencia y me sentí feliz de estar fuera de ese lodazal, al menos en mi avatar presente y por ahora. Tal vez en otro me tocará ser él por haber sido malo y entonces soñaría mientras estuviera en el quirófano con ser un barrancario perdido en su barranco anónimo mientras observa mi desgracia complacido en el colchón de su relajo, y yo estoy en la boca de todos y con la mía rota.

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15 dic 2009

Rollos matutinos 28


Saw 6
Y nada, que no quieren bajar los crucifijos los cristeros. Pero qué crueldad y qué morbo tan grandísimo ¿Cómo puede haber alguien que no quiera descolgar de una vez por todas al crucificado? Hombre, ya está bien. Es imperativo que se quite. Pero no sólo por no ser cosa agradable a los sentidos sanos, ni porque tengamos el derecho a no ver gore sin querer, ni por razones de moral elemental, sino por Él. Por Él, coño, por Él. A Él es al que más prisa le corre. Pero no sólo el que se le descuelgue, sino que se le desenclave luego. Porque me parecería horroroso quitarlo de la vista y guardarlo así clavado en esa postura tortuosa en un cajón oscuro del alma retorcida. Que se le desclave por fin y de inmediato con un poco de amor y que, más que se le entierre, ya que nunca está del todo muerto sino más bien eternamente a punto de morir, se le devuelva a la vida. Y que una vez curado con algún buen betadine espirituoso y samaritano, se le ponga a gozar ¡A gozar, coño, a gozar!, que se le vista con algún tipo de cómoda ropa colorida y se le den calditos y manjares para que engorde un poco, y se ponga guapo y de gusto de verlo y disfrute de la Alegría Cósmica y se ría a carcajadas de los que hicieron de tenerlo allí colgado en ese trance lastimoso su cultura. Y que baile ¡Que baile sambón y sandunguero!, olvidado para siempre de que una vez fue mantenido por milenios hecho un cristo, en el momento estático de la cumbre del dolor y la agonía, por una curia adoradora del santo sufrimiento, con un concepto de Gloria dudoso y reprochable, en el nombre de un dios que, visto lo que hay, no puede ser que sea ni bueno.

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10 dic 2009

Personajes 2 y 3

Plume.
Implume.



Una amiga mía decía que el mundo de la Vida estaba dividido entre los bichos y las plantas. La Vida, esa especie de efervescencia de la Materia que parece buscar el Conocimiento o lo que sea en favor de no sabemos qué Evolución o qué Pollas. Y que los bichos éramos todos bichos y que, aunque parecía ser que, excepto nosotros, ninguno lloraba a lagrima viva ni reía a carcajadas, no se podía asegurar que como, según ella, había escrito Unamuno, no pudiera resultar que resolvieran las hormigas ecuaciones tan complejas que nosotros no llegáramos ni a plantear siquiera. Sabia observación que no sé por qué se me ha venido a la cabeza esta mañana cuando he espantado de la cuneta ese grupo de bichos voladeros al pasar con el coche por la carretera.
Todos eran de la misma generación, pero uno de ellos era más listo. Porque los bichos, dentro cada uno de su especie, somos unos más listos y otros más tontos. Este, o mejor dicho esta si me guío por el género de su nombre genérico, debía de serlo porque me ha parecido que se fijaba en mí, al pasar por delante de mi vista en su huída, cruzando su mirada con la mía a través del parabrisas en un chispazo de reconocimiento apenas trascendente, pero que ha estado ahí y ha hecho que su avatar entrara en mi cabeza y me empezara a contar su historia hasta ese mismo instante desde su comienzo.
Ella desde el primer golpe de consciencia estaba mosqueada. Sabía que algo raro pasaba y que lo que pasaba era de todo menos bueno. Había nacido en una eclosión de más de quinientos miembros y los demás no parecían darse cuenta de nada, pero ella sí. Ella desde el primer momento supo que aquello no era natural. Precisamente eso, que fueran tantos hermanos, era ya mosqueante, pero es que además nada de aquel mundo encajaba con lo que le decía su instinto de cómo tenían que ser las cosas.
Los bichos y las plantas, sabido es, se pasan sus conocimientos a través de las generaciones. Y aunque se conoce por lo menos una especie de bichos, la más arrogante, que somos nosotros, capaz de hacer esa transmisión por vía cultural ajena a la cromosomática, todas las demás lo hacen por trasmisión genética y llevan todo su saber impreso en sus propias unidades de memoria desde el momento de nacer. La especie arrogante cree que su forma única es la leche y se atreve a llamar a eso inteligencia sin darse cuenta de que, si bien es cierto que el método suyo tiene sus ventajas, también produce elementos idiotas y ridículos que llegan, por ejemplo, como aquél ya clásico, a autodefinir su especie, con pedantería aberrante que puede que tenga a todo la Consciencia Cósmica tiesa de la risa desde entonces, como bípedo implume de uña plana. Pero ella no era de estos y estas gilipolleces ni siquiera se le podían pasar por su cabeza, y si era plume o no o si tenía la uña cóncava o convexa no formaba parte de su preocupación en absoluto. Sí, sin embargo, le producía un desasosiego insoportable aquella luz extraña que les calentaba, o como ya he dicho, el que fueran tantos en vez de sólo diez o doce como debería haber sido, y la ausencia de una figura adulta que no sabía por qué tendría que estar ahí y sin embargo no estaba. Estaban sin embargo, omnipresentes, esos seres enormes bípedos pero sin plumas, que con sus alas lineales terminadas en una especie de racimo de gusanos que agarraban, les traían los alimentos y parecían mantener un tipo de orden en su universo y a los que, aunque eran algo así como los dioses, nunca podía dejar de tenerles un instintivo miedo espantoso. Tampoco el periodo oscuro era normal y, además de ser más corto de lo que su código le decía que tendría que ser, no se podía conectar con las ondas de Casiopea, ni abrir el canal receptor de Cefeo para descargar los datos recabados durante la jornada a las Osas por más que lo intentaba, a pesar de que era para lo que estaba desarrollado su sistema neuronal. El resto de sus cientos de hermanas también se percataban de esas alteraciones del ambiente, pero no parecía inquietarlas de la misma manera que a ella. Ella se sabía dentro de un destino extraño que además de anormal sólo podía ser terrorífico. Pero terrorífico de verdad. Mucho más terrorífico que lo que ella misma podría nunca pararse a imaginar en los cortos espacios de tiempo en que no acababa cayendo como sus hermanas en el cotidiano picar del pienso sin pensar y beber del agua de los bebederos, siempre a mano y bien repletos. Algo iba mal. Y ella Siempre supo que habían sido puestas a vivir una película de horror sin escapatoria, aunque no sabía por qué ni parecía que pasara nada malo. Pronto, aunque siguieron juntas, las apartaron de una en una en filas de cientos de espacios individuales muy pequeños, apenas un poco más grandes que ellas mismas, y entonces, al mosqueo inicial, se sumó la indescriptible tortura de la inmovilidad forzosa. Y así había llegado a adulta junto con las otras. Para entonces estaba ya completamente convencida de que eran presas de algún tipo de pesadilla real creada por los bípedos implumes que todos los días aparecían por allí organizando el universo de su horror, y de que ese horror era en lo que consistirían sus vidas, y que, además, lo más horrible estaba aún por venir. Entonces, un recién empezado periodo de luz, estos seres empezaron a meterlas en un sitio que luego traqueteó dando tumbos y haciendo mucho ruido y por fin, después de un tiempo indeterminado de angustia pavorosa, las sacaron a un tipo de luz, que ella de inmediato identificó como la que siempre debía haber sido, y las liberaron del encierro y por primera vez, después de echar una carrera no muy larga por un terreno que aunque no había visto nunca supo que era el suyo por naturaleza, pegando un brinco, había revoloteado. Poco y mal, porque además de que las de su raza no solían volar en grandes vuelos, ella, como sus hermanas, tenían las patas y las alas atrofiadas por toda una vida de completa inmovilización.
El choque con el nuevo medio fue un cataclismo. De inmediato cundió el pavor mezclado con una desorientación total. El mundo había pasado a ser otro completamente diferente, de una inmensidad inabarcable, y estaba lleno de un caos de nuevos elementos que no paraban de mandar avisos de alarma a los sentidos. Durante un tiempo difícil de medir sufrieron un shoc de estrés y pánico que les impidió hacer otra cosa que intentar superarlo mientras huían o trataban de esconderse como locas sin saber ni de qué. Ella fue de las primeras en parar la locura de la crisis y poder empezar a valorar fríamente la nueva situación. Lo primero que le llamó la atención fue el cambio de luz, que ahora era emitida por algo cegador y muy lejano en las alturas que parecían trasparentes y no tenían fin. Después de varios intentos empezó a controlar los saltos y los vuelos y a ganar seguridad en las carreras. Enseguida se reagruparon alrededor de ella varios ejemplares aglutinados por la incipiente seguridad que trasmitía. Después vino el comprender que los comederos habían desaparecido y la comida se encontraba escasa y muy diseminada por un suelo reseco y polvoriento. Antes de que llegara el primer ciclo oscuro de la nueva situación su banda sufrió un ataque de algo asesino que surgió de las alturas y se llevó de repente a uno de sus miembros por los aires. Durante la oscuridad se agruparon juntas bajo el abrigo de uno de esos seres vivos que estaban por todas partes sujetos al suelo, porque sufrían por primera vez de miedo al entorno y de falta de calor. Pero también por primera vez, y eso fue para ella alucinante, sus terminales cósmicas conectaron con el programa estelar madre, recibiendo un torrente de información precisa sobre los interrogantes que hasta entonces no había podido responderse y descargándola por fin de la pesada carga de datos que había almacenado en su memoria durante su vida de encierro.
Habían pasado ya diez periodos oscuros antes de tener el encuentro conmigo. Y su bandada se iba adaptando a la nueva rutina. Durante los primeros días varias habían muerto de estrés y otras inadaptaciones y dos habían sido llevadas, una por ese ser que cayó del cielo y otra por otro más grande con cuatro patas y una boca llena de vértices blancos y puntiagudos, que acechaba escondido entre el terreno. La nueva vida se había convertido en algo duro pero parecía mejor. Había que estar constantemente en alerta y dedicar casi todo el tiempo a malcomer, pero a cambio había desaparecido ese horror sordo y envolvente que impregnaba la cotidianidad anterior. Además no se veía la forma de volver atrás así que, de alguna manera, la nueva situación tampoco tenía escapatoria. Los bípedos implumes habían desparecido por completo y eso le preocupaba ¿Serían dioses buenos que velaban por ellas? Algo le decía que no y que tampoco habían desaparecido para siempre. Los pulsares de Cefeo le habían avisado que esa componente cósmica bípeda no sólo no iba a desaparecer nunca del programa sino que ella iba a ser para uno de ellos el resorte liberador del infierno insoportable que vivía. Por eso cuando los reencontró ayer no se sintió sorprendida. Eran varios ¿Cuatro, tres, o tal vez dos? Sí, eran tres bípedos implumes y dos entes más muy parecidos al asesino terrestre que se había llevado a la compañera de su banda hacía seis periodos oscuros. También tenían cuatro patas pero eran más grandes. Ellas salieron volando porque presintieron que no era cosa de dejarles acercarse mucho. Entonces dos de ellos se habían llevado con sus raras alas unas especies de palos a la altura de la cabeza dirigiéndoles las puntas hacia ellas. Poco antes de que sonara el ruido había mirado al que tenía más cerca y vio que el la miraba mientras cambiaba su palo a una posición vertical al lado de su cuerpo y entonces sonaron los estruendos, tres, como los que habían estado oyendo a lo lejos desde que empezó ese ciclo de luz pero más fuertes y cercanos, ¡PAM, PAM! ¡PAM!, dos seguidos y uno un poco más separado. Y como si estuviera relacionado con ellos cayeron de inmediato dos miembros de su bandada y el bípedo implume que había puesto su palo vertical. El bípedo desplomado al suelo, sus compañeras a plomo en el aire. Nunca olvidaría el olor que se produjo. Y supo que, como había supuesto, los bípedos implumes no se habían ido para nada.
Hacía un momento se habían vuelto a encontrar con otro. En una de esas estructuras grandes que se movían muy deprisa siempre sobre esa formación larga sin principio ni fin, de superficie negra y dura, que atravesaba el terreno sobre el suelo. Las otras no lo tenían muy claro pero ella había visto dentro a uno de esos bípedos implumes, que miraba para adelante decidido y agarraba con los gusanos de las puntas de sus extrañas alas rematadas por uñas, por cierto planas, un dispositivo circular. Algo le hizo comprender que nada tenía que temer de esos seres horrorosos mientras estuvieran dentro de esas estructuras, que sólo eran peligrosos cuando estaban levantados sobre su bipedez. Elaboró el dato y lo mandó de inmediato al primer puerto estelar que su emisor encontró abierto. Porque también durante los ciclos de luz era posible, no verlos brillar, pero si darse el gozo de contactar con ellos. Lo mismo había hecho ayer cuando la escena de los estruendos, y había recibido como inmediata contestación una deliciosa sensación dulce de paz, de conclusión de un pesado sufrimiento sucio con el que el bípedo caído había estado cargando hasta ese instante, no pudo comprender ella por qué.


