19 dic 2010

Rollos matutinos 46



Limtónic


A veces lo hago sin pensar, pero otras veces me recreo en la riqueza que supone. El cortar la rodajita de lima. Para echársela al vaso con la tónica y el hielo. Hace ya mucho que no bebo y ponerme una tónica por las noches me da no sé qué regusto de beber algo que entona, con el clinquirinclin sugerente del hielo contra el cristal del vaso. Y la rodajita de lima, traída con presteza para mí desde algún lejano lugar de Sudamérica, más que darle el toque sibilino de sabor tropical que le da, como que le pone al vaso el punto que necesita, para parecer más copa o lo que sea. Y a veces lo hago sin pensar. Lo de cortar la rodajita. Pero otras me regodeo en el lujo que eso me supone. Y en la energía vital que exige ese traslado. Y me figuro mientras lo hago al malasalariado que ha recogido precisamente ese verde fruto mío en un campo tropical concreto y a todos los que me lo han ido acercando a través de medio planeta, recreándome es sus posibles personajes y los de sus proles y amores y amigos y enemigos engarzados como en una baraja de existencias. La escala abarca todo tipo de clases. Puedo por ejemplo centrarme en los braceros y otros elementos pertenecientes al sector de peones campesinos. El patrón. Los capataces. Al fin, aunque sin duda con ínfulas de mando, tan cutres muertos de hambre como ellos. O en el transportista camionero que atraviese carreteras perdidas por la selvas, quizás también conjugando en su camión mi lima con rollos cocaleros, por qué no, a lo mejor incluso del sector de negocio de la DEA, y con alguna o¿ene?gé de tráfico de armas pacifistas que sirva de perfecto interconector. O en el que carga y descarga las cajas en las grupas de ambos lados. Y así hasta llegar al pobre chaval de empleo precario y futuro en crisis, más perdido que el lucero del alba, que no sabe al despuntar si es de día o de noche, que me lo pone en los estantes del Alcampo. Este último eslabón de la cadena se suele cubrir con autóctonos de barrios periféricos y, cada vez más, con manos de obra baratas de origen emigrante, que llegan hasta aquí importadas por un tubo por el efecto suctor que generan los frutos de las limas y las vainas al abarrotar los mercados de nuestro bienestar, para que en el final no falte quien me las ponga a mano para que yo las coja. De una en una o de a dos como mucho. Porque no es cosa de gastar más que unos céntimos, y las rajas con las que me agasajo son tan finas que con una pieza tengo para un montón de noches y de tónicas. Pero también puedo pensar en los agentes de nivel más alto del reparto de este grupo raptor que consigue traerme encajado al exótico limón que ahora corto en rodajas, desde su cálida rama a mi bien surtido frigorífico. Ese piloto de avión al que le aburre ya estar saltando supersónico siempre encima del mismo océano. O ese accionista de vete a saber donde que ha metido con un clic de ratón su pela sin color en esa actividad de la que sólo sabe su rentabilidad segura, poniendo a vibrar con sus ganas de ganar sin hacer nada el frenesí de cuantos que hace posible la magia de que yo tenga ahora aquí la concreción del cítrico en mis manos, y corte la rodaja y la ponga en la copa sin alcohol dando un poco de gusto sugestivo a mi felicidad en el fondo un poco sosa. Sintiéndome por un instante el más rico del mundo, con toda esa labor currando para mi tonto detallito. Y diciéndome de pronto que tal vez sería interesante poner este flash que me ha dado el corte ácido del redondo objeto de mercado por escrito, por si pudiera tener algún tipo de interés trascendental, o lo que sea, para la cognición global o para su puta madre.

La foto es de un envoltorio de caramelo, de la marca Maoam, que está levantando ampollas en padres europeos que lo tachan de pornografía dirigida a los niños. En fin, tú mismo.

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2 dic 2010

Rollos matutinos 45



Fotografías


Hoy ha sido un día de puta burocracia. La burocracia siempre me resulta puta. La de hoy ha sido en los juzgados, que son un sitio que en lo moral tienen como los hospitales en lo físico ese olor extraño a hez, de lugar poco recomendable para la salud. Por eso tienen esa pátina enfermiza en la tez los médicos y los abogados. En realidad era mi tronco el que tenía que preguntar sobre los trámites del trámite de su nacionalización en el registro civil (dice mucho que esté metido en el mismo saco lo de los registros civiles y la cosa de la judicatura), y yo no he entrado ni siquiera. Me daba pereza tener que pasar el control ese del arco detector de posibles armas terroristas y el escáner mira macutos en busca de lo mismo, que son consustanciales a las puertas de estos sitios. Así que me he quedado fuera esperándole a que él acabara de hacer cola. Siempre están estos malditos sitios plagados de gente que hace cola. Como el mostrador del registro está justo al entrar, y no hay muros opacos que cierren la vista al interior, veía a mi colega desde mi puesto de espera en la entrada. Le quedaba media hora por lo menos. Y a mí más de lo mismo. Así que me he dedicado a hacer fotografías para alegrar el muermo. Sin cámara. La primera ha sido la del guardia civil al lado del escáner y del arco busca armas terroristas. Era un ser anodino y cincuentón vestido con el uniforme verde pardo que todos conocemos, con un aburrimiento encima de los que ya ni siquiera parece que le pesen a uno, pero que en realidad le tenían apagado hasta el tono pardo del uniforme verde. Hay momentos en la vida en los que ya no hay ilusión ni para aburrirse, he constatado. Debía estar ya cerca de la jubilación. Toda una existencia dedicada al cuerpo había pasado por él. No tenía duda de que mejor estar allí que haciendo servicios por las calles. Desde mi puesto podía meter el objetivo de la mirada a lo largo del amplio espacio interior, hasta la entrada a las salas de los juicios que lo cerraban con un par de puertas en la pared del fondo, donde se apelotonaba un pelotón de gente esperando la triste circunstancia de que los jueces dispusieran que era el momento de disponer a ver qué disponían con sus dramas. Aún de lejos se podía oler la angustia nerviosa del momento mezclada con el sopor que siempre tienen las esperas, largas y tensas en asuntos judiciales por definición. Sin embargo, pese al nerviosismo y la inquietud que lógicamente les tenía el culo inquieto, se forzaban en forzarse a estar tranquilos. Sólo cuando en vez en cuando aparecía un ujier en una de las puerta saltaba un revuelo de atención entre la parada espera de los desesperados esperantes. Entonces, los que tenían la orden de pasar al circo justiciero pasaban, y el resto seguía esperando otra vez sumidos en la falsa tranquilidad que trata de imponerse el que sabe que la cosa va pa’largo. Algo pasaba allí que el Tiempo, como el polvo, parecía retenerse por unas leyes físicas sólo vigentes en la particularidad del interior del edificio. Pensé lo que debía de ser trabajar todos los días en ese agujero negro donde ni siquiera la luz de la verdad podía escapar a la gravedad de la justicia y me dio un escalofrío por la espalda. Salió de dentro un grupo, sin duda familiar, que se puso a mi lado y encendieron cigarrillos. Eran tres. Una mujer con pinta de ama de casa de baja economía y alto estrés nervioso, en la segunda mitad de sus cuarenta, y dos en plena juventud pero también de fábrica vulgar. Un tío y una tía. Todos se pusieron a fumar con ansia nicotínica. No se podía saber si eran hijo y nuera o madre y yerno o tía y sobrinos o nada de eso. Pero los lazos de unión debían de ser sin duda familiares. “Ella lo que quiere eh quedarse con la niña, que tiene vintisiete meses y qu’ha sío ella la que la críao- decía la figura materna entre caladas rápidas y ansiosas-, que con el niño no se puede quedá porqu’ha pasao ya cuatro veces por el hospital y no puede ella hacerse cargo de tanto, que eso lo tienen ellos que comprendé. Y eso eh lo que le tenemoh que decí ar jué ahora cuando noh pregunte a nozotroh... que ella con la niña se tiene que quedá, que eh zuya...” Los otros dos fuman y asienten con frases cortas de confirmación la declaración inquebrantable que se están repasando. Al otro lado del amplio soportal de entrada, de estilo lineal y posmoderno, del cúbico edificio de ejecución barata con presupuesto hinchado, y alta escalinata de lado a lado del ancho total de la fachada, salen otros también a fumar y hacer algo que les distraiga un poco para volver a entrar adentro a esperar que les llegue las vistas de sus causas. De esos no me llegan rumores de sus preocupaciones y sus aspectos son tan del montón que ni siquiera impresionan la película de mi imaginación. Poco más hay que observar siquiera. Mi tronco sigue aún esperando su turno y le faltan todavía varios cuerpos para llegar a llegar al mostrador. Hasta el tedio se hace sentir mediocre de repente. Miro desde arriba la placita de la calle a la que da la escalinata, que por su nueva construcción podría ser la de cualquier ciudad de no ser por una callecita que sale a mano derecha y que aún conserva las casas pequeñas que un día formaron el barrio pobre del pueblo pescador. De pronto llega un coche de la policía que aparca al pie del centro de la escalinata. De él se baja de inmediato un maniquí de ultima generación de maderillo, que con movimientos rápidos y uniforme flamante, a medida y replanchado, abre la puerta de atrás para que salga un reo. El chaval es un chulo que se sabe guapo, con el pelo bien cortado a cepillo y aire bueno de malo, que desde que pone el pie en el suelo lo hace con aplomo remarcando dignidad todo lo que puede, paquete y culazo marinero, músculos macizos de curvas suaves en camiseta y vaqueros como guantes, sube la escalinata como un dios esposado con las manos por delante mostrando su presencia tranquilo como en una pasarela, con la cabeza muy alta y un aire indiscutible de desprecio por todo lo que pueda ponerlo en entredicho, al agente le azoga el papel que le toca e intenta trás él apresurarlo con nerviosismo enclenque, pero es el detenido el que en verdad le marca el ritmo de su triunfal entrada como protagonista. Enseguida se ha perdido conducido por las escaleras que llevan al segundo piso, pero su paso ha dejado algo puro como un destello de luz en un charco de lodo. Sería un buen argumento que el juez que lo condena se estuviera haciendo pajas con él la vida entera, mientras que sus hijos estudian en un colegio concertado, religioso y bilingüe, con el dinero que le reporta la actividad que le castiga. Por fin sale mi tronco y dice que no es allí donde hay que hacer la entrega de todo el papelorio, sino en el ayuntamiento del Barranco, que luego ellos se lo mandarán allí. La burocracia es simplemente algo que no puede ser simple por cuestión de reglamento. Salimos y nos vamos camino de la playa. Paramos en un bar que ponen buenas tapas. Nos ponen cuatro pescados de a cuarta con un par de cervezas. En el bar no hay casi nadie. Solo nosotros y un tipo terronero carrocilla y triponcete con cara de haberle dado en su vida mucho al vino, que se está metiendo un campanazo de tinto en copa alta con un plato de callos, repantingado encima de un taburete a mi lado con mucha parsimonia. Está metido en conversación con los dos camareros de la barra, de veintipocos uno y de treinta y algo el otro. El tema era sobre las calles del pueblo. Que no están en condiciones, que tienen muchos agujeros, que no podía ser así tener calidad en el turismo, que hay que ver que no sirven de nada todo el personal de los ayuntamientos. El diálogo es en ese tono en el que las dos partes están totalmente de acuerdo y sólo se habla para añadir más leña a lo que ha dicho el que ha acabado de hablar. El camarero más joven dijo mientras repasaba con energía un trozo de barra con un trapo: "pues el otro día se la tiré bien al alcalde, le dije, ¡hace falta un tanque para andar por las calles!, así se lo solté, sí hombre sí, que piense lo que quiera". Y yo me dije que qué ejemplo tan vivo de ejemplar joven de abundius sumisus operario, siempre tan temerosos de ofender a su destino de humildes servidores. Después siguieron hablando de que todo era una mierda y un engaño, como eso de que a ese, que tenía una paga por algo que tenía en el corazón, le hubieran puesto de protección civil haciendo guardia por las playas. Qué iba a pasar si un día tenía que salvar a alguien que se estuviera ahogando y le daba un ataque a él. Cómo iba a ser eso. Hombre por dios. Además tenía ya más de cincuenta años. Con toda la gente joven que hay en el paro, ponerle a él, en un puesto así, que encima está cobrando por inútil, ¿no es eso una vergüenza? Pues así pasa con todo. Pues eso es. Pues eso. “Pues el otro día- dice el camarero joven-, creo que uno le dijo que cómo podía él estar ahí con tantos años y creo que contestó que eso era igual, que el estaba más fuerte que muchos jóvenes, y eso que está el tío cobrando una pensión.” “Pero cómo va a ser iguá- dice el cliente del vino desde su repantingue, hablando y masticando con pachorra-. ¡Cómo voy a ser igual yo que tú, que tienes la polla to’l día pegá al pecho, que a ca’trallazo que te mete cuando intentas aseparartela te jace un hematoma!” Me sorprendió la palabra hematoma en ese contexto, soltada por una boca tan encallecida. El camarero joven ríe la gracia un poco turbado pero acariciándose secretamente el regocijo de estar en la sazón de la dureza adulada por el tarra picardón. El otro, mientras se rasca y pellizquea con largueza la entrepierna, con mano inconsciente pero precisa y conectada al intelecto, asiente diciendo algo así como que no hay derecho a que le den esos trabajos a gente que no está en condiciones habiendo otros que están hasta que mucho mejor preparaos que él. Al cliente, el aludir al duro objeto productor de hematomas juveniles le ha calentado cierto resorte antiguo en la cabeza y repite la gracia para saborearla una segunda vez, “cómo va a ser. ¿Cómo va a ser lo mimhmo, hombre?, que un chaval de veinte años que la tiene pegá al pecho tol día que no para de jacerse hematomas.” Sí, otra vez con hematomas. Y enseguida, en cuanto que los otros cumplen su papel en la escena con un par de cortos comentarios, lo vuelve a repetir, esta vez poniendo la dureza del pijo en el pecho de su hijo, contando que era como el otro día que iba con él por la calle y un conocido que se encontraron les dijo, estás tan joven como él. “Cómo va a ser- dijo con la boca llena de callos-, Cómo va a ser igual yo que él con veinte años, que tiene el pecho lleno de hematomas y yo... si es que me los hago en algún sitio será en los muslos. Cómo va a ser que me vengan a mí con que...” Y a mí me llamó más la atención la obsesión del tío con el término hematoma, que verle el gustillo que sacaba de soltar por su boca, entre los callos, a todo el que le oyera, el tibio encandilamiento que le producía figurar los perdidos trallazos de esas jóvenes vergas pegadas a los pechos henchidos de potencia semental de forma cuasi dolorosa. Por fin se cortó de seguir con ese palo y cerró la faena del discurso rebañándose lo último del plato de los callos con un migajón de pan y dándonos una explicación de qué era lo que en verdad pasaba en esta vida. “Esto en una piara de guarros- dijo plantando en el lado de su izquierda la copa que había vaciado hacía un momento-. Y esto es otra piara igual que la otra pero en otra cochiquera. Todos los cerdos son iguales- siguió diciendo mientras plantaba al otro lado la copa llena de vino que le acababan de poner-. A estos- dijo señalando a una-, les echan de comer todos los días tres o cuatro veces todo lo que pidan. Pa que lo tengan sobrao. Y a estos otros no les echan na más que si acaso una vez a la semana. Estos están to’l día callandico y no se les siente decir esta boca es mía. Y estos sin embargo están to’l día gruñendo y no se están quietos ni un momento y si un caso llegan hasta a comerse los unos a los otros. Ahora coges y sin cambiar los guarros cambias la política. A estos les hartas de comer y a los otros les dejas a dos velas. ¿Que es lo que pasa? Que los que gruñían se quedan tranquilicos y los que estaban tranquilicos no paran de gruñí. Pues así es to y así son los políticos. No hay más secreto que ese.” Sentenció el tío con todo su cuajo, sin haberse movido un milímetro de su repanchingue en la banqueta.
Los camareros reían la gracia mientras nos cobraban, con un así es sí señor y qué bien clarito que está ahí todo explicao, y nosotros nos fuimos dejándolos allí, en la gran palestra de la filosofía que es el mundo de las barras, espejo gráfico de lo que es la vida, donde cada cual juega como una ficha en el lado que le corresponde, según las sociales circunstancias, y el tipo de hematomas, que el tiempo hijo de puta tenga a bien marcarles en el momento inapelable del destino que es la sucesión del cruce del aquí con el ahora.

