12 jun 2016

Rollos matutinos 95

Lo realmente importante

Estamos en la campaña electoral del 26-J. Entrevista televisiva del periodista puntero del momento a Iglesias y Rivera, líderes de los dos partidos emergentes que vienen a acabar con todo lo viejo pero cada uno contrario por completo al otro en su manera. Así que por lo tanto, tremenda audiencia asegurada porque la cosa tiene el morbo de que los dos nuevos políticos quieren vender su imagen de que el sí que pero el otro para nada. Y se van a dar caña. Y entonces, a la mitad del rollo, justo en el momento de más crescendo en el debate, llega el momento del minuto de publicidad vip que lo abre una anuncio del I-Phone, que trata de una niña que ha hecho con el último modelo un vídeo en primer plano del cuchillo de mamá cortando a rodajas sobre la tabla de cocina una cebolla de las rojas. Racarracarracarraca, caen magistralmente tomadas en todo su color abatidas por la hoja del cuchillo en la pantalla del dispositivo. Se asombra el padre, ¡Pero, ¿has hecho esto tú sola?!, la familia, los amigos… y en cada grupo de asombro se mete por instantes el racarracarracarraca del color que cae hecho rodajas en la pantallita del aparatito hasta que va entrando en certámenes, al principio de la Red, luego otros cada vez más importantes y racarracarracarraca en poco más de veinte segundos llega a ganar un premio que hace recordar la entrega de los Oscar. Y el premio es para... ¡Cebollas, de la niña...!, aplausos aplausos aplausos mientras aparecen por ahí esta vez en una pantallaca gigantesca detrás de la niña las imágenes de las coloridas rodajas de cebollas. Y ese es el momento en el que aparece en pantalla, silenciosa y sugerente, con estilo, la elegante marca del instrumento con el que se ha obrado el prodigio. El anuncio es de una calidad que asusta. En todo. En imagen, en montaje, en idea, en que se va viendo según lo ves el chorro de adolescentes y menos adolescentes que van cayendo por millares en el profundo pozo de la necesidad imperiosa de tener ese dispositivo con el que ellos que son tan listos que sólo necesitan eso para triunfar en el mundo del arte visual que se les antojara podrían, por fin, llegar a ser estrellas hasta de la cinematografía. Y yo me quedo en ese punto ahí viendo la ventana tan brutal que me está abriendo el anuncio al quid estructural de la realidad de la sociedad de ahora. La íntima conexión inseparable entre cualquier tipo de praxis social, cultural o socio política y el mundo del consumo y la ganancia. Y como esa conexión, que está ocurriendo, sin duda en la zona de lo primordial, define en el fondo de los fondos la cualidad del debate político, chísmoso o cultural, de la sociedad presente, en el que está inserto el anuncio como brillante en su montura. Porque, no cabe duda de que sin la necesidad de aumentar las venta de los productos de consumo no habría ese tipo de debate. Pero, sin ese tipo de debate, ¿seguiría habiendo ese tipo de consumo?
Y entonces me di cuenta de que había pillado la cola de lo verdaderamente formal del reportaje que había montado el Évole. Y que lo otro, la aburrida opereta de guiñoles que estaban enarbolando, aguerridos, uno enfrente de otro, un par de jóvenes memidiotas sobre no sé que tropel de cosas de siempre, medio envueltas en soflamas del cambio y de lo nuevo, durante hacía ya casi una hora, no era más que la escena necesaria donde representar lo que en verdad importa.
Y, mientras los candidatos seguían en su empeño de hacernos ver lo que les importaba arreglar el mundo, el anuncio, por supuesto, nada más ser lanzado desde su plataforma ya se había hecho viral.
El que compartía los otros treinta segundos vips era de un coche.

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