22 nov 2009

Personajes 1


Marmetos.


Mary Lachingó. Veintipocos. Medio yanki medio chicana. Su madre anglosajona pura y blanca como la leche hija de exmarine de Vietnam y burócrata administrativa de medio pelo, su padre, nacido en eeuu de jarocho ilegal, ahora jefe del parque de bomberos de la localidad. Ella un poco café con leche. Desde chica le tiró el rollo de la Patria. Dios salve a América, la mano en el pecho, el sube y baja de la enseña y el himno nacional, la lucha por la libertad en el mundo y todas esas vainas le ponían. Eso la ayudó a engatusar a su abuelo que aún así nunca le pudo perdonar el moreno de su tez y sus rasgos chiapanecos. Siempre fue la más patriota de su clase. Una joven enérgica emprendedora y positiva, con una sonrisa perenne, exagerada, de esas invariables que sólo los usas saben mantener así de continua, frente a todo, y pase lo que pase. Nada más acabar el instituto se alistó en el Ejército. Era la forma de unir vocación, pillar un buen sueldillo y realizar sus ansias de servir y de poder. No le daba miedo pensar en el follón de Irak y Afganistán. Sólo le veía al peligro la cosa heroica del servicio a su país y todo eso. Su madre contenta. Su padre contento. Aunque ambos preocupados porque son ya muchos los que están cayendo, pero es lo que a ella le gusta y bueno, de alguna forma le viene de familia, y, aunque penosa y quiera Dios que no, siempre viene envuelta en algo de gloria la muerte llegada por esos derroteros. Así, todo fue alegría cuando empezó su carrera en la mayor base militar del mundo. Con sus tiquis y sus miquis, la carga marginal que siempre había arrastrado por chicana y por mujer se la aliviaba el título de suboficiala que por fin le iban a dar mañana en castrense ceremonia junto con los de su promoción. Lachingó iba a ser Tenienta. Así que después de no poder dormir esa noche por los nervios se había levantado flotando como si fuera el primer amanecer de su futuro el que iba a amanecer, pero, ay, el Destino es en realidad un gran hijo de puta. Con frecuencia se recrea en la maldad de hacer hacer las cosas serias en plan comedia universal. Si en vez de haber sido Él el autor de esta caricatura hubiera sido cualquier guionista en un guión de cine, se le habría tachado de simplista, de exagerar la parodia facilona con personajes burdos para caer en la crítica fácil. De ser poco creíble. De abuso de clichés exagerados. Pero, aunque nadie se lo hubiera podido creer en una peli, la parodia siempre es cierta cuando es la Realidad la que la representa. Cómo coños iba a sospechar nadie el chiste cruel que se iba a marcar la vida en el siguiente instante. Ni los orgullosos padres en las gradas de los invitados, ni el gerifalte que en ese momento estaba en la parte culminante de la arenga que suelta a los cadetes en cada promoción antes de la entrega de diplomas, eso de dar hasta la vida si hace falta, la última gota de la sangre y el rollo del deber, ni ella, que, en la formación, ante la mención de la muerte gloriosa hinchió aún más su pecho firme de orgullo placentero disponiendo su fantasía para morir cuando fuera necesario si fuera necesario que muriera, zas, oye, ¡y fue en ese momento!, pero qué es eso, gritos, tiros, desorden, a tomar por culo el rito. Ahí se quebró de golpe la pompa y la solemnidad. Se acabó la ceremonia. Terror y desbandada desbaratan la marcial coreografía de momento ¿Terrorismo? ¿Sabotaje? No. Al parecer un comandante de la base, psiquiatra, dedicado a corregir los dramas postraumáticos de aquellos que volvían del frente malamente, que se le había antojado de repente ponerse a pegar tiros a todo el que pillaba, al grito de Alá es grande, indiscriminadamente, y con dos armas a la vez. Y ella, que fue una de los trece que murieron, es que no se dio ni cuenta de que moría, ni de que no lo hacía por ningún tipo de épico combate, como hubiera sido de esperar, sino por una ridiculez que de tan grande, no dejaba sin escarnecer ni la raíz más honda de todo lo sagrado en lo que había creído, o se había empeñado en creer, en su abnegada vida. Ya nunca se podrá decir de ella sin mentir que había muerto en la defensa de un noble y patriótico valor (por más que le hagan ceremonias oficiales tratando de otorgarle por los pelos esos títulos póstumos que tapen la verdad que no tiene remedio). Su pérdida, si es que sirve para algo, será como prueba del absurdo que rige de veras las monsergas de los hombres. Más escabrosas cuanto más autoritariamente se arroguen el derecho a imponer su falsa seriedad. Pero mira, bien mirado, desde este punto de vista, bien puede decirse, sin faltar a la verdad, que no ha sido una vida perdida sin razón. Sino todo lo contrario. Cósmicamente hablando, su sacrificio sirve para algo más revelador que el de los que caen todos los días pillados de rebote en un bombazo suicida en el oriente. La sangre de aquellos se pierde por causas cuestionables, pero ella, sin querer, ha muerto para llamar la atención en la locura que entraña la máquina coercitiva de un Sistema peligroso de por sí. Por eso le dedico, encarnando en este personaje todos sus compañeros de desgracia, con la mejor intención, este texto memorial. Por si consiguiera hacer pensar por un instante en lo malsano de la cosa militar, y en la necesidad urgente que tenemos de acabar, antes de acabe con nosotros, con la santa manía de las armas, que es la única forma que veo de ver que no haya sido su sangre derramada por una puta broma cósmica, macabra, del mas puro humor negro y carente por completo de sentido.

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