7 abr 2014

Rollos matutinos 86

Adolfo Barajas
Amos, amos, amos. Hay que ver. El otro día, en cuanto que oí en el telediario, mientras hacía mis cada vez más escasos ejercicios de gimnasia, que el Suárez no se había muerto todavía pero que era ya cosa de cómo mucho cuarenta y ocho horas me dije, madre mía, anda que el plastoncio mediático que vamos a tener que soportar. Y en ese momento se me figuró toda una serie de escenas y proclamas y posturas y sermones todas ellas a cada cual más estomagante. No me equivoqué en ninguna, había visto en un instante cuales iban a ser los aires y las poses de políticos y expróceres y gacetilleros de todos los colores con tal exactitud que, de no ser por lo previsibles que eran hubiera creído que tenía dotes de adivino. Todo el coro de mediáticos y hombres de pro convinieron y reconvinieron en volver a convenir en el hombre tan cabal que había sido el muerto, tanto que en realidad lo que había sido era el Cabalísimo. Y todos decían lo mismo como si lo hubieran aprendido de algún guión divinamente verdadero o impuesto de verdad por un poder divino inexcusable. A los más jóvenes se les veía cantar la cantinela aprovechando para hacer ver lo bien que se habían aprendido la lección de sus mayores, sobre todo ahora que está tan mal la cosa del trabajo y hay que apostar a prosperar, y a los mayores se les notaba aprovechando la ocasión de hacer insigne al cabal muerto para irse cabalizando ellos el epitafio propio que, aunque confían que todavía tarde mucho en llegar, ellos ya no paran cabalmente de labrarse. De los consagrados por la oficialidad sólo he visto disentir de la coral a Juan José Millás. Que con su columna, titulada Ha muerto un papa, me hizo sentir que yo no estaba solo, que no es que yo estuviera estomagado, que es que la cosa era estomagante, y el que no se estuviera estomagando era porque tenía tremendas tragaderas o más de una razón para tragar. “No parecía que se había muerto un político, sino el Papa de una religión verdadera, De hecho se le ha enterrado en una catedral, llevándose consigo, además de los ramos de flores, un aeropuerto, decenas de calles y avenidas, jardines, parques, monumentos, colegios, qué sé yo”. Decía Millás. Y yo pensé en el oscuro mecanismo que engendra y gesta los partos de estos protocolos. Si a su mujer la enterraron ya en la catedral era porque estaba decidido hacía mucho tiempo como iba a ser exactamente la Historia que se iba a promulgar en cuanto que él muriera. Y por unos días me ha obsesionado analizar como funciona el entresijo de ese mecanismo que marca las pautas de la ideología general. Las mafias familiares de poder que lo forman a lo largo de los tiempos. Cuál es el unto que lo engrasa y cohesiona. Cómo consiguen recepción a sus ramificaciones en todas las esferas. Es muy interesante ver como se realiza en la máquina los relevos generacionales. La versatilidad con que se adapta la estructura del mostrenco al cambio inevitable de las modas resguardando la esencia de lo tradicional. De qué manera asombrosa consigue siempre embobar al conjunto de los simples. El secreto de su fórmula está en no dejar ver el artificio y hacer creer que lejos de ser fruto de una industria todo mana del deseo natural de la inmensa mayoría que sin embargo no tiene opinión propia. Es un fenómeno complejo y al final son pocos los elementos que quedan sin comprometer. Muchos son los que se venden por un plato de lentejas ahora a menudo virtuales. Supongo que yo lo veo tan claro porque soy un completo marginal, pero para los que están dentro de la bola, aunque sólo sea en calidad de grandísimos pringados, debe de ser difícil darse cuenta de nada. En fin, todo esto, qué más da. Es sólo que es esto en realidad lo que más me ha ocupado el coco durante la larga consagración de esta necrolatría de estado que acaban de celebrarnos. Siempre ocurre en estos casos que hay detalles que aunque eran también totalmente previsibles uno no tiene la mente retorcida que hace falta tener para llegar a imaginarlos. Y eso me ha pasado con lo de cambiarle el nombre al aeropuerto. Yo sólo de pensar decirle un día a un taxista, lléveme al Adolfo Suárez me dan como que cien patadas en los güevos. Con lo chachi y lo castizo que le queda al aeródromo su nombre natural. Supongo que será una de esas cosas que a nivel popular nunca se consiguen. Aunque vete tú a saber, las sociedades van cada vez más hacia un tipo de rebaño de borregos que gustan de balar al unísono enseguida en cuanto les dan el do del balido oficial que les enseñan. Habrá que ver de todas formas que pasa con este. Porque mira que está unido el nombre de Barajas con Madrid. En cualquier caso, alguien en un twits proponía que ahora su hijo se pasara a llamar Adolfo Barajas. Y me pareció una resunta tan genial del papelón y una pedrada tan certeramente tirada al punto donde queda todo dicho que decidí usarla como título del post.

