24 jul 2011

Rollos matutinos 53

Atavío de mil y un atavismos


Cuando leí Las mil y una noches me llamó la atención la cantidad de veces que aparecía en los cuentos el traje como forma de regalo, premio, demostración y acreditación de poder, cargo y nobleza… Siempre andaban recompensando con trajes los emires los gratos servicios de sus siervos y los genios se los concedían a sus dueños entre uno de los deseos que tenían derecho a pedirles por haberles liberado. Y siempre que aparecían en escena, los trajes tenían un significado enorme de riqueza simbólica, pero también traducible al prosaico valor de dirhanes y dinares, y como soporte de oro y pedrerías que les convertían, además de en suntuosos magníficos y maravillosos, en caros. Recuerdo que siempre que salían a relucir otra vez en la trama del relato, casi siempre con la misma formula repetitiva, pensaba yo en lo significativo de ese detalle y en lo arcaico que resultaba visto desde ahora en este mundo occidental y nuestro en el que impera el pretaporté barato hecho con mano esclava china. Pero resulta que me estaba equivocando. Si seguirá siendo significativa, la figura del traje, que le acaba de costar la posición y la decencia a un alto mandatario de un reino del Reino. Claro que su tierra siempre ha tenido ese aire extravagante que alimenta los sueños orientales, no hay más que pensar en las batallas de moros y cristianos, el humo de las fallas, y en el perfume exótico que evocan las propias mandarinas y naranjas. Quizás por eso se crían allí personajes tan de fábula grotesca como él o la Rita Barberá. Creo que en Las mil y una noches sí se utilizan más de una vez los trajes para conseguir hechos. Pero me asombra que hoy, alguien que esté supuestamente puesto en este mundo, investido encima de responsabilidad pública y poderes, se deje a estas alturas seducir por trapos y perder por ellos hasta la misma honra, por muy buenas fibras que les formen y mucha altura que pretendan conferir con su costura al que los lleve. Más me parecía que fuera esa debilidad cosa de putas, legalizadas en santos matrimonios o queridas pelanduscas, y en especias de pieles de bisones o prendas interiores parisinas y picantes. Pero incluso en esos casos creía yo que eran ese tipo de regalos una costumbre irrisoria y demodé. Claro que en cuanto a fibras cargadas de sentido también hay quien pierde la razón por las simples banderas. Y no será casualidad que en este caso se hayan unidos el vicio torpe de pirrarse por los oros de solapas de hilo fino y la obsesión por adorar los pingos nacionales pinchados en las instituciones de las astas, de la sangre de los toros y el humo de los altares. Al fin y al cabo todo queda dentro del mismo mundo de pendones y pendejos. Alguien me dijo el otro día que no era para tanto el delito de los trajes. Yo repasé en mi mente y en silencio el regusto a chorizo del nombre del que los había regalado, el Bigotes, en pago por favores innombrables, y el, te quiero un güevo, significativo que le había soltado a través del teléfono pinchado el mandatario, que emocionado por el fino paño del pago del servicio entre sus dedos perdió hasta la cautela. Pero no es nada de eso lo que a mí me pareció recriminable. El trapicheo de la compraventa es la base de la normalidad vigente. Lo que tenía que estar penado en forma estricta por la Ley es el mal gusto del menda, y el turbio placer que encierra el excitarse hasta ese punto por lucir sobre su piel símbolos de semejante corte, es lo único que argumenté en contra del reo. Porque mira que eran horteras los dichosos trajes, que el único valor con que investían al vestir era ese y el de su precio, que ni siquiera, por otra parte, estaba fuera de la mediocridad más repugnante. Luego, por un rato, me dediqué a repasar íntimamente la cantidad de tramas y conjuras y de compras y de ventas de dimes y diretes de influencias en jueces y jurados que el caso iba a seguir generando en el cosmos judicial de aquí hasta que se celebre el juicio para acabar elaborando la sentencia, como forma de comprender la esencia del Sistema de Justicia. Al tiempo había venido a la prensa otro asunto de política textil. El Presidente de las Cortes del Estado que se escandalizaba porque una de sus señorías macho se había atrevido a quitarse la corbata aún con la excusa de luchar contra el calor. Que el decoro en el vestir bien valía un poco de gasto energético o de aumento en la transpiración, vino a decir el Presidente, refunfuñando como una madre conservadora, con su media calva vieja repeinada, que ve de pronto en el pender de las corbatas la bandera de una insignia de valor inquebrantable. Sí será simplón además de meapilas. Y yo pensé lo fuerte que era que nadie se haya atrevido todavía ni siquiera a plantear que ellos puedan hacer con el vestir en la Administración como ellas, que van como les sal’el coño, jugando si les place a ser modelos de moda haciendo pasarela al tiempo que debate. ¿No habrá algo de fondo común en ese unánime consenso misterioso de tragar como algo incuestionable con la gilipollez de la uniformidad del traje en gama gris y la corbata como algo obligatorio por parte de los tíos, con el tabú que cubre la importancia del tamaño? ¿Tendrán algo que ver banderas trajes pollas y corbatas? Vete tú a saber. En cualquier caso, lo que se