La foto es de un tío que encontré por casualidad y que se llama Vladimir Artazov, genial. Busca en la ré verás.

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10 oct 2010

Rollos matutinos 44



Razón social


Estamos hablando sobre los pringues. Después de cenar. Yo y mi tronco. Unos tallarines orientales al wok. Con sus verduras y su poquito de salmón y su salsa tai-hot. Riquísimos. Y entonces, mientras le damos para rematar a un quesito francés con unas tostaditas y un vinito de Navarra tan bueno como barato, digo yo que así nos las dé todas la crisis. Previamente mi compadre me ha contado de que si existen todavía los contratos de trabajo fijos. Yo le he dicho de tirón que en eso hay tal lío que ni dios sabe lo que hay, pero que de fijo, fijo que ya no queda nada. Porque no tengo ni idea del follón que se tienen montado con eso de los cien mil tipos de contratación, pero tengo muy claro que se lo han hecho así de lioso para aumentar la posibilidad de hacer con la gente lo que quieran. Me explica entonces como ejemplo de su duda que el Fermín, que lleva trabajando para el ayuntamiento tres años, no es fijo sin embargo. Porque parece ser hay una coletilla en las estipulaciones que dice que aunque no cierre la empresa, si cambia de actividad, pueden despedir y volver a contratar cuando lo quiera. Ya no existen las indemnizaciones por despido. Dice mi colega. Claro, digo yo, desde hace ya mucho tiempo. Y menos todavía que quieren que existan ahora. En realidad esas cosas están mucho peor que cuando Franco. Entonces él dice que menos mal que él no ha pringao mucho. Y yo le doy un traguillo al vino, que le pega con unas lonchas de lomo a las finas hierbas que me acabo de comer, y le digo que esta tarde precisamente, mientras subía con el coche de la playa, se me ha ido el santo al cielo pensando justamente en eso. En que quizás no habremos hechos grandes cosas en esta vida de la que hemos tirado eso que se dice el tiempo del núcleo productivo como un anillo al agua. Pero que pringar no hemos pringao. Bueno, lo justo, para darse cuenta de lo que es. Por que otros pobrecillos... la mayoría... se han tirado toda la vida en un pringue completo. Para pagar hipotecas y criar cuatro criaturas de las que a lo mejor ni siquiera están contentos de verdad y que van a ser sin ningún lugar a dudas tan pringaos como ellos. Yo no he pringado nunca, dice entonces mi tronco categórico. Bueno, nunca nunca..., digo yo. Nunca, zanja él, tu a lo mejor sí, cuando trabajaste en la fábrica. No, le digo yo, precisamente. Ese tiempo que trabajé en la fábrica allá por los setenta en mi primera juventud son ciertamente los que menos interpreto yo por pringue. Aquello para mí era como una obra de arte. En realidad, aunque currara como los demás en las cadenas de montaje, yo estaba allí en calidad de agitador de masas. Eso no era en absoluto un trabajo para mí. Era todo lo contrario, un proceso creativo y excitante. En el fondo, más dentro de la mierda de la mística pura que de la del mundo de la producción. Sólo al final, cuando con la Transición empezaron esas ilusiones a oler a la pura mierda que eran, fue cuando me sentí currante. Pero sólo fueron seis meses y enseguida lo dejé. Recuerdo con detalle la mañana en que me levante a deshora para ir corriendo como siempre tarde a currar y me miré al espejo y me dije que aquello, levantarme antes de que me lo pidiera el cuerpo, para ir a pringar, no me lo iba a hacer yo más en la vida. Luego lo he tenido que hacer. Claro. Pero todo lo poco que he podido. Se podría decir que aunque el trabajo siempre me ha perseguido yo he corrido más deprisa. Sin embargo, de vez en cuando, me ha cogido algún tiempo entre sus cuernos. Entonces, hemos hablado sobre qué era pringar para uno y para otro. Mi tronco decía que para él quizás la diferencia era cotizar, que en los trabajos negros en que no había cotizado no se sentía que hubiera pringado exactamente. Yo lo tengo claro, pringar es siempre que curras por dinero. Después hemos disertado sobre que hay gente que consigue dinero y que no pringa. Desde luego. Eso es una de las genialidad que me frustra no haber sabido dominar. Y he recordado, mientras le daba un poco de lomo a la gata, que me lo ha pedido exigiendo mi atención con su patita desde su asiento de al lado, una anécdota de Picasso, que un día estaba en un restaurante caro y en una de las mesas unos estudiantes se encontraron con que no podían pagar la cuenta. El responsable del restaurante estaba muy enfadado y entonces Picasso lo llamó. Cogió una servilleta, hizo unos garrapatos y los firmó y se los dio preguntando si eso sería suficiente para pagar la cuenta de la mesa esa. El pringao se fue en la gloria, babeando y haciendo reverencias marchando para atrás con la santificada servilleta en la mano temblorosa. Después hemos conjeturado sobré cómo se debió sentir Picasso de divino y desde qué altura celestial debió de comprender los asuntos del valor humano y de la sustancia de la economía mundial. Y del pringue tan grande de el del restaurante. Que no hay pringue mas profundo que los del borde alto de la clase media, sobre todo si se dedican a currar para las clases altas. Y de la genialidad tan imposible que hubiera supuesto el que el destinatario de la pintada servilleta se hubiera sonado con ella los mocos de momento. Todo un tratado de psicología de mercado, de economía aplicada, y de convención social establecida, nos hemos hecho en un minuto y con cuatro observaciones. Es una maravilla cuando las cosas te enseñan sus secretos con ese desparpajo. Tan sin lugar a dudas, y sin que mate el filo incisivo del análisis ningún interés sectorial en la opinión hiriente, ni nuble la nitidez crítica del ojo puntos de vista de clase de gremio ni de profesión alguna.


