4 abr 2014

Rollos matutinos 85

Similitudes

Cómo describirlo. El cuadro que sugiere y encabeza este testo mío de ahora. Si sigue ahí arriba lo puedes ver, claro, pero siempre intento describir las imágenes de mis post con palabras en los textos por si acaso quedan en algún momento separados de ellas en alguna parte del camino hacia su fin. Pero esta vez es muy difícil. Prácticamente imposible. Hacer sentir lo que hace ver la foto. Se trata de dos monillos recién nacidos, tomados en fotografía por la cara en primer plano. Están juntitos mirando con indefenso asombro infantil la vida a la que acaban de llegar y tienen los mismos pelos malos con los que nacen todos los niños. Ellos sin embargo parecen más despiertos que los bebes humanos de su edad, pero ambos se chupan el dedito exactamente igual como las crías humanas. Qué tremenda similitud. Tan profunda que advertirla da enseguida como un poco de miedo. Y esa percepción, que es lo que surge nada más ver la imagen, es lo que es imposible hacer surgir aquí ahora con palabras. En cualquier caso, ahí están, los dos monillos, chupándose el dedito y mirando fijamente a la cámara. Y es asombrosa, la diferencia de personalidad que se advierte ya en la expresión de sus miradas tan distintas. De todas formas su vista hubiera pasado enseguida de mi mente una vez llamada la atención sobre su analogía con los de nuestra especie porque no es ni con mucho la primera vez que lo constato. Eso suele pasar casi siempre que se ve un mono, y más cuanto más recién nacido sea. Pero es que estos dos son únicos en el Tiempo y también en el Espacio. Son los primeros monos trasgénicos creados con la tecnología CRISPR/Cas9, para hacerlos más parecidos genéticamente a los humanos y poderlos así usar mientras vivan para estudiar nuestras enfermedades degenerativas. Así que la tremenda esclavitud que se cierne sobre ellos no es sólo sobre ellos que se cierne, sino sobre toda su maldita descendencia mientras dure y sin escapatoria. Nacen para la Ciencia. Y cabe imaginar pocos horrores de magnitud mayor en este Sitio incomprensible en el que estamos todos y al que llamamos Vida. Pero no, no estoy diciendo esto en absoluto intentando atraerte a una valoración moral dentro de no sé qué rollo macareno llamado Bien o Mal. No. No es un sí o un no ni ningún tipo de posicionamiento lo que estoy buscando de ti contándote ahora esto. En absoluto. Por favor, no empañes el cristalino horror del universo menguélico que estoy tratando de mostrarte con raciocinios bagatelas que al fin solo procuran hacerles las cosas duras soportables a las morales falsas, porque a las criaturas que vamos a meter en el infierno del Ser que estoy viendo en el mundo de esta imagen no se les puede vejar encima con la hipocresía de ningún tipo de juicio de valores. Qué más les puede dar a ellos que tengan que sufrir el suplicio de sus vidas con o sin algún tipo de razón. Los falsos polos del juego de la Ética, e incluso de la Estética, no sólo me dan ahora exactamente igual, sino que son un cuento que no se puede usar al tratar esto. Nada más lejos de mí ahora que buscar la moralina. Yo ante este drama no quiero que me digas ni que si ni que no. Yo sólo quiero que veas el escalofrío interminable del horror que es la realidad que hemos diseñado para ellos, pobres programas cognitivos partes del mismo Universo que nosotros, y que es al fin uno más de tantos. Horrores. Porque el infierno al que vamos a traer a estos monitos y que ahora trato vanamente que sientas en toda su viveza no es más que uno más de los tantos que urde la tramazón de la existencia al existir. Aunque este en concreto además conlleva todas las perfecciones de lo científicamente elaborado. No. Yo, contándote este horror, no quiero que me digas ni que sí ni que no sino que si quieres que te cuenten estos monos por un rato el cuento de la cancaramusa pavorosa que nunca se acaba y que siempre anda por ahí enredada en el transcurso de la expansión de la Materia por el Tiempo. ¿Que no? ¿Que no quieres que te cuenten amarguras? Pero si yo no quiero contarte amarguras ni que me digas ni que sí ni que no, sino que si quieres que nos cuente ese infierno de existencia el cuento atroz de la cancaramusa pavorosa que nunca se acaba y que siempre trae enredado por ahí el trascurso de la expansión de la materia como elemento atómico esencial de las cosas más bellas y más dulces… Porque es así siempre mires donde mires. Por lo menos en este nuestro Planeta. Vamos a dejar fuera en principio al resto del universo inobservable aunque sólo sea por desconocimiento real y por si acaso, y para que no venga nadie a decirme que soy un puto amargado pesimista.