A pesar de haber tenido siempre todo, él no recordaba haber sido feliz nunca. De niño su puta madre. De adolescente la puta universidad. De adulto las putas oposiciones. Siempre había tenido una puta cosa impidiéndole ser feliz, sistemáticamente. Quizás era por eso por lo que lo único que le había distraído del tedio mullido que había sido su vida en este mundo habían sido las putas. Porque aunque a él no le iba mal con las mujeres, que le encontraban resultón, lo que le gustaba eran las putas. Saberse capaz de poner de verdad a cien a un putón buenorro y desorejao era realmente lo único que le había puesto en la vida. Los otros logros... sí, bueno, claro, debió de ser algo parecido a la alegría eso que sintió cuando se licenció después de diez años de carrera (aunque en eso le jodió lo contenta que se puso su puta madre), y luego cuando aprobó las oposiciones a la judicatura y consiguió plaza en el juzgado de Hellín también puede ser que se sintiera contento, pero allí fue donde empezó la otra gran putada de su vida, la puta carrera judicial. Fue un alivio ir progresando, en la carrera, sobre todo por poder desplazarse a Madrid, claro, allí había más puterío, pero... más de la misma putada. Ni siquiera lo de haber llegado a juez decano le había producido otra cosa que un vano vacío profundo y sinsabor soportable a duras penas. Y luego estaba su mujer. La gran putada de su puta vida. Porque la gran putada ahora era su mujer, la puta de su mujer. La grandísima puta de su mujer. Notaria tenía que haber sido. Con lo mosquita muerta que parecía al principio ¿Por qué se casaría con ella si ni siquiera se la dejó meter bien nunca? ah claro, se quedó preñada al primer puntazo, la muy puta, y a él le había hecho gracia eso de ser padre al parecer, fíjate. Anda que luego el prenda que le había salido el niño. Un hijo de su madre encima de medio subnormal, gordo. Ni siquiera tenía dinero, ni todavía era notaria cuando la conoció, ¿entonces...? Sabía estar, eso sí, ¿no era eso lo que decías siempre? Pues ahora jódete. Si señor juez decano, ahora la notaria se va a quedar con todo y usté se va a joder, por gilipollas. Que hija de puta, que tengo el cargo que tengo por ella, me dijo un día. Por sus relaciones. Una tiesa es lo que es. Si ni siquiera es influyente. La tenía que haber matao en vez de darle sólo el guantazo que le di. Que fui al cajón de los cuchillos, declaró al juez del tribunal de malos tratos, que lo supo por el sonido, que porque lo oyó, que suena diferente cuando se abre el de los cuchillos que el de los vasos, dijo, en el juicio. La muy puta. A él todavía se le notaba la costra del arañazo en la cara. Cómo no le iba a haber metido el revés que le metió. Encima se lo había hecho para que saliera el asunto hasta en el telediario. Siempre fue buena estratega ¡Qué escándalo, una alta figura del Sistema Judicial! Tranquilos, ahí tenéis mi dimisión y que os den mucho por culo a todos. Gutiérrez, mira tío, todos te entendemos pero... ¿cómo has podido caer...?, le había dicho ayer el fiscal general. Ándate con cuidado que mal lo tienes tal como están ahora las cosas, yo ya sabes que para lo que haga falta pero tienes que comprender... le había soltado su colega Ramírez, con todo lo amigo suyo que decía siempre que era. Otro hijoputa. Pero le daba igual. Estaba claro que ella se iba a quedar con todo, pero le daba igual. Le daba igual hasta que le metieran un año en la cárcel que es lo que le iba a pedir el fiscal de la violencia doméstica de los cojones. Le daba igual. Le daba igual que le trataran como un apestado en todas partes. Tenía gracia. Con tantísimas cosas guarras que había hecho en el ejercicio de su cargo, tratarle como un apestado por esa leche tan bien dada. Todo le daba igual. Siempre le había dado todo igual y quizás por eso no recordaba haber sido nunca eso que llamaban ser feliz. Su vida había sido un absurdo más grande aún que la Justicia y ya ni pensar en putas le aliviaba del asco opresor que sentía en los sesos. Un vacío total que al tiempo era un hueco infinito y un sinfín de reconcomios varios a punto de explotar. Encima esa puta cacería ¿Por qué coños había ido a ellas tantas veces? Si en realidad nunca le habían gustado ¿Iba por inercia, porque había que ir para asuntos de carrera, por alternar entre el mundillo del cotarro...? Pues ya tenía que ser gilipollas para haberse metido hoy entre todos esos chupones del Poder que no tenían otra cosa que hacer que hacer leña de su caso para salir del repugnante aburrimiento propio del ejercicio de sus juicios, y usarle de paso como chivo expiatorio del albañal que habitaban cada día. No te preocupes, le había vuelto a decir el fiscal general hacía un rato, estas cosas ahora... pero ya verás, siempre puedes volver a empezar... de que pase un tiempo prudencial... Un tiempo prudencial había dicho el hijo puta. Y le había dado un par de palmaditas en el hombro. Qué asco. Pero lo que más asco le daba eran las palabras de su madre, por teléfono, desde la residencia de lujo a la que se había ido después de la muerte de su padre, en cuanto vio la noticia en el telediario: No dirás que no te había advertido de que era una mosquita muerta, dijo como si se lo escupiera. Desde que te parí sabías que eras tonto hijo mío, pero nunca creí que fueras a llegar tan lejos. Te has superado a ti mismo. Has llegado a la fama llenándonos a todos de vergüenza. Qué lastimita que no esté ya tu padre para que lo hubiera visto, él que siempre se ponía de tu parte.
Qué asco, se dijo sintiendo la nausea de todo el asco de su vida en la boca del estómago al tiempo que salían las primeras perdices levantadas por los ojeadores. Casi no saben volar, míralas, se dijo dejándose enraizar por un odio indiferente en todos sus sentidos, son como yo, un producto del Sistema, ni siquiera saben dónde están. Las crían en granjas para soltarlas luego y que haya algo que cazar en un mundo falso carente de verdad y de sentido. Eso si que es una vergüenza. Qué asco. Y mientras levantaba la escopeta apuntando a una de ellas se le impuso en el alma el sentido trágico de un libro de Sartre sobre el Asco que había leído en su juventud sin ningún entusiasmo, pero que ahora fue el interruptor que acabó de reflejar el movimiento a su brazo. Si hubiera estado en contacto con las estrellas se habría enterado de que lo que iba a hacer era de nuevo lo que quería su madre que hiciera, pero los de su especie no tienen instalada de serie conexión astral. La Vida, se dijo. Después de gestionar tanta porquería iba a hacer algo por la Vida, coño, decidió al instante mirando a la perdiz que hacía un microsegundo iba a matar ¿Le estaba mirando ella también? pensó extrañado en el momento último que se encajaba la boca del arma bajo la barbilla y PUM, voló la irresistible opresión de sus sesos por fin libres hacia el cielo, en un estallido cálido de gloria, dejando al pájaro en el aire libre para volar, volar, volar, y seguir volando unido al gozo sideral mientras su cuerpo vacío caía, felizmente desmadejado, al suelo.


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3 dic 2009

Rollos matutinos 27


Me s’importa un pepino to.



Pepinos, pepinos. Érase una vez 20.000.000 de kilos de pepinos. Tirados con mala follá en una playa. Por no valer un pepino. Por gentes pepineras a las que les importaba un pepino los pepinos, las playas y el medioambiente entero. Todo por el precio. Pepinos. Si serán pepinos los pepinos de dos patas.

