1 ago 2016

Rollos matutinos 101

Confluencias
Este está siendo un año de percepciones cosmológicas. Llevo meses siguiéndoles el rastro a Marte y a Saturno, en su juego alrededor de Antares en Escorpio. Cada noche me tumbo en el colchón de la terraza y me dedico un rato a seguir su paso por el cielo de la noche. A mi vista, los dos planetas y la estrella conforman con la especial intensidad de su brillo los tres vértices de un triángulo que resalta entre todas las estrellas de su zona. Sus ángulos van cambiando con el tiempo. Hacen falta semanas para poder apreciarlo a simple vista, pero lo cierto es que esa relación está cambiando a cada instante. También cambia a cada instante la posición celeste del conjunto que forman en su baile con Escorpio, que va acercándose cada día un poco más a su ocaso. Y nosotros también, cambiamos a cada instante de todo. Cada uno de los electrones de cada uno de los átomos de cada bicho viviente de aquí abajo está cambiando de posición en sus giros nucleares sin parar. Y así también las fichas del parchís que juegan mis vecinas ahí abajo a pocos metros del colchón desde el que yo contemplo el trascurso de los astros. Cada noche se reúnen y se tiran hasta las tantas jugando al parchís. Mis vecinas. Poniéndole sonido de liza femenina y cubilete a mis contemplaciones. Otro rumor, también ciertamente un poco molesto a la mística del trance de mi contemplación astral, me llega desde la terraza de otro vecino de al lado, y también es repetitivo como el del parchís de las vecinas de abajo y consiste en el parloteo ininteligible y característico de un locutor de radio de esos que no paran de hablar por que en su monótono contar de lo que cuente sin parar consiste la totalidad de su programa y la asiduidad de sus oyentes solitarios, emitido por un transistor de esos pequeños de elementalidad antigua y sonido de baja calidad. No sé por qué me resulta tan desagradable el soniquete, a pesar de ser tan tenue. Seguramente, por que me recuerda a un cuñado mío cuando mi adolescencia, que oía siempre ese mismo tipo de programas, con ese mismo tipo de aparato, que llevaba con él siempre encendido a todas partes, y ese mismo volumen, y ese mismo tipo de postura física e ideológica con la que mi vecino escucha el suyo ahora. Tal vez sea el ver que ese tipo de ideología radio auditiva perdure tan exactamente igual a lo largo de los tiempos lo que me irrita del soniquete del transistor que me obliga a escuchar mi vecino ahora que contemplo las estrellas tumbado en el colchón de mi terraza. ¿Cuántas veces habrán completado Marte, Antares y Saturno el ciclo del ciclo de su baile sin que la emisión y recepción de esos soniquetes radiofónicos hayan cambiado de forma, no sé ya si de mensaje pero de modulación, todavía? No sé si es buena conclusión el decir que por más que no paremos de movernos en todas las órbitas posibles, siempre estamos determinados a estar dentro de los parámetros de unas órbitas marcadas por el trazo gravitacional de la costumbre que sólo pueden romperse con la liberación de enormes cantidades de energías para pasar a definir otras de inmediato. Pero la idea me da por una parte algo así como alegría de haber descubierto una especie de ventana interesante de comparación entre el macro y el micro, y por otra un tremendo hastío directamente emparentado con el más puro aburrimiento, de cuyo sopor me evado centrándome en percibir la enormidad del espacio del Espacio, y la interminable sucesión de enigmas y misterios que esconde en cada uno de sus rincones tanto hacia lo infinitamente grande como a lo infinitamente pequeño. Y así me quedo ya sin pensar contemplando cómo se mueven los planetas y las constelaciones, en la parte de lo grande, y como ese mismo tipo de movimientos generan, en la escala atómica de lo pequeño, la atención de mi vecino hacia lo que le cuenta la voz metalizada de su radiotransistor y la alegría, o el temor, de comerse unas a otras las fichas en la lucha del parchís que enfrenta a mis vecinas. La cosa en su conjunto puede ser interpretada como una maravilla grandiosa o como una insignificante puta mierda. Eso sólo puede decidirlo cada observador. También puedes ponerle a la escala si quieres todos los grados mediocres intermedios, si así te place más. O hacer como yo en aquel momento, dedicarme a disfrutarlo sin la menor intención de valorarlo en ningún tipo de su cósmica mesura. Tenía un ejemplo de lo que construyen la maquinaria del giro de los átomos de un sector sensible de mi entorno, provocando entre otras cosas el juego circular del movimiento de las fichas de un parchís sobre un tablero. Quedaba por lucubrar qué tipo de parchís estarían realizando en su nivel el juego del movimiento universal del que eran parte Marte y Saturno, y la constelación de escorpio. Y a ese dilucide me puse más o menos de forma relajada hasta que llegaron los mosquitos.

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