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26 sept 2010

Rollos matutinos 43



Fitografía


Un amigo mío se divierte con los foros de la prensa digital, tratando de irritar a los insulsos que hay en ese tipo de debate. Dice que los mejores son los de derechas, porque son los más fáciles de cabrear y los que dan más risa. Y me contaba hace unos días que había escrito en uno de ABC, en el que patriopinachaban con las aprehensiones policiales de marihuana: “Estamosen un mundo en el que los delincuentes campan libremente por la Administración, la gente honrada vive de la economía sumergida, y los jueces y las policías se dedican a perseguir la flora autóctona”.
Y me pareció un tratado del derecho social tan completo que decidí traerlo aquí como microrrelato.
Pero hacía poco también, había estado en casa otro amigo, este francés, que hablando de que los jóvenes de ahora están como perdidos dijo: "Pero cómo no van a estar perplejos la juventud, cómo va a poder decir ningún politician a ningún chaval, ¡hoy!, que no tiene que dedicarse a vender marihuana cuando es una actividad mucho más conveniente y nada contaminante y peligrosa que cualquier cosa de las que le dicen que tiene que hacer, ponerse a gestionar hipotecas, por ejemplo, en un banco".
Y me pareció también un enunciado brillante de la seriedad que hay que tener para analizar la realidad con sensatez.
Y luego ocurre que a veces los acontecimientos se enganchan como si los entretejieran manos que saben lo que hacen. Estaba ahora yo aquí en este punto del texto cuando ha caído en mis entendederas una noticia del periódico local que ni pintada para animarme a seguir tirando de este hilo argumental. Ha ocurrido en mi municipio: Unos lituanos están con unos alicates de corte en la mano al lado de una valla de alambre, ya cortada, que circunda un cortijo, cuando pasa la guardia civil. Los detienen por posible tentativa de robo. Al día siguiente los agentes van al cortijo para hacer una inspección ocular más minuciosa del lugar. Y se encuentran con treinta y nueve plantas de cannabis sativa de dos metros de altas y otras quince más en maceteros. Preguntada la propietaria del cortijo sobre el hecho, declara que son de sus dos hijos, que viven en otra ciudad cercana. Estos son detenidos por un presunto delito contra la salud pública. Y en la misma noticia venía otra igual, en otro municipio cercano, esta referente a 30 plantas, también de dos metros de altura, también con el resultado de arresto del presunto propietario. Lo que variaba era el detalle de que, esta vez el arrestado, cuando vio llegar a los dos coches patrullas de la guardia civil a su invernadero, se puso a gritar hecho una fiera, ¡Aquí no entra ni dios! ¡Habéis venido a por la mariguana, cabrones, pero no os la vais a llevar! A la vez que se ponía a destrozar las plantas a golpes con un hacha, con tanta rabia que se había pegado un hachazo en una pierna y fue lo que facilitó su arresto.
Y llegados aquí, y oyendo de fondo la banda sonora de los juramentos y los mecagoenvuestrasputasmadres de la desesperación del pringao del hacha, te propongo ver un poco más detenidamente la película de la dura cadena existencial de la cannabis sativa y otras yerbas..
Se pueden elegir diferentes argumentos. Puede por ejemplo ser alguno de los que detiene a este pobre hombre, fumeta. O varios. Yo, que no tengo muchos conocidos en el mundo policial sé de más de cuatro maderos que lo son. Y de al menos tres funcionarios de prisiones. Además de un montón de maestros, varios médicos, inspectores de hacienda y de sanidad, y algún que otro miembro, o para ser más exacto, valga la incorrección gramatical en este caso, miembra, de la judicatura ¡Ah, y a una señora consejera de cierta comunidad autónoma, por cierto, conozco yo personalmente, que se vuelve loquita por la hierba! Por tocar sólo el palo que sujeta el gallinero del Estado, que es el que acomete, con su esfuerzo y el dinero de todos, la locura de la fitorrepresión. Entonces puedes entretener tu mente desarrollando el guión personal de cada uno de esos polis, carceleros, abogados, jueces, mandatarios..., que por un lado persiguen el cultivo y por otro pillan la mandanga. Desde el punto de vista literario no tienen ni pizca de originalidad, pero como prueba del carácter del aparato de la Ley, no tienen desperdicio. Puedes ver que entre ellos los hay de todo tipo. Desde los que, encima, ven bien, que las cosas sean como son, hasta los que opinan que habría que ir a la legalización pero se lo callan como putas. Recientemente hemos tenido ejemplos de expresidentes de gobierno y ex directoras generales de planes contra drogas diciendo por to’l morro que lo de la ilegalización es sólo un chollo para los que viven de ella. “Un largo y gloriosos fracaso” ha dicho nuestro Felipe González de esos planes que son los causantes de los hachazos impotentes de nuestro protagonista. “Un instrumento salvaje e ineficaz que no es la solución sino, más bien, una parte importante del problema.” Decía una tal Araceli, expresidenta del Plan Nacional contra la Droga, entre todo un alegato antirrepresivo, que encima usa para quedar como toda una señora intelectual. Mecagoenvuestrasputasmadres, oigo decir al propietario de las treinta plantas mientras las destroza en efigie de las que los parió. Y cuando no erais ex qué hicisteis. Llenar cárceles a cargo del gasto del estado y del aumento de la injusticia en el sistema solar planetario. Y me siento solidario con su indignación. Porque aquí fuma hasta dios pero el marrón le toca a él y a los demás la gloria. Por qué. Por que sí. A lo mejor por Karma. A lo mejor por nacimiento. A lo mejor por casualidad. A lo mejor porque no se sabe por qué tiene que ser así la vida para ser. Que es lo que al final vienen a decir todos esos funcionarios de la maquinaria establecida cuando, después de ejecutar a quién se lo ha criado, se hacen un porrito para relajarse un poco de tanta cosa sería que tienen la responsabilidad de ejecutar y que les cansa y les estresa lo que nadie sabe.
También se puede mirar la versión global del flim. Estados enteros que viven de la droga puestos por los estados que luchan contra ella con el dinero que genera el narcotráfico para ganar el poder de unas mafias contra otras. Millones de personas arrastradas por el torbellino de esa industria. Legiones de legiones de seres empleados de maderos y cuerpos antivicio, y traficas. Desde los del triste ámbito local hasta los del alto standin que inspira las series de la tele. Desde los que tienen treinta plantas en un invernadero, hasta los que mueven los giros de las leyes en los parlamentos. No hay nada más borroso que la línea que separa los buenos de los malos en este conjunto empresarial. Guerras sin fin como las de Colombia, Méjico o Afganistán. Y millones y millones de kilos de mandanga volando de un lado para otro por encima de este lío para abastecer de sobra a los mercados. No hay ningún mercado de droga en el planeta que tenga el más mínimo problema de abastecimiento. Porque en sí este sector no es sino una de las partes más importantes de la producción de bienes comerciables. Y son un mismo destino en lo universal policías y traficas. Pero por si acaso hay alguna diferencia de concepto en los bandos del invento, el dinero no tiene color. Y va todo a parar a la misma Bolsa de Valores. Y allí todo se centrifuga con el ibex y el índice dow jones.
Y a los miles de pringaos, de aquí hasta las antípodas, que les está tocando comerse el marrón al tiempo que a nuestro héroe del hacha, que les jodan. Sin ellos no habría negocio. Ni en el encarecimiento de algo que debería tener el mismo precio que el apio, ni en puestos de trabajo. Ni en la prevención, detención, enjuiciamiento, penitenciaría y reinserción, que tanta clase media alimenta y tanto millón de beneficios mueve. Pensad en un momento, el paro tan grandísimo que dejar esta película traería a la santísima sostenibilidad. Sin embargo, ellos son parte de esa masa honrada que vive de la economía sumergida. Y, si quieres ver la peli en su formato tridimensional para captar toda su locura retorcida, podríamos rizar el rizo de la observación para ver cómo a este sector de pequeños productores tampoco le interesaría en el fondo la legalización, porque entonces no tendría más gracia económica el cultivo de hierba que la que tiene ahora la de otras hortalizas. Y podríamos ver que le tocara acaso, al héroe que ahora maldice su suerte dando hachazos al aire con rabia, verse en la escena de tirar su plantación a un montón de veinte millones de kilos más en una playa, como ya he visto yo hacer con pepinos y tomates, en protesta, porque habían caído los precios por sobreproducción.
Entonces, comprobamos que esta absurda representación humana que se desarrolla en un globo que gira una y otra vez entre el orto y el ocaso, es mucho más loca de lo que parece. Y traigo en primer plano la imagen de la única inocente de la historia, la pobre marijuana, inhiesta de cogollos, hoy destrozada a hachazos y luego detenida, en este capítulo concreto de la larga serie de la criminalización que le ha caído encima de manos de la especie dominante. Precisamente por generar esa toxina aceitosa que genera como defensa de sus predadores. Y al tiempo que comprendo que todo es puta demencia, recuerdo una moraleja que creo que viene de mis tiempos de estudiante ideal para resumir esta consideración: Pero, qué culpa tiene el tomate que está tranquilo en su mata, viene el hombre y lo arrebata, lo pela lo machaca y lo mete, triturado, en una lata.
Y sin embargo…


