24 dic 2009

Rollos matutinos 29


En el candelabro.


La otra noche, al dormirme, justo cuando ya tenía planchada la oreja y daba ese respirón profundo con el que me entrego a Morfeo para que haga conmigo lo que quiera, vino a envolverme una percepción extrañamente deliciosa, que me acordó conmigo mismo más de lo que ya normalmente lo estoy. Fue como una visión líquida que penetraba enteramente los secretos de los fastos de este Mundo al que venimos y en el que estamos hasta que la parca nos saca de la escena. Era una sensación dulcísima y tan sencillamente cargada de armonía que me arrebujé satisfecho de tenerla y me deje llevar al sueño deleitándome en la recreación de las claves y secretos que me trasmitía. Venía a cuento de que esa noche le acababan de romper la cara, de un catedralazo, con una réplica de la de Milán, souvenir de los más vendidos, unos decían que en plomo y otros que en alabastro, que alguien le había tirado con mucha mala leche, a un alto mandatario, más que cómico ridículo, pero que tiene mucha proyección global y es propietario de medios importantes. Mientras se daba un baño de masas le había ocurrido algo así como al que está en la ducha cantando tan contento y de pronto se resbala y se rompe la jeta y se queda consternado, turulato, hecho polvo y con la pastilla de jabón en la mano sin saber ni por dónde le ha venido. Exactamente esa consternación penosa y de dolor fue el cuadro que había ofrecido en primer plano a todos los rincones del planeta en un instante. Que mira que había tenido mala leche el objetivo del cámara, que en el fondo estaría pagado hasta por él. Un cuadro que no podía ser que dignificara, o dignificase, a ningún tipo de personalidad pública el tenerlo. Menos a un político, famoso por evadirse de la acción de la justicia y mundialmente conocido por ser, como el solito, chulo macarrón y prepotente. Una lástima de imágenes, que no se iban a dejar de emitir y reemitir y volver a rerrerreemitirse días y días que a él se le iban a hacer sin duda eternos. Porque había sido una rotura de hocico planetaria en todos sus sentidos. Y ni todo su dinero ni todo su poder podía evitarlo. ¿Cuanto tiempo tendría que pasar antes de que se olvidaran por completo? Nunca. Él estaría ya muriéndose de viejo, descreído del vano placer que le diera la erótica del Poder en su momento y todavía habría, dios sabe donde, quien podría decir de pronto, oye, ¿te acuerdas del hostión que le metieron?, en to’la boca, ¡yo tengo un vídeo que grabó mi abuelo de la internet de entonces!, lo que pasa es que sólo se puede leer con un sistema que se llamaba Windows. Estaba claro, lo más doloroso de ese trago no era el terrible dolor de tener rotos los morros, sino lo otro, la universalidad del auditorio y la lógica falta de piedad del coro. Eso era lo que de verdad debía de escocer. Y el ver los entresijos de esos escozores, y la cachonda versatilidad de puta que tiene la Fortuna, era lo que me venía a mostrar esa percepción en tres d que me envolvía induciéndome esa armonía templada que daba gloria tener camino de los sueños. No por revancha política ni nada parecido, por que se joda por cabrón, se lo tenía merecido, anda y que le den o cosas del estilo, no. De verdad que no. Para nada eso. De verdad. Todo lo contrario. Si hubiera tenido que poner un nombre a lo que el personaje me hacía sentir realmente por él en el fondo habría sido pena. Pero una pena en algo parecida a como cuando ves esas hambres y esas guerras en la tele y uno se arrellana en su sillón hartico de comer y calentito y se dice sin decirse, madre mía, que agustico estoy yo aquí. Y eso no significa maldad ninguna hacia los pobrecitos sino todo lo contrario. Pues eso. Que de pronto veía en mi cabeza todo el follón de reacciones que el catedralazo había desencadenado en un instante con todas sus ramificaciones y detalles a la vez, formando parte de la Bola General de la Existencia: el subidón de los periodistas ante la carnaza de la noticia