Y ahora que lo pienso, hay que ver cuántas sentencias tienen los pepinos. Me importa un pepino (o tres). Vete a freír pepinos. El pijo y el pepino, duros y pinos. Que le den por dondeamargan los pepinos. No seas pepino. Desde pequeñito le amarga el culo al pepino. El pepino en el gazpacho y los negocios en el despacho. Viña que da mal vino no vale un pepino. A hombre mezquino ensalada de pepino. Pepino con miel sabe bien. Quien pepino monocultiva, luego en la playa se amotina. Pepinos, pepinos... Contra la pepinez, los propios dioses luchan.
Y en microcaos.net he encontrado estos de corte feministico, tan cabales y acertados como ocurrentes: El pepino siempre está duro. El pepino no fuma después de follar. El pepino no se enfada cuando te vas de compras. El pepino no tiene madre. Al pepino no tienes que plancharle las camisas. El pepino nunca dice que no. El pepino no tiene el culo peludo. El pepino no tiene olor a pata. Y si te cansas del pepino te lo puedes hasta comer. Y entonces me he acordado también de un chiste berlinés, en el que una tía elogia a su vecina las perfectas cualidades sucedáneas maritales del pepino que, al final, encima, logra las delicias también de su marido que no para de elogiarle su receta de ensalada de pepino con atún, a la que sin embargo, ella, declara finalmente, ¡nunca pone atún! Pero a este pepinal playero, el refrán que mejor viene, es uno que he encontrado, sefardí, pero intercambiando sujeto y complemento, así: Se alevantaron los bakchavanes i ajarvaron a los pipinos (Se sublevaron los hortelanos y castigaron a los pepinos). Porque digo yo, ¡pero qué culpa tiene el pepino que está tranquilo en su mata, sobre estresado de plaguicidas y de hormonas cultivado bajo plástico, y llega el inmigrante ilegal cogefrutos pornaymenos, lo arrebata y lo mete en un furgón pa que lo tire el patrón en la playa de Carchuna y me produzca a mí una inritación de tres pares de cojones!

Y meditando sobre la pepinez y los pepinos y la mala leche que me da ver una de las playas de mi entorno convertida en performance pepinera, mientras saco fotos con el ruido de fondo de las olas y el olor ambiental a la química que llevan los pepinos, que en uno no se nota ni al comerlo pero que al ser tantos se huele en to la playa, recuerdo lo que una vez alguien me dijo, que había sabido en vivo y en directo, de unos negros campesinos, de un lugar cualquiera de las áfricas, que después de sembrar con las uñas el maíz en las montañas, si no llovía, tenían que volver a desenterrar los granos uno a uno, ligeritos, porque malo era un año de hambre irremediable, pero no poder sembrar al otro era sin duda para ellos el fin definitivo. Y entonces, del choque del abismo que separa nuestros mundos surgieron visiones muy profundas y, a pesar de que estoy fuera por completo de la asquerosa moda de la solidaridad, sentí un asco profundo, por esta sociedad tan bienestada que está hartica de to, por unos campesinos industriales que se quejan de vicio y se quitan la depresión con el consumo hortera, y el exceso de colesterol con Danacol, por unos lugareños que ni por cuidar sus propias playas se preocupan, por una Administración que menos administrar hace de todo, por una Autoridad que sólo ve los delitos cuando le interesa. Y luego se me fue representando en la cabeza un burujo espeso de centelleantes flases: las proles de este engendro colectivo saliendo analfabetos de los institutos con un todo terreno, la obesidad convertida en una plaga preocupante en plena crisis, el aburrimiento tratado como enfermedad común en los ambulatorios, los emigrantes vistos como moscas que vienen a la mierda, el hoy consumo más que ayer pero soy menos tonto que mañana, los yogures pa cagar, el alumbrado navideño, los mercenarios atuneros con armas futuristas en las teles de plasma de dos metros, la expansión demográfica de abundios, la guerra del opio en Afganistán apoyada por España, la China emergente, el efecto Obama, y un ciudadano medio que pasa por aquí, en este caso va a ser andaluz, y que de pronto dice, por ejemplo, encontrándose con otro de su especie, ¡Cucha, venacapacá... miá que papa noé que m’he comprao pa colgal-lo de la tapia der cortiho, viniendo de i a tirá loh pepinoh que m’he pazao por el arcampo lo he comprao, que que las cozah vayan má no quié decí que no vayamoh a celebrá la naviá, porque otra coza no pero mih niñoh...!, y...

...y en resumidas cuentas, que me cago en el Sistema que consiste en sobre producir constantemente para tirarlo luego. Encima en una playa. Y por un precio. Pero cómo puede llegar a convertirse tanto afán en basura por un precio. El dinero no es más que un valor convencional. Cósmicamente hablando, no es más que unos trocillos de papel impreso en el más caro de los casos. Porque generalmente no es ni eso, sino bits en bandas magnéticas y cifras en cheques y facturas. Cantidades de algo inexistente que no tienen más valor que mantener en crecimiento la falsa falsedad de nuestra falsa economía. Para la Vida carece por completo de valor. Para la Vida lo que tiene precio es toda esa movilización de savia necesaria para captar la energía del Sol con la función clorofílica de las matas desde la germinación de las semillas hasta la fructificación de esos pepinos, ese tejemaneje atómico de recombinación molecular y misteriosa, esas horas y horas biológicas de acelerado crecimiento vegetal y de sudor humano, cada vez más de sobaco ilegal y mal pagado frecuentemente exursso, sudaca o africano, o el de los de la producción química de abonos y fitosanitaria, y de la consecución de carburantes, manduca para todas esas tripas y demás cosas de la industria subsidiaria necesaria. Y todo ese coste de tiempo vital y esfuerzos grandiosos invertidos en una locura que tiene plastificada por completo la costa que llaman tropical, para convertir luego el producto en basura ¡por un precio! Una locura ¿Que no? Bueno, si te parece podemos poner todo este proceso en términos de horas de emisión de ceodós, que es lo que unifica ahora como por arte de magia todos los criterios. A lo mejor así te suena más formal. Pues eso. ¿Cuántas horas de emisiones de puto ceodós han sido necesarias para ponerme a mí la playa hecha una pena con 20.000.000 de kilos de pepinos? ¿Y cuántas más van a ser necesarias para volver a ponerla bien si es que la ponen? ¿Y para lograr por fin deshacerse del entuerto de tantísimo pepino, creado con la puta emisión de todo ese ceodós, que acabarán por ahí en algún punto de contaminación reglada o simplemente tirados legalmente a un sitio ilegal?

Ya lo sé, es lo de otras veces, el juego de la cifra justa que estoy siempre con él. Y ya sé también que sólo a mí me duelen estas cosas y encima soy el loco. Yo. En vez de una sociedad que está basada en estas cosas como si fuera tan normal y prospera al margen de todo tipo de sospecha. Y sí, claro que no es normal que al campesino le den uno y luego en el mercado valga 100, pero es que ese es el Sistema que ellos mismos defienden. Mira, no sé pa que me inrito con esta inritación, pero seguramente sea porque, aunque lo primero que me sale, viendo lo que hay, es proclamar con rabia que me s’importa to un pepino, soy, a mi pesar, al que menos se l’importa un pepino to.


Como siempre que puedo me gusta poner los enlaces a las cosas que he encontrado, este de abajo es el sitio que apareció ofreciéndome el refrán de los backchavanes
http://www.delacole.com/cgi-perl/medios/vernota.cgi?medio=sefaraires&numero=diciembre2003¬a=diciembre2003-2


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22 nov 2009

Personajes 1


Marmetos.


Mary Lachingó. Veintipocos. Medio yanki medio chicana. Su madre anglosajona pura y blanca como la leche hija de exmarine de Vietnam y burócrata administrativa de medio pelo, su padre, nacido en eeuu de jarocho ilegal, ahora jefe del parque de bomberos de la localidad. Ella un poco café con leche. Desde chica le tiró el rollo de la Patria. Dios salve a América, la mano en el pecho, el sube y baja de la enseña y el himno nacional, la lucha por la libertad en el mundo y todas esas vainas le ponían. Eso la ayudó a engatusar a su abuelo que aún así nunca le pudo perdonar el moreno de su tez y sus rasgos chiapanecos. Siempre fue la más patriota de su clase. Una joven enérgica emprendedora y positiva, con una sonrisa perenne, exagerada, de esas invariables que sólo los usas saben mantener así de continua, frente a todo, y pase lo que pase. Nada más acabar el instituto se alistó en el Ejército. Era la forma de unir vocación, pillar un buen sueldillo y realizar sus ansias de servir y de poder. No le daba miedo pensar en el follón de Irak y Afganistán. Sólo le veía al peligro la cosa heroica del servicio a su país y todo eso. Su madre contenta. Su padre contento. Aunque ambos preocupados porque son ya muchos los que están cayendo, pero es lo que a ella le gusta y bueno, de alguna forma le viene de familia, y, aunque penosa y quiera Dios que no, siempre viene envuelta en algo de gloria la muerte llegada por esos derroteros. Así, todo fue alegría cuando empezó su carrera en la mayor base militar del mundo. Con sus tiquis y sus miquis, la carga marginal que siempre había arrastrado por chicana y por mujer se la aliviaba el título de suboficiala que por fin le iban a dar mañana en castrense ceremonia junto con los de su promoción. Lachingó iba a ser Tenienta. Así que después de no poder dormir esa noche por los nervios se había levantado flotando como si fuera el primer amanecer de su futuro el que iba a amanecer, pero, ay, el Destino es en realidad un gran hijo de puta. Con frecuencia se recrea en la maldad de hacer hacer las cosas serias en plan comedia universal. Si en vez de haber sido Él el autor de esta caricatura hubiera sido cualquier guionista en un guión de cine, se le habría tachado de simplista, de exagerar la parodia facilona con personajes burdos para caer en la crítica fácil. De ser poco creíble. De abuso de clichés exagerados. Pero, aunque nadie se lo hubiera podido creer en una peli, la parodia siempre es cierta cuando es la Realidad la que la representa. Cómo coños iba a sospechar nadie el chiste cruel que se iba a marcar la vida en el siguiente instante. Ni los orgullosos padres en las gradas de los invitados, ni el gerifalte que en ese momento estaba en la parte culminante de la arenga que suelta a los cadetes en cada promoción antes de la entrega de diplomas, eso de dar hasta la vida si hace falta, la última gota de la sangre y el rollo del deber, ni ella, que, en la formación, ante la mención de la muerte gloriosa hinchió aún más su pecho firme de orgullo placentero disponiendo su fantasía para morir cuando fuera necesario si fuera necesario que muriera, zas, oye, ¡y fue en ese momento!, pero qué es eso, gritos, tiros, desorden, a tomar por culo el rito. Ahí se quebró de golpe la pompa y la solemnidad. Se acabó la ceremonia. Terror y desbandada desbaratan la marcial coreografía de momento ¿Terrorismo? ¿Sabotaje? No. Al parecer un comandante de la base, psiquiatra, dedicado a corregir los dramas postraumáticos de aquellos que volvían del frente malamente, que se le había antojado de repente ponerse a pegar tiros a todo el que pillaba, al grito de Alá es grande, indiscriminadamente, y con dos armas a la vez. Y ella, que fue una de los trece que murieron, es que no se dio ni cuenta de que moría, ni de que no lo hacía por ningún tipo de épico combate, como hubiera sido de esperar, sino por una ridiculez que de tan grande, no dejaba sin escarnecer ni la raíz más honda de todo lo sagrado en lo que había creído, o se había empeñado en creer, en su abnegada vida. Ya nunca se podrá decir de ella sin mentir que había muerto en la defensa de un noble y patriótico valor (por más que le hagan ceremonias oficiales tratando de otorgarle por los pelos esos títulos póstumos que tapen la verdad que no tiene remedio). Su pérdida, si es que sirve para algo, será como prueba del absurdo que rige de veras las monsergas de los hombres. Más escabrosas cuanto más autoritariamente se arroguen el derecho a imponer su falsa seriedad. Pero mira, bien mirado, desde este punto de vista, bien puede decirse, sin faltar a la verdad, que no ha sido una vida perdida sin razón. Sino todo lo contrario. Cósmicamente hablando, su sacrificio sirve para algo más revelador que el de los que caen todos los días pillados de rebote en un bombazo suicida en el oriente. La sangre de aquellos se pierde por causas cuestionables, pero ella, sin querer, ha muerto para llamar la atención en la locura que entraña la máquina coercitiva de un Sistema peligroso de por sí. Por eso le dedico, encarnando en este personaje todos sus compañeros de desgracia, con la mejor intención, este texto memorial. Por si consiguiera hacer pensar por un instante en lo malsano de la cosa militar, y en la necesidad urgente que tenemos de acabar, antes de acabe con nosotros, con la santa manía de las armas, que es la única forma que veo de ver que no haya sido su sangre derramada por una puta broma cósmica, macabra, del mas puro humor negro y carente por completo de sentido.


