20 nov 2012

Rollos matutinos 73

Instantánea conduciendo por la carretera al lado de una de las playas más bonitas de la zona

Por la carretera de la costa hay siempre un continuo ir y venir de seres caminantes, de todas las edades y las razas y casi siempre maltrechos. No muy masivo, pero constante. Raro es el día que no me cruce con alguno cuando voy en coche, yendo para allá o para acá. Hoy eran dos, un tío maduro y un perro que también parecía reviejo. Los dos iban sucios. Los dos iban juntos. Los dos estaban caminando solos sin ninguna duda a ninguna parte que pudiera solucionar su soledad y su abandono. Los dos tenían encima la misma pátina parda y triste de destino miserable. El hombre llevaba dos bolsas de plástico amarillas de las de Covirán. Una en cada mano. Llenas con lo que debían de ser todas las pertenencias de los dos. Su próximo sustento, su posible abrigo, y su total capital. Los dos andaban con la misma expresión mesmérica en los ojos. Incapacitados de captar cualquier mensaje en la luminosidad del día o la belleza del paisaje. De no saber. Ni a dónde ni para ni por qué. El perro era de esas razas que son pobres desde el momento de su nacimiento. Y lo sabía. El hombre también, era de esas razas, y si alguna vez no lo supo, ahora ya no le quedaba duda alguna. Los dos andaban juntos. Porque estar parados les debía hacer pensar que todo era peor. Algo en la vista de su unión resaltaba aún más sus soledades. Me los imaginé a la hora de dormir en la cuneta a la llegada de la noche. Y pensé que al menos de algún modo se harían compañía, pero algo tenían en sus auras que de pronto vi que pudiera ser la suya una relación áspera, de esas de  trato desabrido y duro. De las que encima de estar en todo lo malo uno elige remover con mala leche la carga amarga del destino sobre el otro en una especie de amor malvado y frío. En las que el uno suelta de mal modo su amargura y el otro se la come porque mejor eso que nada. Hay muchas de ese tipo de locura en la vida que podríamos catalogar como normal. Así que es normal que también haya de eso en las vidas colocadas al extremo. Según se mire, hasta con más razón. Pero nunca se sabe porque en realidad, acaso sea lo razonable lo que está, al fin y al cabo, siempre fuera de toda relación.

La foto es una obra de Vladimir Artazov, y se titula Apoyo.

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