Me s’importa un pepino to.
Pepinos, pepinos. Érase una vez 20.000.000 de kilos de pepinos. Tirados con mala follá en una playa. Por no valer un pepino. Por gentes pepineras a las que les importaba un pepino los pepinos, las playas y el medioambiente entero. Todo por el precio. Pepinos. Si serán pepinos los pepinos de dos patas.
Y ahora que lo pienso, hay que ver cuántas sentencias tienen los pepinos. Me importa un pepino (o tres). Vete a freír pepinos. El pijo y el pepino, duros y pinos. Que le den por dondeamargan los pepinos. No seas pepino. Desde pequeñito le amarga el culo al pepino. El pepino en el gazpacho y los negocios en el despacho. Viña que da mal vino no vale un pepino. A hombre mezquino ensalada de pepino. Pepino con miel sabe bien. Quien pepino monocultiva, luego en la playa se amotina. Pepinos, pepinos... Contra la pepinez, los propios dioses luchan.
Y en microcaos.net he encontrado estos de corte feministico, tan cabales y acertados como ocurrentes: El pepino siempre está duro. El pepino no fuma después de follar. El pepino no se enfada cuando te vas de compras. El pepino no tiene madre. Al pepino no tienes que plancharle las camisas. El pepino nunca dice que no. El pepino no tiene el culo peludo. El pepino no tiene olor a pata. Y si te cansas del pepino te lo puedes hasta comer. Y entonces me he acordado también de un chiste berlinés, en el que una tía elogia a su vecina las perfectas cualidades sucedáneas maritales del pepino que, al final, encima, logra las delicias también de su marido que no para de elogiarle su receta de ensalada de pepino con atún, a la que sin embargo, ella, declara finalmente, ¡nunca pone atún! Pero a este pepinal playero, el refrán que mejor viene, es uno que he encontrado, sefardí, pero intercambiando sujeto y complemento, así: Se alevantaron los bakchavanes i ajarvaron a los pipinos (Se sublevaron los hortelanos y castigaron a los pepinos). Porque digo yo, ¡pero qué culpa tiene el pepino que está tranquilo en su mata, sobre estresado de plaguicidas y de hormonas cultivado bajo plástico, y llega el inmigrante ilegal cogefrutos pornaymenos, lo arrebata y lo mete en un furgón pa que lo tire el patrón en la playa de Carchuna y me produzca a mí una inritación de tres pares de cojones!
Y meditando sobre la pepinez y los pepinos y la mala leche que me da ver una de las playas de mi entorno convertida en performance pepinera, mientras saco fotos con el ruido de fondo de las olas y el olor ambiental a la química que llevan los pepinos, que en uno no se nota ni al comerlo pero que al ser tantos se huele en to la playa, recuerdo lo que una vez alguien me dijo, que había sabido en vivo y en directo, de unos negros campesinos, de un lugar cualquiera de las áfricas, que después de sembrar con las uñas el maíz en las montañas, si no llovía, tenían que volver a desenterrar los granos uno a uno, ligeritos, porque malo era un año de hambre irremediable, pero no poder sembrar al otro era sin duda para ellos el fin definitivo. Y entonces, del choque del abismo que separa nuestros mundos surgieron visiones muy profundas y, a pesar de que estoy fuera por completo de la asquerosa moda de la solidaridad, sentí un asco profundo, por esta sociedad tan bienestada que está hartica de to, por unos campesinos industriales que se quejan de vicio y se quitan la depresión con el consumo hortera, y el exceso de colesterol con Danacol, por unos lugareños que ni por cuidar sus propias playas se preocupan, por una Administración que menos administrar hace de todo, por una Autoridad que sólo ve los delitos cuando le interesa. Y luego se me fue representando en la cabeza un burujo espeso de centelleantes flases: las proles de este engendro colectivo saliendo analfabetos de los institutos con un todo terreno, la obesidad convertida en una plaga preocupante en plena crisis, el aburrimiento tratado como enfermedad común en los ambulatorios, los emigrantes vistos como moscas que vienen a la mierda, el hoy consumo más que ayer pero soy menos tonto que mañana, los yogures pa cagar, el alumbrado navideño, los mercenarios atuneros con armas futuristas en las teles de plasma de dos metros, la expansión demográfica de abundios, la guerra del opio en Afganistán apoyada por España, la China emergente, el efecto Obama, y un ciudadano medio que pasa por aquí, en este caso va a ser andaluz, y que de pronto dice, por ejemplo, encontrándose con otro de su especie, ¡Cucha, venacapacá... miá que papa noé que m’he comprao pa colgal-lo de la tapia der cortiho, viniendo de i a tirá loh pepinoh que m’he pazao por el arcampo lo he comprao, que que las cozah vayan má no quié decí que no vayamoh a celebrá la naviá, porque otra coza no pero mih niñoh...!, y...