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19 nov 2009

Rollos matutinos 26


Veinte años.

Joder, veinte años ya. Es lo que se me vino a la cabeza al oír lo de la celebración de la caída del Muro de Berlín. Y después la consabida pregunta de dónde estaba entonces yo me llevó a Madrid, al zulo que habitaba en el Rastro donde estaba viendo en directo por la tele las mismas imágenes que ahora repetían y repetían sin cesar como pienso procesado para el vulgo. La tele era una antigüedad de los sesenta que unos amigos me habían pasado, portátil y en blanco y negro con una antenilla extensible y otra de alambre en forma circular. Marta en su casa de Lavapiés tenía una grande y en color que venía de la basura, pero que había que darle cada dos por tres un golpe para que funcionara. Tales eran entonces los niveles económicos y de interés en el consumo de la comunicación. Yo ya hacía meses que había visto que aquello se caía, pero recuerdo que mi entorno no se podía creer que una cosa así fuera a pasar, ni que no tuviera que correr la sangre si pasaba. No hacía falta ser clarividente desde luego. Lo mismo que tampoco había que serlo para saber que lo que venía después era la unión de las dos alemanias sin remedio y que eso, lejos de traer desequilibrio alguno, lo que traía era la consolidación del Sistema que iba rodando echando leches a alcanzar la incuestionable cumbre de lo del Bienestar, que entonces todavía ni soñaba con atreverse a ponerse ese nombre. Sin embargo, ¡cuantísima tinta y papel y tiempo de programación se consumió en los medios! Cuánto ganapán de los debates hizo su agosto y de cuánto aburrimiento nos sacó el tema en ratos de cañas y tapeo. Aquello vino a ser como una inyección de vitaminas a no sé qué tipo de esperanzas. Berlín retomó la antorcha que había animado la Movida Madrileña, y durante un tiempo volvió el relumbrón de la revuelta espontánea de la gente, en un escenario más universal y con un rollo filosófico en plan más sesudo y académico. Volvió a correr cierto aire fresco de ideas rompedoras que enseguida también se fueron integrando al molde con el reparto de puestos y la desilusión de la cotidianidad. Llegó por fin a escala global el desencanto llano lleno de consumo. Y ahora ha llegado la gran celebración con chunda chunda en todo el universo. To er mundo a celebrar la Libertá. Nuestra reliberada libertad (porque aunque es la misma filfa que teníamos nosotros al pasársela a ellos se ha revalorizado, o no sé... pero algo así nos venden. la Libertá por aquí, la Libertá por allá, la Liberta la Liberta...). Congratulémonos en la Libertá. Para que nunca más pasen cosas semejantes, dicen. Pues bueno. Vale. Mejor que haya caído que no que siguiera todavía. Pero algo me repugna al ver todos esos gerifaltes juntos, llenándose el buche a bocanadas de palabras tan huecas como celebrales. Dice el refrán, de lo que carece el corazón habla la boca. Y algo huele muy mal en esta maravilla de Orden que festejan por muy único que sea ¿Por qué no saca punta ningún informativo al contraste que supone esta aclamación mundial con lo que el mundo hace en Gaza? Pero vale, ya me callo, que hoy en día lo peor es ser un aguafiestas. Celebremos, celebremos. Por qué no. De todas formas para lo que importa, nos va a dar lo mismo celebrar que cagarnos en la leche por algo que, además, no sabemos siquiera precisar. Y yo, la verdad, eché de menos no andar el otro día por los berlines para haber salido a la calle a ver. La gente en los actos culturales, los actos culturales en la gente, la culta recreación de la caída en el dominó del muro de fichas multiculti cayendo cultamente con la medida precisión de la máquina conmemorativa que establece los cultos presupuestos democráticos de la gran subsecretaria de Cultura. Porque la celebración consiste en una sobredosis cultipedagoga. Hasta a los políticos cruzando en comandita la Brandenburguer Tor con paso ceremonial bajo paraguas me hubiera ido yo a ver tan ricamente. Toda la banda junta. Por qué no. Puestos a celebrar, celebremos y hagámonos la foto. Por cierto que les faltó cogerse por el brazo en plan campechanón. Lástima, porque puestos en ese estilo podría haberles enseñado mucho el rey de España. Y los fuegos artificiales me hubiera ido yo a ver. Siempre me gusta a mí la pirotecnia de las celebraciones. Da igual por lo que sean, tienen algo mágico en lo de quemar materia en pro de lo superfluo con gran estruendo y colorido. Pero no estaba yo allí, como tampoco estuve aquél día glorioso que lo tiraron a mazazos, y por eso tuve otra vez que conformarme con mirar lo que me daban por la tele, ahora en color y de las de las ofertas del Alcampo.
Yo llegué a Berlín tres años después de la caída. Aún se notaba la enorme cicatriz enteramente. Siempre sabías si estabas en el Este o el Oeste y eso pasaba a veces sólo con cambiar de acera. No paraba de flipar. Viví primero en Wedding, en el Oeste. Después alcance todavía a escuatear un piso en el Este, que llevaba cerrado toda la Guerra Fría, en la Pinkstrasse del mítico Friedrichain. Pero de pronto, una mañana nos despertaron dos neoejecutivas exsoliscayanas de una neoinmobiliaria recapitalista para comunicarnos, muy excitada por el papel de su neofunción, que aquello no era nuestro sino de su empresa y que debíamos salir en el plazo de dos días si no iba a venir la policía, ¡polizei, polizei!, acabó gritando como loca mientras se le caían por el suelo, del nerviosismo que le causaba la falta de costumbre en la representación del nuevo ordenamiento, los papeles del montonaco de carpetas que llevaba encima. A la que iba de jefecilla, porque aunque eran dos, la de detrás estaba tan tranquila en su papel de segundona y no decía ni mu porque sólo había una responsabilidad y la acaparaba por completo la otra. Mira cómo se fundamentan desde el principio los principios de la nueva jerarquía, me dije yo medio dormido contemplando en la escena los resortes que cambiaban la ciudad minuto a minuto. Hacía un año ya de las batallas campales de los okupas contra la especulación, cuando la gran ilusión de los primeros momentos del cambio. Llegó a haber varios muertos. Pero aquella era una guerra perdida ya antes de empezar, y los pocos edificios escuateados que quedaban eran escaparates libertarios controlados por la máquina que ahora ha construido el dominó y que entonces empezaba a gestionarse. Y yo me cambié a vivir a un piso de un amigo que no lo utilizaba porque tenia otro mejor de un amigo que no estaba. En Treptow. También en el Este gris, pero a un descampado y un canal de Creuzvert, uno de los barrios más animados del Oeste. Eso era una de las cosas típicas de aquel Berlín, los edificios fantasmagóricos y los descampados. Enormes. Las huellas dejadas por la guerra que no se habían vuelto a reconstruir. Uno de los más grandes era el de la Postdamer Platz, que tenía incluso un campamento de carromatos de hipis y gitanos perdidos en un rincón de aquél vasto vacío. Joder, allí, decía yo siempre, cabía medio Granada. Pero por todas partes había ese tipo de Baldíos y desordenes. La estructura urbana era una continua paradoja. Por ejemplo, todo era doble. Había dos zoológicos, dos óperas, dos planetarios, dos... Y un montón de centros. Porque se daban circunstancias como que en cualquier sitio de la ciudad que uno estuviera, siempre se tenía al lado un centro y una periferia. No era fácil volver a coser las dos ciudades, pero se pusieron a ello desde el primer momento tan concienzudamente como es proverbial en lo alemán. Sin prisas y sin pausas de verdad. Con sistema. Cada día aparecía una fachada remodelada, una nueva obra que surgía, una grúa más que se elevaba, una tienda que aparecía sola en una calle antes yerta y pronto llena de comercios. Cada vez más deprisa durante los tres años que anduve por allí las cosas se fueron trasformando a toda leche. Y el baldío de la Postdamer Platz, que al principio era un descampado enorme y oscuro con una boca de metro en medio mitá de la nada (donde por las noches los fines de semana se creaba un mercado clandestino de polacos que venían a vender desde primores de ganchillo hechos a mano por las viejas hasta armas primorosas de los viejos arsenales de la URSS y que, de la misma forma que surgían de la nada entre las sombras, por cientos, de repente, a poner los tenderete que formaban el mercado alumbrado con linternas, desaparecían en cuanto que llegaba la policía en un instante de alarma tras el que otra vez volvía a no haber nada), cuando me vine en el noventa y seis todo él era ya un montón de zanjas para cimentaciones y un bosque de grúas, que era el más grande y más alto que nunca había yo visto. El mercado polaco, lo mismo que el campamento de hogueras y carromatos y tantas otras cosas, había desaparecido para siempre. Y el nuevo centro en ciernes, la mayor construcción del mundo en el momento, celebraba el futuro capitalismo de la nueva capitalidad iluminando con reflectores gigantescos una cubeta de oro que colgaba en to lo alto de una de las grúas en medio del jaleo constructivo. Por rumbo no iba a quedar el rumbo que tomaba lo de la reconstrucción.

