23 abr 2012

Rollos matutinos 64

Símil gallinero 

Hay un tío que se llama Bruce LaBruce que ha hecho una exposición de fotos en una galería de Madrid en las que hace posar a gente famosa en posturas clásicas de la iconografía católica barroca. Por ejemplo Alaska y su marido, con el torso desnudo lleno de pelambre y tatuajes, así como que mamándole una teta, en una composición que recuerda a la Piedad de Miguel Ángel. U otro famoso de la tele, sentado en una silla, vestido de cura con romántica sotana remangada enseñando unas patas peludas y un par de zapatos de tacón de putón rojos rojos rojos. Ese tipo de juego pensado para provocar. La que más me ha gustado, de las que he podido ver, es una en la que lo que se juega a mancillar es cierta idea santa de la luz. El claroscuro pictórico de los cuadros santos. Sí, ese tipo de luz sombría, o de tiniebla luminosa, que tienen muchos de esos cuadros barrocos de las iglesias, que ya de por sí debieron ser oscuros en el momento de colgarlos, pero que luego se han oscurecido más con la pátina de mierda del humo de los altares y el ambiente enrarecido de los templos, y hasta los claros que tuvieran al principio son hace ya tiempo espacios umbrosos poblados de sombras inquietantes apenas perceptibles. En esa foto, es verdad que lo único que vemos es el rostro de una mujer que adivinamos de pie, con pañuelo negro que tiene un borde blanco alrededor de la cabeza enmarcando un rostro doloroso, y que sujeta por las muñecas un cuerpo que pende a media altura hacia delante con los brazos hacia atrás por donde es sujetado, así un poco con esas formas de pender con que pintan el cuerpo del crucificado en los descendimientos. Pero de él casi no vemos más que un brazo y algo del vientre y una cabeza de la que ni la cara se llega más que adivinar, quizás porque una melena espesa lo tapa con el mismo color que la negrura general del cuadro, o viceversa. Lo otro es más que un claroscuro un negro total. Tétrica tiniebla. Exactamente esa tiniebla ambiental que tienen esos cuadros que a fuerza de verlos en las capillas de los templos ha marcado impronta en el subconsciente colectivo significando una especie de sanctasantórum tenebroso donde habitaría la divinidad del cielo o el infierno. Y eso es lo que se juega a mancillar en la fotografía expuesta en la denodada exposición del tal Labruce. Un recurso pictórico. Una estética artística que un grupo de sus frikis ha elevado al nivel de dogma religioso inquebrantable, cuyo trastoque produce irritación. Genial.
Lo curioso es que ese grupo de enardecidos creyentes en no sé qué cosa se puso tan borde a la puerta de la galería, llegando a tirar un cóctel molotov que algún dios bueno en sus cabales no quiso que estallara, que los políticos meapilas que tenemos, tan unidos a estas hordas fundamentalistas en su católica patriochez, cerraron la exposición antes de tiempo. Bueno va.
Y lo que yo quiero apuntar aquí ahora a este respecto es que estos exaltados que dicen ser tan píos, me hacen pensar en su piar a las gallinas. No por el chiste fácil del pío y el piar, sino por un paralelismo de acción subliminal que tienen en común con algo que una vez he oído de esas aves. Dicen que las gallinas, habrá animal más tonto, ponen más si se les hace pasar en las granjas por delante de las jaulas, la silueta de un gallo recortada en un cartón para que ovulen y por lo tanto pongan. No sé si será verdad, yo no lo he comprobado. Pero en cualquier caso, algo así es lo que les pasa a estos exaltados, que basta con ponerles delante la silueta un poco trastocada de una de sus imágenes simbólicas (que un día fueron también inventadas por un creador, por cierto casi siempre impío y muy frecuentemente maricón, y que les hacen concebir al verlas grandísimos éxtasis de mística ovalada al confundir la vanidad del dios hecha dibujo con la mismísima personalidad del dios, que para ellos estaría en los cielos representando eternamente esas pictóricas poses en plan dogma eterno incuestionable, rodeado de angelitos reviejos regordetes, revoloteando con sus colitas infantiles en pelete), para que se pongan malos de ira al pensar que están jugando con algo tan grande, tan complejo y tan fecundo como es la propia Idea Divina. Que, además de ser una cosa que sería de todos, es, por seguir con el ejemplo, el verdadero Gallo. Que en absoluto está ahí. Porque nada tiene que ver con el recorte de cartón que les hacen pasar por delante a las gallinas. Ni con el monigote que forma un juego de colores puestos en un papel, que les inrita a ellos, al fin el mismo trampantojo del de los originales santos que quieren remedar, muchos, por cierto, creados ya en su tiempo con clara intención porno, para satisfacer la tremenda demanda que había, lógicamente, por ese urgente asunto en los conventos. Ya que entonces no existían, ni las conexiones a interné, ni la fotografía. Pero sí el gusto eterno por las pajas, mentales o venéreas, que los humanos somos capaces, como las gallinas, de hacernos a partir de un puto garrapato que sugiera algo sólo existente en el cerebro de nuestra torpe vista. Y aquí descubro de repente que este símil gallinero no sólo es propio para cuatro colgados religiosos, es extensivo a todo el corral de la cultura humana, porque en realidad ese es el mecanismo que inflama todas las banderas, y en el fondo, a lo mejor no es otra cosa toda la Abstracción, orgullo emblema de nuestra inteligencia porque con ella decimos descubrir matemáticamente el Universo. Y con la cual deberíamos tal vez plantearnos sin embargo si no nos estará velando cosas más sustanciales de la Realidad, que otros animales, en los que no se observa, observen libres de su engaño, y a los que estemos considerando, sin embargo, precisamente por carecer de esa gallinácea facultad tan nuestra, más tontos que nosotros.

De pronto me hace un guiño de razón la forma tan perfecta de encajar que tendría aquí sacar punta a todo aquello del bípedo implume y del pobre gallinazo desplumado. Tan del clásico saber del filo de la sophia.

Sea como sea me da igual, porque yo, este vicio que tengo de darme al onanismo de eyacular ideas puñeteras, lo ejerzo sólo por el puro gusto del placer, te lo vuelvo a decir por si tú no lo sabes todavía, libre de culpas utilidades y destinos, consciente por completo de que tal cosa lo más posible es que, al cabo, no tenga mayor provecho ni se asiente en ninguna base estelar seria. Pero no porque yo sea un pensador fatal, sino porque sea así, cósmicamente hablando, en cualquier caso, siempre, y sin remedio.

Lo cual, sería la gran tragedia existencial que trato de conseguir, en plan asceta, que me la sude por completo.

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