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21 sept 2010

Rollos matutinos 42

Espiralidades



En cuanto salgo del pueblo al campo se me abren de golpe todos los horizontes. El físico, con la vista que te llega hasta el otro lado del mar, y el del alma, que conecta con los alcornoques del bosquecillo y los pájaros y los bichos que lo pueblan en un mundo que se presenta como si no tuviera límites. De pronto me siento armónico y conecto con el espacio abierto y el ancho caos del Universo que siempre me recarga de energía. Algo hay en el aire de esa geografía que siempre me positiviza. Se puede comprobar el paso del Sol por el cielo que marca el giro del Planeta. Si quiero, juego a captar los órdenes astrales que ha ido sobreponiendo en el lugar la cadena temporal a lo largo de las eras de su historia. Los plásticos cambios de signos y bosques y cultivos alternándose en una estructura siempre de base cortijera. Aunque parezca que aquí el Tiempo está parado, se mueve con la misma cosmología que en el resto de los sitios. Verlo como en un vídeo acelerado me resulta siempre una maravilla. Luego vuelvo al pueblo y de que entro todo se empieza a hacer pequeño, estrecho, limitado. Y la presión de un molde inexplicable me va obligando a recortar la libre reacción de mis sentidos. La propia ordenación arquitectónica lo hace. El urbanismo de la cashba se basa en usar la estrechez del apelotonamiento para ahorrar esfuerzo constructivo y mantener fresco el férreo simplismo de la tribu familiar frente al infinito abrasador del Cosmos que todo lo relativiza y lo dispersa. Dentro de su demarcación, el Tiempo se lentifica tanto que casi se podría decir que se detiene en una estrechez de miras patológica que trata de prolongarse igual todo lo que pueda. Luego entro en mi casa y todo vuelve a abrirse como en el campo de arriba de la sierra. La presencia de los moldes se queda a la puerta amenazante sin haberme podido encajonar. Dentro no sólo no tienen lugar sino que están abiertas todas las ventanas a los vientos de todos los tiempos y los sitios. Mientras subo la escalera que va a mis aposentos puedo irme paseando por la China de la primera glaciación. O sujetar las normas de mi vida a las de una época en las que la hipocresía aún no se había inventado el horror de la justicia para hacerse con el mando por la fuerza. En esta limitada cantidad de metros cúbicos que habito tengo metidos cualquier mundo posible y es la única patria que, al no tener bandera, puedo reconocer como decente. Ahora aún son más grandes sus confines porque tengo una antenita en la terraza que me tiene conectado a la nube digital. Ah, que sería de mí sin ella ahora. Pero, no sólo de mí. Qué capa de muermo caería sobre nuestra Cultura si se apagara de repente esa tecnología. Sería el principio que acabaría trayendo el imperio de los cinco jinetes del Apocalipsis. Cinco. Porque ahora hay un quinto, el Aburrimiento, que sería el más peor.
Pero de pronto algo me dice, aquí y ahora, en esta habitación evacuatorio donde te escribo a través del emisario de mi ordenador, que estas nuevas ondas influyen en la realidad de forma más compleja de lo que parece. Y me voy por un momento mentalmente a la zona de los techos para echar un vistazo a mi alrededor, y miro y veo que no estoy ya sólo yo en el Barranco en tener una lucera mágica como está a la que ahora tecleo divinamente conectado con todo lo visible e invisible. El Genio de la Lámpara juega del lado del Mercado y está vendiendo su codiciado invento al mayor número posible de postores. Me pongo a contar las ventanas que emiten en la noche la típica fluorescencia del frío paraíso virtual y son ya varias, tal vez más de las que me imagino. Y entonces cobra en mí un sentido distinto esto de la sagrada amplitud de miras que siempre he instalado yo en mis dominios con empeño, pillando aquí y allá lo que me ha parecido interesante. Mi covacha es diferente, sí, porque no solo no admite casillas familiares que impongan raquídeas costumbres de ninguna tradición, ni suciedad alguna de ningún tipo de idea disfrazada de cosa colectiva, sino que busca el detergente de nuevos pensamientos que sirvan para limpiar los rastros de ese tipo de excrecencias y zurraspas. Pero en muchos de estos hogares de la zona, en que antes sólo titilaban por las noches las lamparillas encendidas a las vírgenes de yeso que se llevaban por semanas de una casa a otra en una cajita con vitrina, ahora se agita, quién sabe si todavía al lado de ellas, el seleno resplandor del cristal líquido de las pantallas tefeté. Y pienso en el chorro de información con que cada uno irradia la república independiente de su santísima opinión mientras se las adora, siempre creyendo que lo está haciendo sólo dentro de lo que cree sus gustos ancestrales pero al fin tan expuestos al impacto de cualquier nueva influencia como yo. Qué conmociones estarán creando las películas de la televisión. Qué les dirá Google cuando quizás se pongan, en una hipotética búsqueda atrevida, a preguntar por teta, pis, o culo. O a lo mejor va y lo hace alguno tecleando Coño y acaba teniendo ante los ojos el Chocho peludo de Courbet que encabeza mi texto sobre la primordial palabra hispana. Y entonces resulta que logra meter mi vecino no solo la oreja física, que ya tiene metida en mi vida por analógica proximidad, sino también la digital, en la intimidad extraespacial de mi retrete, después de haberse ido transubstanciado en bits a olisquear hasta a tomar por culo por las ondas del Espacio y volver, desde no sé bien qué centro neurálgico que se llama servidor, a materializarse otra vez a pocos metros de mí, a la velocidad de la luz, con el mensaje que yo mandara aprovechando la deriva virtual, pensando en alguna playa de Orión, metido en la botella de su monitor, ante sus vidriosos ojos.
Y al verres. Porque del mismo modo puedo acabar encontrándome con el suyo metido, yo, en el mío.


La foto está sacada de http://planocreativo.wordpress.com/ , y su aparición es otro ejemplo de la interconexión informativa que lía la informática. Buscando en google imágenes alguna imagen que respondiera a “mundos concéntricos” caí ahí, en esta página que resultó ser no sé si de Jodorowski o de algún ente adorador de él. Bueno, la foto me hizo tilín para el tilán que buscaba. Y el Jodorowsky... Bueno, es diferente, desde luego, dentro de toda esa basca que anda en el mercado de la autoayudería, en su caso juntada con la magia lo psico, la cultura, y el morro a lo genial. Porque algo tiene de genial en el morro que le echa, al modo más estrictamente daliniano. Yo he leído poco de él, partes salteadas de un libro que se titulaba no sé que de la realidad. Me hicieron gracia cosas, pero sobre todo un cita que tenía de introducción. Decía más o menos: “Algún día llegaremos a entender que la ciencia no es sino una especie de variedad de la fantasía, una especialidad de la misma, con todas las ventajas y peligros que la especialidad comporta.” Era de El libro de Ello, de un tal Groddeck que al parecer fue el médico de Bismarck. Y ahí me tienes ahora intentando buscar el libro del menda, a ser posible por el morro. Lo que te digo, espiralidades.



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20 jul 2010

Rollos matutinos 41



Yo soy el que vigila el juego de los...

Del durante y del después de la final
Sudáfrica 2010 II
(el I está más abajo)


Pues al final fui a ver la Final. Sobre todo porque un amigo alemán llegó ese día a casa y me hizo ver que por qué no iba a ir a verla. Fuimos a uno de los tres bares del Barranco. Todos son grandes abrevaderos de la etilicosofía. Elegimos el que tiene un panorama más abierto, tanto al paisaje en sí como al perfil de personajes que pueblan la comarca. Claro está, no éramos muchos. Contando el camarero, quince machos, dos hembras y un bebé. De ellos, siete u ocho veinteañeros, dos o tres en la treintena, tres o cuatro en los cuarenta, y tres cincuentones. Doce españoles (tres de los jóvenes eran del pueblo de al lado y estaban sentaditos juntos y detrás), un alemán, un ruso y un francosuizo. Dos técnicos titulados y los demás cada uno con su titulación en buscarse la vida sin titulaciones. El titulado se había dedicado a pintar banderitas en algunas caras. No todos se habían dejado y algunos de los pintados no estaban del todo relajados con el peso de la marca. Dos tenían puesta la camiseta de la Roja, pero sólo uno de ellos era auténtico representante de ese tipo de hincha berreante. Este estuvo todo el rato comiéndose la tele, de plasma panorámico, dando puñetazos en la barra y berreando cosas como, ¡Ha sio roha, ha sio roha, que coño amarilla, eso ha sio roha! Excepto el titulado, que también mostraba tendencias al berreo pero que reprimía por un cierto tipo de decoro, los demás no parecían estar muy por la faena de alterarse demasiado. Se comían pipas, se bebía cerveza, se zampaban tapas. Uno de los jóvenes tenía una corneta horrorosa de esas que son típica en las hordas de forofos. De vez en cuando la tocaba pero no lo hizo demasiadas veces. El partido fue pasando más bien sin demasiada euforia de no ser por el berreoso, que no paraba y era como para haberle dao un estacazo en la cabeza. Cuando el gol, él y dos más nos hicieron el show de los saltos abrazados y del ¡GOOOOOLL GOOOOOLLL GOLGOLGOLGOLGOLGOOOOOL GOOOOllll!, con toda su parafernalia y su coreografía pero tampoco tanto tiempo. Y cuando se acabó el tiempo de juego nos hicieron lo de Campeones campeones, oe oe oe también muy completo con todas sus escenas y proclamas y canciones pero tampoco demasiado largo. Pero el resto no se puede decir que se volvieran locos. Sobre todo los tres del otro pueblo, que se estaban comiendo unos bocatas desageraos y que no perdieron ni bocado ni atención en darle al mordisco que le estaban dando, ni cuando el gol, ni cuando la victoria. Y eso fue todo.
Yo la verdad es que no sé si quería que ganara uno o otro. Por lógica me daba exactamente igual, pero me tiene un poco harto el rollo de las banderitas y todo eso que te contaba entre finales, y sabía que ese rollo macareno del mercado de la patriotización iba a ser peor si se ganaba. En cualquier caso lo que más me interesaba era ver los aspectos sociológicos de la movida. La publicidad que se ponía, por ejemplo. Hiundai, visa, cocacola, adidas, iberdrola... Me llamó la atención el que uno de los primeros anuncios inmediatamente después de la victoria fuera uno de una crema, ¡para hombres!, antiacumulación de grasa en el abdomen. Siguiendo a este vino uno, de mucha calidad de producción, de un chicle, que me hizo pensar en la cantidad tan grandísima de dinero que se tenían que estar haciendo con el eurito a eurito que pillaban de la masa de masticadores. Y es que lo masivo es siempre negocio, y nada más masivo que el Mundial. Y es que la Economía es por un lado pura mística de valores cada vez más indescifrable, pero por otro sigue siendo el mismo contar habas contadas de toda la vida. Ver el partido, donde sea, trae consigo una cantidad contablemente exacta del aumento del consumo, no sólo en lo grande, de los vuelos, de la ocupación hotelera, del gasto de los viajes de la alta y media esfera, que es en realidad a nivel global lo menos importante. Están sobre todo las masivas menudencias, lo de que si birras y cubatas o cervezas sin alcohol para ver los partidos en casa o en el bar, que si pipas, que si patatas fritas, que si snacks, que si porros y rayitas, que si esto para durante y lo otro después pa celebrar..., el va y viene de esto y de lo otro, por todo el mundo, que supone una consumición que arroja cifras exactas de dinero que si pudiéramos tener conocimiento de ellas íbamos a alucinar. Están también las chuminadas, las banderas, las bufandas, las bragas, cinturones, calcetines, camisetas, llaveros, ceniceros, pegatinas...
El fútbol vende y ha habido desde ofertas de devolución de los importes de las teles de plasma gigantescas, compradas en los meses del mundial, hasta bancos que te daban el doble de interés por un tipo de imposición de capital si ganaba la selección de tu país. Zapatero confesó que se le habían saltado las lágrimas cuando sonó el pitido que marcaba la victoria, y en su caso no era para menos. Dicen los expertos que esto trae un aumento del PIB y que no es chico. Que si crecimiento del turismo, que si reflejo económico de la imagen de España ante el mundo mundial, que si ingresos por hacienda por el monto de las primas y de la publicidad relacionada con la Roja, que si aumento del consumo por la euforia de la población que se relaja y gasta más, que si parte de la colada de la inmensa lavadora de alguna manera con la victoria queda en casa. Así que todos contentos. Los fachas reveníos porque Españia Españia. El gobierno porque el espíritu de la selección es fiel reflejo de la aportación de la España moderna y plural a la cultura universal y todo eso. Los de la izquierda porque también les mueve por ahí por los fondillos la cosa nacional que al parecer es lacra tan raquídea que no deja a nadie intacto por completo. La masa, por la orgiástica ocasión de balitar gozosa en una peña unida.
Más puntos de vista para mirar el Mundial: es fácil imaginar lo que sintieron los jugadores, uniendo, en ese instante de gloria, lo impagable de sentirse dioses allí en medio de aquel soberbio altar de la tecnología humana atestado de adoradores rugiendo chorros de energía colectiva, de la que ellos eran a la vez polo causante y receptor, con el vil placer de la materialidad de los 600.000 euritos de prima por cabeza, que es una mierda comparado con lo que les va a caer a lo largo de unos años por sueldos a su fama y royaltis por el uso de su éxito. Pero imaginemos cómo ha sentido el ego, por ejemplo..., el arquitecto creador del superestadio que ha dado cabida al evento. O cada una de los miles de putas internacionales que han ido a hacer su apaño con el acontecimiento. Y los grandes accionistas que han logrado llevar a sus albercas el grueso del chorro de dinero. También los diferentes drogotraficantes grandes y pequeños, cada uno con su historieta particular e intransferible para pillar lo que pudieran poniendo su granito tan ilegal como imprescindible. Ese mismo tipo de historieta pero mirado con los ojos de uno de los 41.000 policías que ha aumentado Sudáfrica durante los partidos. El trapicha normal y variopinto que ha aprovechado la ocasión para hacer negocio, vendiendo helados, bocatas, o recuerdos africanos, tallados en falsas maderas protegidas, o con fotos incrustadas de Mandela. O el cura holandés que hizo una misa en su parroquia para que ganara la Naranja y que le cayó la negra al ser destituido porque si algo la iglesia no consiente es que se ande uniendo su dios a perdedores. También se podrían sacar cachondas conclusiones comparando los distintos tipos de mundial del niño de la zona euro y el de un poblado africano que juega al lado de la choza a colar penaltis entre dos palos clavados en el polvo, descalzo y con una piedra gorda más o menos redonda. Luego se puede uno parar a ver los casos de la mediocridad mediana, esos millones de mediana clase, mediano sueldo, mediana felicidad, mediana inteligencia, mediana capacidad de discernir las cosas, que nunca sacan de verdad los pies del plato y que son los que en verdad llenan las calles. Aunque no te lo aconsejo, no son todos iguales como de entrada parecen, y hay incluso algunos atractivos, pero al final son mundos iguales de aburridos.
Y desde luego, hay que mirarlo con los ojos del famoso pulpo. Paul. El adivino. Cómo no. Que desde la pecera de un acuario alemán nos ha dado, cósmicamente hablando, una medida exacta de la sandez humana, que es tan grande que hasta puede llegar a tener un cierto tipo tonto de sosa gracia. ¿Se le dará la libertad como se ha dicho? ¿Será vendido a un rico excéntrico para ser comido como el más exclusivo y caro pulpo a la gallega del planeta? He leído que el zoo de Madrid quería traérselo, pero que en Alemania han dicho que no, porque es la principal atracción del suyo, y que se ha convertido en algo así como el famoso delfín Flipper. Mi amigo alemán me cuenta que su fama ha extendido enormemente el interés alemán por el pulpo, por el que antes no tenían ningún gusto gastronómico y que ahora es el reclamo de moda del menú de todos los restaurantes. Su popularidad ha traído la ruina a los de su especie. Así es como funciona el Universo.