De aquel tiempo recuerdo muchas cosas entrañables. Si las tuviera que resumir en un flash sería bicicleteando en primavera, flotando a través de la templanza de las noches sobre el aroma de los tilos entre tequila y tequila de garito en garito. O cruzando el puente de Warchsauerstrasse en invierno con veinte bajo cero, drogado por la inhospitalidad de la vasta extensión de vías negras sobre el blanco helado de la nieve con el Pirulí al fondo, allá a tomar por culo al otro lado de la vacía oscuridad, volviendo a pata de Friedrichaine camino de Treptow. Se te corrían las lagrimas del frío en medio de la nada congelada y nunca estaba seguro de que no fuera aquella noche la que no alcanzara la otra orilla. Friedrichain era entonces el barrio gris por excelencia, donde no había nada de nada y, en invierno, por sus calles renegrías y maltrechas sólo corría el gélido viento cargado de fantasmas de la guerra y los ecos socialistas. El único sitio caliente era la cocina de Eckhart, que la calentaba dejando abierto y encendido el horno del fogón de gas. Era muy estrecha pero allí nos apelotonábamos en torno de una mesa a trasegar vino café cerveza y comer el arroz que preparaba Baldomero, un peruano que vivía con él, y sobre todo a darle a la cháchara sin parar, oyendo vinilos de rock de los setenta y fumando un cigarro tras otro hasta que se hacía necesario abrir la ventana que daba al patio interior, aunque entrara el frío glacial, antes de asfixiarnos. El resto de la casa era un frigorífico y a veces no había agua en el lavabo porque se habían congelado las cañerías. A veces íbamos al único bar que había por allí. No recuerdo el nombre pero sí que habían reciclado las cabezas de las estatuas de bronce de no sé que insignes dirigentes comunistas, enormes, y que las habían dispuesto para servir de asiento a los culos de los bebedores de cerveza. No podían haber tenido mejor fin señores tan mandones, ver sus ilustres calvas lustradas por el roce con las nalgas de los borrachines.
En el Este no había teléfonos, y en nuestra imaginación no había ni idea de lo que iban a ser luego los móviles. Tampoco había ni soñación de los turistas. Y el aire en el invierno olía al carbón de los ofen de cerámica que había en cada apartamento por norma de obligado cumplimiento de la construcción.
Luego, me fui y no he vuelto a Berlín, desde finales de los noventa hasta hace un par de años. El cambio, y puesto que es de la caída la celebración, se podría resumir en algo así: El Muro ha pasado de ser un apartarrebaños a ser un atraeborregos.
Ahora los ofen están prohibidos por leyes anticontaminación. Y, como es normal, no hay dios que no tenga móvil ni portátil y conexión a la Red. Los descampados han sido construidos. Los viejos edificios abandonados son ahora relucientes templos del consumo o grandes altares de cultura. La práctica totalidad de las viviendas están remodeladas. Las calles del este tienen ahora más comercios y negocios que el oeste. Friedrichaine se ha convertido en el barrio de moda, y está lleno de bares y de restaurantes multiétnicos que miles de turistas, movidos por la industria de la marcha, vienen a llenar masivamente. Por la noche no cesa el centelleo de los flases de las minicámaras de alta definición en las terrazas. Eckhart sigue allí pero en un luminoso ático con azotea. Su nueva cocina es más cuadrada y sigue siendo acogedor centro diario de debate, trinque y fumadero, pero ahora la calefacción es central, la música global bajada en mp3, y la ventana, que da a una vista abierta al cielo berlinés con el Pirulí sobresaliendo en el horizonte sobre el mar de tejados, se abre en cuanto que se enciende un cigarro como forma de ir luchando contra la malvada nicotina que no se puede dejar, sobre todo cuando hay algún amigo como yo, que ha pasado de ser nicotinómano profundo a maniático antinicotina. Del análisis comparativo de estas dos cocinas se podría sacar un estudio impagable con todo lo que de verdad interesa sobre el cambio que ahora se celebra. De la brecha antigua del Muro sólo queda la estética cicatriz conmemorativa que marca a los turistas, con una doble hilera de adoquines, el antiguo emplazamiento, y un trozo de muro verdadero decorado con grafitis que, pintados en el fragor de la caída, alcanzaron el estatus de inmortal obra de arte en el mismo momento en que se empezaron a pintar, y que con la celebración se han vuelto a repintar para borrar los grafitis posteriores que el tiempo les fue superponiendo y que no han tenido la suerte ni el derecho de ser considerados tan arte como los primeros.
Yo espero que pronto vuelvan a estar los grafitis oficiales llenos de grafitis. Y que siga la capital de Eurasia siendo tan marchosa y sorprendente. De verdad. Por ello brindo (aunque ya casi no bebo). Y le dedico este bolero, no sé muy bien por qué. No por nostalgia del pasado y menos de antiguas estructuras. Quizás un poco por eso de que nada acaba siendo como se quería que fuera. También algo por lo del divino tesoro que se fue para no volver. Por supuesto como un homenaje a la ilusión efervescente. Y desde luego, por el nombre. Veinte años.

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6 nov 2009

Rollos matutinos 25


Agujero.


De Madrí al cielo, pero con un agujerito para seguir viéndolo. Dice el refrán castizo de Madrí. Así, acabado en i, claro, que lo de hacerlo en id es sólo cosa de guiris, o típico remilgo de un cierto tipo de pedante que ya casi ni queda. En cualquier caso, de ponerse a rematarlo con consonantización lo suyo sería en cualquier caso en z, claro. Pero lo chachi es Madrí. Claro que sí. Qué duda cabe. La capital de la Mancha. El foro. Y el único pueblo que tengo. En él acabo de pasar unos días estupendos.
Ah, la gran ciudad.
Hace poco, en una fiesta comilona en un restaurante de la sierra formada en su mayoría por clases medias de la capital de provincia, cuando ya empezaban a faltar temas en la larga sobremesa, alguien me convirtió en el centro de la conversación del grupo de comensales cercanos refiriéndose a mí con la advocación de “este hombre” para hacer mía una proclamación que sólo era suya, que yo sí que había sido sabio, anunció, por lo visto, al elegir la tranquilidad del que huye del mundanal ruido e instalarme en el Barranco, donde vivía completamente feliz. En realidad se trataba de la típica coletilla tópicofestiva del típico urbanita que cuanto más provinciano menos gusta del campo y más de ese vicio aparatoso de loar las purezas del ambiente campesino que ellos han dejado atrás, gracias a dios, y las ciudades han perdido, desgraciadamente. De pronto toda la atención del grupo se centró en mi persona sin que yo hubiera dicho nada. Creo que me preguntó si no era así, y entonces yo dije que si, que aquí el aire era limpio y que el paisaje impresionante y que el clima perfecto, que era mucho el tono pastel de los colores en otoño y el intenso colorido de todo en los cálidos inviernos, y que estaba el mar, claro, y la montaña, y el derecho al espacio y a mirar el cielo y las estrellas, a pesar de que los alumbrados públicos urbanos hacía mucho tiempo ya que habían llegado deslumbrantes hasta el campo al igual que los yogures desnatados, sí, pero que me faltaba una cosa en el paraíso. ¿Cuál? pasó a ser la pregunta que flotó en el aire hábilmente inoculada. Qué, preguntó alguien tras un instante rompiendo el suspenso de atención que yo había creado. Una puerta. Dije. Una puerta que estuviera en algún sitio oportuno de mi casa y por la cual accediera como a cualquier otra habitación a la Gran Vía por ejemplo, dije, y viceversa, que cuando quisiera yo acostarme o me cansara de estar por allí con la misma facilidad accediera al futón querido de mi habitación y al espacio abierto a las anchuras siderales del Barranco, pasadizo este por el que estaría dispuesto a dar a Mefistófeles la parte de alma que correspondiera en justo precio. Todos quedaron callados. Unos pensando que ya había hablado el creído pijotero, otros sorprendidos en verdad porque se pudiera imaginar al menos maravillas tales. Cuando se acabó la reunión recuerdo un menda que yo no conocía de antes que al despedirse me deseó con verdadera simpatía que a ver si conseguía mi deseo, y que, si era el caso, no dejara de decirle como contactar con el Mefistófeles ese, que desde luego, estaba claro, era un trato que a él también le interesaba.
Y es que es eso.
Pero... ¿qué es lo que tienen las ciudades de tan atrayente?, preguntó alguien entonces. Porque al parecer él no les veía otra cosa que no fuera los inconvenientes de la contaminación, el ruido, el estrés y el hacinamiento. Horrores estos que además, según su criterio, estaban para más inri y dolor, cada día más deshumanizados. Yo me dije que debía ser él el que lo supiera, puesto que en una ciudad se había puesto a vivir mientras que no paraba de echar de menos, de boquilla, las excelencias del campo del que, probablemente, había salido huyendo, pero le di mi opinión muy resumida porque no era la primera vez que me había parado a pensar en eso y la tenía muy clara. Pues la posibilidad de hacer todo con vicio, le dije. Sí. Vicio. Entendido como cantidad, variedad, es decir, exageración, sobreabundancia. El vicio no sólo entendido en ese aspecto oscuro referido al mundo de las malas costumbres, que también, claro, cómo no, sino más bien a la sobreabundancia. En todo, en lo cultural, en lo profesional, en la vida social, en eso que se ha dado en llamar oportunidades... En todo. En una ciudad tienes más de todo. Y eso es lo que yo quiero decir con Vicio y es lo que creo que es el atractivo irresistible de la gran ciudad. O mejor dicho, la sensación de que se tiene la posibilidad de eso. Porque la realidad es que luego, la inmensa mayoría de los urbanitas, no utilizan esa ventaja en absoluto sino que se auto limitan en sus relaciones a estructuras tan estrechas y cerradas como las que tendrían en la más pequeña aldea, aprovechando de la urbe nada más, ciertamente, que el agobio del humo, la estrechura, y demás incomodidades del amontonamiento. Y sin embargo siguen ahí, encerrados los unos sobre los otros en los pocos metros de sus zulos, por los que se hipotecan de por vida. Formando parte de la aglomeración. Que es el caldo de cultivo que hace crecer a las ciudades. La aglomeración. Que cuanto más se apelotona más deprisa se aglomera. Y es que el apretujamiento aumenta la feracidad del crecimiento de forma directamente proporcional al índice de aglomeración del aglomerado. La reconcentración de secreciones y de flatulencias funciona como el liquidillo ese que engrasa el refocile y la fricción de los gusanos en las gusaneras, que también cuanto más se arrepelotonan más gordas se hacen.
Y eso es ni más ni menos lo que tiene la gran ciudad de imprescindible. Pero yo ya no estoy para poder disfrutar siempre de eso, necesito anchura, y por eso, vendería mi alma por la suerte de trampilla que me uniera de inmediato asceterio y revoltijo.

