20 jul 2010

Rollos matutinos 41



Yo soy el que vigila el juego de los...

Del durante y del después de la final
Sudáfrica 2010 II
(el I está más abajo)


Pues al final fui a ver la Final. Sobre todo porque un amigo alemán llegó ese día a casa y me hizo ver que por qué no iba a ir a verla. Fuimos a uno de los tres bares del Barranco. Todos son grandes abrevaderos de la etilicosofía. Elegimos el que tiene un panorama más abierto, tanto al paisaje en sí como al perfil de personajes que pueblan la comarca. Claro está, no éramos muchos. Contando el camarero, quince machos, dos hembras y un bebé. De ellos, siete u ocho veinteañeros, dos o tres en la treintena, tres o cuatro en los cuarenta, y tres cincuentones. Doce españoles (tres de los jóvenes eran del pueblo de al lado y estaban sentaditos juntos y detrás), un alemán, un ruso y un francosuizo. Dos técnicos titulados y los demás cada uno con su titulación en buscarse la vida sin titulaciones. El titulado se había dedicado a pintar banderitas en algunas caras. No todos se habían dejado y algunos de los pintados no estaban del todo relajados con el peso de la marca. Dos tenían puesta la camiseta de la Roja, pero sólo uno de ellos era auténtico representante de ese tipo de hincha berreante. Este estuvo todo el rato comiéndose la tele, de plasma panorámico, dando puñetazos en la barra y berreando cosas como, ¡Ha sio roha, ha sio roha, que coño amarilla, eso ha sio roha! Excepto el titulado, que también mostraba tendencias al berreo pero que reprimía por un cierto tipo de decoro, los demás no parecían estar muy por la faena de alterarse demasiado. Se comían pipas, se bebía cerveza, se zampaban tapas. Uno de los jóvenes tenía una corneta horrorosa de esas que son típica en las hordas de forofos. De vez en cuando la tocaba pero no lo hizo demasiadas veces. El partido fue pasando más bien sin demasiada euforia de no ser por el berreoso, que no paraba y era como para haberle dao un estacazo en la cabeza. Cuando el gol, él y dos más nos hicieron el show de los saltos abrazados y del ¡GOOOOOLL GOOOOOLLL GOLGOLGOLGOLGOLGOOOOOL GOOOOllll!, con toda su parafernalia y su coreografía pero tampoco tanto tiempo. Y cuando se acabó el tiempo de juego nos hicieron lo de Campeones campeones, oe oe oe también muy completo con todas sus escenas y proclamas y canciones pero tampoco demasiado largo. Pero el resto no se puede decir que se volvieran locos. Sobre todo los tres del otro pueblo, que se estaban comiendo unos bocatas desageraos y que no perdieron ni bocado ni atención en darle al mordisco que le estaban dando, ni cuando el gol, ni cuando la victoria. Y eso fue todo.
Yo la verdad es que no sé si quería que ganara uno o otro. Por lógica me daba exactamente igual, pero me tiene un poco harto el rollo de las banderitas y todo eso que te contaba entre finales, y sabía que ese rollo macareno del mercado de la patriotización iba a ser peor si se ganaba. En cualquier caso lo que más me interesaba era ver los aspectos sociológicos de la movida. La publicidad que se ponía, por ejemplo. Hiundai, visa, cocacola, adidas, iberdrola... Me llamó la atención el que uno de los primeros anuncios inmediatamente después de la victoria fuera uno de una crema, ¡para hombres!, antiacumulación de grasa en el abdomen. Siguiendo a este vino uno, de mucha calidad de producción, de un chicle, que me hizo pensar en la cantidad tan grandísima de dinero que se tenían que estar haciendo con el eurito a eurito que pillaban de la masa de masticadores. Y es que lo masivo es siempre negocio, y nada más masivo que el Mundial. Y es que la Economía es por un lado pura mística de valores cada vez más indescifrable, pero por otro sigue siendo el mismo contar habas contadas de toda la vida. Ver el partido, donde sea, trae consigo una cantidad contablemente exacta del aumento del consumo, no sólo en lo grande, de los vuelos, de la ocupación hotelera, del gasto de los viajes de la alta y media esfera, que es en realidad a nivel global lo menos importante. Están sobre todo las masivas menudencias, lo de que si birras y cubatas o cervezas sin alcohol para ver los partidos en casa o en el bar, que si pipas, que si patatas fritas, que si snacks, que si porros y rayitas, que si esto para durante y lo otro después pa celebrar..., el va y viene de esto y de lo otro, por todo el mundo, que supone una consumición que arroja cifras exactas de dinero que si pudiéramos tener conocimiento de ellas íbamos a alucinar. Están también las chuminadas, las banderas, las bufandas, las bragas, cinturones, calcetines, camisetas, llaveros, ceniceros, pegatinas...