Por fin la algarabía patrifultbera como cualquier otra ha pasado. Pero veo ese montón de trapos bicolores ahora guardados por las casas esperando latentes la ocasión para ondear por algo. Si están en el cajón es más fácil que salgan. Y por ahí va lo que no me gusta de la historia. Me lo confirma oír a un nacionalista virulento del canal de Intereconomía en un debate, poseso de patrio sentimientos, soltando entre perdigones: ¡hemos superado por fin nuestro complejo, hemos descubierto el gozo de disfrutar de nuestros símbolos, de nuestra identidad, de nuestra bandera, de sentirnos orgullosos de ser... Y así hasta que cambié de canal lo más rápido que pude, dejando en las ondas el paquete de su opinión ferviente sin esperar a que cerrara el signo de admiración de su proclama. Sin embargo, también ha dado casualmente la ocasión causalidad de verse envuelta la Nacional Enseña con otro tipo de paquetes mucho más cojonudos, como el de la foto de El País, pasando a ser pendón también de un orgullo diferente, de ambiente más sano, más noble, más jocoso, menos fariseo y muchísimo más alegre y divertido, que la ha mezclado desde con el abanico de color republicano, y el toro pata negra de cartón, hasta con la revolución de usarla para enseñar bikinis con dos sexos en un body. Lo que la ha desagraviado un poco del rollo chungo que siempre le ha marcado con firmeza la sombra de las flechas del yugo de seguir, ¡firmes!, el caminar del Sol sobre un mar de leches y coronas poco claras entre columnas de Plus Ultras que aún están bajo el espectro del negro pajarraco de la una grande y libre, que por figurar figura hasta en el ejemplar firmado de la Constitución. También ha sido un alivio para ese tufo de triunfo nacional la continua muestra de frescura de los chavales de la Selección, como cuando su portavoz, que alzando la Copa para empezar el chow de la celebración gritó, ¡esto lo ha ganado este equipo de cabrones, que son los mejores colegas del mundo, aunque a veces les gusta mucho dar por culo! Fardando alegremente ante Madrid, ante todas las españas y ante el mundo entero, de lo contentos que estamos los españoles con nuestra lengua sucia. Sí, por una vez está bien dicho todos, porque en esto, al contrario que con las banderas y esas polladas de colores, el consenso es total, y los que dicen que ellos no, son, además de malhablados mentirosos. Porque aquí hasta el Rey se identifica con las palabrotas. Y..., por cierto, otra cosa que ha dejado patente este mundial es que está más chungo de lo que nos dicen. ¿Se acercará la coronación del Príncipe y la Gacetillera? Porque esa va a ser otra buena ocasión de hacer observaciones sociológicas.

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Rollos matutinos 40




Yo soy el que vigila el juego de los niños

Escrito entre finales
Sudáfrica 2010 I



No es que no me guste. El fútbol. Que no me gusta nada. Es sobre todo que veo como se cuece en sus altares un rollo raro que no es que me parezca malo, es que es algo así como la madre del malrollopadre de todos los malrollos del tinglado social este. Sí. El caldo ligero que hincha el alma del forofo futbolero tiene los mismos ingredientes que el brebaje espeso que alimenta la fe que enquista y aglutina la unión tribal y enardece los patriotismos y da testarudez a las religiosidades. Y son también los mismos chefs los que lo guisan y el mismo tipo de chamán el que los administra con la misma cuchara. Hoy día, encima, al igual que los paraísos fiscales son imprescindibles para que el capital pueda cumplir sus funciones económicas sin remilgos racistas de colores, la capitalización del fútbol es el mejor detergente para la sagrada lavadora que limpia fija y da blancor al dinero que se ensucia de currar en los mercados naturales que mueven el Sistema. Y, al mismo tiempo que transforma deportivamente las feas manchas de la humana praxis en olor de multitudes a gloria olímpica divina, consigue que adeptos y devotos olviden sus desgracias felices en la euforia de ser muchos siendo así y que, al mismo tiempo que están entretenidos se enorgullezcan de ser un grano más en el magnífico molino que les muele, aflojen la pasta sin sentir y se sientan parte de una masa hasta el delirio colectivo. Todo son ventajas. El fútbol se ha hecho el conductor perfecto para conectar el consumo de los consumidores con la gestión de Estado y Mafia, los dos bornes de la dorada pila que alimenta y eleva el resplandor de toda democracia, desarrollada o emergente. Sus partidos venden más banderas patriotas que cualquier grupo político, para contento de quién guste del sabor nacionalista y gloria de moros y de chinos, que son los que las venden y producen. Y con la animación de sus ligas consigue que ese espécimen mayoritario que no sabe muy bien ni para qué está aquí tenga la referencia mística de unión al carro que merece. Yo soy del equipo. Porque es el mío y yo soy del. Y este cliché de comunión con la afición al grupo es de esos valores que se pasan machaconamente de padres a hijos, de que dejan de mearse en los pañales, sobre todo si son machos, porque el fútbol es el ultimo veterano que sigue siendo, casi tanto como la eucaristía católica y más aún que la política, cosa de hombres. Tanto que en ese género profundo de desigualdad ni siquiera se plantea mirar ningún ministerio de igualdades. A veces, ese gusto por el fútbol no se logra de forma natural sino que hay que conseguirlo con determinación. Todos lo tienen, yo no puedo ser menos porque entonces algo hay que no encaja. Y entonces uno se lanza a adquirir esa pasión cueste lo que cueste. Marcos, el Jabatrueno, fue el primer caso, de estos, que yo conocí. Teníamos diez o doce años allá por los sesenta en una ciudad pequeña de la castilla franquista y, junto con Alfonso, éramos los tres colegas que más tiempo pasábamos juntos por el barrio. Jugábamos a las guerras y a las pelis y él alucinaba sintiéndose el Capitán trueno o el Jabato. Y un día cuando íbamos paseando los dos para el parque con nuestros pantaloncillos cortos, recuerdo que me iba soltando de corrido la musiquilla de las alineaciones de no sé que equipos, como para fardar de conocimientos futboleros y hacerse un autoexamen de su forofía aprovechando que yo era de fiar, yo le conté que a mí el fútbol es que me parecía una tontería que lo único asombroso que tenía para mí era esa embriaguez general absurda que ponía a la gente seria a hacer el ridículo sin que al parecer se dieran cuenta.
-Y a mí tampoco me gustaba- me confesó muy seriamente-, a ver qué te crees tú. Pero eso no lo puedes hacer. El fútbol te tiene que gustar ¿No ves que a todos los tíos les gusta? Sólo a las niñas no les gusta. Hazme caso, si no te gusta vas a tener problemas. Es muy fácil. Tú empieza por aprenderte las alineaciones y luego escucha lo que dicen. Con el tiempo te llega hasta a gustar, ya verás. Mira yo ya me sé todas las de todos los equipos de primera. Pregúntame, pregúntame verás.
Y se puso a hacer regates con un balón imaginario al tiempo que recitaba saltarín la cantinela de las alineaciones mientras seguíamos caminando por la calle hacia el parque, con una madurez tan fría que a mí me dio hasta que un poco de miedo. Por él, por la penitencia tan grandísima que se había echado encima. Porque por mí, ya sabía yo que mi destino era ser raro, y no sólo por ese interés inadecuado que empezaba a notar por las patas peludas de los tíos, que, por otra parte, estaba seguro de que no guardaba relación alguna con que me gustara o no ese deporte por el que todo se estaba empeñando en que llegara a ser fenómeno social completamente incuestionable.
Poco después caí en la cuenta de la forma tan particular que había elegido Alfonso para salvar el problema que en verdad suponía el que no te gustara el fútbol. Él, que tenía además ademanes demasiado finos. Proclamaba continuamente que lo que a él le gustaba era el baloncesto, y que además era un fororo empedernido del Club de Baloncesto del Ferrol. Sí, de Galicia. Allí, en aquella ciudad mesetaria todavía casi sin televisión, que no sabía siquiera si existía algo más allá del río que la circundaba. Se tiraba la vida quejándose de que no encontraba gente para formar equipo. Así que no tenía que jugar.
Luego fui dejando de verlos, después me fui y nos perdimos por completo. Cuando tenía yo ya veintitantos y en un barco de vuelta de Marruecos me encontré con otro tío de aquél mundo, que no veía casi desde entonces. Nos reconocimos y empezamos a recordar aquellos lugares comunes en los que él seguía viviendo ¿Te acuerdas del Jabatrueno?, me preguntó, pues se suicidó. Estaba hecho polvo, se quedó colgao. El caso es que no parece que fumara ni se pusiera de na, pero se quedó colgao con los comics, tío. Vivía como en un comics. Al final no hacía otra cosa que leer comics sin salir de casa. Se quedó colgao. ¿Te acuerdas que su madre era divorciada y vivía solo con ella?, Claro, menudo escándalo era eso entonces, Pues se murió la madre y él se suicidó.