No sé. Pero mira. Quizás sea buena idea, para emplazarte a que sientas tú también la parte del horror de su cuento que puede estar tocándote a ti del mismo modo en el tuyo sin que te estés dando ni cuenta (al fin y al cabo somos parte exactamente de la misma química orgánica biológica y del mismo tipo de ecuación espacio tiempo), que pienses un momento a estos monos de mayores entregados a la mística de alguna devoción en que proclamen, para amortiguar con cataplasmas de fe el dolor de los dolores de su sino, cosas como por ejemplo: El Señor es mi pastor, hizo en mí maravillas y nada me falta, en verdes praderas me hace descansar, a las jaulas tranquilas me conduce...
Cuántos flases de repente ¿verdad? Y ninguno tranquilizador, aunque quizás sí reveladores.
Y es que, si es que no somos sencillamente unos creadores de horror más en el caos de una cadena casual de casualidades que se expanden con el Tiempo en un mar caótico de plasma cargado de alegrías y dolores sino el vértice de no sé qué tipo de progreso, aleatorio o programado, a una escala de la organización de la Materia en algún modo superior, ¿deberían estar orgullosos estos monitos de colaborar con su suplicio a esa especie de escala evolutiva o simplemente lo suyo es que se caguen en su dios en cualquier caso por haberles preparado ese universo precisamente para ellos? ¿Habrá algún tipo de vara universal que mida este tipo de valores? Pero, ¿y si resulta que en realidad en esto también todo vuelve a ser curvo, como parece que demuestra la Física puntera, y es la de estos monos una experiencia del Ser que los científicos dioses que los han creado tendrán que vivir luego en la rueda del Karma de algún tipo de Sansara que nos esta englobando a Todos en algún experimento metafísico que les es grato, o productivo, a los supremos creadores Padres del Invento General? Y en este caso, ¿deberíamos entregarnos a los manejos de sus laboratorios diciendo aquello de hágase en mí según Tú voluntad, o haríamos mejor, como en el caso de los monos, mirando a ver de soltarle un mordisco al hideputa cuando venga con la aguja a ponernos la ponzoña a ver si por lo menos logramos sazonar lo amargo de la vida que nos da con el logro de habernos llevado entre los dientes media mano de una tarascada?.
De todas formas, qué graves relaciones. Las que engendre este horror de mundo en el roce diario de la cotidianidad. De todo se dará. Me estoy acordando ahora del escalofriante amor de aquella mujer veterinaria que tranquilizaba con caricias, justo antes de inyectarles el líquido letal, a los perros escuálidos que mataba cada día en aquella perrera sudafricana terrorífica de Desgracia, la novela de Coetzee, para que  murieran en la ausencia de temor y hubieran conocido por lo menos un momento de cariño. Qué frío tan profundo tiene que dar recibir ese tipo de caricias.