El fútbol vende y ha habido desde ofertas de devolución de los importes de las teles de plasma gigantescas, compradas en los meses del mundial, hasta bancos que te daban el doble de interés por un tipo de imposición de capital si ganaba la selección de tu país. Zapatero confesó que se le habían saltado las lágrimas cuando sonó el pitido que marcaba la victoria, y en su caso no era para menos. Dicen los expertos que esto trae un aumento del PIB y que no es chico. Que si crecimiento del turismo, que si reflejo económico de la imagen de España ante el mundo mundial, que si ingresos por hacienda por el monto de las primas y de la publicidad relacionada con la Roja, que si aumento del consumo por la euforia de la población que se relaja y gasta más, que si parte de la colada de la inmensa lavadora de alguna manera con la victoria queda en casa. Así que todos contentos. Los fachas reveníos porque Españia Españia. El gobierno porque el espíritu de la selección es fiel reflejo de la aportación de la España moderna y plural a la cultura universal y todo eso. Los de la izquierda porque también les mueve por ahí por los fondillos la cosa nacional que al parecer es lacra tan raquídea que no deja a nadie intacto por completo. La masa, por la orgiástica ocasión de balitar gozosa en una peña unida.
Más puntos de vista para mirar el Mundial: es fácil imaginar lo que sintieron los jugadores, uniendo, en ese instante de gloria, lo impagable de sentirse dioses allí en medio de aquel soberbio altar de la tecnología humana atestado de adoradores rugiendo chorros de energía colectiva, de la que ellos eran a la vez polo causante y receptor, con el vil placer de la materialidad de los 600.000 euritos de prima por cabeza, que es una mierda comparado con lo que les va a caer a lo largo de unos años por sueldos a su fama y royaltis por el uso de su éxito. Pero imaginemos cómo ha sentido el ego, por ejemplo..., el arquitecto creador del superestadio que ha dado cabida al evento. O cada una de los miles de putas internacionales que han ido a hacer su apaño con el acontecimiento. Y los grandes accionistas que han logrado llevar a sus albercas el grueso del chorro de dinero. También los diferentes drogotraficantes grandes y pequeños, cada uno con su historieta particular e intransferible para pillar lo que pudieran poniendo su granito tan ilegal como imprescindible. Ese mismo tipo de historieta pero mirado con los ojos de uno de los 41.000 policías que ha aumentado Sudáfrica durante los partidos. El trapicha normal y variopinto que ha aprovechado la ocasión para hacer negocio, vendiendo helados, bocatas, o recuerdos africanos, tallados en falsas maderas protegidas, o con fotos incrustadas de Mandela. O el cura holandés que hizo una misa en su parroquia para que ganara la Naranja y que le cayó la negra al ser destituido porque si algo la iglesia no consiente es que se ande uniendo su dios a perdedores. También se podrían sacar cachondas conclusiones comparando los distintos tipos de mundial del niño de la zona euro y el de un poblado africano que juega al lado de la choza a colar penaltis entre dos palos clavados en el polvo, descalzo y con una piedra gorda más o menos redonda. Luego se puede uno parar a ver los casos de la mediocridad mediana, esos millones de mediana clase, mediano sueldo, mediana felicidad, mediana inteligencia, mediana capacidad de discernir las cosas, que nunca sacan de verdad los pies del plato y que son los que en verdad llenan las calles. Aunque no te lo aconsejo, no son todos iguales como de entrada parecen, y hay incluso algunos atractivos, pero al final son mundos iguales de aburridos.
Y desde luego, hay que mirarlo con los ojos del famoso pulpo. Paul. El adivino. Cómo no. Que desde la pecera de un acuario alemán nos ha dado, cósmicamente hablando, una medida exacta de la sandez humana, que es tan grande que hasta puede llegar a tener un cierto tipo tonto de sosa gracia. ¿Se le dará la libertad como se ha dicho? ¿Será vendido a un rico excéntrico para ser comido como el más exclusivo y caro pulpo a la gallega del planeta? He leído que el zoo de Madrid quería traérselo, pero que en Alemania han dicho que no, porque es la principal atracción del suyo, y que se ha convertido en algo así como el famoso delfín Flipper. Mi amigo alemán me cuenta que su fama ha extendido enormemente el interés alemán por el pulpo, por el que antes no tenían ningún gusto gastronómico y que ahora es el reclamo de moda del menú de todos los restaurantes. Su popularidad ha traído la ruina a los de su especie. Así es como funciona el Universo.