No pretendo deducir que fuera el reajuste de la homologación lo que desequilibrara al Jabatrueno. Pero empeñarse en normalizar nuestra conducta no trae nunca nada bueno y siempre tiene serios efectos secundarios. La gente se busca la identidad grupal cargándose de marcas colectivas y son legión los que lo hacen con el fútbol. Aunque parece fácil, esta normalización es muchas veces una pesadilla de autoterapia conductista sorda, que por secreta es aún más dura y cruel. Por eso son tantos los que se pasan la vida repitiendo como loros las cuatro frases hechas de los comentaristas deportivos en las conversaciones obligadas acerca del partido, con ese énfasis absurdo y cabezón con el que creen dejar bien demostrado que además de fanáticos entienden de lo que hay que entender y que lo único que deja al descubierto es la falta total de convicción y de conocimiento. Todos son igual en su simpleza, como si estuvieran lobotomizados por el mismo bisturí. ¡El balón era de Martín, lo que pasa es que Perico hizo falta aposta para evitar el gol, eso lo vio to’l mundo menos el árbitro, pero el balón era de Martín!
Claro que algo tiene el balompié que lo hará tan atractivo para quién le guste. Estaría bueno que no tuviera nada. Como algo tienen que tener las guerras cuando van a ellas tantos voluntarios. Todo eso del juego de equipo y de la táctica y la estrategia y de la geometría aplicada en la competición y de la emoción del juego y la fuerza y la destreza del atleta prototipo, que hoy día usa su imagen metrosexualizada por los medios para vender de todo. La unión extática en el shock sacramental que produce el subidón de adrenalina de millares de cuerpos apretados en una arquitectura gigantesca, erigida como templo para el caso por la mejor ingeniería de la Humanidad, en el momento del gol. Pero a mí... No es solo que no me ponga nada de eso. Que no me pone nada. Es que lo que más me salta a la vista en el montaje que envuelve al simple juego es ese rollo malo que te digo que es el malrollopadre madre de todos los mal rollos, y que está tan presente en la intríngulis de todo su tinglado que, aunque me gustara en sí ese deporte y llegara con él al frenesí que al parecer casi todo el mundo del rebaño llega, si dejara de verlo sería, francamente, gilipollas.

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18 jun 2010

Rollos matutinos 39

Coño


¡Coño!, es: coño. No puede ser otra. La palabra preferida del español más castellano. Hoy, que juegan las instituciones de la lengua a elegir cuál es con pompa publicitaria y presupuesto cultural y ni siquiera la mencionan, más que nunca. Señores: coño. No hay otra que más esté en todas las bocas de la lengua patria ni que encierre más amplio abanico de significaciones ni que nos salga de dentro con más ganas. Coño para bien, coño para mal; coño porque sí, coño por algo; coño por nada, coño porque me sale‘el coño. Coño para cargarse de razón, coñó para recalcar que sí, para subrayar que no, para mostrar asombro, alegría, rechazo, sorpresa, indignación, extrañeza, para subrayar el gozo de lograr un logro o descargar la rabia de haberse equivocado. Para hacer imperativa la respuesta en las interrogativas: dónde has estado, dónde andas, qué te crees, qué piensas o te pensabas, qué dices, qué haces, quién es, o eres sois o son, son más urgentes si se les pone en medio un coño. Qué coños pasa. Qué coños miras. Dónde coño, cuándo coño, cómo coño, por qué coño, en qué coño, hasta el coño estoy de recatos falsos y de tabús idiotas que por corromperlo todo quieren atar también hasta las lenguas. Qué prueba tan grande del tonto infantilismo que lastra todo orden social la de que en todos los idiomas pese un secreto tabú al tratar este término peludo y primordial en sus diccionarios. Que si malsonante, que si vulgar, que si grosero, anteponen al artículo cuando no lo omiten sin ningún reparo a la emasculación lingüística que supone hacerlo. Que si no se han encontrado sinónimos para coño, me acaban de decir en Wordreference.com, la prestigiosa web global de sinonimias. Pues coño: chocho, vulva, vagina, conejo, potorro, chumino, chirri, chichi, papo, almeja, concha, papaya, felpudo, raja, verija, higo, pepe, mejillón, chirla, champa, parrús... por poner los primeros que se me han venido a la cabeza y tener en cuenta médicos y panhispanías. El más serio tratado sobre la imbecilidad letal en la que se sustenta nuestra Civilización podría escribirse con solo analizar el convencionalismo absurdo de estas prohibiciones. O de hechos tragicómicos y reveladores a que dan lugar, que uno no sabe si son para reír o para llorar, como el de que el cuadro de Courber, titulado con sabia intención El origen del mundo, que ilustra aquí el Coño mío este, haya estado cien años, hasta el 1995, vendiéndose de mano en mano caramente, eso sí, claro, haciéndose además con un fino secreto revalorizante, sin ser expuesto al público. Qué pena de saber del Homo Sapiens. Qué pena de lingüistas del academicismo hispano que, buscando hoy el ombligo de nuestro universo oral, no muestren, al menos una vez al mundo, nuestro coño.

Porque no hay otra más patria que coño, ¡Coño!. Coño. Lo decimos todos sin ningún género de duda. Él y ella lo tienen en la boca por igual. El rey lo suelta a veces con espontaneidad medida y con el tono natural que tan bien domina para afirmar su campechanería ante la Historia, tres veces se lo tengo oído yo, que sólo lo he visto por la tele, y corre y habita con toda su prosodia en el mismo alma de la Academia de la Lengua. Dios sabe que, coño, lo profiere hasta el más casto de los obispos españoles muchas más veces de lo que su dios quisiera. Pocos niños habrá que no lo hayan oído de pequeños en bocas de sus santas madres. En todo caso, ¡jesús que coño!, tenía costumbre de decir la mía para espantar incordios que la ponían nerviosa. Del coño sale hacer o no las cosas. El coño es también forma de puntuar eso que ha sido por una muy bien o muy mal hecho: qué coño tienes. Ole tu coño. Marca también de forma definitiva la femenina resolución en, por mi santo coño. Pa mi coño moreno, zanja y licita la posible duda moral ante una apropiación gozosa.

¡Cómeme el coño!, le soltó una vez María Jimenez por la tele con soltura a un periodista que la estaba jodiendo en la calle con preguntas, haciendo gala de su insigne hispanidad y de su buena boca, marcándose un recorte de desprecio envolviéndose en esa frase por bandera y siguiendo de seguida su camino arrastrando de una punta el capote de lo dicho sin mirar atrás, retorciendo el orgulloso hocico, y con desdén torero. Porque coño, como enseña nacional, es más brillante y verdadera, más común, más uniforme, profundamente oracional, y desde luego, con mucho más fervor enarbolada día a día, que ese trapo bicolor que, encima, lejos de unificarnos en ningún sentido noble, para unos es santo hasta el delirio y para otros no podrá dejar nunca de estar lleno de mierdas.
Y es que, otras habrá que le acompañen en los altares de las expresiones patrias, pero la palabra nacional es, coño.


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15 jun 2010

Rollos matutinos 38

Ten fe y te salvarás



Este es el papelito de 10,50 x 9,54 centímetros que me puso delante un negro en Lavapiés el otro día a las diez de la mañana. Todavía en su mano me llamó la atención el que el prospecto fuera igual en todo a otro que también repartía un negro, también muy parecido, en una estación céntrica del metro de Lisboa, en portugués, lógicamente, y unos años atrás. Lo cogí y ciertamente, hasta es posible que también se llamara Bea el profesor de el de aquél, pero eso da lo mismo. Su mensaje me hizo clik y seguí mi rumbo hacia el Reina Sofía, donde iba a ver una exposición de Martín Ramírez, diciéndome que este iba a ser el post que escribiría sobre este viaje de final de primavera del 10 al pueblo planetario de La Mancha, que es Madrí, y me lo guardé para escanearlo luego mientras iba llenando para mi esa consulta de personajes en mi imaginación.
También en Lisboa pensé que iba a escribir algo sobre lo que me sugería el papelito del negro. Ese mundo que crea las esperanzas que necesita en cuanto que se lo proponen y que el empresario del prospecto maneja como mercado en el que mueve su negocio y que hacía surgir en mi cabeza coloridos personajes de olor a especias y miserias, triste y cotidiano, que yo quería traer al papel arrastrando los espesos dramas vulgares y corrientes que cargaban con ellos como fardos trágicos de los que no podían librarse. Pero ahora de pronto, mientras vuelvo a seguir mi camino al Reina Sofía, me acuerdo que me dije que mejor que traer aquí los elementos que a mí se me pasaran por el coco era mejor traerte a ti el papelito reclamo para ver cada uno lo que vemos al mirar en ese mundo que reúne lo ingenuo con lo útil, la esperanza con el miedo y la fe con el frío pragmatismo de los que saben bien que viven de ello, al fin seguramente sin mucha brillantez la mayoría, todo bajo una pátina apagada, sórdida de dolido sudor mate cotidiano y duro. Un mundo cutre, este, se me antoja de principio por definición. Pero también tendrá sus glorias y sus alegrías, que hay que tener en cuenta si queremos imaginar un cuadro verdadero. Veo a estos saprofitos de la pena ajena desde el principio de sus profesiones. Cuando deciden empezar a hacerse con el rollo y principian a medrar con la experiencia en su carrera. Los hay de muchos tipos y niveles. Al final todos son herederos de las artes cavernarias de aquél hechicero primitivo que fue el primero en echar geta a la cosa. Luego es como en la Medicina, unos se colegian con los títulos de las multinacionales poderosas que administran excluyentes el negocio de los grandes dioses de la espiritualidad y otros van más o menos de por libre rebañando lo que pueden entre los desengañados de la oficialidad divina. En todos los tipos unos llegan a popes y otros se quedan en clerizánganos cualquiera. Nada diferencia en el fondo la materia del Profesor Bea de la de cualquier otro obispón, rabino mulá dalai santero o sicólogo moderno de terapia de autoayuda. Todos forman parte de la misma rama. Son el mismo oficio. Y excepto raros casos, que haberlos los habrá, encierran la misma triquiñuela para buscarse las putas habichuelas. La consulta la veo en algo cochanbrosa, posiblemente en una dependencia de algún piso interior, de pronto colorida por ropajes africanos, de pronto con africanos vestidos a lo occidental con trajes cenicientos, a lo mejor gastados por el uso, o sacados de entre el revoltijo de ropa usada de algún puesto del Rastro. De pronto se me antoja ver un negro imponente y bien vestido con ese toque hortera que sólo ellos tienen y que sólo a ellos les favorece encima. Él sabrá que asunto es el que le lleva allí. En todos los casos llama la atención lo especial de los zapatos. También tiene que haber entre la clientela autóctonos adictos a las magias, atraídos por la autenticidad que suponen al hechizo de las tribus. Cuánta gente vivirá de la industria de este profesor. Empezando por los repartidores de la publicidad y siguiendo por los que limpien el garito. Los acólitos que ayuden en las ceremonias, las tiendas que provean de los objetos mágicos, los dueños de los pisos o locales que tengan alquilados, e incluso la parte que les toque a la empresa de la luz y de la telefonía. últimamente se habla mucho de los duces de la prostitución que usan de estos maleficios para forzar a sus putas a currar. De pronto hago comparación de este colectivo con el de El Vaticano y saco interesantes conclusiones de lo importante que es para la economía lo que se podría llamar cuantificarse. En ambos casos tienen esos mundos estrechas conexiones con las mafias. En ambos casos el dinero vil es la verdadera aparición que materializan con sus ritos. El billete es el único elemento que conjuran sus liturgias. Los veo aparecer arrugados, sacados de bolsillos con dificultad, contados al contado con manos pesarosas de perderlos quizás con poca garantía de sus resultados, ante los ojos contabilizadores del santón, o de su secretario, y desaparecer después entre sus manos llevados a una caja con presteza, o abstractos en cifras que ponen cantidad al cuánto en la información preliminar del precio. Tanto por ponerte duro el rabo, tanto por conseguirte el éxito rotundo, tanto por curarte de esa enfermedad o por tal filtro de amor; o tanto cacho del presupuesto del Estado, esta vez en plan seguridad social, por ser la asociación vidente que más creyentes hemos sido capaces de atontar con nuestra divina magia a tu servicio. Con estos, después ya no hace falta que pagues cada vez que te asistan con su cristo. A veces se usa un sistema de indirecta recogida. Una bandeja, cestilla o receptáculo, encima del buró, o incluso una simple mesilla a la salida, puesta ahí pero alejada del puro ara de la magia, sirve para que se deposite de forma voluntaria el obligado óbolo. Método que, además de ser más elegante y lo mismo de seguro, sirve para burlar la culpa de intrusión y otros delitos. Con todo, muchos habrá en los que se obren los impagables milagros que han ido a buscar. Si no no seguirían en pie estos negocios. Otros también acaban saliendo en los medios por haber acudido a la justicia a protestar por haber sido engañados como tontos. No se sabe si en ese caso la responabilidad subsidiaria del santón podría recaer en las fuerzas a las que representa. De pronto veo el reguero de bichitos miserables que rondan atraídos en torno del papel que acabo de guardarme en el bolsillo, lo mismo que hormigas afanándose alrededor de un trozo de materia muerta, en el hormiguero de esta urbe que bulle hiperactiva sobre una bola girando a toda leche por el Cosmos, este estrecho piso de camas calientes que llamamos Tierra, y por un momento me siento como un ser superior que se divierte en la contemplación lejana de este drama ridículo. Pero sé que bastaría que me tocase la fatalidad para verme de golpe entre el sector aciago de los que necesitan el posible profesor que, con la ciencia más cercana a su credulidad, sea capaz de hacerles creer que tiene, bien mirado por muy poco, la sencilla solución de su problema.