Después me he acordado de un día con una amiga inglesa con la que otra amiga y yo aprendíamos inglés y que era el verdadero ejemplo con patas de ese tipo de pose ecuánime continua tan inglesa y estirada. No sé por qué habíamos acabado hablando del uso de animales en la investigación y ella se mostraba horrorizada horrorizada de ella pero quizás también totalmente partidaria al mismo tiempo por el lado necesario y benéfico que se desprendía de su práctica. Y creo que fue contemplar ese perfecto uso del doble rasero para quedar bien en las dos caras de una implacable moneda lo que me llevó a decir, haciendo gala de mi morboso gusto por afilar verdades en el borde de las cosas aunque sólo sea por jugar, que de la misma manera, quizás, también podríamos estar hablando en igual tono acerca de la experimentación que se lleva a cabo con niños de las masas negroides de esas ciudades basureros gigantescas perdidas entre la mierda de las áfricas. Lo que claro, de inmediato, causó una especie de expectativa alarmante ante la posible trampa de incorrección política gravísima que podría estar encerrando por ahí en el lugar al que pretendía llevar yo el debate con ese extraño giro de mi argumentación. Cómo va a ser igual, los unos son humanos y los otros animales. Sí, ya, pero… esa justificación que es para nosotros, como humanos, indiscutible, lógicamente meridiana, cómoda, suficiente, y enormemente provechosa, no tiene en realidad, cósmicamente hablando, más carga objetiva de razón que la que da la contraposición prepotente de dos conjuntos anteriormente prejuzgados por una escala de derechos partidaria y partidista que también se puede hacer siempre que se quiera variando la definición de los conjuntos que se contraponen en provecho de un nuevo interés del derecho de las partes en realidad con la misma calidad de lógica y razón. Es decir, que de igual modo que se zanja la cosa del derecho a hacer lo que se venga en gana con ese ellos que nunca vamos a ser nosotros diciendo, los unos son humanos y los otros animales, se puede zanjar diciendo, con solo correr un grado más allá el fiel de ese tipo de balanzas, los unos son miembros de una sociedad mucho más desarrollada en no sé qué escala de civilización y los otros medio monos. O pobres diablos que en realidad, de otro modo, pocas posibilidades tienen de llegar a ser algo para la humanidad que no sea un lastre. Que es exactamente lo que vienen a decir los que hacen ese tipo de experimentos científicos con ellos, cuando no consiguen ocultar las acciones de sus prácticas, que es lo que se procura y lo que al fin prefiere que se haga esa inmensa mayoría que forma el pelotón de los consumidores de avances que se consigan a su costa. Ojos que no ven corazón que no siente. Que es lo que realmente pasa. Porque al final, en el protocolo de nuestra praxis farmacéutica, señores, después de la fase de experimentación con animales, hay que pasar, obligatoriamente, a la experimentación en las personas y ahí…
Ahí hay y habrá de todo. Ya hubo un Mengele famoso, apoyado por el orden de su sociedad totalitaria, y muy trabajador por cierto, que consiguió enormes logros para la medicina a base de gitanos y judíos. Y acabo de encontrarme, qué casualidad, ayer, leyendo Los ensayos de Montaigne, bajo el epígrafe, Malos medios empleados para un buen fin, que, según Agripa, ya en tiempos antiguos, se entregaban los reos condenados a muerte a los médicos para que los desgarraran vivos y observaran al natural nuestros órganos interiores y establecieran así más certeza en su arte. Así que… mejor dejo a tu imaginación lo que esté pasando hoy día en este tipo de quehaceres punteras en la generación de percepciones de progreso y de enormes beneficios, siempre fluctuando entre las fangosas espirales que van de lo legal a lo ilegal y del estudio publicado a bombo y platillo a las practicas realizadas en el más total de los secretos. Si quieres te cuento un par de cuentos de esta cancaramusa particularmente espantosa que he oído por ahí... Ah que ya me has dicho que no, que no quieres que te cuenten amarguras. ¡Pero si yo ya te he dicho que no quiero que me digas ni que si ni que no ni que si quieres o no quieres que te cuenten amarguras, yo lo que quería es que te contaran estos monos siquiera algo del terror de la cancaramusa horrorosa que les toca vivir por más que digan que no, que no que no que no que no, que no, que por favor, que paren ya, que no quieren que les sigan contando el terrorífico cuento de esa cancaramusa para cuyo horror interminable han sido sin embargo especialmente creados y cuyo tormento tendrán que vivir sin interrupción hasta que mueran.

No hay comentarios: