26 nov 2012

Rollos matutinos 74

Dinámica de líquidos.


Las culturas, las ideas, las creencias, las filosofías, aunque unas más espesas que otras, todas son fluidos encerrados en este extraño frasco formado por el espacio entre dos bolas concéntricas que sólo tienen una diferencia de radio de unos pocos kilómetros. Incluso dentro de las más rígidas, las partículas que las forman no paran de expandirse intentando llenar todo, combinándose entre ellas sin más leyes que las que el interés de sus radicales libres tengan. Una vez que entran en contacto, no hay ninguna que al final resulte incombinable. Y cuando se mezclan lo hacen según la dinámica de disoluciones de los líquidos. Y hace ya mucho tiempo que tienes, Genomo, todas tus culturas en proceso irreversible de disolución. De la misma manera que se mezcló en agua el bien y el mal, dicen que en tiempos primigenios, ahora todas tus pensancias están metidas en un mismo saco disolviéndose entre ellas sin remedio. Como en cualquier otra mezcla, hay partes más solubles y otras más resistentes a perder sus estructuras. Unas que desaparecen en la nueva dimensión y otras que tintan con su color todo el disolvente. Están las que siendo porcentualmente muy pequeñas cambian incluso el significado químico del vaso entero, y hay por eso las que siendo muy superiores en moléculas activas sufren el cambio radical de toda su estructura por el efecto catalizador de un par de átomos que andaban perdidos por ahí encerrados en un valle y de pronto montan la de dios al entrar en contacto con los otros. Hay uniones que resultan explosivas y otras que se fusionan tan tranquilamente que nunca hubiéramos pensado que habían sido varias. También existen las que se empeñan en definirse indisolubles, que se enquistan cerradas como cantos negadas a cualquier tipo de intercambio. Pero estas, además de ser un muermo y dar problemas, al final fracasan siempre, porque aunque crean o parezca que son como los granos de arena en el mar, no son sino eso, granos de arena y por lo tanto, cada instante más pequeños debido a la erosión, y al fin serán moléculas dispersadas por completo en la disolución por la dinámica de líquidos. Porque en realidad, el sólido ideal no existe. Y mucho menos en cuestiones de cultura ni de ideas. Gracias al Cosmos. Lo jodido es que estos corpúsculos difíciles de disolver a veces generan al chocar ondas sísmicas dramáticas que causan dolores tan terribles como absurdos, toda vez que, aquí, al final, no va a quedar idea pura ni patria chica o grande que sobreviva a la emulsión total. Bueno, también puede pasar que el proceso se corte, como una mayonesa, a medio hacer, pero eso sería lo peor que podría pasarnos, porque tendríamos que andar reiniciándola para ver si conseguíamos ligar los ingredientes otra vez. Con el fastidio que todo el que haya hecho esa salsa sabe que supone el que te pase eso. Y, si no hay forma de arreglarla, habría que tirar el resultado fallido a la basura, porque una cosa así no hay dios que se la coma. Pero incluso siendo así, después en su nueva condición… Sí, en la propia basura seguirían tal vez su camino cada uno de los elementos por su lado esta vez separados para siempre, el aceite, el huevo, y el jugo del limón. Sin embargo, por ejemplo, la sal… Esa se habría repartido por todos los componentes, que no se podrían librar de ese aspecto común en el camino independiente de su futuro ni siquiera en la oxidación separada hacia la putrefacción aislada. Ojalá no sea ese tu destino, Genomo. Por ahora y a pesar de que las membranas económicas son casi tan indisolubles como las estructuras costumbristas sin embargo ambas se deslíen sin parar. Ayer estuve por casualidad, aquí en el Barranco, con un tío de nacionalidad usa, de padre pakistaní y madre holandesa, que al hablar yo de la cachemira que relata Salman Rushdie en Shalimar el payaso, me dijo, yo tengo muchos parientes en esa zona, es una zona muy bonita lo mismo que esta pero con las montañas altísimas… Y yo vi en mi magín las miasmas usas que a través de esos parentescos estaban yendo hasta barrancos impensablemente aislados en el integrismo más continental cargadas de hamburguesas, y las que a través de muchos como él estaban entrando en el cuerpo del Imperio llevando ramalazos de pakistanería profunda y determinante al punto más sagrado de lo genuinamente americano. Para siempre y sin parar. Y vi a tiempo real el holograma en toda su extensión. Los cientos de millones de canales semejantes a este remanente cachemiro que conectan en inevitable forma íntima y recíproca todos y cada uno de los rincones más pretéritos con todos y cada uno de los grandes centros de las potencias más vanguardistas del Mercaraiso. Y viceversa. Y en un sin fin de conexiones de todos los tipos y en todas las direcciones. Sin remedio. Y sin que quede ningún puto barranco sin tenerlos en cantidad decisiva para procurarse la disolución de sus esencias por completo.
Y mi alma, o lo que sea, se rebosó de golpe en un instante espumoso, en el que el gozo de contemplar la dispersión molecular de las más rocosas tradiciones me recorrió el cuerpo con un cosquilleante escalofrío que me hizo flipar y me llegó a poner los pelillos de punta por un grato momento. Hummm. Por fin el fin de las purezas. Aleluya.



