21 sept 2010

Rollos matutinos 42

Espiralidades



En cuanto salgo del pueblo al campo se me abren de golpe todos los horizontes. El físico, con la vista que te llega hasta el otro lado del mar, y el del alma, que conecta con los alcornoques del bosquecillo y los pájaros y los bichos que lo pueblan en un mundo que se presenta como si no tuviera límites. De pronto me siento armónico y conecto con el espacio abierto y el ancho caos del Universo que siempre me recarga de energía. Algo hay en el aire de esa geografía que siempre me positiviza. Se puede comprobar el paso del Sol por el cielo que marca el giro del Planeta. Si quiero, juego a captar los órdenes astrales que ha ido sobreponiendo en el lugar la cadena temporal a lo largo de las eras de su historia. Los plásticos cambios de signos y bosques y cultivos alternándose en una estructura siempre de base cortijera. Aunque parezca que aquí el Tiempo está parado, se mueve con la misma cosmología que en el resto de los sitios. Verlo como en un vídeo acelerado me resulta siempre una maravilla. Luego vuelvo al pueblo y de que entro todo se empieza a hacer pequeño, estrecho, limitado. Y la presión de un molde inexplicable me va obligando a recortar la libre reacción de mis sentidos. La propia ordenación arquitectónica lo hace. El urbanismo de la cashba se basa en usar la estrechez del apelotonamiento para ahorrar esfuerzo constructivo y mantener fresco el férreo simplismo de la tribu familiar frente al infinito abrasador del Cosmos que todo lo relativiza y lo dispersa. Dentro de su demarcación, el Tiempo se lentifica tanto que casi se podría decir que se detiene en una estrechez de miras patológica que trata de prolongarse igual todo lo que pueda. Luego entro en mi casa y todo vuelve a abrirse como en el campo de arriba de la sierra. La presencia de los moldes se queda a la puerta amenazante sin haberme podido encajonar. Dentro no sólo no tienen lugar sino que están abiertas todas las ventanas a los vientos de todos los tiempos y los sitios. Mientras subo la escalera que va a mis aposentos puedo irme paseando por la China de la primera glaciación. O sujetar las normas de mi vida a las de una época en las que la hipocresía aún no se había inventado el horror de la justicia para hacerse con el mando por la fuerza. En esta limitada cantidad de metros cúbicos que habito tengo metidos cualquier mundo posible y es la única patria que, al no tener bandera, puedo reconocer como decente. Ahora aún son más grandes sus confines porque tengo una antenita en la terraza que me tiene conectado a la nube digital. Ah, que sería de mí sin ella ahora. Pero, no sólo de mí. Qué capa de muermo caería sobre nuestra Cultura si se apagara de repente esa tecnología. Sería el principio que acabaría trayendo el imperio de los cinco jinetes del Apocalipsis. Cinco. Porque ahora hay un quinto, el Aburrimiento, que sería el más peor.
Pero de pronto algo me dice, aquí y ahora, en esta habitación evacuatorio donde te escribo a través del emisario de mi ordenador, que estas nuevas ondas influyen en la realidad de forma más compleja de lo que parece. Y me voy por un momento mentalmente a la zona de los techos para echar un vistazo a mi alrededor, y miro y veo que no estoy ya sólo yo en el Barranco en tener una lucera mágica como está a la que ahora tecleo divinamente conectado con todo lo visible e invisible. El Genio de la Lámpara juega del lado del Mercado y está vendiendo su codiciado invento al mayor número posible de postores. Me pongo a contar las ventanas que emiten en la noche la típica fluorescencia del frío paraíso virtual y son ya varias, tal vez más de las que me imagino. Y entonces cobra en mí un sentido distinto esto de la sagrada amplitud de miras que siempre he instalado yo en mis dominios con empeño, pillando aquí y allá lo que me ha parecido interesante. Mi covacha es diferente, sí, porque no solo no admite casillas familiares que impongan raquídeas costumbres de ninguna tradición, ni suciedad alguna de ningún tipo de idea disfrazada de cosa colectiva, sino que busca el detergente de nuevos pensamientos que sirvan para limpiar los rastros de ese tipo de excrecencias y zurraspas. Pero en muchos de estos hogares de la zona, en que antes sólo titilaban por las noches las lamparillas encendidas a las vírgenes de yeso que se llevaban por semanas de una casa a otra en una cajita con vitrina, ahora se agita, quién sabe si todavía al lado de ellas, el seleno resplandor del cristal líquido de las pantallas tefeté. Y pienso en el chorro de información con que cada uno irradia la república independiente de su santísima opinión mientras se las adora, siempre creyendo que lo está haciendo sólo dentro de lo que cree sus gustos ancestrales pero al fin tan expuestos al impacto de cualquier nueva influencia como yo. Qué conmociones estarán creando las películas de la televisión. Qué les dirá Google cuando quizás se pongan, en una hipotética búsqueda atrevida, a preguntar por teta, pis, o culo. O a lo mejor va y lo hace alguno tecleando Coño y acaba teniendo ante los ojos el Chocho peludo de Courbet que encabeza mi texto sobre la primordial palabra hispana. Y entonces resulta que logra meter mi vecino no solo la oreja física, que ya tiene metida en mi vida por analógica proximidad, sino también la digital, en la intimidad extraespacial de mi retrete, después de haberse ido transubstanciado en bits a olisquear hasta a tomar por culo por las ondas del Espacio y volver, desde no sé bien qué centro neurálgico que se llama servidor, a materializarse otra vez a pocos metros de mí, a la velocidad de la luz, con el mensaje que yo mandara aprovechando la deriva virtual, pensando en alguna playa de Orión, metido en la botella de su monitor, ante sus vidriosos ojos.
Y al verres. Porque del mismo modo puedo acabar encontrándome con el suyo metido, yo, en el mío.


La foto está sacada de http://planocreativo.wordpress.com/ , y su aparición es otro ejemplo de la interconexión informativa que lía la informática. Buscando en google imágenes alguna imagen que respondiera a “mundos concéntricos” caí ahí, en esta página que resultó ser no sé si de Jodorowski o de algún ente adorador de él. Bueno, la foto me hizo tilín para el tilán que buscaba. Y el Jodorowsky... Bueno, es diferente, desde luego, dentro de toda esa basca que anda en el mercado de la autoayudería, en su caso juntada con la magia lo psico, la cultura, y el morro a lo genial. Porque algo tiene de genial en el morro que le echa, al modo más estrictamente daliniano. Yo he leído poco de él, partes salteadas de un libro que se titulaba no sé que de la realidad. Me hicieron gracia cosas, pero sobre todo un cita que tenía de introducción. Decía más o menos: “Algún día llegaremos a entender que la ciencia no es sino una especie de variedad de la fantasía, una especialidad de la misma, con todas las ventajas y peligros que la especialidad comporta.” Era de El libro de Ello, de un tal Groddeck que al parecer fue el médico de Bismarck. Y ahí me tienes ahora intentando buscar el libro del menda, a ser posible por el morro. Lo que te digo, espiralidades.


1 comentario:

kikidaki dijo...

Por un momento he sentido el airecillo del barranco y el olor de tu cocina, a pan y a risas.