Instantes en transcursos
En realidad los instantes son como fotos de corrientes temporales que transcurren por los sitios. Congelan mientras duran algo que enseguida ya no está. Y por eso la verdad que representan deja de existir en cuanto pasan aunque a veces dejen sombras de su paso impresas en el soporte inestable del recuerdo. Tal vez también en algún tipo de archivo que tenga el espacio-tiempo por ahí. Algo así puede que sea. Este percepción del fluido temporal la acabo de sentir al contemplar la foto que hace poco hice del Estrecho desde un mirador de la carretera que une Tarifa y Algeciras. La he puesto en el escritorio del ordenador y ahora a cada instante estoy allí otra vez mirando aquel momento congelado entonces desde cada aquí en cada ahora que cierro un programa y aparece el escritorio con la foto. Pero ahora esa visión es en realidad sólo un trampantojo, una combinación de tonos y colores que no tienen otra verdad que una armonización determinada de impulsos electrónicos sobre un tipo de plasma específicamente creados por la inteligencia de mi ordenador para crear en mí las ilusiones visuales que con él me procuro. Pero tampoco es seguro que el paisaje que fotografié ese día no fuera al fin, más allá de una serie de elementos biológicos y minerales reflejando cada uno una onda diferente de la luz como nos dice la Ciencia, otra clase de escenario virtual que me ofreciera algún tipo de Matrix donde vivo sin que yo me haya percatado del todo todavía. En cualquier caso, cada vez que veo la fotografía ahora en mi desktop esa combinación de colorines me vuelve a inducir el sentimiento placentero de abarcar con la vista el enorme panorama del punto geográfico estratégico que es donde la hice. El Estrecho de Gibraltar. Una vista magnífica sobre su punto más angosto y desde arriba. Desde donde esta el objetivo de mí cámara, hasta el lejano mar bajan laderas de un verde rabioso de praderas y de bosques libres de pueblos y de casas, y al otro lado de él se levanta la costa Africana con el monte Musa al frente que, como es la hora del atardecer, resplandece rocoso brillando gris rosáceo con los rayos de luz dándole de lado mientras el Sol se va buscando el ocaso por el Este. Un paisaje grandioso, no sólo por la vista panorámica que el sitio ofrece en sí sino por el carácter específico que tiene en la cartografía planetaria, que le hace a uno imaginarse en él ubicado sobre el Globo Terráqueo como si fuera un gigantesco mapa mundi dando vueltas. La estrecha vecindad de dos continentes totalmente separados forma la puerta de entrada al entrañable mar Mediterráneo y su salida a la abierta inmensidad del Océano. Confluencias de ecosistemas y culturas. Lugar expuesto al viento de uno y otro lado. ¿Qué seres abisales estarán usando ahora su pasillo? Quizás esté pasando algún cetáceo. Tal vez también un submarino. Por la superficie navegan tres barcos que han quedado apresados en la foto. Los tres van hacia el Atlántico. Dos son cargueros de grandes dimensiones y el otro un ferry de los que van probablemente a Tánger. Qué impresionante lista de mercancías la que cruza y entra y sale por aquí. En el fondo estas aguas deben de ser la hostia de ruidosas. Sus habitantes si pudieran, seguramente se quejarían del continuo botellón que tienen que aguantar. Aunque algunos deben de aprovecharse de los desperdicios que el tráfico genera y se dirán que más cornadas da el hambre, como esos de ese pobre pueblo de La Mancha, de cuyo nombre prefiero no acordarme, que están locos de contentos porque les van a poner en el baldío donde existen un cementerio nuclear. En cualquier caso... Recuerdo que recordé, en el momento que saqué la foto del Estrecho, los diferentes yoes de las veces que había estado yo allí plantado en aquel pintoresco mirador. Por lo menos tres o cuatro a lo largo de mi vida. Y creo recordar que recuerdo que convine y que convengo en que en todas esas veces las disímiles personas que fui contemplaron cada una en su momento diferente la vista majestuosa con distintas formas de mirar y aunque siempre tuvieron ese mismo asombro cartográfico que antes te contaba, nunca fue el mismo estrecho lo que vieron. Tampoco es igual lo que me dice la foto en cada uno de los ahoras en que me sale ahora en la pantalla. Ni ha sido igual en los diferentes textos que me he construido en la cabeza pensando en escribir, todos diferentes a este que se va a quedar por fin congelado en una serie de caracteres que aunque ya no se moverán de su diseño tampoco van a generar los mismos sentimientos cada vez que se los lea. Porque en realidad pasa eso, que los instantes son como fotos de los sitios y no pueden ser sino distintos cada vez que se capturan con la acción de algún mecanismo de memoria. Dónde estarán por cierto aquellos yoes míos tan dispares que un día pasaron por allí. Es como pensar en dónde estarán los barcos que pasaban en el instante en que saqué la foto y que ahora aparecen con su trayectoria congelada para siempre cada vez que me encuentro con el fondo de escritorio en la pantalla. Qué filigranas habrán dibujado sus singladuras por el Globo desde entonces. Cómo habrá trascurrido en sus trascursos el trascurso vital de sus marinos y de sus pasajeros. ¿Es cada uno de esos personajes sólo una particular novela creada por el antojo del devenir universal? ¿Quieren decir algo en alguna partitura los renglones que escriben con sus desplazamientos? Qué magníficos relatos podemos recrearnos a partir de esos