Fitografía
Un amigo mío se divierte con los foros de la prensa digital, tratando de irritar a los insulsos que hay en ese tipo de debate. Dice que los mejores son los de derechas, porque son los más fáciles de cabrear y los que dan más risa. Y me contaba hace unos días que había escrito en uno de ABC, en el que patriopinachaban con las aprehensiones policiales de marihuana: “Estamosen un mundo en el que los delincuentes campan libremente por la Administración, la gente honrada vive de la economía sumergida, y los jueces y las policías se dedican a perseguir la flora autóctona”.
Y me pareció un tratado del derecho social tan completo que decidí traerlo aquí como microrrelato.
Pero hacía poco también, había estado en casa otro amigo, este francés, que hablando de que los jóvenes de ahora están como perdidos dijo: "Pero cómo no van a estar perplejos la juventud, cómo va a poder decir ningún politician a ningún chaval, ¡hoy!, que no tiene que dedicarse a vender marihuana cuando es una actividad mucho más conveniente y nada contaminante y peligrosa que cualquier cosa de las que le dicen que tiene que hacer, ponerse a gestionar hipotecas, por ejemplo, en un banco".
Y me pareció también un enunciado brillante de la seriedad que hay que tener para analizar la realidad con sensatez.
Y luego ocurre que a veces los acontecimientos se enganchan como si los entretejieran manos que saben lo que hacen. Estaba ahora yo aquí en este punto del texto cuando ha caído en mis entendederas una noticia del periódico local que ni pintada para animarme a seguir tirando de este hilo argumental. Ha ocurrido en mi municipio: Unos lituanos están con unos alicates de corte en la mano al lado de una valla de alambre, ya cortada, que circunda un cortijo, cuando pasa la guardia civil. Los detienen por posible tentativa de robo. Al día siguiente los agentes van al cortijo para hacer una inspección ocular más minuciosa del lugar. Y se encuentran con treinta y nueve plantas de cannabis sativa de dos metros de altas y otras quince más en maceteros. Preguntada la propietaria del cortijo sobre el hecho, declara que son de sus dos hijos, que viven en otra ciudad cercana. Estos son detenidos por un presunto delito contra la salud pública. Y en la misma noticia venía otra igual, en otro municipio cercano, esta referente a 30 plantas, también de dos metros de altura, también con el resultado de arresto del presunto propietario. Lo que variaba era el detalle de que, esta vez el arrestado, cuando vio llegar a los dos coches patrullas de la guardia civil a su invernadero, se puso a gritar hecho una fiera, ¡Aquí no entra ni dios! ¡Habéis venido a por la mariguana, cabrones, pero no os la vais a llevar! A la vez que se ponía a destrozar las plantas a golpes con un hacha, con tanta rabia que se había pegado un hachazo en una pierna y fue lo que facilitó su arresto.
Y llegados aquí, y oyendo de fondo la banda sonora de los juramentos y los mecagoenvuestrasputasmadres de la desesperación del pringao del hacha, te propongo ver un poco más detenidamente la película de la dura cadena existencial de la cannabis sativa y otras yerbas..
Se pueden elegir diferentes argumentos. Puede por ejemplo ser alguno de los que detiene a este pobre hombre, fumeta. O varios. Yo, que no tengo muchos conocidos en el mundo policial sé de más de cuatro maderos que lo son. Y de al menos tres funcionarios de prisiones. Además de un montón de maestros, varios médicos, inspectores de hacienda y de sanidad, y algún que otro miembro, o para ser más exacto, valga la incorrección gramatical en este caso, miembra, de la judicatura ¡Ah, y a una señora consejera de cierta comunidad autónoma, por cierto, conozco yo personalmente, que se vuelve loquita por la hierba! Por tocar sólo el palo que sujeta el gallinero del Estado, que es el que acomete, con su esfuerzo y el dinero de todos, la locura de la fitorrepresión. Entonces puedes entretener tu mente desarrollando el guión personal de cada uno de esos polis, carceleros, abogados, jueces, mandatarios..., que por un lado persiguen el cultivo y por otro pillan la mandanga. Desde el punto de vista literario no tienen ni pizca de originalidad, pero como prueba del carácter del aparato de la Ley, no tienen desperdicio. Puedes ver que entre ellos los hay de todo tipo. Desde los que, encima, ven bien, que las cosas sean como son, hasta los que opinan que habría que ir a la legalización pero se lo callan como putas. Recientemente hemos tenido ejemplos de expresidentes de gobierno y ex directoras generales de planes contra drogas diciendo por to’l morro que lo de la ilegalización es sólo un chollo para los que viven de ella. “Un largo y gloriosos fracaso” ha dicho nuestro Felipe González de esos planes que son los causantes de los hachazos impotentes de nuestro protagonista. “Un instrumento salvaje e ineficaz que no es la solución sino, más bien, una parte importante del problema.” Decía una tal Araceli, expresidenta del Plan Nacional contra la Droga, entre todo un alegato antirrepresivo, que encima usa para quedar como toda una señora intelectual. Mecagoenvuestrasputasmadres, oigo decir al propietario de las treinta plantas mientras las destroza en efigie de las que los parió. Y cuando no erais ex qué hicisteis. Llenar cárceles a cargo del gasto del estado y del aumento de la injusticia en el sistema solar planetario. Y me siento solidario con su indignación. Porque aquí fuma hasta dios pero el marrón le toca a él y a los demás la gloria. Por qué. Por que sí. A lo mejor por Karma. A lo mejor por nacimiento. A lo mejor por casualidad. A lo mejor porque no se sabe por qué tiene que ser así la vida para ser. Que es lo que al final vienen a decir todos esos funcionarios de la maquinaria establecida cuando, después de ejecutar a quién se lo ha criado, se hacen un porrito para relajarse un poco de tanta cosa sería que tienen la responsabilidad de ejecutar y que les cansa y les estresa lo que nadie sabe.
