10 dic 2009

Personajes 2 y 3

Plume.
Implume.



Una amiga mía decía que el mundo de la Vida estaba dividido entre los bichos y las plantas. La Vida, esa especie de efervescencia de la Materia que parece buscar el Conocimiento o lo que sea en favor de no sabemos qué Evolución o qué Pollas. Y que los bichos éramos todos bichos y que, aunque parecía ser que, excepto nosotros, ninguno lloraba a lagrima viva ni reía a carcajadas, no se podía asegurar que como, según ella, había escrito Unamuno, no pudiera resultar que resolvieran las hormigas ecuaciones tan complejas que nosotros no llegáramos ni a plantear siquiera. Sabia observación que no sé por qué se me ha venido a la cabeza esta mañana cuando he espantado de la cuneta ese grupo de bichos voladeros al pasar con el coche por la carretera.
Todos eran de la misma generación, pero uno de ellos era más listo. Porque los bichos, dentro cada uno de su especie, somos unos más listos y otros más tontos. Este, o mejor dicho esta si me guío por el género de su nombre genérico, debía de serlo porque me ha parecido que se fijaba en mí, al pasar por delante de mi vista en su huída, cruzando su mirada con la mía a través del parabrisas en un chispazo de reconocimiento apenas trascendente, pero que ha estado ahí y ha hecho que su avatar entrara en mi cabeza y me empezara a contar su historia hasta ese mismo instante desde su comienzo.
Ella desde el primer golpe de consciencia estaba mosqueada. Sabía que algo raro pasaba y que lo que pasaba era de todo menos bueno. Había nacido en una eclosión de más de quinientos miembros y los demás no parecían darse cuenta de nada, pero ella sí. Ella desde el primer momento supo que aquello no era natural. Precisamente eso, que fueran tantos hermanos, era ya mosqueante, pero es que además nada de aquel mundo encajaba con lo que le decía su instinto de cómo tenían que ser las cosas.
Los bichos y las plantas, sabido es, se pasan sus conocimientos a través de las generaciones. Y aunque se conoce por lo menos una especie de bichos, la más arrogante, que somos nosotros, capaz de hacer esa transmisión por vía cultural ajena a la cromosomática, todas las demás lo hacen por trasmisión genética y llevan todo su saber impreso en sus propias unidades de memoria desde el momento de nacer. La especie arrogante cree que su forma única es la leche y se atreve a llamar a eso inteligencia sin darse cuenta de que, si bien es cierto que el método suyo tiene sus ventajas, también produce elementos idiotas y ridículos que llegan, por ejemplo, como aquél ya clásico, a autodefinir su especie, con pedantería aberrante que puede que tenga a todo la Consciencia Cósmica tiesa de la risa desde entonces, como bípedo implume de uña plana. Pero ella no era de estos y estas gilipolleces ni siquiera se le podían pasar por su cabeza, y si era plume o no o si tenía la uña cóncava o convexa no formaba parte de su preocupación en absoluto. Sí, sin embargo, le producía un desasosiego insoportable aquella luz extraña que les calentaba, o como ya he dicho, el que fueran tantos en vez de sólo diez o doce como debería haber sido, y la ausencia de una figura adulta que no sabía por qué tendría que estar ahí y sin embargo no estaba. Estaban sin embargo, omnipresentes, esos seres enormes bípedos pero sin plumas, que con sus alas lineales terminadas en una especie de racimo de gusanos que agarraban, les traían los alimentos y parecían mantener un tipo de orden en su universo y a los que, aunque eran algo así como los dioses, nunca podía dejar de tenerles un instintivo miedo espantoso. Tampoco el periodo oscuro era normal y, además de ser más corto de lo que su código le decía que tendría que ser, no se podía conectar con las ondas de Casiopea, ni abrir el canal receptor de Cefeo para descargar los datos recabados durante la jornada a las Osas por más que lo intentaba, a pesar de que era para lo que estaba desarrollado su sistema neuronal. El resto de sus cientos de hermanas también se percataban de esas alteraciones del ambiente, pero no parecía inquietarlas de la misma manera que a ella. Ella se sabía dentro de un destino extraño que además de anormal sólo podía ser terrorífico. Pero terrorífico de verdad. Mucho más terrorífico que lo que ella misma podría nunca pararse a imaginar en los cortos espacios de tiempo en que no acababa cayendo como sus hermanas en el cotidiano picar del pienso sin pensar y beber del agua de los bebederos, siempre a mano y bien repletos. Algo iba mal. Y ella Siempre supo que habían sido puestas a vivir una película de horror sin escapatoria, aunque no sabía por qué ni parecía que pasara nada malo. Pronto, aunque siguieron juntas, las apartaron de una en una en filas de cientos de espacios individuales muy pequeños, apenas un poco más grandes que ellas mismas, y entonces, al mosqueo inicial, se sumó la indescriptible tortura de la inmovilidad forzosa. Y así había llegado a adulta junto con las otras. Para entonces estaba ya completamente convencida de que eran presas de algún tipo de pesadilla real creada por los bípedos implumes que todos los días aparecían por allí organizando el universo de su horror, y de que ese horror era en lo que consistirían sus vidas, y que, además, lo más horrible estaba aún por venir. Entonces, un recién empezado periodo de luz, estos seres empezaron a meterlas en un sitio que luego traqueteó dando tumbos y haciendo mucho ruido y por fin, después de un tiempo indeterminado de angustia pavorosa, las sacaron a un tipo de luz, que ella de inmediato identificó como la que siempre debía haber sido, y las liberaron del encierro y por primera vez, después de echar una carrera no muy larga por un terreno que aunque no había visto nunca supo que era el suyo por naturaleza, pegando un brinco, había revoloteado. Poco y mal, porque además de que las de su raza no solían volar en grandes vuelos, ella, como sus hermanas, tenían las patas y las alas atrofiadas por toda una vida de completa inmovilización.