fresca, la excitación de la ciudadanía con el sorprendente flas de la magnífica boca ensangrentada de pronto en medio del hastío cotidiano del telediario, todos los líderes públicos del Globo, sin excepción de rango ni de ideologías, pensando con horror al enterarse, lo primero, que a cualquiera del gremio le podía llegar a pasar eso, antes de ponerse a hacer, como con todo, política del hecho, el médico famoso y de alto estandin que le ha tocado de pronto dar los puntos, satisfecho de pensar que de estudiante nunca hubiera pensado estar ahí; lo que le habría sugerido de verdad la noticia del jetazo a su exmujer, a las velinas, a los allegados del travesti ese que había aparecido el otro día asesinado por saber lo que sabía, al papa, al padrino, a todos los de su calaña, a los que están hasta los güevos de él, a ese que se parece al jorobado de Notre Dame y que es medio subnormal y barre las calles de un pueblo napolitano que se llama Montichone de la Franchesquina. Y los millones de millones de opiniones personales brotando y rebotando con toda su pureza de forma involuntaria ante la información antes de ser filtradas por el comosedebe, que tenían que ser el eco diabólico que le estuviera silbando imparable en los oídos. Y el Sol que alumbra la Esfera que sostiene su drama personal entre otros cinco mil millones y pico más de ellos. Y el del otro, que como cara y cruz corría correlativo con el suyo pero dentro del mundillo policial y la justicia de guardia: el drama del autor de la mano arrojadora del arma arrojadiza, y la instrucción de su caso. Y el perrengazo, tan grandísimo, que tenía que estar pasando el protagonista, con esa jugada tan jodida del Destino encima, rodeado de personal médico y de los del Gabinete de Crisis de su partido, que le mantienen día a día en el poder, haciendo filigranas para conseguir que el líder se siga creyendo poderoso mientras que le remiendan, al tiempo que yo estaba como dios, los dos bajo la misma Luna, en el mismo Tiempo, y dentro de la misma Representación de la misma Obra del Gran Teatro del Mundo; yo durmiéndome feliz con mi almohada como toda posesión, él con todo su dinero enfrentado a la amargura de la reconstrucción facial, él como siempre montado en la burra de la jet y la alta esfera que corta el bacalao (pero ahora atrapado en un lujo clínico y amargo de olor a asepsia y chuta de anestesia con desinfectante), y yo en el hoyico de mi cama en el Barranco, descatalogado por completo de las pompas de este mundo pero con el Poder de poder dormir a gusto a pierna suelta sin más pena ni gloria que tirarme peos arropado. Mira tú. Y ahí íbamos, cada uno en el papel que le tocaba, sin duda los dos, cósmicamente hablando, igualmente importantes, viajando juntos a toda hostia a través de la noche en dirección al día en el mismo Carrusel. Con idéntico Porqué y escribiendo la misma Historia. Seguramente también con la misma semejanza en el Destino. Y entonces comprendí de golpe la lástima tediosa que me daba su karma, su absurdo despotismo, su ridícula imagen prepotente de gallito dominante corto de talla sin remedio, sus grotescos implantes capilares repeinados, su histeria por vencer al Tiempo y a quién sabe qué más tipo de taras psicológicas con cotas de Poder en plan bruto y hortera, las orgías romanas de sátiros verdes que auspiciaba, ese absurdo empeño de pagar con dinero e influencias polvos con los que dejar patente el esperpento sexual que ya es y será más cada día... De sopetón vi todas las miserias y malaventuras que guarda la trastienda de la preeminencia y me sentí feliz de estar fuera de ese lodazal, al menos en mi avatar presente y por ahora. Tal vez en otro me tocará ser él por haber sido malo y entonces soñaría mientras estuviera en el quirófano con ser un barrancario perdido en su barranco anónimo mientras observa mi desgracia complacido en el colchón de su relajo, y yo estoy en la boca de todos y con la mía rota.

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