Por fin la algarabía patrifultbera como cualquier otra ha pasado. Pero veo ese montón de trapos bicolores ahora guardados por las casas esperando latentes la ocasión para ondear por algo. Si están en el cajón es más fácil que salgan. Y por ahí va lo que no me gusta de la historia. Me lo confirma oír a un nacionalista virulento del canal de Intereconomía en un debate, poseso de patrio sentimientos, soltando entre perdigones: ¡hemos superado por fin nuestro complejo, hemos descubierto el gozo de disfrutar de nuestros símbolos, de nuestra identidad, de nuestra bandera, de sentirnos orgullosos de ser... Y así hasta que cambié de canal lo más rápido que pude, dejando en las ondas el paquete de su opinión ferviente sin esperar a que cerrara el signo de admiración de su proclama. Sin embargo, también ha dado casualmente la ocasión causalidad de verse envuelta la Nacional Enseña con otro tipo de paquetes mucho más cojonudos, como el de la foto de El País, pasando a ser pendón también de un orgullo diferente, de ambiente más sano, más noble, más jocoso, menos fariseo y muchísimo más alegre y divertido, que la ha mezclado desde con el abanico de color republicano, y el toro pata negra de cartón, hasta con la revolución de usarla para enseñar bikinis con dos sexos en un body. Lo que la ha desagraviado un poco del rollo chungo que siempre le ha marcado con firmeza la sombra de las flechas del yugo de seguir, ¡firmes!, el caminar del Sol sobre un mar de leches y coronas poco claras entre columnas de Plus Ultras que aún están bajo el espectro del negro pajarraco de la una grande y libre, que por figurar figura hasta en el ejemplar firmado de la Constitución. También ha sido un alivio para ese tufo de triunfo nacional la continua muestra de frescura de los chavales de la Selección, como cuando su portavoz, que alzando la Copa para empezar el chow de la celebración gritó, ¡esto lo ha ganado este equipo de cabrones, que son los mejores colegas del mundo, aunque a veces les gusta mucho dar por culo! Fardando alegremente ante Madrid, ante todas las españas y ante el mundo entero, de lo contentos que estamos los españoles con nuestra lengua sucia. Sí, por una vez está bien dicho todos, porque en esto, al contrario que con las banderas y esas polladas de colores, el consenso es total, y los que dicen que ellos no, son, además de malhablados mentirosos. Porque aquí hasta el Rey se identifica con las palabrotas. Y..., por cierto, otra cosa que ha dejado patente este mundial es que está más chungo de lo que nos dicen. ¿Se acercará la coronación del Príncipe y la Gacetillera? Porque esa va a ser otra buena ocasión de hacer observaciones sociológicas.

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