Encima, claro, como no podía ser de otra manera, en el funeral tuvo que dar la nota nacional catolicista ese espantajo clerical que tan bien representa a la carcunda típica española. El cual, dándose ínfulas de embajador de Dios en el Estado y armado con sus faldumentos de oropeles su báculo y su mitra agitó antiguos sonajeros de terror para hacernos ver que él todavía tiene en su mano la potestad divina de todos los diablos. Y eso ha tenido su gracia. Porque hay que ver la cara que se les ha quedado a algunos de la zona progresista que tan aplicadamente habían entonado las notas de la cabalización cuando se han dado cuenta de que les habían hecho una vez más tragarse el sapo.
La Santa Ceremonia estuvo también marcada por la presencia del Obiang, uno de los dictadores más rico y terrible del planeta, que apareció por allí envuelto en toda su negrura como único asistente en calidad de jefe de estado extranjero, y la Casa Real tuvo que hacer verdaderos malabares para que, además de ocultar el hueco vergonzoso que dejaba la princesa imputada en el cuadro doloroso familiar que había que componer, conseguir que no quedara ninguna imagen del momento oficial del saludo al dictador, que se dio como no podía ser de otra manera aunque dentro del más completo secretismo, promulgando la total ausencia de las televisiones y prensa tanto nacionales como extranjeras en el acto del saludo de las delegaciones, momento en el que sólo los fotógrafos del Gobierno y de la Casa Real pudieron hacer fotos para que se vieran las luces de los flases en la escena, porque no se van a publicar en ningún sitio jamás. Una imagen muy representativa de nuestra trasparencia y desde luego muy en consonancia con las prácticas de los tiempos en que regía el muerto que ahora se estaba cabalizando en olor de democracia.
Pero además, nada más acabar de enterrar al cabal muerto va una rancia periodista, cuasi cronista de la realeza e intimísima del cabalizado, y saca un libro de novecientas páginas diciendo que el fake que había hecho Évole era cierto y que La Operación Armada había sido verdaderamente programada por el Rey para darse importancia con la jugarreta, pero que luego lloró cuando el 23F porque creyó que había perdido la recién estrenada corona para siempre, y que a ella se lo había contado todo todo, precisamente, el cabal muerto que acababan de enterrar con el que ella había sido poco menos que uña y carne del mismo cuerpo de una misma ideología y de la misma religión. El escándalo ha sido terrible. De infundio criminal lo ha calificado el hijo. De credibilidad cero, el coro general de cabalizadores. La Casa Real, de pura ficción difícil de creer. Pero ninguno ha iniciado ningún tipo de demanda, aunque el hijo clama democráticamente porque la autoridad secuestre el libro.
Así que al final el chou de canonización como padre de la democracia del modernizador franquista, ha cantado por todas las costuras la enorme cantidad de franquismo reciclado que forma todavía nuestras instituciones. Y esto explica todo por completo.
Y no se ve que vaya a cambiar la cosa, sino antes bien todo lo contrario.
¡Puaggg!
Nota: La imagen está cogida de una web y es de Igor Morski.

No hay comentarios: