31 ene 2009

Rollos matutinos 15


En to’la crisma.
Se me figuró de repente en cuanto vi en El País la foto de la cúpula pintada. Y no por la bola política esa que se había creado alrededor de la controvertida obra, de que si qué cara había sido, veinte kilos de euros, de que sí era inmoral o no, pagarlo con dinero destinado al Desarrollo y de que si es arte el mamoneo o de si es un mamoneo el arte, porque ese rollo me la sudó por completo desde el principio. Siempre han estado las cúpulas del Arte al lado del Poder, y Miguel Ángel le sacó lo que pudo al papa que le tocó y Picasso creo que cobró por su Guernica, en proporción con los valores de las épocas, hasta que más que Barceló por su dichosa bóveda. Me pareció un sarcasmo barato el que un propio del pintor dejara caer en el debate, según el periodista que había escrito el artículo, que el artista acostumbraba luego a realizar con su dinero vastos proyectos en el tercer mundo africano. Pero la foto que veía tenía buena pinta. Como que pudiera ser que la obra tuviera su gracia y su misterio, su quid, su aquél o su aquello o como sea que se le pueda llamar a eso que tiene que tener la obra de arte, aunque consista en meter en una lata la mierda del artista y conseguir depositarla en los más altos altares de la Santísima Cultura, para dejar claro lo que veneran críticos y abundios doctorados y con lo que comercian los marchantes. Habría que verlo en vivo y en directo, desde luego, pero la foto prometía. Claro que pensé también de inmediato en la precaria duración que sin duda tendría y las dificultades kafkianas de restauración y de limpieza que la cosa iba a acarrear, de seguir vigente el orden que trata el Arte de la manera que este Orden lo trata, en no muchos años adelante. Y pensé en aquél artículo que había leído en los ochenta sobre las quejas silenciosas que una madre de familia moderna y bien acomodada de Madrid confesaba a una amiga sobre que el cuadro genial que habían comprado a Barceló hacía poco más de un año, que era impresionante y que le había costado ¡dos millones de pesetas! (una pasta para un principiante y esa época), olía tan mal en el salón que empezaba a ser un problema insoportable, porque estaba hecho con restos de gambas y otras clases de comida entre otros materiales inclasificables. Por eso no me ha sorprendido la noticia, oficialmente desmentida, según la cual al parecer pocas semanas después de la discutida inauguración onusquiana, el fresco habría empezado a desprenderse del techo que decora. Todo lo contrario. Lo que me ha hecho es recordar lo que se me figuró en cuanto vi la foto inaugural en El País. Vuelvo a decir, no motivado por nada relacionado con los costes y los gastos ni la efimeridad sino por algo que subyace y es mucho más extenso y mucho más intrínseco al propio funcionamiento de todo el mecanismo de la Institución global. Ese mar de colores y ese caos de pinganillos puntiagudos y afilados colgando sobre la sala llamada De los Derechos Humanos. Seguramente era quizás hasta genial. Sin duda, un logrado reflejo del furor y del delirio mismo con que se agitan las oscuras fuerzas de los remolinos que revuelven sin parar los fondos abismales del Poder y de la Gloria de la Historia y de las que, una mínima parte, habían cristalizado milagrosamente, ahí y ahora, en eso. En la luminosa explosión multicolor de esa caverna marina y subconsciente llena de estalactitas suspendidas que iban a cubrir las excelsas cocorotas mandatarias encargadas de batir y debatir para cobrar y aclarar gobernando las más árduas problemáticas. Qué guiño divino, qué toque magistral de armonía impresionista en el Lienzo Cósmico del Tiempo, pensé, que un caro carámbano de la cubierta neochurrigueresca, desprendido por su peso y de repente, acabara dando cabal en to’la crisma, de no importa qué tipo de miembro, o de miembra, de la asamblea que estuviera tratando, por ejemplo, de ver cómo sostener el problema del hambre en el Mundo ¡ziuuum! ¡Toma! Por andar mangoneando con las cosas de comer.



Posclarum:
En el fondo daría igual, vuelvo a decir, cuál fuera la testa receptora, pero sin duda realzaría la moraleja del cuadro, si se tratara de una de un país rico y dominante, y fuera, o fuese, precisamente, la de quién estuviera, o estuviese, en el uso de la palabra, en ese momento de divina intervención.

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