personajes que en realidad no conocemos, pero qué magnificas lecturas se dará el lector que pueda contemplar sus peripecias como una sucesión de caracteres que pasan a ser inamovibles según se escriben en el papel del Tiempo que transcurre. Sin duda los habrá de todo tipo. Los relatos. Los debe haber de un atractivo irresistible y muchos serán de un aburrido insoportable. En el caso del ferry el diagrama que dibuja es muy repetitivo, siempre el mismo trayecto corto de una a otra orilla cargado de almas y de enseres que son alternativamente absorbidos en un lado y eyectados en el otro. Es también un juego entretenido jugar a imaginarse con detalles cómo se desenvuelve cada una de esas historias según se van diseminando por todo el territorio tras salir del barco como de una jeringuilla. Por un momento veo también los miles de viajeros que tienen que hacérselo en pateras. Cuántas interpretaciones diferentes de un mismo drama transeúnte. En realidad, cósmicamente hablando, con ninguna diferencia de fondo de guión con el que representan los actores sedentarios en su rutinario ir del wc a la cocina, ¡pero que diferencia de color tiene el olor aventurero! Sin embargo, también debe tener ese gusto insoportablemente simple de sopor estacionario el que hace todos los días no sé las veces el tránsito Tánger-Algeciras. Y también tendrá algo de esa monotonía el que haga el trayecto Estambul-Ciudad del Cabo si es igual de repetitivo. No sé. En el brocal del mirador había en el momento de la foto un perro tipo chucho tumbado contemplando el horizonte con actitud tranquila y admirable que hacía pensar en que tal vez él también tenía ante la vista, como yo, sentires filosóficos profundos a pesar de verla día a día. Porque debía ser el perro de la venta que está en el mirador, que es en verdad un pequeño bar de carretera con una tienda de esos objetos souvenires que, aparte de cuando son un cenicero, pocas veces sirven para nada. Pienso ahora en que la mayoría los harán ahora los chinos, y me paro a pensar al mismo tiempo en esos chinos que los hacen y esos venteros que los venden, dos polos distantes en todos los sentidos de un mismo negocio. Seres anclados al lado de grandes movimientos. Después seguimos nuestra ruta hacia Algeciras y un poco más adelante recuerdo que paramos no recuerdo para qué, en lo que era un pequeño cruce que debía ir hacia un pequeño pueblo que debía de estar en la ladera mirando al mar un poco más abajo, porque en el cruce había una especie de kiosko cuadrangular de antigua factura de obra con tres aberturas al público y un lado que servía de pared estantería, que era al mismo tiempo lugar de venta de chuches y revistas y mini bar de los viejos del supuesto pueblo que estuviera ahí al lado, que se estaban tomando sus botellines sentados alrededor de la única mesa que había para ello. También vendían, en el quiosco, plantas de tomates y pimientos de una bandeja semillero que tenían encima de la cámara frigorífica donde enfriaban las cervezas. Y su vista me hizo ver más en concreto cómo se unían la pretérita vida campesina colgada en el tiempo que no pasa al lado de una carretera que era una vía de varios carriles que no paran de pasar, con el inminente núcleo industrial del puerto de Algeciras a pocos kilómetros, y el extraño micropunto de alta especulación globalizada que es la colonia de Gibraltar que se veía allá, al otro lado de la bahía, enfrente del kiosko. Sólo si alguna vez has atravesado este trozo de autovías que entra cruza y sale de Algeciras puedes comprender el sentimiento que se tiene de vivir en un corto espacio todas las contaminaciones y desastres paisajísticos que puede haber en este mundo. Después la cosa estresante va aflojando para atravesar una zona comercial de hipermercados que es idéntica a la de cualquier otra ciudad y enseguida, pum, otra vez el campo. Las dehesas. La carreterilla que recorre por entre un verdor vallado y que luego va ascendiendo al monte en cuya cumbre está el castillo fortaleza de Castellar, en el interior del cual es donde está el pueblecillo donde estábamos pasando unos días de lujo en una casita apartamento cuando hice la foto de aquel atardecer tan cartográfico que ahora tengo colgado de fondo de pantalla.
y... (¿qué más era lo que quería yo llegar a decir cuando empecé con esto? Ah, sí. Era eso de que los instantes son en realidad como fotos de las corrientes de tiempo que trascurren por los sitios. Que congelan mientras duran algo que enseguida ya no está. Pero entonces, ¿para qué tanto escribir si eso ya lo había dicho en el principio?)... Ejem, bueno... ahora es el momento de acabar. Después apareceré otra vez mirándome en la foto del fondo de escritorio y veré sin duda otras cosas que querré comunicar. Pero entonces estaré frente a otro estrecho y habrá pasado ya el momento de esta foto.
y... (¿qué más era lo que quería yo llegar a decir cuando empecé con esto? Ah, sí. Era eso de que los instantes son en realidad como fotos de las corrientes de tiempo que trascurren por los sitios. Que congelan mientras duran algo que enseguida ya no está. Pero entonces, ¿para qué tanto escribir si eso ya lo había dicho en el principio?)... Ejem, bueno... ahora es el momento de acabar. Después apareceré otra vez mirándome en la foto del fondo de escritorio y veré sin duda otras cosas que querré comunicar. Pero entonces estaré frente a otro estrecho y habrá pasado ya el momento de esta foto.
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