Cierto que hoy en día las comunicaciones ofrecen ya algo de eso. Interné te lo da pero es virtual. Y con el coche o el avión te pones en un plis plas en donde sea, pero claro, no es lo mismo que esa puerta ideal de mi deseo y, encima, además de no ser tan inmediato, has de tener un montón de dinero. Lo chachi, como la i de madrí, es esa puerta mágica que, por cierto, es posible que sea un sueño tan viejo como el Hombre, y que, ahora que lo pienso, si es que viene a ofrecérmela por fin algún tratante en almas, le voy a pedir que me haga un mocho y que, al tiempo que comunique con la esquina de Gran vía y Montera, ya puestos, que lo haga con otros muchos sitios, pa qué pensar ahora en nombres, cualquiera que en el puto momento de antojar se me antojara. O antojase.


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8 ago 2009

Rollos matutinos 24


Escena de verano con símil y moraleja de la vieja.
La escena es un camión que vende sandías, está en la encrucijada de dos calles principales de un pueblecillo de la sierra, y yo que lo he visto y voy a comprar una porque se me ha acabado la última que compré y gusto yo de hartarme de sandía en las noches de verano a las tres o las cuatro de la mañana cuando me levanto a mear medio dormido. De que voy llegando al camión veo que son gordas pero se nota ya de lejos que no tienen ese lustre inconfundible que la sandía fresca y tersa tiene que tener. Habrá que andar con cuidado para no pillar una pasada, que no hay cosa que más asco me dé que una sandía de carne desmayada y blandengosa. Me digo mientras acabo de llegar. Hola, ¿qué tal las sandías?. Mu buenah, ¿Cuantah quiere uhté?. El vendedor es un viejo tratante con larga carrera de trapicha, chalán y buhonero, que está en medio del montón de sandías mirándome desde lo alto de la trampilla del camión. Una, pero... la quiero que esté buena, que no esté pasada, ¿sabe?, que tenga la carne crujiente..., que no salga blandengue. No sé como explicar lo que quiero decir, pero él sabe perfectamente lo que estoy diciendo. Salen toah mu buenah, contesta en su papel. A ver esta de aquí, le digo para que me alcance una grande que está al borde mismo de la caja. La palpo, plash plash, y veo que no me engañaba la vista, está pasadilla. Si está o no pasada una sandía es muy fácil de saber, otra cosa es si va a estar buena de sabor, más o menos dulce, más o menos roja... Pero para saber si está pasada, basta con palparla. Coges la sandía con las dos manos y con una le das unas palmadas, plash plash, y tienes que sentir en la otra el eco de esas palmadas muy muy vibrante, brillante, muy vivo, muy... de que lo que vibra está pletórico, henchido, turgente. Cuanto más agudo sea ese eco mejor, y si deja duda de ser un poco opaco... Malo. Te va a salir blandengosa. Está... está ya un poco pasada, le digo, mire a ver si hay alguna por ahí que esté... que no esté pasada. Le acabo diciendo no encontrando otro modo de decirle lo que le quiero decir y que él ya sabe. Él, siguiendo en su papel de trapicha experto, me dice que están todas muy buenas, que mire esa que se ha rajao ella sola de lo buena que está (luego sabe perfectamente a lo que me estoy refiriendo y que tiene la mayoría de sus sandías que se le están empezando a pasar), al tiempo que me pregunta, dirigiéndose al montón, si la quiero gorda o chica. Hombre... más bien gorda, le digo (porque algo que siempre he tenido claro, aunque no sabría decir por qué, es que la sandía es mejor cuanto más gorda), pero sobre todo que esté... cómo tiene que estar una sandía, que no quepa duda de que no esta pasada. Eso se nota rápido, le aclaro didáctico, en cuanto que se la palmea, en la vibración se conoce enseguida. Ehta ehtá buena, me dice trayéndome un sandión enorme que me alcanza desde la trasera de la plataforma. La palmeo y no. No está pasada pasada pero no. Entonces viene lo de siempre que tengo que enfrentarme a un sandiero barrera que impide que yo tiente todas las sandías que crea conveniente hasta dar, o no, con una que no me deje dudas. En este caso, además del corte normal que viene impuesto por esa actitud silenciosa del tendero de turno que viene a dejarte patente sin decir una palabra lo de que me estás toqueteando todas y no te vas a llevar ninguna, está la barrera física de la altura del camión que me impide echar mano a otras que no sean las que él me vaya alcanzando. Marrón de emplazamiento que juega a su favor. Sobre todo cuando deben de quedar pocas en todo el montonazo que reúnan las condiciones precisas, y el chalán está subconscientemente interesado en vender, oye, las que más prisa corra de vender. Te queda la de calibrar a ojo y decir, tráigame aquella, aquella de allí a ver.. y según te vaya trayendo y tú desechando te vas hundiendo más y más en el lodo de tener que comprarle alguna y cada vez más pronto... Trato de explicarle que no es por nada pero que yo, oye, sé lo que me digo y conozco muy bien las sandías, porque de pequeño pasé muchos años en el campo entre cultivadores de Castilla y desde entonces tenía buena mano yo para... Y le explico lo mejor que puedo cómo tiene que vibrar una sandía buena de verdad. Pero él responde que están saliendo mu buenah mu buenah y que de verdá, que eza zandía ze la puede uhté llevá con confianza porque ehtá mu buena, ya lo verá uhté. Y añade una explicación de por qué la sandía gorda es mejor que una chica, que es verdad que nunca, por más obvia que resulta, me había yo parado a pensar. La sandía gorda siempre eh mehó porque tié máh corazón. Dice. Si señor, me digo yo, anotándole el punto y diciéndome que había llegado el momento de decidir qué hacer. Plantearle, lo que le tenía que haber planteado, que me deje subir al camión a meter mano por allí hasta que encuentre una que me guste, sé que no lo voy a hacer porque el tío es un buen jugador del poker comercial y me ha desarmado esa baza, que era la mía, sin haberme dejado siquiera planearla. Entonces quedan dos salidas, o no llevarme ninguna, o llevarme la última gordota, que no está perfecta, pero que puede que, al final, no esté tan mala. Me digo sabiendo que me estoy engañando a mi mismo como si fuera tonto, un poco por las ganas de sandía que tengo y un mucho enredado por ese sentimiento absurdo que te lleva a cortarte con o a dolerte del mercanchifle que te la está vendiendo y que es precisamente el impedimento para que tú encuentres, si es que la hay, la sandía que quieres aunque sea subiendo al camión y no dejando ninguna sin palpar, o por lo menos, para que te vayas sin cargar con ningún muerto indeseado. Me la llevaré. A lo mejor está medio bien. Me digo sabiendo que si acaso estará medio mal. ¿Cuanto es?. Esa... cuatro euros. Me dice sin pesarla como haciéndome un barato. Y me voy cargando con ¿doce kilos? de sandía que aunque a todas luces están pasadillos, decido conservar la falsa esperanza hasta el momento en que la abra, para no cargar en ese instante, además de con el sandiáco lacio, con el peso de lo tonto que soy. Ese es precisamente el mecanismo que te acaba de llevar al autoengaño en estos casos. Al menos no ha sido muy cara. Me digo para quitarle peso al muerto. Pero tampoco ha sido tan barata. Me vuelvo a decir mientras la meto en el coche, con ese escozor fino pero persistente que deja el haber sido conducido, como quien no quiere la cosa, a hacer algo a sabiendas de que no querías haberlo hecho, por alguien que ha estado toda su vida haciéndose experto en eso como su mejor y más sutil arma mercante.

El símil a estudiar en realidad son dos. El de la sandia con la vida, y el de la movida de la transacción sandiera anterior con la génesis de muchas relaciones llamémoslas de más profundidad. La sandía y la vida: porque de las dos realmente no sabes nada a ciencia cierta hasta que las abres y las hincas el diente. Aunque con la vida aún después de hincarle el diente sigues sin saber poco más que ciertos aspectos de un sabor inaprensible. Y lo de la movida de la compra de la sandía con lo de las relaciones llamémoslas más serias: porque hay muchos casos en la vida en los que cargas con diferentes tipos de sandías sabiendo qué no molan y que tú lo sabes bien porque tienes mejor que nadie el conocimiento necesario para darte cuenta, y sin embargo te las tragas. Por si de la comparación pudiéramos sacar algún provecho práctico.