ve es que tiene tela la política. Tela y pasta. Porque siguiendo sobre el tema de las prendas de vestir politizadas, ha habido otra ahora también que ha venido a coronar la coronilla de una presidencia. Y esta vez la tela ha sido un objeto de negra tradición y dura pasta. Si es que no sumó a sus incorrecciones el estar hecha de carey. Y la lució con devoción una política agresiva. Que al tiempo de ceñirse el cargo que ansiaba desde años se ha puesto la peineta del corpus del señor para pisarles la moral a herejes y laicistas. Haciendo con la rancia y tiesa prenda lo único que por deber no podía hacer. Porque tiene derecho a hacer con ella lo que quiera, ponérsela, quitársela, volvérsela a poner, o metérsela y sacársela cuantas veces quiera por ahí donde le quepa le plazca o la consuele. Todo derecho tiene la señora a hacer con su peineta cualquier cosa imaginable o inimaginable que se le antoje hacer a solas o ante el público en plan particular. Cualquiera menos institucionalizárnosla, que es precisamente lo que le salió del moño hacer a la señora presidenta.
Atavíos de atavismos en un mundo global. Todo sigue funcionando al parecer por el mismo resorte irracional del miedo y del deseo. Aquí sólo ha progresado la Técnica, y el número de miembros de la Piara. Por lo demás el mecanismo rueda con las mismas claves que echó a andar en el momento en que el abundio pasó a considerarse un homínido diferente de los monos. Pero la Piara es ya una gusanera que pronto va a quedarse sin qué agusanar y el Orden Establecido se sigue basando en incitar al gusanillo a que pille más de lo que pueda roer caiga quien caiga. Así se ha llegado al Imperio del Mercado. No sabemos de Dónde ni hacia Dónde, pero hoy nadie cuestiona que Aquí hemos venido a jugar al Monopoly. Y la devastación del crecimiento se ha convertido en bien irrenunciable de consumo. La Vida misma se subasta en la Bolsa de Valores. Y el control de ese flujo de acciones está cada vez más en manos de la Masa. Sí, de la Masa. De pronto el avance de la Técnica permite que el especulador sea un individuo aislado, cada vez más a menudo de puta clase media, que mueve su escueto dinerillo buscando sacarse un minipelotazo. Usando la Internet, al margen de entidades inversoras y aplicando por su cuenta la información que le dan las agencias de valores que salen en el Google. Ese es el perfil de inversor en crecimiento. Y eso infla aún más las pretensiones del Mercado. Se habla mucho de la responsabilidad criminal de la Banqueros pero… ¿Cuántas de estas micro-medianas transacciones se habrán hecho, para especular una mayor ganancia, poniendo por ejemplo, posible y muy explicativo, desde portátiles debajo de las tiendas indignadas del 15-M de Sol, durante las largas noches de acampadas, entre un cuelgue de fotos subversivas en el feisbuk, la bajada de alguna serie puntera de la tele y un reenvío de consignas de la acción antisistema, sin más contradicción que un remordimiento vago tan poco mordiente como sin clasificar?, le pregunté el otro día a un amigo escéptico con mis teorías. Y echamos cuentas y los dos teníamos varias amistades de este tipo de inversores, algunos, incluso, pillados en su mismísima hipoteca por la crisis. Curioso el mundo tecnológico de hoy. La marca del cambio es que ahora dice Mudys, cuidao que tal país es bono basura, y a la velocidad de la luz millones de piratas inversores internautas y vulgares de todas las creencias hacen clik y cambian sus valores a otros predios más rentables como es obligatorio en una economía de mercado. Y la economía hace zuuummm, con la misma misteriosa sincronía con que cambia en el agua de sentido un banco de peces. Dejando en dique seco a seres, países y familias, llevándose de golpe a otros mares la marea de la efímera fortuna. En un instante. ¿Y quién es responsable de eso?, le vuelvo a preguntar al colega que me mira con cierta ironía. Los banqueros, el Sistema, contesta la mayoría de la audiencia. Sí. Claro. Eso seguramente desde luego. ¿Pero sólo? ¿Hasta que punto está libre de culpa el gusanito microespeculador de la consiguiente pudrición de la Manzana? ¿Y el que mete sus dineros para que especule el banco como guarda la cabeza el avestruz? La cosa es muy compleja. Porque no rigen hoy los poderes de Las mil y una noches, donde los golpes del Destino dependen de las leyes de los dioses y la magia, y la autarquía caprichosa de emires y sultanes con ropajes distintivos. En una democracia, sigue sin duda siendo el Destino ingestionable, pero es la Masa al fin y al cabo la que manda, no por el engaño de los votos, que no sirven para nada, sino sin querer, al hacer surgir esa Tendencia que los líderes escuchan para ponerse el traje que creen que va a ser el más votado, y comprarles luego como autómatas lo que les den a consumir los electos con arreglo a la Tendencia de consumo, haciendo surgir una Tendencia que… Y la nave va y cada yo proclama que él, del rumbo, no es el que tiene que dar explicaciones.

Aunque, desde luego, ni las ruedas del Acontecer y la Fortuna están en mano humana, ni controla el Imperio del Mercado los votos de ningún tipo de sufragio. Ni como dice el Libro, está la Verdad en un solo cuento sino que sólo en mil y un cuentos puede llegar a encontrarse la Verdad.

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