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7 jun 2010

Rollos matutinos 37

Remachado de flash cañí en el caló de la ruta





A la España de Charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María, que es la esencia jonda que en lo jondo encarna, reivindica, proclama, publicita, exalta vende y comunica al turista en su coche de alquiler el flash del Toro emblema de nuestros horizontes, le he sacado con el zum fortuito de la foto el cerdo sonriente que tiene bajo el cuerno. Un cerdito que, antes que oreja, es más bien golondrino de sobaco oscuro con jeta y morro de porcino afable. Ibérico de hecho, pero sin duda recebado. Se ríe viendo pasar las nubes por el cielo de la Historia, no sé si inteligente, mente, o de forma completa mente hueca. Siempre con alma casquivana y con la mala leche fina que nos caracteriza. Ahora mismo no sé si renegar de su pose estrafalaria o loar el escapismo de su filosofía. Así que dejo que se fugue, ahí, enmarcado a lo lejos en el retrovisor, reflejo de atrás en adelante, perdiéndose en la ruta ya pasada a toda leche, el perfil prepotente de cartón gigante que no es ya anuncio de hoy, de ayer ni de mañana, sino espirituosa enseña de la cepa hispana. Hoy por cierto, ya dentro de las modas alcoholfree y sujeto a normas de seguridad vial y de todo género de igualdadanías.

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28 abr 2010

Personajes 4

El colocado



El pobre en su simpleza había llegado a estar seguro de estar seguro en el bienestar de su burbuja. Al principio empezó a abrirse camino con los dientes sin saber muy bien ni donde estaba, pero según fue creciendo se dio cuenta de que había caído donde había que caer. Vamos, que su progenitor le había colocado en to’el meollo que se dice. Una vez instalado en aquel mundo propicio él sólo tenía que dedicarse a crecer, para lo cual tenía todo a pedir de boca. Así que hizo lo que se esperaba que hiciera, devorar como una tuneladora todo lo que se le ponía por delante y engordar lo más rápidamente posible, y cuanto más devoraba más crecía y más sitio se iba haciendo en su seguridad. Intuía que cuando su crecimiento tocara techo tendría que enfrentarse a algún tipo de metamorfosis, no le iba a durar eternamente aquella dulce etapa rutinaria, pero eso no implicaba nada malo sino todo lo contrario y, mientras tanto, el mundo era un paraíso y estaba allí para eso, para que se lo comiera a su antojo, para envolverle tiernamente, para darle todo lo que necesitaba, para servirle de matriz donde gestar su sueño, para él. Y él sólo se lo tenía que comer. To pa’mi, to pa’mi, se decía glotón, creyéndose el Dios de un infinito inagotable, mientras metabolizaba el entorno con voracidad cada vez más difícil de saciar. Cuanto más crecía más seguro se sentía de poder comerse lo que le hiciera falta. Entonces puede que llegara a pensar, quizás siquiera por un rato, como quién no quiere la cosa, por qué no, en el ser de su existencia. A lo mejor llegó a darse cuenta de que aunque dejara de sentir el apetito ansioso que sentía por devorar todo su espacio sin parar tendría que seguir devorándolo sólo para poder hacerse plaza para seguir creciendo. Porque no podía dejar de crecer y si dejaba de hacerse sitio perecería ahogado por la propia estructura de su mundo. Pero eso no iba a ser nunca un problema porque estaba muy bien dotado para abrirse camino en un medio que parecía haber sido creado para alimentarle a él y de pronto llegó la crisis estructural tan inesperada como irreparable. De repente, como llegan estas cosas. Alguien empezó a escamochar con fuerza la inflorescencia en la que se arropaba causando un montón de vuelcos y de ruidosos cracks desgajadores de las hojas exteriores de su medioambiente, pero él no llegó a creer que eso le afectara recerrado como estaba en el corazón profundo de la compacta seguridad de su seguro cosmos hasta que sintió el shiiiip frío atravesando de por medio su organismo y un craackhhhggg horroroso desgarró el universo dejando su agujero abierto de par en par a una luz tan cegadora que no podía ser otra cosa que mortal y su cuerpo cortado en dos mitades, separadas para siempre la punta del culo de la de la boca, con cuatro pares de piececillos moviéndose convulsos todavía en cada una de ellas pero ya sin ninguna posible continuidad en el rollo vital que habían construido juntas hasta un momento antes. Por primera vez en su vida dejó de roer. Sin poder detener el movimiento mecánico de sus mandibulitas miraba con sus ojillos al ser monstruoso que tenía el capítulo de su vida destrozado en una de sus manos y un objeto afilado y reluciente en otra. Ajustaba su mirada en él desde su enormidad y, aunque él no estaba programado para poder constatar ese detalle, el monstruo contraía el gesto observante con un mohín como de asco sorprendido. Y sí, miraba las insignificantes medias larva retorciéndose en el corazón de la alcachofa que acababa de tajar con el asco desdeñoso de una repugnancia más convencional que realmente asquerosa, y me dio el punto de saberme señor de la vida y de la muerte, sobre todo de la muerte, y aprovechando la visión de la atroz agonía que había creado con mis manos, me puse a dilucidar cómo, en esta curiosa vida, se pasa en un plis plas de estar como dios en el mundo de uno a ser un puto gusano rebanado sin remedio en dos mitades por el cuchillo de un elemento hijo de puta que ni siquiera se puede comprender.

la foto es de la exposición Macro-Micro, casaciencias.org

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6 abr 2010

Rollos matutinos 36

Documentos arqueoblógicos sobre Pedericto XVI




Pedericto XVI, nombre con el que se conoce al pontífice de una de las sectas más pudiente en los tiempos del Barroco Digital de la Primera Planetarización, o Edad del Puntocom, marca, definitivamente, la decadencia social de esta hermandad extraña, de misoginia patológica y morbosa adoradora de ídolos abiertamente sadomasoquistas, que, sin embargo, había logrado prolongar su influencia sobre la cultura humana durante un par de milenios. Todos los estudiosos coinciden en señalar la connivencia de Pedericto XVI con el facto pederástico, que, aunque inherente y de siempre conocido y asociado a su organización por el subconsciente colectivo (datos documentales hablan ya de estos escándalos en el s.IV), afloró a la luz pública durante su reinado haciéndose innegable de forma alarmante y general, como la causa del principio del fin de cierto tipo de poder ritual que aún mantenían sobre la sociedad civil. Pero algunos especialistas en la mitología supersticiosa de principios del S.XXI mantienen que, Pedericto, no fue en realidad el nombre que este personaje adoptó originalmente en el momento de ser elegido para el cargo por su logia, sino que le debió de ser impuesto por un tipo de guasa general y espontánea y que tendría raíz etimológica con pederasta y adicto. De todas formas son estas teorías peregrinas, ya que no existe indicio alguno de cuál podría ser ese otro nombre supuestamente primigenio. Por el contrario todos reconocen como el documento histórico más antiguo sobre Pedericto el encontrado por el arqueoblólogo Rebus Kando N’larré, entre los restos virtuales de la era del blogspotismo, atribuido al excelso Elbarrancario, dónde ya se cita a esta figura sólo con ese nombre. Se trata de un texto por desgracia no integro, pero sí en admirable estado de conservación del código binario, que se titula:


La santa falsederastia.