La moraleja es por lo tanto pluripinta. La primera, que hay que estar al loro con las situaciones y secretos que domine uno en la vida tan bien como yo lo de la frescura de las sandías para que cuando el otro trate de clavarte el muermo que está tratando de vender le den mucho por culo y se quede con él en su camión. Esta moraleja tiene dos caras, como cualquier objeto de atención, la dicha y esta otra: que aunque el otro sepa mucho sobre la mentira que tú estás tratando de clavarle, si sabes cómo y de qué manera, puedes metérsela hasta doblada si hace falta. Sin que eso te tenga que generar mayor inconveniente en la conciencia. Así que, al loro otra vez. La segunda es que aún en el caso de que te vuelvan a engañar en lo que tú ya sabías, porque sea el otro más fino que tú, no te pierdas la ocasión de sacar provecho de alguna lección que pueda haber surgido en el proceso, como lo de que una razón enunciable de por qué son mejores las sandías gordas es porque tienen, desde luego, el corazón mucho más grande. Entonces, en caso de que te salga pasadilla la bola con la que te acaben cargando, siempre puedes hacer lo que yo he hecho con la sandía, comerme el centro y tirar el borde. La tercera es que, del mismo modo que con las sandías, en que toda la seguridad en el conocimiento que puedas tener se te puede trasformar en el momento de rajarla en una pálida sorpresa, o roja pero insípida, o las dos cosas a la vez e incluso encontrarte en boca con una inexplicable harinosidad en la textura, totalmente inadvertida por el test de la palmada, percatándote de que, tratándose de sandías, incluso los saberes más experimentados fallan sin que ni dios sepa decirnos el porqué, te puede pasar con sea lo que sea que tú creas que es como es con la más completa seguridad. Eso seguro. Cada uno decida si ante el absolutismo de la relatividad, de lo que dicen al final las palpaciones de las sandías, toma el camino de aferrarse erre que erre a la certeza de lo que cree establecido o deja siempre abierta una puerta a la duda razonable por si acaso. Yo, por mi parte, estoy por decir que en ambos casos te vas a acabar comiendo las sandías pasadas que el destino destine que te tengas que comer, y por advertirte que, como del mismo modo vas a tener que cargar con las que hayas dejado sin rajar por temor a que pudieran salir malas, convertidas en irresolubles dudas sobre que quizás, si las hubiera rajado, habrían resultado cojonudas, mejor es no dejarse en esta vida muchas de esas, que por no haberlas rajado pudieran acabar estando eternamente buenas, y perdidas, sin rajar.

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30 jul 2009

Rollos matutinos 23

trápalas

¡Cómo que no se puede explicar! Lo que pasa es que lo nacional existe. Por más que no queramos. A ver si no por qué pasan las cosas que acarrea. Existe y, aunque luego al final en todas partes cuecen habas, cada nación tiene su propia forma de hacerse las tortillas, y sus normas de cómo se debe ser en esta vida grabadas en el raquídeo primario que hemos heredado del tiempo del reptil, sus ídolos santos y orgullos patrioteros intocables en los que arrebañarse. Esas brillantes cualidades que es verdad que ningún otro grupo tiene tan verdaderamente dignas de enorgullecer como ese al que cada uno pertenece, y que es una pena que los demás, pobrecitos, no puedan llegar nunca a tener. Y, al tener eso, tienen, impepinablemente, sus cosas vergonzantes. Su adjetivo cabrón. Claro. Ese tópico típico lapidario y de mal gusto que saca a relucir esas faltillas que todos los del grupo saben que de algún modo tienden a tener pero que sólo el extranjero vil, que es el que de verdad las tiene, es el que se encarga de sacar y resacar y aumentar y difundir para intentar difamarnos. Ese insulto hiriente que a cada uno el suyo le viene que ni al pelo y que es mejor cuanto más mordaz sea y más le escueza al que le toque llevarlo. Nosotros, piensa el de cada grupo, no hacemos eso con los otros, que va que va que va, y mira que en nuestro caso si que tendríamos razones para hacerlo. No, no, lo de que esos son unos roñosos no es que nos lo hayamos inventao nosotros, es que está bien claro que es así, como lo de que esos otros son chovinistas y, los que todos sabemos, vagos y fulleros, o lo cobardes que son los de más allá, o lo de que a los de cierto país les va la marcha de las disciplinas duras en el sexo y que los de ese otro son unos cabezas cuadradas y los... No, eso no es esquemática falta de respeto, eso es que es verdad que es así y todo el mundo lo sabe. Lo que no es verdad es que seamos nosotros... eso que nos dicen, ¡eso si que es un insulto fácil y una falta de respeto a la que si no prestamos atención es porque somos los más tolerantes! Y lo que pasa de verdad es que cada grupo nacional tiene un montón de inris para etiquetar a los demás en donde más daño les haga. Y que, por otra parte, si lo nacional existe y su naturaleza tiene que tener de lo bueno y de lo malo, algo tendrán los ínris de verdad. Y que cuando el río suena... Y... ¿Y a qué coños venía todo esto? ¡Ah, ya, sí, claro!, es por toda esa mara de columnistas y filosoperos del reino que andan estos días llevándose las manos a la cabeza haciéndose de cruces con cómo puede ser que un adefesio sinvergüenza como el Berlusconi sea el representante de un pueblo que ha dado tantísimo artista de renombre a la Cultura, y tanto y tanto a la Civilización y cosas de esas y tanta mente preclara y tanto arte como tienen. Pues no lo veis so pringuilis, pues porque lo del pueblo de ese en una sola palabra se define. Son un país de trápalas, señores, por eso albergan en la intimidad de su familia y en obscena unión matrimonial la Cosa Nostra y la del Vaticano, unidas en la santidad del euro sobre la piedra fundacional de la ué, y tienen a esa especie de títere ridículo, ejemplo del payaso que más vergüenza ajena pueda dar, de jefe popularmente incuestionable. Y ustedes columnistas extrañados sois los primeros en saberlo y vuestras falsas alharacas solo van por el camino de salvar la política correcta que os paga las columnas, y de hacer el coro tonto, que es lo que mejor se os da. Son unos trápalas, y lo que habría que pararse a pensar es si no será que lo trápala genera mejor y más potente vida, y eso explique que sean tan salvajemente creativas ciertas etapas del arte de ese grupo nacional. Ejemplo de esta vitalidad compleja y desbordante es uno de los último capítulo, donde, al parecer, una velina famosa, que es otra forma de decir putón de altos vuelos cotizado, denuncia a la Fiscalía del Estado que en las fiestas bacanales del Papi de la Patria ha habido sexo, menores, drogas y prostitución en plan orgía romana con un montón de próceres europeos y prostáticos en pelotas y en viagras, despechada porque, ella, le había puesto el coño al alto jerifalte del gobierno (trago que a todas luces debe ser grotescamente duro de tragar) a cambio de la promesa de una recalificación de cierto suelo protegido, donde quería ella hacer realidad, por fin, póstumamente, la obsesión inalcanzada de su padre constructor y muerto. Una mega urbanización por la que su progenitor había luchado durante toda su vida con el mismo empeño con el que se la había estado tirando de pequeña, y que había sido declarada ilegal por el gobierno que el prócer presidía, una y otra vez. Joder, de que se extrañan estos columnistas españoles ¡Pero si esto es puro Renacimiento! ¡Cómo no ven la estrecha relación de la historia con la Historia! A lo mejor lo que pasa es que en España, el Renacimiento nunca llegó a darse del todo y enseguida lo enterraron con el negro ropón de la Reforma y la verdad es que todavía estamos lastradillos por el gusto por lo sobrio que impuso el Felipe II, que, de tan seco seco, cayó de bruces en lo sieso. Quizás eso explique ese aura rancia que inviste a nuestros mandatarios todavía. Siempre más tocados por un tipo de lascivia beatona. Más cuando son del mismo ala que el de Berlusconi, estregado sin embargo, como se ve, al gusto por lo romano más rijoso y bacanal, si bien, no podía ser de otra manera, en su versión mafiosilla, enaneta, y, desde luego, indudablemente, hortera hasta el delirio.
Sí, yo también creo que puestos a elegir preferiría las formas de la actual España, más preocupadas a aparentar cierta seriedad lógica aunque al final sea falsa. Pero aquí también tenemos ejemplos que no veas. Pienso, por citar entre tantos uno esperpéntico, en esa edila levantina de la que otro columnista ha dicho que vive en una falla. Qué acierto, por que es que es eso lo que es. Una ninota artísticamente conseguida por la realidad inimaginable. Y nada hay más grotesco que un ninot que coma y cague, más si encima tiene el poder de una vara de mando y está plantado con todo su peso, en el aplomo de su chocho, por la fuerza democrática absoluta. Pero hay muchos más. Mejor no nombrar ninguno por no dejar alguno fuera.
En cualquier caso ¿No sería mejor que con el problema de las diferencias nacionales, y como mejor forma de tratar de soslayarlas, en vez de seguir la senda vomitiva de la política correcta que trata de vender que todo pueblo es bueno por naturaleza, jugáramos a enseñarnos esas vergüenzas dolorosas de la forma más erótica posible? Incluso cayendo en la pornografía. Partirnos el culo de risa sin piedad los unos con el defecto de los otros. Pero eso sí, poniendo en ver la viga en nuestro ojo el mismo empeño que ponemos en descubrir la mota en el ajeno. Puede que sí y, al menos, sería en todo caso algo más divertido y muchísimo más edificante. Quizás, a la mísera luz de las extravagancias propias se podría llegar a enunciar un tratado general sobre el absurdo angular de la organización social propiamente dicha. Sobre todo en nuestro caso que es proverbial lo de las dos Españas y no sé ya cuántas son las patrias chicas que enarbolan el derecho a resaltarse en las banderas de sus diferentes folclores autonómicos. Aquí no va a ser material lo que nos falte. Entonces, para empezar a descubrir tu esencia nacional, empieza por mirarte en el espejo de tus mandatarios, que, aunque al principio la imagen te parezca deforme y chocarrera como en los de las casetas de feria, al final, a nada que lo pienses, te vas a sorprender de hasta que punto son reflejo fidedigno de la triste realidad de la que formas parte.

La imagen la he encontrado en
donde viene con un pie que explica:
El artista italiano Filippo Panseca ha desatado una polémica en Italia con un cuadro que representa al presidente del Gobierno, Silvio Berlusconi, junto a la ministra de Igualdad de Oportunidades, Mara Carfagna, desnudos.

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17 jun 2009

Rollos matutinos 22


Chorra.