El choque con el nuevo medio fue un cataclismo. De inmediato cundió el pavor mezclado con una desorientación total. El mundo había pasado a ser otro completamente diferente, de una inmensidad inabarcable, y estaba lleno de un caos de nuevos elementos que no paraban de mandar avisos de alarma a los sentidos. Durante un tiempo difícil de medir sufrieron un shoc de estrés y pánico que les impidió hacer otra cosa que intentar superarlo mientras huían o trataban de esconderse como locas sin saber ni de qué. Ella fue de las primeras en parar la locura de la crisis y poder empezar a valorar fríamente la nueva situación. Lo primero que le llamó la atención fue el cambio de luz, que ahora era emitida por algo cegador y muy lejano en las alturas que parecían trasparentes y no tenían fin. Después de varios intentos empezó a controlar los saltos y los vuelos y a ganar seguridad en las carreras. Enseguida se reagruparon alrededor de ella varios ejemplares aglutinados por la incipiente seguridad que trasmitía. Después vino el comprender que los comederos habían desaparecido y la comida se encontraba escasa y muy diseminada por un suelo reseco y polvoriento. Antes de que llegara el primer ciclo oscuro de la nueva situación su banda sufrió un ataque de algo asesino que surgió de las alturas y se llevó de repente a uno de sus miembros por los aires. Durante la oscuridad se agruparon juntas bajo el abrigo de uno de esos seres vivos que estaban por todas partes sujetos al suelo, porque sufrían por primera vez de miedo al entorno y de falta de calor. Pero también por primera vez, y eso fue para ella alucinante, sus terminales cósmicas conectaron con el programa estelar madre, recibiendo un torrente de información precisa sobre los interrogantes que hasta entonces no había podido responderse y descargándola por fin de la pesada carga de datos que había almacenado en su memoria durante su vida de encierro.
Habían pasado ya diez periodos oscuros antes de tener el encuentro conmigo. Y su bandada se iba adaptando a la nueva rutina. Durante los primeros días varias habían muerto de estrés y otras inadaptaciones y dos habían sido llevadas, una por ese ser que cayó del cielo y otra por otro más grande con cuatro patas y una boca llena de vértices blancos y puntiagudos, que acechaba escondido entre el terreno. La nueva vida se había convertido en algo duro pero parecía mejor. Había que estar constantemente en alerta y dedicar casi todo el tiempo a malcomer, pero a cambio había desaparecido ese horror sordo y envolvente que impregnaba la cotidianidad anterior. Además no se veía la forma de volver atrás así que, de alguna manera, la nueva situación tampoco tenía escapatoria. Los bípedos implumes habían desparecido por completo y eso le preocupaba ¿Serían dioses buenos que velaban por ellas? Algo le decía que no y que tampoco habían desaparecido para siempre. Los pulsares de Cefeo le habían avisado que esa componente cósmica bípeda no sólo no iba a desaparecer nunca del programa sino que ella iba a ser para uno de ellos el resorte liberador del infierno insoportable que vivía. Por eso cuando los reencontró ayer no se sintió sorprendida. Eran varios ¿Cuatro, tres, o tal vez dos? Sí, eran tres bípedos implumes y dos entes más muy parecidos al asesino terrestre que se había llevado a la compañera de su banda hacía seis periodos oscuros. También tenían cuatro patas pero eran más grandes. Ellas salieron volando porque presintieron que no era cosa de dejarles acercarse mucho. Entonces dos de ellos se habían llevado con sus raras alas unas especies de palos a la altura de la cabeza dirigiéndoles las puntas hacia ellas. Poco antes de que sonara el ruido había mirado al que tenía más cerca y vio que el la miraba mientras cambiaba su palo a una posición vertical al lado de su cuerpo y entonces sonaron los estruendos, tres, como los que habían estado oyendo a lo lejos desde que empezó ese ciclo de luz pero más fuertes y cercanos, ¡PAM, PAM! ¡PAM!, dos seguidos y uno un poco más separado. Y como si estuviera relacionado con ellos cayeron de inmediato dos miembros de su bandada y el bípedo implume que había puesto su palo vertical. El bípedo desplomado al suelo, sus compañeras a plomo en el aire. Nunca olvidaría el olor que se produjo. Y supo que, como había supuesto, los bípedos implumes no se habían ido para nada.
