15 may 2012

Rollos matutinos 67

Más turbación


El testo de este texto aún no sé cuál será. Sé que tiene su génesis en la emoción que sentí al encontrarme por la red con la imagen de este post, que por una parte hizo brotar de sopetón con su visión en mis sentires el borbotón del gusto, y de otra me gustó enseguida como ideal para enjuagar el poso horrendo que deja tras de sí la del anterior. Me dije, joder, esto si que es una representación mágica del divino toque digital. Si tenemos que ser como gallinas que ovulan con ideas cerebrales a través de estampas de cartón, sea con juegos de colores como este.

La imagen, por si se perdiera del pasaje que ahora escribo, es un dibujo de un cómic de Manara y representa en primer plano a la horizontal y de perfil a una mujer joven y guapa tumbada bocabajo en una cama de sábanas sedosas. Tiene tocada la cabeza con toca blanca y repretada, que puede que sea tal vez de monja, o viuda, o moda de una época o varias de esas cosas a la vez, que le deja al aire sólo el óvalo de la preciosa cara. Sobre la parte trasera de la cabeza, la nuca y parte del inicio de la espalda se ve un trozo de gruesa tela oscura que resalta sobre el blanco de las sábanas, la toca y el camisón, que puede que sea, en caso de ser monja, parte de la parte superior del hábito, o capuchón del vestido en cualquier caso. Hasta hace unos instantes ha estado escribiendo en esa postura cosas en unos folios encima de las sábanas con una pluma de ave que ha dejado abandonada encima de uno de ellos. El camisón lo tiene bien arremangado por detrás hasta más arriba del centro de la espalda, que queda desnuda hasta el final de las prietas nalgas, donde la sabana arrebuja de nuevo el cuerpo celándonos la vista de las piernas para resaltar aún más la desnudez del espléndido trasero, sin duda un poquito ofrecido en pompa. Y ese trozo de rosada pintura voluptuosa forma el centro geométrico de la composición pictórica, y el imán de atracción del ojo que lo mira, el motivo central de la excitación del que lo ve, y parte del contraste que entre el color de las sábanas y el cuerpo sugiere la raja oscura por la que se ha deslizado la mano que abandonó de pronto la pluma, buscando la fuente del placer para jugar con las puntas de sus dedos al lubricio de juegos solitarios. En el lado izquierdo del dibujo, la cara muestra la contención estática del gesto concentrado en alcanzar el éxtasis, con los ojos cerrados para facilitar el arrobo de la imaginación y la boca entrecerrada con labios entreabiertos de lascivia. Del otro lado, un trozo de colcha de un rojo tan intenso como exquisito pone un contrapunto de tonalidad entre las sombras que reinan en la estancia. Entre ellas emerge al fondo rompiéndolas del todo, la trasparencia cristalina de un florero lleno de flores blancas rojas y amarillas. La luminosidad que irradia de la obra, entra por una ventana, quizás un ventanuco, que no se ve porque está detrás del mirón, fuera del cuadro, pero que queda patente por la potente luz, que después de entrar por él ilumina todo el cuerpo resaltando sobre el culo que ella ha descubierto para sentir la excitación de dejarlo al antojo del fantasma con el que se recrea, y se refleja enfrente en la pared del fondo dibujando los barrotes de una reja.
Del dibujo salen cálidos olores corporales exquisitos y ruidos apagados de gemidos placenteros envueltos en frufús.
Se trata de una obra maestra del icono de la paja. De la masturbación aquella que nos decían los curas que nos iba a dejar ciegos, aunque al parecer a ellos era la culpa de su abuso lo que les había convertido en visionarios.
Iba a aprovechar para decir no sé qué sobre ella y su defensa, pero al fin creo que es tontería buscarle al tema de la digital libídine exaltaciones vanas y tontos desarrollos doctorales. Basta con decir que no creo que haya en este mundo individuo que esté inmaculado de manuela. Con esto pasa como con lo de comerse los mocos, que no hay cosa peor vista, pero que todo el mundo sabe que saben a salado. El homínido es un primate onanista por naturaleza. Y del mismo modo que se hurga sola en el coño la moza de Manara, se restriega las meninges en soledad el mono creador. Porque también forma parte de la misma onanía la Philo Sophía.