...y en resumidas cuentas, que me cago en el Sistema que consiste en sobre producir constantemente para tirarlo luego. Encima en una playa. Y por un precio. Pero cómo puede llegar a convertirse tanto afán en basura por un precio. El dinero no es más que un valor convencional. Cósmicamente hablando, no es más que unos trocillos de papel impreso en el más caro de los casos. Porque generalmente no es ni eso, sino bits en bandas magnéticas y cifras en cheques y facturas. Cantidades de algo inexistente que no tienen más valor que mantener en crecimiento la falsa falsedad de nuestra falsa economía. Para la Vida carece por completo de valor. Para la Vida lo que tiene precio es toda esa movilización de savia necesaria para captar la energía del Sol con la función clorofílica de las matas desde la germinación de las semillas hasta la fructificación de esos pepinos, ese tejemaneje atómico de recombinación molecular y misteriosa, esas horas y horas biológicas de acelerado crecimiento vegetal y de sudor humano, cada vez más de sobaco ilegal y mal pagado frecuentemente exursso, sudaca o africano, o el de los de la producción química de abonos y fitosanitaria, y de la consecución de carburantes, manduca para todas esas tripas y demás cosas de la industria subsidiaria necesaria. Y todo ese coste de tiempo vital y esfuerzos grandiosos invertidos en una locura que tiene plastificada por completo la costa que llaman tropical, para convertir luego el producto en basura ¡por un precio! Una locura ¿Que no? Bueno, si te parece podemos poner todo este proceso en términos de horas de emisión de ceodós, que es lo que unifica ahora como por arte de magia todos los criterios. A lo mejor así te suena más formal. Pues eso. ¿Cuántas horas de emisiones de puto ceodós han sido necesarias para ponerme a mí la playa hecha una pena con 20.000.000 de kilos de pepinos? ¿Y cuántas más van a ser necesarias para volver a ponerla bien si es que la ponen? ¿Y para lograr por fin deshacerse del entuerto de tantísimo pepino, creado con la puta emisión de todo ese ceodós, que acabarán por ahí en algún punto de contaminación reglada o simplemente tirados legalmente a un sitio ilegal?
Ya lo sé, es lo de otras veces, el juego de la cifra justa que estoy siempre con él. Y ya sé también que sólo a mí me duelen estas cosas y encima soy el loco. Yo. En vez de una sociedad que está basada en estas cosas como si fuera tan normal y prospera al margen de todo tipo de sospecha. Y sí, claro que no es normal que al campesino le den uno y luego en el mercado valga 100, pero es que ese es el Sistema que ellos mismos defienden. Mira, no sé pa que me inrito con esta inritación, pero seguramente sea porque, aunque lo primero que me sale, viendo lo que hay, es proclamar con rabia que me s’importa to un pepino, soy, a mi pesar, al que menos se l’importa un pepino to.
Como siempre que puedo me gusta poner los enlaces a las cosas que he encontrado, este de abajo es el sitio que apareció ofreciéndome el refrán de los backchavanes
http://www.delacole.com/cgi-perl/medios/vernota.cgi?medio=sefaraires&numero=diciembre2003¬a=diciembre2003-2
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