Hacía un momento se habían vuelto a encontrar con otro. En una de esas estructuras grandes que se movían muy deprisa siempre sobre esa formación larga sin principio ni fin, de superficie negra y dura, que atravesaba el terreno sobre el suelo. Las otras no lo tenían muy claro pero ella había visto dentro a uno de esos bípedos implumes, que miraba para adelante decidido y agarraba con los gusanos de las puntas de sus extrañas alas rematadas por uñas, por cierto planas, un dispositivo circular. Algo le hizo comprender que nada tenía que temer de esos seres horrorosos mientras estuvieran dentro de esas estructuras, que sólo eran peligrosos cuando estaban levantados sobre su bipedez. Elaboró el dato y lo mandó de inmediato al primer puerto estelar que su emisor encontró abierto. Porque también durante los ciclos de luz era posible, no verlos brillar, pero si darse el gozo de contactar con ellos. Lo mismo había hecho ayer cuando la escena de los estruendos, y había recibido como inmediata contestación una deliciosa sensación dulce de paz, de conclusión de un pesado sufrimiento sucio con el que el bípedo caído había estado cargando hasta ese instante, no pudo comprender ella por qué.


A pesar de haber tenido siempre todo, él no recordaba haber sido feliz nunca. De niño su puta madre. De adolescente la puta universidad. De adulto las putas oposiciones. Siempre había tenido una puta cosa impidiéndole ser feliz, sistemáticamente. Quizás era por eso por lo que lo único que le había distraído del tedio mullido que había sido su vida en este mundo habían sido las putas. Porque aunque a él no le iba mal con las mujeres, que le encontraban resultón, lo que le gustaba eran las putas. Saberse capaz de poner de verdad a cien a un putón buenorro y desorejao era realmente lo único que le había puesto en la vida. Los otros logros... sí, bueno, claro, debió de ser algo parecido a la alegría eso que sintió cuando se licenció después de diez años de carrera (aunque en eso le jodió lo contenta que se puso su puta madre), y luego cuando aprobó las oposiciones a la judicatura y consiguió plaza en el juzgado de Hellín también puede ser que se sintiera contento, pero allí fue donde empezó la otra gran putada de su vida, la puta carrera judicial. Fue un alivio ir progresando, en la carrera, sobre todo por poder desplazarse a Madrid, claro, allí había más puterío, pero... más de la misma putada. Ni siquiera lo de haber llegado a juez decano le había producido otra cosa que un vano vacío profundo y sinsabor soportable a duras penas. Y luego estaba su mujer. La gran putada de su puta vida. Porque la gran putada ahora era su mujer, la puta de su mujer. La grandísima puta de su mujer. Notaria tenía que haber sido. Con lo mosquita muerta que parecía al principio ¿Por qué se casaría con ella si ni siquiera se la dejó meter bien nunca? ah claro, se quedó preñada al primer puntazo, la muy puta, y a él le había hecho gracia eso de ser padre al parecer, fíjate. Anda que luego el prenda que le había salido el niño. Un hijo de su madre encima de medio subnormal, gordo. Ni siquiera tenía dinero, ni todavía era notaria cuando la conoció, ¿entonces...? Sabía estar, eso sí, ¿no era eso lo que decías siempre? Pues ahora jódete. Si señor juez decano, ahora la notaria se va a quedar con todo y usté se va a joder, por gilipollas. Que hija de puta, que tengo el cargo que tengo por ella, me dijo un día. Por sus relaciones. Una tiesa es lo que es. Si ni siquiera es influyente. La tenía que haber matao en vez de darle sólo el guantazo que le di. Que fui al cajón de los cuchillos, declaró al juez del tribunal de malos tratos, que lo supo por el sonido, que porque lo oyó, que suena diferente cuando se abre el de los cuchillos que el de los vasos, dijo, en el juicio. La muy puta. A él todavía se le notaba la costra del arañazo en la cara. Cómo no le iba a haber metido el revés que le metió. Encima se lo había hecho para que saliera el asunto hasta en el telediario. Siempre fue buena estratega ¡Qué escándalo, una alta figura del Sistema Judicial! Tranquilos, ahí tenéis mi dimisión y que os den mucho por culo a todos. Gutiérrez, mira