Ay señor, otro post de curerías. Mira que no quería andar yo posteando más a costa de la perversión religiosa que, aunque es un tema inagotable, imprescindible para la salud pública, y que enseguida me enciende, había decidido darle la callada como mejor desprecio. Pero es que las denuncias de pederastia son tantas y tan fuertes que parecen blancos culitos inocentes explotando como palomitas de maíz en las negras congregaciones del santo jollín, por todas partes del planeta donde hayan tenido poder sobre los niños. Y la desvergüenza de la jerarquía vaticana de contestar encima con que son sólo malas “murmuraciones de las opiniones dominantes”, “ataques”, “confabulaciones como las del tiempo del antisemitismo”, “habladurías”, es tan

... (trozo de código imposible de leer)

no necesitábamos en este país nuestro ninguna denuncia periodística para saber lo de que los curas suelen tender a meter mano a los niños. Tampoco que se les ha estado metiendo hostias y levantando en vilo de los pelillos malos de la nuca y de las patillas y otros miles de formas rebuscadas de causar daño humillante con evidente gozo, cuasi sexual sino enteramente y por completo, por parte de cochinos religiosos. Cualquiera que sea ya madurete lo sabe por poco contacto que haya tenido con ellos de pequeño. Yo tengo que recordar, aquí ahora y sobre esto, al Padre Cachimba, el muy hijo de puta, que se ponía, con religiosa asiduidad, en la estrecha puerta que comunicaba la empinada escalera que subía de la calle con el pasillo de entrada de la academia particular donde yo estudié primaria, por la que teníamos que pasar todos los críos, de uno en uno, a la vuelta del recreo, con la gruesa cachimba, que le dio nombre eterno, agarrada por el extremo de la boquilla, con la punta del índice y pulgar, para dar mayor efecto al cazoletazo fuerte y seco con que trataba de picar cada cocorota, retándose goloso a que no se le escapara una sin pegar. Pocas veces lograba uno burlar el cachimbazo y juro que vi casos en los que el chichón llegó a pintar en sangre. Recuerdo una vez uno que se mareó. Por supuesto lo vivíamos como un juego natural, del que disfrutábamos incluso en algún modo masoca, y al que tenía él todo el derecho, de parte de una sociedad, basada en el nacional catolicismo, que hubiera metido en un correccional a cualquiera de nosotros que se hubiera atrevido a ir al director a denunciar algo que, entonces, no se podía ni soñar que iba a acabar siendo llamado “malos tratos”. Omito describir los profusos bofetones a que nos sometía luego durante las absurdas clases de su religión, y la cantidad de casos que, como este, a pesar de no haber ido nunca a ninguna escuela religiosa, tuve que vivir, a lo largo de mi educación, con otros padres de diferentes nombres y sotanas, sin embargo, todas igualitas de brillantes en el negro untuoso de sus telas, a la del Cachimba, supongo que por la crasa pátina de mierda que había ido percudiéndolas en toda una existencia de sucia aureola procaz y sin lavar. Tampoco creo yo que nos haga falta a los de mi generación que nos vengan a contar ahora con pruebas y señales lo que todos sabíamos del gusto de estos padres de almas por las carnes infantiles. Formaba desde siempre parte del saber popular, que también sabía muy bien que de eso no se hablaba ni por imaginación. Por mi parte tengo que declarar que soy de los que menos habrá sufrido de estos tragos, pero que sí me tocó más de una vez el padre carmelita José Ignacio como confesor, a pesar de que ninguno de los de mi colegio queríamos ir a confesar con él por saber lo que pasaba. Parece que lo esté viendo, tan largo, tan hirsuto, metido en su hábito marrón de tela basta. Le quedaba un poco corto y eso resaltaba la enormidad de los pies que asomaban por debajo, desnudos en sus sandaliones, de dedacos repugnantes y peludos. Parecía un espantapájaros, larguirucho, gordinflácido y disforme, y le gustaban los niños más que a un tonto un lapicero. Ocurría que éramos llevados obligatoriamente, del colegio a la iglesia de su convento, y allí nos ponían en fila de a uno a esperar turno de los dos o tres confesionarios. Si te tocaba con él, ya era sabido: “¿Has cometido actos impuros?”, preguntaba el menda en cuanto empezaba a confesar, soterrado en la sudada sombra de su cubículo viciado, con esa característica vibración que pone el morbo en la voz. Si decías solo se empeñaba en saber con todos sus detalles los pensamientos que te habían acompañado, pero lo que más le ponía era cuando uno confesaba haber hecho las guarrerías con otros. "¿Cuántos erais?” “¿Dónde?” “¿Cómo?” “Cuantas veces” “¿Había niñas o sólo niños?” “¿Hubo tocamientos mutuooos?" Y los tocamientos eran los de él, que se convertía en un pulpo. Primero, con la puntita de sus dedos, juntaba bien las moradas cortinillas del quiosquillo para envolver las espaldas del confesante y dar católica cobertura a la acción de sus tentáculos. En seguida se daba al sobeteo baboso, palpante, de experta meticulosidad, exhaustivo, un poco ansioso pero tranquilo, glotón, pecaminoso, cerúleo, con esa murcielaguez mística, húmida y fría, tan propia al morbo de los sacerdocios. Al tiempo, iba absorbiendo su presa al interior de su oscuro habitáculo por medio de una fagocitación de la que estaba divinamente dotado, mientras musitaba letanías con los labios pegados al oído de la victima. Eso era lo peor, porque le olía el aliento a perro muerto. Era terrible, de verdad, su boca era la de una alcantarilla podrida. Todo el colectivo infantil masculino lo sabíamos, nos lo comentábamos, y huíamos de él como de una peste que era. Pero el menda era profesional en esas lides y se las ingeniaba muy bien para obligarnos a caer en las redes de su confesión. Y, el cabrón, siempre, ponía el doble de penitencia si el acto se había cometido en compañía, no sé si porque creía que el pecado era doblemente malo o porque le ponía también a uno la que le tocaba a él. Exactamente, como están haciendo ahora las jerarquías vaticanas ante la ola ineludible de casos escabrosos que salen deslumbrantes a luz: ¿que se denuncian cientos de casos con pelos y señales repugnantes?, el que esté libre de culpa que tire la primera piedra, dijo Pedericto el otro día; ¿que se demuestra que los denunciados eran simplemente trasladados en secreto a otras diócesis más escondidas donde seguían dándole a su vicio, todavía más tranquilos, hasta morir de viejos?, es que hay que atacar el pecado y no al pecador, vuelve a aclarar; ¿que no ha salido uno todavía del asombro que lee que su hermano, también alto prelado, le tiraba sillas a los niños de la escolanía que dirigía, llamada Los Pájaros de la catedral por cierto, y de los que también, algún que otro pajarito había denunciado haber sido cogido al vuelo por el miembro frío de algún vicario verde de alma sucia que habría sido encubierto, sino por él por el propio Pedericto?, sigue uno leyendo y lee que el propio Pedericto XVI admite, como suficiente explicación, haber dado alguna que otra bofetada en ese coro incluso él, pero, eso sí, habiéndose arrepentido siempre nada más darlas. ¿Que la iglesia de eeuu ha pagado ya 1.300 millones en indemnizaciones y en Irlanda ¡el gobierno! pacta con las órdenes religiosas la creación de un fondo de 2.100 milloncetes para lubrificar el rechino del abuso de 35.000 niños en treinta años de educaciones religiosas, fundamentales, devotas y fervientes...?, da lo mismo, como tampoco importa la paradoja de que todo este dinero provenga (no parece que la iglesia tenga otras fuentes ni fines económicos) de la caridad y la limosna, o de la parte del impuesto sobre la renta, que los corderos fieles dan para hacer buenas acciones. La proliferación de estas denuncias, dijo el otro día un alto prefecto vaticano, "no preocupa excesivamente" a la Iglesia, "porque nosotros estamos asentados sobre la cruz de Jesucristo, que siempre es salvación y victoria”. Y si llega el caso se dice abiertamente: "Nos atacan para que no se hable de Dios; peor es el aborto", que viene a ser argumentar, como decía un periodista de El País, aquello de, ¡y tú más!, de las rabietas de niño redicho en los patio de recreo donde por cierto ocurrían
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Mientras tanto, seguid dejando que los niños se acerquen a mí. Se podría resumir. Porque ese vicio es tan intrínseco a
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no van a dejar de hacerlo por mucho castigo que les pongan y muchos perdones públicos que pidan si es que llegan a ped
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los detalles de los actos denunciados son más lúbricos y sórdidos que cualquier relato porno de los duros. Se ve que son abusos de tarados recocidos por el vicio soterrado de una culpa milenaria
... (trozo de código imposible de leer)
o el obispo de Tenerife, que no se ha podido contener de romper una lanza a favor del pederasta: "Puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas, te provocan. Esto de la sexualidad es algo más complejo de lo que parece". Ha dicho.
Y el sinvergüenza degenerao tiene razón, eso de la pederastia es más complejo que los cuatro prejuicios con los que se la limita. Y claro que en eso habrá casos horrorosos y otros que serán incluso naturales. Pero no en el seno de una banda insana de por sí, que se caracteriza por imponer, mediante la violencia siempre que ha podido, la prohibición enfermiza sobre el uso del sexo. Porque el mismo cura que mete mano al monaguillo luego predica que no hay que tocársela ni para mear. Y con la misma mano que pajea las colitas bendice después la redondez de sus hostias y señala acusador al que folla alegremente. Es lo de a dios rogando y con el mazo dando, y predicar no es dar trigo y haz lo que diga y no lo que me veas hacer. Para mi no es la pederastia, en sí, lo más imperdonable de este grupo de poder, sino la falsedad en que se asienta todo lo que hace desde su creación. Y, ni me ha sorprendido el pastel de abusos que se está descubriendo bajo sus altares, ni el que los cometieran por cientos hasta con sordomudos y otros centros de acogida y orfandades, sino el que hayan aparecido países donde sus contra naturas han sido tan escandalosas que han dejado a las hispanas deslucidas. Eso, mira tú, si que es verdad que yo no me lo esperaba. Aunque tal vez el silencio sepulcral que guardan nuestras curias, tan dadas a rajar del bien y el mal en plan pontificial, sea por saber que lo de esos no es nada para con lo que quiera dios que no llegue a saltar nunca.
Tampoco me asombra que el fundador de los Legionarios de Cristo ese tuviera varios hijos y abusara incluso de ellos, haciendo, como dios manda, a pelo y pluma. Con la natural tolerancia que su iglesia ha tenido siempre para con estas cosas. Pero en este caso me deja perplejo pensar, qué hace ahora una secta fundamentalista como esa cuando descubre eso de su santificable fundador ¿Quita los retratos de todos los despachos y oratorios, elige otra figura que aún no esté manchada y tira pa’delante con el rollo? ¿Imita el ejemplo de su líder y se recicla en putiferio declarado con misas orgiásticas colgadas en youtube y cuota en el mercado pederasta de la Red? No, lo más normal, ya lo veréis, es que corran cuanto antes el tupido velo de que al fin todos semos humanos y sigan
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y aquí paz y después gloria.

Ay Pedericto, Pedericto que te han visto. Con razón te gustan tanto a ti los zapatitos rojos y los sombreritos esos tan cucos que te pones para santificar las fiestas. Y esas puntillitas de primores recargados con los que rematas las mangas y los bordes de tus caros faldumentos de alta costura clerical. El escape del aire viciado del subsuelo te ha dejado el culo al aire ¿No será la culpa de ese pecadillo eso tan feo que se mueve en el fondo de tus ojos? ¿Tienes la línea de los labios fría por algún beso de pecado? Da igual. Tú no te preocupes, que, ni has sido el primero en esto por los siglos de los siglos de la lista, sólo de tú nombre van ya dieciséis, ni, aunque tu reinado marque un mojón de decadencia, vas a ser el último en dirigir el cristo que os tenéis montao.

La imagen es de Banksy, el más famoso grafitero de la época de elbarrancario.

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