También se puede mirar la versión global del flim. Estados enteros que viven de la droga puestos por los estados que luchan contra ella con el dinero que genera el narcotráfico para ganar el poder de unas mafias contra otras. Millones de personas arrastradas por el torbellino de esa industria. Legiones de legiones de seres empleados de maderos y cuerpos antivicio, y traficas. Desde los del triste ámbito local hasta los del alto standin que inspira las series de la tele. Desde los que tienen treinta plantas en un invernadero, hasta los que mueven los giros de las leyes en los parlamentos. No hay nada más borroso que la línea que separa los buenos de los malos en este conjunto empresarial. Guerras sin fin como las de Colombia, Méjico o Afganistán. Y millones y millones de kilos de mandanga volando de un lado para otro por encima de este lío para abastecer de sobra a los mercados. No hay ningún mercado de droga en el planeta que tenga el más mínimo problema de abastecimiento. Porque en sí este sector no es sino una de las partes más importantes de la producción de bienes comerciables. Y son un mismo destino en lo universal policías y traficas. Pero por si acaso hay alguna diferencia de concepto en los bandos del invento, el dinero no tiene color. Y va todo a parar a la misma Bolsa de Valores. Y allí todo se centrifuga con el ibex y el índice dow jones.
Y a los miles de pringaos, de aquí hasta las antípodas, que les está tocando comerse el marrón al tiempo que a nuestro héroe del hacha, que les jodan. Sin ellos no habría negocio. Ni en el encarecimiento de algo que debería tener el mismo precio que el apio, ni en puestos de trabajo. Ni en la prevención, detención, enjuiciamiento, penitenciaría y reinserción, que tanta clase media alimenta y tanto millón de beneficios mueve. Pensad en un momento, el paro tan grandísimo que dejar esta película traería a la santísima sostenibilidad. Sin embargo, ellos son parte de esa masa honrada que vive de la economía sumergida. Y, si quieres ver la peli en su formato tridimensional para captar toda su locura retorcida, podríamos rizar el rizo de la observación para ver cómo a este sector de pequeños productores tampoco le interesaría en el fondo la legalización, porque entonces no tendría más gracia económica el cultivo de hierba que la que tiene ahora la de otras hortalizas. Y podríamos ver que le tocara acaso, al héroe que ahora maldice su suerte dando hachazos al aire con rabia, verse en la escena de tirar su plantación a un montón de veinte millones de kilos más en una playa, como ya he visto yo hacer con pepinos y tomates, en protesta, porque habían caído los precios por sobreproducción.
Entonces, comprobamos que esta absurda representación humana que se desarrolla en un globo que gira una y otra vez entre el orto y el ocaso, es mucho más loca de lo que parece. Y traigo en primer plano la imagen de la única inocente de la historia, la pobre marijuana, inhiesta de cogollos, hoy destrozada a hachazos y luego detenida, en este capítulo concreto de la larga serie de la criminalización que le ha caído encima de manos de la especie dominante. Precisamente por generar esa toxina aceitosa que genera como defensa de sus predadores. Y al tiempo que comprendo que todo es puta demencia, recuerdo una moraleja que creo que viene de mis tiempos de estudiante ideal para resumir esta consideración: Pero, qué culpa tiene el tomate que está tranquilo en su mata, viene el hombre y lo arrebata, lo pela lo machaca y lo mete, triturado, en una lata.
Y sin embargo…
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