Barrito triste por un elefante botsuandés
Siempre me ha dado repelús la basca que gusta darse gusto matando animales por causas gratuitas caramente. Más si además, lejos de tener algún romántico atractivo, son viejos y torpes. Más si encima en alguna medida pagan su vicio con parte de mi iva. Mucho más si son expertos en dar el pego en plan bonachón y campechano. Más aún si, como este, resulta que son presidentes honoríficos de grandes o¿ene?gés protectoras de animales, de cara, está ya claro, a aprovechar el gancho para amasar más masa donde apoyar su popularidad. ¿Qué es lo que encierra de verdad en sus adentros?, me pregunto hoy yo también, como hacía esta mañana un comentarista en el periódico. No lo sé. El pozo del ser es insondable. Para mí, será ya siempre el Cazaelefantes. El Fantasma Cazaelefantes. No sé si me permite su Academia este uso de mayestáticas mayúsculas. Pero mayúscula es mi rabia. Y mayúsculo es mi asco. Y mi afecto y mí respeto, cósmicamente hablando, son infinitamente más reales por un solo paquidermo que haya muerto por su rifle, que por toda su paquiderma institución desde el principio de los tiempos.A lo mejor se fue por ahí de escopeteo al no poder dormir por que le quita el sueño el trágico futuro que su Estado teje para sus tiernos súbditos. Es muy de comprender. Él ya lo dijo: ¡Nadie sabe lo que es eso!
Con el Caudillo era proverbio, y guasa nacional, que le enganchaban al anzuelo los salmones en los ríos de Asturias y Galicia. Este, por lo visto, ha heredado de él entre otras cosas el mismo tipo de gusto cinegético, pero su antojo es más voluminoso, y ejerce un territorio de caza más global. Se ve que, igual de viejo, es más moderno y pretencioso. Más en plan jolibu es lo suyo. Aunque su Casa cuida de que en su caso ejerza a la chita callando estas pasiones. Si no es porque se cae nadie se entera. Quizás lo más grotesco de toda la movida es que siendo tan patosa su realidad encima juegue, soltando pasta, a dejarse hacer creer que es un Tarzán, por una empresa que se dedica a eso. Qué inquietante cenáculo internacional dibuja esos codeos. Y no me duele el dinero que haya podido despilfarrar en ello. Ese valor no es ni más ni menos que una convención impresa en un papel. Lo que lamento es el trunque de las preciosas vidas que haya sacrificado a la estupidez de su megalomanía.
Por eso, permitidme que me abrace ahora a este elefante de Botsuana, como Nietzsche a aquel caballo de Turín, para enfrentar con él el trágico sentido de la vida y llorar por su destino, pidiéndole perdón por la brutalidad de la estulticia humana, al tiempo que clamo a los dioses contra lo aberroncho del alma del cochero.
(¡Porque existen los dioses, eso ha quedado claro! Pero no el falso de él, que es un gore de palo, sino los verdaderos, los de los elefantes, que saben bailar sobre uno de sus pies y hacer el pino con la trompa. Por eso le ha ocurrido el traspié trascendental, precisamente, el día de la República).
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