15 jun 2010

Rollos matutinos 38

Ten fe y te salvarás



Este es el papelito de 10,50 x 9,54 centímetros que me puso delante un negro en Lavapiés el otro día a las diez de la mañana. Todavía en su mano me llamó la atención el que el prospecto fuera igual en todo a otro que también repartía un negro, también muy parecido, en una estación céntrica del metro de Lisboa, en portugués, lógicamente, y unos años atrás. Lo cogí y ciertamente, hasta es posible que también se llamara Bea el profesor de el de aquél, pero eso da lo mismo. Su mensaje me hizo clik y seguí mi rumbo hacia el Reina Sofía, donde iba a ver una exposición de Martín Ramírez, diciéndome que este iba a ser el post que escribiría sobre este viaje de final de primavera del 10 al pueblo planetario de La Mancha, que es Madrí, y me lo guardé para escanearlo luego mientras iba llenando para mi esa consulta de personajes en mi imaginación.
También en Lisboa pensé que iba a escribir algo sobre lo que me sugería el papelito del negro. Ese mundo que crea las esperanzas que necesita en cuanto que se lo proponen y que el empresario del prospecto maneja como mercado en el que mueve su negocio y que hacía surgir en mi cabeza coloridos personajes de olor a especias y miserias, triste y cotidiano, que yo quería traer al papel arrastrando los espesos dramas vulgares y corrientes que cargaban con ellos como fardos trágicos de los que no podían librarse. Pero ahora de pronto, mientras vuelvo a seguir mi camino al Reina Sofía, me acuerdo que me dije que mejor que traer aquí los elementos que a mí se me pasaran por el coco era mejor traerte a ti el papelito reclamo para ver cada uno lo que vemos al mirar en ese mundo que reúne lo ingenuo con lo útil, la esperanza con el miedo y la fe con el frío pragmatismo de los que saben bien que viven de ello, al fin seguramente sin mucha brillantez la mayoría, todo bajo una pátina apagada, sórdida de dolido sudor mate cotidiano y duro. Un mundo cutre, este, se me antoja de principio por definición. Pero también tendrá sus glorias y sus alegrías, que hay que tener en cuenta si queremos imaginar un cuadro verdadero. Veo a estos saprofitos de la pena ajena desde el principio de sus profesiones. Cuando deciden empezar a hacerse con el rollo y principian a medrar con la experiencia en su carrera. Los hay de muchos tipos y niveles. Al final todos son herederos de las artes cavernarias de aquél hechicero primitivo que fue el primero en echar geta a la cosa. Luego es como en la Medicina, unos se colegian con los títulos de las multinacionales poderosas que administran excluyentes el negocio de los grandes dioses de la espiritualidad y otros van más o menos de por libre rebañando lo que pueden entre los desengañados de la oficialidad divina. En todos los tipos unos llegan a popes y otros se quedan en clerizánganos cualquiera. Nada diferencia en el fondo la materia del Profesor Bea de la de cualquier otro obispón, rabino mulá dalai santero o sicólogo moderno de terapia de autoayuda. Todos forman parte de la misma rama. Son el mismo oficio. Y excepto raros casos, que haberlos los habrá, encierran la misma triquiñuela para buscarse las putas habichuelas. La consulta la veo en algo cochanbrosa, posiblemente en una dependencia de algún piso interior, de pronto colorida por ropajes africanos, de pronto con africanos vestidos a lo occidental con trajes cenicientos, a lo mejor gastados por el uso, o sacados de entre el revoltijo de ropa usada de algún puesto del Rastro. De pronto se me antoja ver un negro imponente y bien vestido con ese toque hortera que sólo ellos tienen y que sólo a ellos les favorece encima. Él sabrá que asunto es el que le lleva allí. En todos los casos llama la atención lo especial de los zapatos. También tiene que haber entre la clientela autóctonos adictos a las magias, atraídos por la autenticidad que suponen al hechizo de las tribus. Cuánta gente vivirá de la industria de este profesor. Empezando por los repartidores de la publicidad y siguiendo por los que limpien el garito. Los acólitos que ayuden en las ceremonias, las tiendas que provean de los objetos mágicos, los dueños de los pisos o locales que tengan alquilados, e incluso la parte que les toque a la empresa de la luz y de la telefonía. últimamente se habla mucho de los duces de la prostitución que usan de estos maleficios para forzar a sus putas a currar. De pronto hago comparación de este colectivo con el de El Vaticano y saco interesantes conclusiones de lo importante que es para la economía lo que se podría llamar cuantificarse. En ambos casos tienen esos mundos estrechas conexiones con las mafias. En ambos casos el dinero vil es la verdadera aparición que materializan con sus ritos. El billete es el único elemento que conjuran sus liturgias. Los veo aparecer arrugados, sacados de bolsillos con dificultad, contados al contado con manos pesarosas de perderlos quizás con poca garantía de sus resultados, ante los ojos contabilizadores del santón, o de su secretario, y desaparecer después entre sus manos llevados a una caja con presteza, o abstractos en cifras que ponen cantidad al cuánto en la información preliminar del precio. Tanto por ponerte duro el rabo, tanto por conseguirte el éxito rotundo, tanto por curarte de esa enfermedad o por tal filtro de amor; o tanto cacho del presupuesto del Estado, esta vez en plan seguridad social, por ser la asociación vidente que más creyentes hemos sido capaces de atontar con nuestra divina magia a tu servicio. Con estos, después ya no hace falta que pagues cada vez que te asistan con su cristo. A veces se usa un sistema de indirecta recogida. Una bandeja, cestilla o receptáculo, encima del buró, o incluso una simple mesilla a la salida, puesta ahí pero alejada del puro ara de la magia, sirve para que se deposite de forma voluntaria el obligado óbolo. Método que, además de ser más elegante y lo mismo de seguro, sirve para burlar la culpa de intrusión y otros delitos. Con todo, muchos habrá en los que se obren los impagables milagros que han ido a buscar. Si no no seguirían en pie estos negocios. Otros también acaban saliendo en los medios por haber acudido a la justicia a protestar por haber sido engañados como tontos. No se sabe si en ese caso la responabilidad subsidiaria del santón podría recaer en las fuerzas a las que representa. De pronto veo el reguero de bichitos miserables que rondan atraídos en torno del papel que acabo de guardarme en el bolsillo, lo mismo que hormigas afanándose alrededor de un trozo de materia muerta, en el hormiguero de esta urbe que bulle hiperactiva sobre una bola girando a toda leche por el Cosmos, este estrecho piso de camas calientes que llamamos Tierra, y por un momento me siento como un ser superior que se divierte en la contemplación lejana de este drama ridículo. Pero sé que bastaría que me tocase la fatalidad para verme de golpe entre el sector aciago de los que necesitan el posible profesor que, con la ciencia más cercana a su credulidad, sea capaz de hacerles creer que tiene, bien mirado por muy poco, la sencilla solución de su problema.

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