De la mediocridad plana, harta y… ¡ahivá dios, ¿y si se acaba?!
Madre mía, ¡Cómo está el patio! De pronto echo un vistazo a mi alrededor, así, desde la taza de mi váter, sentado para mi jiñada matinal y… ¡Cómo está el Mundo, facundo! ¡Sea lo que sea Esto, cómo está madre mía el Teatro! Por todas partes falta y sufrimiento y rollos malos. Casi siempre provocados por Ordenes absurdos. ¡Menos mal! ¡Menos mal que aunque algo cutre me ha tocao un emplazamiento regular, en el que me siento escondido a los horrores como pez en su agujero, chachi para el oteo y las elucubraciones, bien cerquita de los hipermercados, surtidas a tope las despensas, y, fuera de esas corrientes inquisitoriales además de frías feas, en una zona de templada toleranza, mercadotecnicamente ideológica, tan rica y variada en la calidad de sus nutrientes, que si bien resulta en realidad desde luego un poco insulsa es cómoda que te cagas (nunca dicho más a tiempo) colega, escribiendo tranquilamente mi Papel o dejándome flotar en la desidia de verlas venir jugando a ser espectador criticón descreído y escéptico, pero siempre guardándome en la manga el sagrado derecho a un cacho de suave celulosa higiénica, como el que ahora tengo en la mano pensativo, esperando para limpiarme lo que haga falta limpiar en cuanto acaba el proceso de ensuciado que sea y se dé el caso que aparezca una necesidad! Aunque nunca se sabe, ni nunca nunca se puede estar seguro. Sabido es que de pronto todo cambia, plaf, ¡uuhhh!, y lo que era cómodo escondrijo se convierte en horno crematorio. De repente y sin escapatoria. Porque sí y sin vuelta de hoja. Como si obedeciera a la letra de un guión inalterable. No lo quiera el Destino. Pero el Tinglado está como sujeto por hilvanes pero sin el como y nunca Esto fue tan inestable como ahora. (Hay quienes lo comparan con el mismísimo Kaos cósmico). Y si lo miro por el lado de mi microcosmo… Medito sobre mi seguridad mirando mis marchamos particulares y enseguida veo que en principio, si es que se está rifando algún futuro chungo, tengo yo casi todas las papeletas para que me toque. Y no sé si es que me las he ganao a pulso labrando despropósitos a lo largo de toda una vida de empeño en conseguirlas, o las he traído contratadas en Origen con la suscripción de alguna cláusula especial del Formulario de Acceso a Esto que hiciera el día que me compré el billete del Viaje en una de esas agencias que se dediquen a ello Allá. Lo que sí sé es que algunas, de mis muchas papeletas que llevo en la rifa de lo chungo, tienen encima números de esos con fama de bonitos, porque parecen que están especialmente predispuestos a salir del bombo los primeros. Pero luego me digo que aún así nunca se sabe. Que puedes tener todas menos una, para bien o para mal, y no salir ganador en el Sorteo. Y viceversa. Y comprendo que Esto es afortunadamente mucho más complejo que cualquier lógica que se pueda uno imaginar, lo que lo hace crujiente, picante, continuamente sorprendente y eternamente divertido. Y muy excitante para el Jugador. Por fortuna. Lo que no quiere decir que al final resulte ser un rollo macareno. O matutino.
Y ya un poco más tranquilizado, en el fondo sin razón, del pequeño sobresalto que he tenido por el sostén incierto de mi seguridad, me limpio con el papel mientras suspiro, me subo el pantalón, y tiro de la cadena para que el agua giroscópica se lleve todo el asunto por el sumidero cuanto antes.
Total, me digo para acabar de aplacar el temor tonto, cualquier sensación de poder vivir la Cosa de otra manera que no sea día a día, es en realidad pura ilusión. Propia de majaderos. Y en cuanto a hoy, oye, no será posiblemente la mejor pero no parece que la vida que vaya yo a tener sea de las malas. Mañana… amanecerá dios y medraremos.
(La imagen es una pintura de un pintor mejicano, Martín Ramírez, cuya vida fue aún más azarosa que la de Van Gogh. Si te interesa busca en Google)
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