¡Coño!, es: coño. No puede ser otra. La palabra preferida del español más castellano. Hoy, que juegan las instituciones de la lengua a elegir cuál es con pompa publicitaria y presupuesto cultural y ni siquiera la mencionan, más que nunca. Señores: coño. No hay otra que más esté en todas las bocas de la lengua patria ni que encierre más amplio abanico de significaciones ni que nos salga de dentro con más ganas. Coño para bien, coño para mal; coño porque sí, coño por algo; coño por nada, coño porque me sale‘el coño. Coño para cargarse de razón, coñó para recalcar que sí, para subrayar que no, para mostrar asombro, alegría, rechazo, sorpresa, indignación, extrañeza, para subrayar el gozo de lograr un logro o descargar la rabia de haberse equivocado. Para hacer imperativa la respuesta en las interrogativas: dónde has estado, dónde andas, qué te crees, qué piensas o te pensabas, qué dices, qué haces, quién es, o eres sois o son, son más urgentes si se les pone en medio un coño. Qué coños pasa. Qué coños miras. Dónde coño, cuándo coño, cómo coño, por qué coño, en qué coño, hasta el coño estoy de recatos falsos y de tabús idiotas que por corromperlo todo quieren atar también hasta las lenguas. Qué prueba tan grande del tonto infantilismo que lastra todo orden social la de que en todos los idiomas pese un secreto tabú al tratar este término peludo y primordial en sus diccionarios. Que si malsonante, que si vulgar, que si grosero, anteponen al artículo cuando no lo omiten sin ningún reparo a la emasculación lingüística que supone hacerlo. Que si no se han encontrado sinónimos para coño, me acaban de decir en Wordreference.com, la prestigiosa web global de sinonimias. Pues coño: chocho, vulva, vagina, conejo, potorro, chumino, chirri, chichi, papo, almeja, concha, papaya, felpudo, raja, verija, higo, pepe, mejillón, chirla, champa, parrús... por poner los primeros que se me han venido a la cabeza y tener en cuenta médicos y panhispanías. El más serio tratado sobre la imbecilidad letal en la que se sustenta nuestra Civilización podría escribirse con solo analizar el convencionalismo absurdo de estas prohibiciones. O de hechos tragicómicos y reveladores a que dan lugar, que uno no sabe si son para reír o para llorar, como el de que el cuadro de Courber, titulado con sabia intención El origen del mundo, que ilustra aquí el Coño mío este, haya estado cien años, hasta el 1995, vendiéndose de mano en mano caramente, eso sí, claro, haciéndose además con un fino secreto revalorizante, sin ser expuesto al público. Qué pena de saber del Homo Sapiens. Qué pena de lingüistas del academicismo hispano que, buscando hoy el ombligo de nuestro universo oral, no muestren, al menos una vez al mundo, nuestro coño.
Porque no hay otra más patria que coño, ¡Coño!. Coño. Lo decimos todos sin ningún género de duda. Él y ella lo tienen en la boca por igual. El rey lo suelta a veces con espontaneidad medida y con el tono natural que tan bien domina para afirmar su campechanería ante la Historia, tres veces se lo tengo oído yo, que sólo lo he visto por la tele, y corre y habita con toda su prosodia en el mismo alma de la Academia de la Lengua. Dios sabe que, coño, lo profiere hasta el más casto de los obispos españoles muchas más veces de lo que su dios quisiera. Pocos niños habrá que no lo hayan oído de pequeños en bocas de sus santas madres. En todo caso, ¡jesús que coño!, tenía costumbre de decir la mía para espantar incordios que la ponían nerviosa. Del coño sale hacer o no las cosas. El coño es también forma de puntuar eso que ha sido por una muy bien o muy mal hecho: qué coño tienes. Ole tu coño. Marca también de forma definitiva la femenina resolución en, por mi santo coño. Pa mi coño moreno, zanja y licita la posible duda moral ante una apropiación gozosa.
¡Cómeme el coño!, le soltó una vez María Jimenez por la tele con soltura a un periodista que la estaba jodiendo en la calle con preguntas, haciendo gala de su insigne hispanidad y de su buena boca, marcándose un recorte de desprecio envolviéndose en esa frase por bandera y siguiendo de seguida su camino arrastrando de una punta el capote de lo dicho sin mirar atrás, retorciendo el orgulloso hocico, y con desdén torero. Porque coño, como enseña nacional, es más brillante y verdadera, más común, más uniforme, profundamente oracional, y desde luego, con mucho más fervor enarbolada día a día, que ese trapo bicolor que, encima, lejos de unificarnos en ningún sentido noble, para unos es santo hasta el delirio y para otros no podrá dejar nunca de estar lleno de mierdas.
Y es que, otras habrá que le acompañen en los altares de las expresiones patrias, pero la palabra nacional es, coño.
18 jun 2010
Rollos matutinos 39
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