31 ago 2015

Rollos matutinos 90

La divina transubstanciación

Nota: Desarrollar un cuento en el que empiece hablando supuestamente con unas amigas, que pueden ser a lo mejor reales, sobre una conversación real pero inventada que tendría con ellas. Podría empezar con que están pasando unos días en casa y tenemos una paletilla de jamón ibérico y entonces, pensando en qué cenar, una dice, corta un poquito del jamón ese tan rico que tienes por ahí. Así como diciendo, no seas rácano, que está muy bueno. Y yo voy y lo corto y mientras nos deleitamos con el paso del tiempo delicioso que invertimos en comérnoslo y los astros ruedan su rodar infinito por el Espacio en el que estamos nos regodeamos comentando lo buenas que están las finas lonchas de tejido muscular desecadas en jamón y yo digo que sí, que no es muy caro pero que está muy bueno, y que no sé si será cierto pero que nos lo han vendido desde luego como de bellota auténtico, aunque luego, ya se sabe, sólo el alma del pobre cerdo sabrá qué es lo que de verdad comió en su vida, una vida de sacrificio completamente dedicada en cualquier caso a que el destino convirtiera en estas maravillosas lonchas sus queridas patas. Y ahí mi amiga podría decir, el alma del cerdo, qué curioso, ¿tú crees que los cerdos tienen alma también? Y yo tendría que contestar, hombre, algo tienen que tener, y tengan lo que tengan o no tengan, sin duda será seguramente lo mismo que nosotros. Y en cualquier caso, este habrá formado parte con el troceo de sus carnes de la manutención de un montón de mendas y vidas diferentes. Y ahí tengo que buscar unos cuantos ejemplares de entre los posibles personajes que hayan podido mantener una parte de sus carreras vitales a costa de las mantecas de ese mismo animal del que nos estamos manteniendo nosotros en ese momento de la trama cuyo agrupamiento en el relato de las diferentes acciones que el mismo consumo de energía cérdica provoque venga a decir algo profundo sobre los misterios del rodar del Sansara y del Espacio-Tiempo. Pero sobre todo tengo que conseguir que la contraposición de nuestras existencias, nuestro refinado placer de ese momento en la cena a costa del horrendo sacrificio del ser del que comemos, deje sentado en el relato que la base imprescindible para poder hablar de cualquier tipo de trascendencia de lo humano y lo divino y lo universal, o de rollos macarenos referentes al bien y al mal, o como quieras llamar todo ese intríngulis que es en realidad la base de toda filosofía imaginable, es la oblación del cerdo de turno. Aunque la Verdad no exista, sin tener en cuenta el derramamiento de la sangre de este cerdo propiciatorio no puede alcanzar ningún tipo de Verdad que construyamos en este paso nuestro por el girar de la expansión de la materia ningún tipo de credibilidad ni ningún estamento de auténtica ni ningún valor de razonable. El comer es lo que nos trae la gloria de vivir. Y el comprender el misterio de la comunión con la carne y la sangre de esa víctima que murió para dárnosla con su pura energía es la única eucaristía razonable que puede servir al Saber para alcanzar cualquier tipo de conocimiento misticista, o misticero, que valga la pena tener en cuenta para algo, aunque al final todo sea fútil. Incluidas por supuesto todas las ramas y creencias de las ciencias y las artes. De la tragedia, de la comedia, y del ensayo. Las religiones quedan fuera porque por definición son todas rollos falaces transversales que buscan agrupar en torno a intereses torticeros diferentes clases de elementos, que van desde los más variados tipos de ilusos hasta los más hideputas de entre los manipuladores, atravesando por ese vasto montón de caracteres que se define con aquello de que la tradición es la moral de los simplones. Sin embargo, por supuesto, todos los religionados comen. Y es curioso, se me ocurre, que del hecho de que unos se harten de porcinos y otros tengan como precepto principal no comer jamás jalufo, y, otros, incluso vivir únicamente a costa de la masa vegetal, se podrían sacar también algunos puntos interesantes para el texto.
Pues eso, yo ya he tomado nota del esquema y a ver si me pongo un día y soy capaz de desarrollar el cuento ideal que si bien no vaya a llegar nunca a ninguna conclusión que valga, abarque todo lo que tenga que abarcar. Mientras tanto, te dejo aquí a ti que recrees en tu magín el abanico de posibles personajes, comedores del resto del guarro que dio el jamón de mi paletilla, que tu veas, y te digas, viendo lo que ves, si merece o no la pena, para este relato evolutivo, el martirio y la pasión universal de todos los cerdos inocentes que le sirve de alimento. O ya puestos, yo esto lo digo siempre cuando se habla de estos temas, también los de las espinacas y lechugas que acaban de materia de nuestro metabolismo. Y el de los demás miembros del reino vegetal que sirven para engordar a todos los que les toca luego hacer de cerdos.
Que quien corresponda se lo premie y, sobre todo, que no nos falten nunca a la hora de zampar.

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