tío, todos te entendemos pero... ¿cómo has podido caer...?, le había dicho ayer el fiscal general. Ándate con cuidado que mal lo tienes tal como están ahora las cosas, yo ya sabes que para lo que haga falta pero tienes que comprender... le había soltado su colega Ramírez, con todo lo amigo suyo que decía siempre que era. Otro hijoputa. Pero le daba igual. Estaba claro que ella se iba a quedar con todo, pero le daba igual. Le daba igual hasta que le metieran un año en la cárcel que es lo que le iba a pedir el fiscal de la violencia doméstica de los cojones. Le daba igual. Le daba igual que le trataran como un apestado en todas partes. Tenía gracia. Con tantísimas cosas guarras que había hecho en el ejercicio de su cargo, tratarle como un apestado por esa leche tan bien dada. Todo le daba igual. Siempre le había dado todo igual y quizás por eso no recordaba haber sido nunca eso que llamaban ser feliz. Su vida había sido un absurdo más grande aún que la Justicia y ya ni pensar en putas le aliviaba del asco opresor que sentía en los sesos. Un vacío total que al tiempo era un hueco infinito y un sinfín de reconcomios varios a punto de explotar. Encima esa puta cacería ¿Por qué coños había ido a ellas tantas veces? Si en realidad nunca le habían gustado ¿Iba por inercia, porque había que ir para asuntos de carrera, por alternar entre el mundillo del cotarro...? Pues ya tenía que ser gilipollas para haberse metido hoy entre todos esos chupones del Poder que no tenían otra cosa que hacer que hacer leña de su caso para salir del repugnante aburrimiento propio del ejercicio de sus juicios, y usarle de paso como chivo expiatorio del albañal que habitaban cada día. No te preocupes, le había vuelto a decir el fiscal general hacía un rato, estas cosas ahora... pero ya verás, siempre puedes volver a empezar... de que pase un tiempo prudencial... Un tiempo prudencial había dicho el hijo puta. Y le había dado un par de palmaditas en el hombro. Qué asco. Pero lo que más asco le daba eran las palabras de su madre, por teléfono, desde la residencia de lujo a la que se había ido después de la muerte de su padre, en cuanto vio la noticia en el telediario: No dirás que no te había advertido de que era una mosquita muerta, dijo como si se lo escupiera. Desde que te parí sabías que eras tonto hijo mío, pero nunca creí que fueras a llegar tan lejos. Te has superado a ti mismo. Has llegado a la fama llenándonos a todos de vergüenza. Qué lastimita que no esté ya tu padre para que lo hubiera visto, él que siempre se ponía de tu parte.
Qué asco, se dijo sintiendo la nausea de todo el asco de su vida en la boca del estómago al tiempo que salían las primeras perdices levantadas por los ojeadores. Casi no saben volar, míralas, se dijo dejándose enraizar por un odio indiferente en todos sus sentidos, son como yo, un producto del Sistema, ni siquiera saben dónde están. Las crían en granjas para soltarlas luego y que haya algo que cazar en un mundo falso carente de verdad y de sentido. Eso si que es una vergüenza. Qué asco. Y mientras levantaba la escopeta apuntando a una de ellas se le impuso en el alma el sentido trágico de un libro de Sartre sobre el Asco que había leído en su juventud sin ningún entusiasmo, pero que ahora fue el interruptor que acabó de reflejar el movimiento a su brazo. Si hubiera estado en contacto con las estrellas se habría enterado de que lo que iba a hacer era de nuevo lo que quería su madre que hiciera, pero los de su especie no tienen instalada de serie conexión astral. La Vida, se dijo. Después de gestionar tanta porquería iba a hacer algo por la Vida, coño, decidió al instante mirando a la perdiz que hacía un microsegundo iba a matar ¿Le estaba mirando ella también? pensó extrañado en el momento último que se encajaba la boca del arma bajo la barbilla y PUM, voló la irresistible opresión de sus sesos por fin libres hacia el cielo, en un estallido cálido de gloria, dejando al pájaro en el aire libre para volar, volar, volar, y seguir volando unido al gozo sideral mientras su cuerpo vacío caía, felizmente desmadejado, al suelo.

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