Digo esto ahora porque ayer, mientras escribía, vino un amigo profesor a casa e interrumpí mi redacción. Hablamos sobre arte y creaciones y pensares y literaturas, y ocurrió que a él le parecían gilipollauras algunas obras que para mí eran envidiables. Yo volví a deducir enseguida de esa contraposición la visión ya vista otras veces, de que cualquier obra de arte es sólo arte en el momento en que encuentra la emoción de alguien que la interpreta así, y lo es por lo tanto al serlo para él el tiempo que eso dure. Mientras tanto, ahí sola, ante el Universo, la obra genial y genuina es como cualquier otra obra animal o vegetal, un producto de la actividad animada de cierta parte corporal, lo mismo que la hez lo es en concreto de la de las tripas. Por eso obrar y cagar tienen antigua sinonimia. Ante un gusto coprófago, una mierda, se convierte de repente en un objeto magnífico cargado de deseo. O al contrario, en una arcada de asco. Y del mismo modo pasa con la cosa artística cuando encuentra una fantasía en la que es capaz de generar estímulo. Del mismo modo también, en el sentido de filia o de rechazo. Mi amigo argumentó que no obstante había obras que eran de por sí algo en sí mismas glorioso, como todo el mundo sabía, y puso por ejemplo espontáneo al Quijote, que sin embargo, como es normal, él no había leído, sino trozos, cuando alumno. De lo cual deduje que en este campo, como en todo, lo convencional tiene un enorme poder publicitario establecido, sobre todo en la enseñanza. Y ya no dije nada interesante de verdad, sino que sólo me pareció interesante seguir con mis razonamientos en el ámbito de Onán, recomprobándome cómo, efectivamente, lo de la literatura era onanismo puro y duro. Y nunca hay en esa manía más que un ser solo. Calentándose las partes sensibles de su seso con un testo fantasma que sólo tiene el significado que él le dé en ese momento de relación con ella. Tanto en el sentido del escritor cuando lo escribe, como en el del lector cuando lo lee. En ese juego especular, ya te lo he dicho otras veces, nunca hay en el fondo nadie más que uno solo jugando a excitarse figuraciones con ciertas combinaciones de gurrapatillos que llaman caracteres. Claro que también hay actos de lectura colectiva, del mismo modo que en el sexo hay orgías, pero aún así cada receptor está tan solo como el dador en su recreo al lado de los otros. Y si bien en el Cine, por ejemplo, la industria tiene mucho de colectivo como cualquier empresa, no hay nada más onanísta que un sala de cine llena de gente mirando hipnotizados las historias que en su interior proyecta el juego de luces que ven en la pantalla. Ya te lo he dicho, es por eso que cada vez nos parece distinta la revisión de una película o un libro, por supuesto también para el propio autor. Porque aunque los resortes del soporte son siempre los mismos, el receptor que activan es siempre diferente, lo mismo que las aguas de los ríos. Y cada vez que nos miramos en esos espejos fascinantes lo que vemos es el nosotros que nunca había sido antes y que nunca más será un instante después. Y entonces, si el espejo es bueno y estamos inspirados para ello, nos corremos de miedo o de emoción, de alegría, de pena, de risa o de llantos, de gusto de haber sido capaces de enredar esa trama, o de creernos más listos por haber aprendido de alguien algo de no se sabe qué, o turbarnos más al descubrir que no sé qué que alguien dice ya lo habíamos dicho nosotros. O al revés, más turbarnos todavía al descubrir que eso que habíamos creído siempre tan de un modo, ahora, de repente, según dice no sé quién, resulta que no era más que todo lo contrario. Y nos pasa como en aquella anécdota que relata aquél libro del siglo XVIII, en la que yendo la princesa caminando en compañía de su tutor por una vereda en medio de un bosque de castaños florecidos, esta empezó a turbarse más y más turbarse con una intensa emoción producida por el espeso olor del floreaje que lo inundaba todo, y decía como embriagada, ay, este olor me recuerda a algo muy familiar pero que no logro recordar el qué, lo tengo en la punta de la lengua del recuerdo, pero no logro acordarme, es… Ay, qué rabia, decía aspirando ávida el olor, no lo logro, es… Y entonces el tutor le dijo, alteza, tenga la precaución de no decir tamaña cosa en público jamás, porque es de todo el mundo conocido que las flores del castaño huelen a jodienda.

¿Ves?, no sabía sobré qué iba a acabar tratando el testo del texto y al final me encuentro que ha acabado siendo un tratado de cognosciencia, de historia y de botánica.

La imagen es de Milo Manara.
Y lo de testo no es ninguna falta vergonzante de ortografía sino una palabra de mi madre, que de pequeño, cuando me oía decir algo que estuviera fuera de lo común, que entonces era cualquier cosa que pudiera uno imaginar, me decía, ¡Eso son testos, y tú lo que tienes que hacer es dejarte de testos y aplicarte, que bastante sacrificios nos cuesta darte estudios¡ Y como prueba de que, para bien o para mal, nunca le hice caso, al testo este me remito.

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