2 may 2012

Rollos matutinos 66


Curiosidades sobre imaginería religiosa (II)


Esta es otra curiosa cara de la talla religiosa imaginaria. Esta vez la foto detalla una escultura, en magnífico hiperrealismo, de unos pies ensangrentados de hombre atravesados por un clavo, uno encima de otro. Para alguien que no haya sido gravado previamente por una educación orientada a sentir como divino este tipo de gore sería sólo eso, una recreación artística de muy alto nivel del gore cuya exhibición debiera, normalmente, en una sociedad sana, provocar un repelús colectivo insoportable, y estar reservada para mayores sin reservas. Que decidieran libremente, con su uso de razón, darse a ese tipo de cosas, porque por qué no, ese tipo de tendencias ha tenido siempre no pocos adeptos a lo largo de la Historia.
La imagen en concreto es terrible. Sólo el detalle de que la punta del clavo no termina en punta hiriente sino en filete de tornillo romo rompería en un ojo virgen el efecto espeluznante de esta obra maestra del arte del padecimiento. Sin embargo, a los que nos lo han enseñado antes, sobre todo de pequeños, toda una maquinaria didáctica de un subconsciente colectivo gravado por este tipo de torturas, como algo no sólo divino sino incuestionable bajo durísimas penas purgatorias, celestes y aun civiles, sabemos al verla de inmediato que esos pies espantosos forman parte de un cuerpo aún mas tortuoso que, mediante ese paso de tuerca de la punta de tornillo de ese clavo de esos pies, se sujeta a un palo crucial del arte de una religión que además de tener un gusto morboso por esas cosas feas, tiene tremenda vocación autoritaria, y es posiblemente una de las que más muertes y sufrimiento ha causado en su nombre a lo largo de su historia, en la historia humana, allá donde las haya.

La primera cosa que salta a la vista al contraponer las imágenes del (I) y el (II) de estas curiosidades de la imaginería religiosa, es la sinrazón en las que están labradas todas las idolatrías. Más inicuas y peligrosas cuanto más en serio se tomen el objeto de su veneración. La segunda es una gran diferencia en el mensaje de sus talismanes. Es obvio. El de la una trae con ella de inmediato al anima la jocunda y hace pensar en la potencia cumbre del gozo de la vida, en la procreación, y hasta en el jacarandeo, y ante su ocurrencia uno tiende a la risa y la expansión que sana. Y el de la otra lo que trae a la cabeza es el suplicio del dolor y la muerte, que sobrecoge en el susto, la culpa y el temor, y tara la alegría hasta dejártela engurruñía, si te descuidas para siempre. Por supuesto que no puedo dejar de ver la tontería supersticiosa que lastra en el fondo la fiesta ritual de la (I) ni de comprender que, a pesar de todo lo siniestro y sucio que arrastra desde siglos en su imaginario, la superstición de la (II) también engloba en su creencia a parte de esa parte del ánimo humano que trata de buscar la explicación a lo que es inexplicable. Vana manía siempre. Más buscándola precisamente donde menos puede estar. Pero que está ahí y todos la tenemos. Y eso es precisamente lo peor. Ahí es donde reside lo chungo. Por esa puerta falsa del espíritu es por donde entra su horror para anidar. El valle de lágrimas. El cielo como premio al dolor del penitente… El castigo de abstenerse de todo goce carnal hecho castidad… El gozo como algo sospechoso. El sufrimiento como algo grato a la divinidad.
La tercera curiosidad que surge de contrastar la veneración de estas dos veneraciones son algunas coincidencias en los gestos. En general es completa en cuanto al concepto de procesión religiosa en sí, aunque con cierta diferencia de registro. Pero es exacta en cuanto a, por ejemplo, la voluntad de sus devotos de trasmitir su crédito a la propia descendencia. Es decir en ambas hay progenitores que llevan a sus hijos a besar pies o tocar puntas de nabos. Para que alcancen las gracias y aprendan a cogerle gusto al culto que a ellos les pone. Yo… iba a decir que, ya puestos, preferiría mil veces improntar a mi hijo con el toque de un tieso capullo antes que con el roce con la punta de los pies torturados de un muerto, pero la verdad es que no me parece conveniente ninguna de las dos alternativas. Yo, lo que le diría en ambos casos es, mira hijo mío que tontos podemos llegar a ser en esta vida. Para que así tratara de trascender a esas sandeces que nos son tan propias, y, aunque no pudiera quizás quitárselas del todo en modo alguno, pudiera por lo menos aprender a jugar a descubrir la inexistencia de la verdad infinita mirando por encima de las supersticiones, usando el potente magnetismo de la esfera de los mitos como usan las sondas espaciales los campos gravitatorios de los astros que encuentran a su paso, buscando el rebote del toque tangencial para escapar de su atracción echando leches, aprovechando la fuerza de su gravedad ganando perspicacia para mirar más lejos. A ver, más allá, de carambola, cosas a lo mejor más serias.
Sin embargo… Mira, justo iba a ponerme aquí en plan resoluto y doctrinario, diciéndole a esta Piara que es ya una sola Gusanera royéndose el Conejo en el que habita y que, lo más importante, justo ahora, en estos momentos de crítica apretura, es cambiar de chip antes de que nos carguemos el invento. Cerrar ciertos programas que ejecutamos desde que el Tiempo es tiempo. Darnos cuenta del peligro sin razón que tiene el hecho religioso de los grupos y de la insania que maneja los hilos de sus dogmas. Comprender que si el negocio de las armas va a acabar es porque ya no nos podemos permitir matarnos los unos a los otros. Dejar de usar nuestro discurrir por la existencia como una mercancía de mercado. Quitarnos de la consumina como de un tabaco que nos va a matar hasta al estanquero. Pensar que el único mundo que podría ser posible es otro. Otro en el que, para dejar en pocas palabras definido el sentido general que habría de tener, llegarse a plantear iglesias de más de un miembro no fuera ni siquiera concebible. A no ser que fueran bacanales. Pero de pronto me he visto aquí, con el índice levantado en plan aleccionador, sentado en está silla de oficina con ruedas giratorias del Alcampo, dictándole criterios a la pantalla de un ordenador a través de la punta de mis dedos, en plan maestro malo, y no me ha gustado la pinta pantocrata que tenía. Sobre todo por ridícula. Y porque no es mi plan sentar en este asiento ningún tipo de importancias, para no dejar nada importante que sentar. Y porque maestros de eso ya hay muchos en el paro. Y porque… para… Pero, oye, me voy a mear. Que es que me estoy meando. Y no está bien que por filosofar se mee uno, no ya fuera de tiesto, ni en los pantalones, sino en el mismo sitio desde el que se contemplan los aconteceres, que en este caso sería el culo del sillón con ruedas, este, del Alcampo. ¡Te veo luego en el siguiente post!, síiii, después de haberme lavado las manitas. ¿O era antes de, cuando se las tiene uno que lavar? Eso es lo que me pasa. Nunca consigo acordarme de las normas. Y así me va. Bueno. En cualquier caso en este caso, no vas a saber si me las lavo o no, así que si te huelen a algo raro los caracteres del siguiente texto… Aunque nunca podrás saber si es porque no me las lavé después o es que después me fui al templo de Tagata a tocar falos benditos.

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