La imagen es un cuadro de Kandinsky  (Amarillo, rojo y azul, 1929), y el texto un trozo sacado de Genomeando.

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20 nov 2012

Rollos matutinos 73

Instantánea conduciendo por la carretera al lado de una de las playas más bonitas de la zona

Por la carretera de la costa hay siempre un continuo ir y venir de seres caminantes, de todas las edades y las razas y casi siempre maltrechos. No muy masivo, pero constante. Raro es el día que no me cruce con alguno cuando voy en coche, yendo para allá o para acá. Hoy eran dos, un tío maduro y un perro que también parecía reviejo. Los dos iban sucios. Los dos iban juntos. Los dos estaban caminando solos sin ninguna duda a ninguna parte que pudiera solucionar su soledad y su abandono. Los dos tenían encima la misma pátina parda y triste de destino miserable. El hombre llevaba dos bolsas de plástico amarillas de las de Covirán. Una en cada mano. Llenas con lo que debían de ser todas las pertenencias de los dos. Su próximo sustento, su posible abrigo, y su total capital. Los dos andaban con la misma expresión mesmérica en los ojos. Incapacitados de captar cualquier mensaje en la luminosidad del día o la belleza del paisaje. De no saber. Ni a dónde ni para ni por qué. El perro era de esas razas que son pobres desde el momento de su nacimiento. Y lo sabía. El hombre también, era de esas razas, y si alguna vez no lo supo, ahora ya no le quedaba duda alguna. Los dos andaban juntos. Porque estar parados les debía hacer pensar que todo era peor. Algo en la vista de su unión resaltaba aún más sus soledades. Me los imaginé a la hora de dormir en la cuneta a la llegada de la noche. Y pensé que al menos de algún modo se harían compañía, pero algo tenían en sus auras que de pronto vi que pudiera ser la suya una relación áspera, de esas de  trato desabrido y duro. De las que encima de estar en todo lo malo uno elige remover con mala leche la carga amarga del destino sobre el otro en una especie de amor malvado y frío. En las que el uno suelta de mal modo su amargura y el otro se la come porque mejor eso que nada. Hay muchas de ese tipo de locura en la vida que podríamos catalogar como normal. Así que es normal que también haya de eso en las vidas colocadas al extremo. Según se mire, hasta con más razón. Pero nunca se sabe porque en realidad, acaso sea lo razonable lo que está, al fin y al cabo, siempre fuera de toda relación.

La foto es una obra de Vladimir Artazov, y se titula Apoyo.

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17 nov 2012

Rollos matutinos 72


Según como se mire

Es de verdad interesante, para apreciar el concepto en todo su aspecto terrorífico, plantearse la cuestión del cautiverio -y por ende, lo del Señor como Pastor que cuida del Rebaño y todo eso, que igual anda por lo mismo- desde el punto de vista de, por ejemplo, el azafrán que llena ahora los platos que tengo en mi habitación mientras escribo, con los pistilos de todas sus flores destrozadas puestos a secar en torno al tubo de la estufa. Esos órganos reproductores femeninos así tratados. Venir a ser, cósmicamente hablando, el ser de tu existir ese florecer y florecer a la existencia de tu cosmología año tras año a lo largo de milenios para el mismo ritual: satisfacer un gusto culinario sibarita en la alimentación del proceso digestivo del que extrae la energía la especie que te arranca las flores en cuanto que floreces. Sin que le quede a tu horrible esclavitud ninguna escapatoria, porque no parece próxima la desaparición del ente que ejerce la cultura de tu amputación.
Sin embargo, y he ahí un guiño del juego especular que es clave para entender la Vida, nosotros, yo mismamente mientras las mutilo, vemos con gozo el holocausto de esa acumulación de órganos genitales tarazados y resecos, como una cosa hermosa en la que hemos conseguido el arte de encerrar todo el perfume y el color que encierra de bueno, de dulce, de mágico, cósmicamente hablando, la maravilla del mundo de las flores. En un montón de canales ováricos ajenos tajados en vivo uno a uno por medio de un hábil pellizco y momificados después de forma conveniente buscando la mejor forma de conservación para lo particular de nuestro uso.

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