15 mar 2008

Rollos matutinos 5


El ojo real.

Hay situaciones, que pueden ser profesionales o casuales, buscadas o encontradas, que por sí solas sacan las realdades fuera de lo establecido de cuajo. De forma por completo incuestionable. Y las ponen en un punto de vista..., vamos a decir... peculiar, cuando no dentro de la realidad más brut nature que pueda imaginarse. Sí, se me ocurre por ejemplo la de un médico que podría ser real. Es decir, el médico que le eche un ojo a la Reina al mal de almorranas que, por ejemplo, sufriera o sufriese. Ese tío, en ese momento, en esa situación, en el ejercicio de esa su cualificadísima profesión, enfocando con pericia la estructura social con ese punto de vista tan puntualmente concreto y de una totalidad tan absoluta sin embargo. Hummm... ladéese un poco más hacia la izquierda, alteza (o quizás se debería decir majestad), que pueda yo examinar bien la zona afectada, así, así está muy bien, gracias alteza. Y ella que igual calla privada de toda altanería en tan, cósmicamente hablando, cruciales circunstancias, que quizás le dice que por favor no emplee los tratamientos debidos al protocolo por su rango en esos precisos momentos tan realmente duros, en el que el único tratamiento que espera ansiosa de él es el que le cure ese horror que sufre en regio silencio. Y él que quizás le responde que por dios, alteza, qué buen humor tiene usted siempre, mientras aparta los reales cachetes con las manos en los guantes de fino látex y agudiza el ojo para centrar la vista en la valoración pericial del estado exacto de la inflamación varicosa que sufre la corona circular del agujero negro del realísimo culo. Qué especial situación para mirar la relación súbdito rey, ¿verdad? Pues a eso me refiero, o quiero referirme. A esos puntos de vista accidentales, tan infinitamente variopintos y frecuentes, donde la puta realidad subvierte el montaje vano de lo sagradamente establecido sin dejar lugar a dudas, (¿o es cierto que lo accidental no existe?), como si fuera una bomba silenciosa que resquebraja sin remedio la convicción más firme en las convenciones más estructurales con un pum tan sordo como irreparable. Aunque el convencionalismo haga enseguida como que no pasa nada y consiga que la farsa continúe tan tranquila ejerciendo sus funciones fuera de peligro.

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