Yo es que alucino de colores. A veces veo lo que veo y me lo creo porque sé yo ya muy bien de qué va la Piara esta, pero alucino y flipo como si estuviera metido en un mal ácido. Ayer fue una noticia lo que me hizo alucinar: los vecinos de los catorce municipios de un valle que tiene una nuclear clavada en medio mitá desde hace cuarenta años están dispuestos a defender con uñas y dientes que siga en su valle funcionando aunque se caiga de vieja. Imagino que habrá los que querrán que se quite. Y adivino que no tendrán fácil hacer público su punto de vista en la vida cotidiana de una masa enardecida por seguir en su trabajo. Supongo que perderían estrepitosamente en una votación democrática. “Los que no soportaban tener al lado eso ya se habrán ido hace mucho tiempo”, dice Domingo y debe de tener toda la razón. Yo es lo que habría hecho. Los que se quedaron se han ido acostumbrando y montando al carro de mamar de esa teta extrañamente dulce aunque en potencia genialmente ponzoñosa. Y los destetes, aunque sean de tetas cutres, siempre son traumáticos para los abundios, esta especie de seres atraídos sin remedio por la costumbre y la monotonía del bienestar mediocre lo mismo que las polillas por la llama de las velas. Me han hecho recordar otro caso parecido. Fue allá por los ochenta cuando la reestructuración de la minería. Miles de mineros luchando como lobos por tener que seguir bajando a la mina. Su trabajo ya no servía para nada. Era antieconómico. Por fin se planteaba dejar de sacrificar vidas humanas, por el falso mito del bien social, al horror de ese trabajo. Pero de pronto los encadenados a él se revelaban exigiendo el despropósito de que se les subvencionara todo lo que hiciera falta el tirarse media vida metidos a cien metros bajo tierra respirando carbón como cabrones ¿Cómo se llama la silimatosis esa que pillan los mineros? Es bastante común y mortal en forma horrorosa. Les daba igual, ellos no podían pensar en vivir sin su mina y echaban mano de ese rollo del pan de mis hijos, a los cuales, de algún modo vinculaban a la mina, del mismo modo que estos que quieren seguir con la central vinculan a los suyos (y en este caso incluso a ti y a mí) por to’l morro a la cosa radioactiva.
-Cariño, ¿has ido ya a que te hagan la ecografía para estar seguros de que no estás preñada de un parto de tres cabezas?
Pregunta el marido mientras mira la tele panorámica en el salón del duplex acosado al que tiene derecho la familia por su trabajo potencialmente peligroso.
-Oh, sí cielo. Todo va como con el primero. No hay nada por lo que debamos preocuparnos. Cada vez está más demostrado que si salió así de simplón no es por un problema radioactivo sino genético de herencia.
Ah..., sí... !qué agradable cuadro! La felicidad común. Ved ahí como es verdad lo que dijo el gran filósofo: La felicidad, hoy día, consiste en ser tonto y tener trabajo.
De todas formas, algo hay diferente entre lo de la mina y esto. No se puede negar a poco que se piense. Aquello como que es más duro y más cochino de por sí y para los propios, y de un espanto menos repentino para los ajenos. Esto, como que debe ser todo muy limpio y muchísimo más fino para los que lo trabajan, y el horror que pueda conllevarles, con ser más catastrófico, es una cuestión de chorra, al fin y al cabo. Claro que el desastre sería muchísimo peor que en el caso del carbón, y mucho más extenso, pero eso, si no me importa lo que me pase a mí, fíjate tú lo que me puede importar que sea mal de muchos, si no es que venga a ser encima un tonto consuelo.
Así pues parece todo el asunto nuclear algo de entrada muchísimo más limpio cuyos inconvenientes se dirimen, tras desdramatizarlos con los protocolos de un reglamento de seguridad, en una cuestión de chorra. De dar por hecho que se va a tener la chorra suficiente. De tener lo suficientemente gordas las pelotas de la chorra como para jugársela a no tener la chorra suficiente. De hacer el chorra porque me sale de la chorra jugando con chorradas peligrosas, tratando al que no le parezca bien como si fuera un chorra. Porque sí. Porque es pa mí y pa mi chorra. Porque me da lo mismo la mierda que deje tras de mi y porque puedo. Porque, al final la legalidad de poder ponernos a todos en manos de un golpe de chorra depende de cómo sea de gorda la chorra que lo haga. Pero... si el tamaño no importaba. Ah... ¿no? No, no. Bueno estás tú si todavía eres de los que te crees eso de que el tamaño no importa. El tamaño es definitivo sobre todo en lo referente a la legitimidad de las chorradas peligrosas. Puedes cometer una insignificante y verte toda una vida en prisión por haberte atrevido a atentar contra la Salud Pública o andar, sin embargo, toda una vida con una gordísima entre manos poniendo en peligro a toda forma de Vida conocida por los siglos de los siglos y verte no sólo protegido, sino que incentivado a seguir con tu penetración en el Mercado, untado con los fluidos que engrasan los asuntos declarados de gran Interés Público y para el Bien Común que todo lo lubrican y hacen que entre por los estrechos ojos de las leyes, con toda suavidad, las bestialidades más ásperas y gruesas.
¿Ves? En este caso han traspasado hasta el interés de los que se lo curran, que deberían ser los más afectados por la inseguridad que manejan cada día cara a cara.
-Hombre, lo más seguro es que eso de esos de querer que siga abierta y todo eso lo que encubra es una forma de sacar algo más de lo que les vayan a dar, más dineros, mejores indemnizaciones, apoyos, prebendas, más duración para los paros, guitas, urdores..., una forma de hacer que suelte la gallina más huevos dorados por el culo... Argo pa tratar de no tener que vorvé a trabahá... Tú ya sabes.
-Ojalá. ¡Ojalá que fuera cierto esto que dices! Eso sería para mí algo maravilloso que me haría volver a creer. Pero algo me dice que no tienes razón en tu esperanza. De ser así sería... Demasiado bonito. Aunque yo quisiera creerte. Quisiera creerte. Igual que quisiera (como dijo el poeta) tener sed cuando paso al lado de una fuente fresca y cantarina. Mira que te digo: enséñame a uno sólo, no a cien ni a diez, sino a uno sólo de esos que me dices que lo que busca es un buen cacho del pastel, y perdonaré a todos los demás del horrible deseo que me viene a la cabeza de que los fría a todos el hongo que convierta en desierto de sal a todo el valle. Pancartas incluidas. Sólo con uno me conformo. Pero ten cuidado que te puede pasar como al del relato bíblico. Y que no sólo no encuentres a ninguno sino que acabe resultando que acaben logrando que les pongan otra nueva o, en su defecto, que acepten los millones que les dieran por hacerse poner un cementerio nuclear. Y consigas entonces hacerme redoblar en mi condena. Que no quiero, no quiero, no quiero, tener esas malas ideas. Qué son malas pa’l Karma. Pero es que a veces veo cosas que me hacen alucinar. Como si estuviera metido de pronto en un mal ácido.


Gracias por la foto a
http://thefreeforo.mforos.com/802194/4671754-videos-regulares-wru-entertainment/ aparecida en un post en el que ofrecen un par de videos, más locos que buenos, titulados, Nucleares sí.

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6 jun 2009

Rollos matutinos 21




El in de Berlín.

El in de Berlín era ese soniquetillo que se me quedaba siempre vibrando en las orejas cada vez que se me venia Berlín a la cabeza. Innnn… Un anzuelillo sonoro que se quedaba ahí brillando, enganchándome de los pliegues del deseo para traerme aquí. Después, muy pronto, de que vine por fin, se convirtió en el título ideal para ese texto genial que escribiría y que como siempre nunca escribí sino en mi mente, eso sí sin parar y con una brillantez que ya quisieras leer si me fuera posible enseñártelo. El in de Berlín.
Hoy, al final de esta corta visita turística que le estoy haciendo, ha pasado a ser el catalizador de este pequeño post y un intento de meter corriendo ciudad tan grande en un sitio tan pequeño. Apretujarlo todo dentro del equipaje para llevármelo conmigo. El in de Berlín es pues ahora algo así como el conjunto de todos los sonidos que habitan sus estrasses. Es el continuo rumor del viento meneando las frondas de los árboles. Es el susurro metálico del rodar de los trenes del S-bahn y el tranvía que resuena en todas partes. Es el ligero priuisssssss… de las ruedas de las bicicletas corriendo silenciosas en todas direcciones. Son los dulces trinos de los mirlos y los ruiseñores, y el brusco graznido de los cuervos. La pesada hondura de las campanas protestantes. Y las urgentes sirenas meteprisas de los feuerwehr mezcladas con el ruido del tráfico, tan vulgar por otra parte como el de otra ciudad cualquiera. Pero es también el dulce aroma omnipresente de los tilos. Y el graso de los döners y las bratwurst de los imbiss. Y el sabor del Este y de la Guerra ahora hecho paquetes de turismo, que venden el desastre de su desfigurada cara como otro objeto de consumo. Es la chispeante mezcla de colores de estilos y de lenguas en cualquier vagón del U-bahn. Los espacios enormes y vacíos y las amplias calles llenas de terrazas donde trincar cervezas gigantescas y gustar los sabores de gran parte del mundo. Es el olor húmedo a verde en primavera. Es el zorro que me encontré la otra noche en medio del Fahrradweg. Es la colorida oferta de marcas de birras y de vinos, y de todo eso que hacerte falta pueda en medio de la noche o a cualquier hora del día, de los späterverkauft siempre a mano y eternamente abiertos. Es el que sean muchas más las nueces que los ruidos. Es las pintas tan diversas y dispares del gentío que corre por sus calles cada uno a su bola. Es lo que da el haber sido el buche de todas las digestiones del loco siglo XX. Es el espíritu alemán mezclado con todo lo del mundo. Son los amigos. Es Berlín. ¿Ves? ¡Ese es el in de Berlín que te estaba yo contando que se queda ahí resonando! Innn...
Quisiera meter todo a puñados en la bolsa y llevármelo conmigo para siempre. Incluyendo el TeleSparge. No importa el sobre peso que tuviera que pagar. Pero no podría evitar que lo así trasportado se arrugara. Y entonces decido dejar todo en su sitio sin traerlo arrancado aquí al papel. Si quieres verlo ven. Pero te advierto que te pueden ocurrir dos cosas: que, como no está esto dentro de lo común, a lo mejor no le encuentras la gracia, o que te encuentres de repente enamorado y ya no puedas desprenderte nunca de este sitio.
Ah Berlín. Ese es mi caso. Ich liebe dich. Tu ya hace tiempo que lo sabes. Pero no le vayas a contar nada a Madrid, que ya te he dicho que es mi pueblo y no hace falta que lo sepa. Una vez más me lo he pasao de puta madre entre tus calles. Qué más puedo decirte. Y ahora corto el rollo y me voy a aprovechar el poco tiempo que nos queda de estar juntos, a deslizarme en bici de Prenzlauer hasta Kreuzberg para dejarme acariciar por el suave pasar de tu paisaje mientras pedaleo tranquilamente sobre mi bicicleta, y me voy preparando para decirte Tchüss.

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