El in de Berlín.
El in de Berlín era ese soniquetillo que se me quedaba siempre vibrando en las orejas cada vez que se me venia Berlín a la cabeza. Innnn… Un anzuelillo sonoro que se quedaba ahí brillando, enganchándome de los pliegues del deseo para traerme aquí. Después, muy pronto, de que vine por fin, se convirtió en el título ideal para ese texto genial que escribiría y que como siempre nunca escribí sino en mi mente, eso sí sin parar y con una brillantez que ya quisieras leer si me fuera posible enseñártelo. El in de Berlín.
Hoy, al final de esta corta visita turística que le estoy haciendo, ha pasado a ser el catalizador de este pequeño post y un intento de meter corriendo ciudad tan grande en un sitio tan pequeño. Apretujarlo todo dentro del equipaje para llevármelo conmigo. El in de Berlín es pues ahora algo así como el conjunto de todos los sonidos que habitan sus estrasses. Es el continuo rumor del viento meneando las frondas de los árboles. Es el susurro metálico del rodar de los trenes del S-bahn y el tranvía que resuena en todas partes. Es el ligero priuisssssss… de las ruedas de las bicicletas corriendo silenciosas en todas direcciones. Son los dulces trinos de los mirlos y los ruiseñores, y el brusco graznido de los cuervos. La pesada hondura de las campanas protestantes. Y las urgentes sirenas meteprisas de los feuerwehr mezcladas con el ruido del tráfico, tan vulgar por otra parte como el de otra ciudad cualquiera. Pero es también el dulce aroma omnipresente de los tilos. Y el graso de los döners y las bratwurst de los imbiss. Y el sabor del Este y de la Guerra ahora hecho paquetes de turismo, que venden el desastre de su desfigurada cara como otro objeto de consumo. Es la chispeante mezcla de colores de estilos y de lenguas en cualquier vagón del U-bahn. Los espacios enormes y vacíos y las amplias calles llenas de terrazas donde trincar cervezas gigantescas y gustar los sabores de gran parte del mundo. Es el olor húmedo a verde en primavera. Es el zorro que me encontré la otra noche en medio del Fahrradweg. Es la colorida oferta de marcas de birras y de vinos, y de todo eso que hacerte falta pueda en medio de la noche o a cualquier hora del día, de los späterverkauft siempre a mano y eternamente abiertos. Es el que sean muchas más las nueces que los ruidos. Es las pintas tan diversas y dispares del gentío que corre por sus calles cada uno a su bola. Es lo que da el haber sido el buche de todas las digestiones del loco siglo XX. Es el espíritu alemán mezclado con todo lo del mundo. Son los amigos. Es Berlín. ¿Ves? ¡Ese es el in de Berlín que te estaba yo contando que se queda ahí resonando! Innn...
Quisiera meter todo a puñados en la bolsa y llevármelo conmigo para siempre. Incluyendo el TeleSparge. No importa el sobre peso que tuviera que pagar. Pero no podría evitar que lo así trasportado se arrugara. Y entonces decido dejar todo en su sitio sin traerlo arrancado aquí al papel. Si quieres verlo ven. Pero te advierto que te pueden ocurrir dos cosas: que, como no está esto dentro de lo común, a lo mejor no le encuentras la gracia, o que te encuentres de repente enamorado y ya no puedas desprenderte nunca de este sitio.
Ah Berlín. Ese es mi caso. Ich liebe dich. Tu ya hace tiempo que lo sabes. Pero no le vayas a contar nada a Madrid, que ya te he dicho que es mi pueblo y no hace falta que lo sepa. Una vez más me lo he pasao de puta madre entre tus calles. Qué más puedo decirte. Y ahora corto el rollo y me voy a aprovechar el poco tiempo que nos queda de estar juntos, a deslizarme en bici de Prenzlauer hasta Kreuzberg para dejarme acariciar por el suave pasar de tu paisaje mientras pedaleo tranquilamente sobre mi bicicleta, y me voy preparando para decirte Tchüss.
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